Yo y mi otro yo

Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

Jorge Luis Borges. Borges y yo

En 1796, la zarina Catalina II arengó a sus guardias para que dispararan hacia un punto indefinido que señalaba ante sí en un pasillo del palacio, en San Petersburgo. Los guardias no vieron a nadie, pero resolvieron acatar la orden directa y dispararon al espacio vacío. Catalina, conocida por amigos y enemigos como la Grande tanto por su arrojo como por sus logros políticos y militares, la encarnizada gobernante que había ordenado asesinar a su marido, Pedro III, después de destronarlo, murió horas después, a los 67 años de edad, literalmente de miedo.

Lo que originó tal reacción en Catalina la Grande fue la visión de otra Catalina que se dirigía a ella a través del pasillo. Aunque su estado general de salud era bueno, quizás el cansancio o algún desorden bioquímico en el cerebro la hizo ver a un doble perfecto de ella misma; sin embargo, el peculiar episodio fue recogido por el conocimiento popular como el avistamiento más notorio de un auténtico doppelgänger.

El doppelgänger es básicamente un ser con la misma apariencia física de una persona a la que toma como modelo. Es de naturaleza mitológica y tal parece que sus orígenes son germanos, aunque el concepto ha sido duplicado, espontáneamente o no, en casi todas las culturas. Los antiguos irlandeses lo conocían como fetch (verbo anglosajón que significa extraer) y aseguraban que se hacía visible cuando la persona que servía como modelo estaba a punto de morir.

El término es alemán y significa literalmente «doble que camina». Sus características varían de acuerdo a diversas interpretaciones. Suele aceptarse, por lo general, que el doppelgänger, como el vampiro, no se refleja en los espejos, y que sólo puede ser visto por su modelo, así como por perros y gatos. Es posible que el doppelgänger sirva de ayuda a su modelo implantando ideas y decisiones en su mente, aunque la mayoría de las interpretaciones aseguran que se trata de un ente malicioso cuya visión es de mal agüero.

Quizás la idea de que todo ser humano tiene en alguna parte un doble tenga relación con la curiosidad natural que produce el reflejo propio en los espejos o en el agua. De ahí que se suela considerar al doppelgänger como una versión opuesta de la personalidad de su modelo, de la misma manera como en un reflejo la izquierda vira a la derecha y viceversa. Si el modelo es bondadoso, su doppelgänger será maligno.

Para algunos, el doppelgänger es un espíritu maligno que asume la forma de un ser humano vivo. En la Edad Media se creía que había entes de esta naturaleza que suplantaban a un niño durante la noche, para gran confusión de la familia, que notaba el cambio en su personalidad, mas nunca en su apariencia física. Otras versiones aseguran que el doppelgänger no es más que el vehículo del cuerpo astral—de la misma manera como nuestro cuerpo es el vehículo del espíritu—y que sólo se manifiesta durante el sueño y otros estados no conscientes.

El mito del doppelgänger ha sido fuente de inspiración para la literatura y el cine. Poe echa mano de él en William Wilson, un relato cuyo protagonista es un estudiante que se enfrenta a un compañero de clases virtualmente idéntico a él. Eventualmente el compañero lo supera en sus habilidades, lo que recuerda otra característica atribuida al doppelgänger: su deseo de sustituir al modelo.

Otro aspecto del doppelgänger, su personalidad opuesta a la del modelo, es abordado por Robert Louis Stevenson en The strange case of Dr. Jeckyll and Mr. Hyde, aunque en este caso el desdoblamiento del digno doctor en su contraparte sádica y torcida ocurre en principio por voluntad propia. Otros autores se han ocupado del tema: Jean Paul Richter en su novela Siebenkas, Fedor Dostoyevsky en El doble, Phillip K. Dick en A scanner darkly y la interesante propuesta de Julio Cortázar, que involucra la alternancia de épocas disímiles, en La noche boca arriba.

El del doppelgänger es pues uno más de los mitos engendrados por la idea de dualidad con la que el hombre percibe su entorno. Todo tiene su antónimo: el día en la noche, el fuego en el agua, la vida en la muerte. Aunque la realidad es percibida a través de una infinita gama de matices, por lo general se la suele dividir en dos grandes grupos antónimos representados en las nociones de luz y oscuridad, bondad y maldad. Mi antónimo es mi doppelgänger.

La identificación de los desórdenes mentales relacionados con la esquizofrenia presenta múltiples puntos en común con el mito del doppelgänger. En su libro El yo dividido, de 1969, R. D. Laing explica la esquizofrenia como la escisión de la personalidad en dos formas básicas: «Por una parte, se desgarra la relación del individuo con su mundo; por la otra, ocurre una ruptura de esa relación consigo mismo… El individuo no se percibe a sí mismo como una persona completa, sino más bien como «dividido» en varias otras, quizás como una mente enlazada de manera tenue con un cuerpo, pero con dos o más personalidades». El individuo esquizofrénico puede engendrar múltiples personalidades o crear imaginariamente individuos paralelos con los cuales interactúa, algo que podría explicar convenientemente el hecho de que, en algunas de sus versiones, el mito prescriba que el doppelgänger sólo puede ser visto por su modelo.

También en la psicología se puede hallar la explicación a otra de las actitudes atribuidas al doppelgänger. Se dice que éste es la representación cósmica del individuo, el individuo mismo desprendido de la materia durante los estados de sueño u otros similares. Muchos de los fenómenos relacionados con los llamados sueños conscientes o sueños vívidos—en los que el soñador experimenta una profunda sensación de realidad a pesar de la cual parece controlar los eventos soñados—conocidos en otras instancias como viajes astrales, han sido clasificados como alucinaciones hipnagógicas, que no es otra cosa que estados equivalentes a la hipnosis, pero inducidos por el propio cerebro durante el sueño o durante circunstancias de profundo estrés.

Con las vastas posibilidades que sospechamos en torno al funcionamiento del cerebro humano, y el aún escaso conocimiento de ello, no sería extraño que el mito del doppelgänger tuviera su raíz en alucinaciones de este tipo derivadas de circunstancias extremas. Esto coincide con diversos resultados de experimentos astronáuticos, en los que individuos sujetos a una fuerza centrífuga a alta velocidad y con severa disminución del suministro de oxígeno al cerebro, «viven» experiencias—túneles de luz, espíritus tutelares que sirven de guía en el camino al más allá—similares a las descritas por aquellas personas que aseguran haber regresado de la muerte después de haber estado allí durante breves períodos.

Como todo buen mito antiguo, el del doppelgänger parece no tener hoy en día sobre nosotros más efecto que el de una ingeniosa parábola en torno a nuestra propia naturaleza de seres falibles y contradictorios. Nos sabemos finitos; nuestra finitud nos es dolorosa y justifica el secreto deseo de entablar una lucha a pulso con un doble que eventualmente pueda vencernos y sobrevivirnos; a nuestro afán por permanecer en el tiempo más allá de la muerte se opone la cruda constatación de que todos seremos al final no más que tenue materia del olvido.

Jorge Gómez Jiménez es venezolano y es editor de la revista literaria Letralia.


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