The Russian Ark

En estos días surreales en los que para estar en los créditos de una película no es necesariamente necesario tener talento alguno (Jennifer López, Madonna, Britney, et al), el séptimo arte parece haber llegado al final del camino. Por eso es una increíble sorpresa encontrar una película como «The Russian Ark». Esta película merece ser vista por más de una razón. La principal de ellas es que es la primera cuya acción se desenvuelve en una sola e interesante escena de poco más de 90 minutos.

Es sorprendente, sin embargo, que la película no haya recibido más publicidad al respecto, dado que el logro de su director, Alexander Sokurov, es comparable al de «The Jazz Singer», (la primera película con sonido), con la abismal diferencia que al sonido le tomó décadas perfeccionarse, mientras que «The Russian Ark» brilla con una perfección que es espeluznante.

Rara vez, una película merece preguntarse ¿Cómo hicieron esto? Lo cual es bien difícil dada la cantidad de efectos especiales que las películas tienen hoy en día. La última vez que recuerdo hacerlo fue en la excelente versión de «The Great Scape» con pollos «Chicken Run». En esa película hay una escena donde Rocky (Mel Gibson) —el pollo protagonista— es filmado desde el cielo, mientras llueve, todos los demás pollos se retiran a su granero y el suelo estalla con las gotas de agua cayendo del cielo. Dado que todo en esa película está hecho de plastilina, es bastante difícil explicarse cómo lograron hacerlo (de hecho, tras ver esta escena unas diez veces, aún no lo he logrado).

Lo mismo sucede con «The Russian Ark», pero elevado al cubo. La locación del filme es el Museo del Hermitage en San Petersburgo, Rusia, donde 867 actores llevan a los espectadores en un viaje por 300 años de historia rusa a través de la mirada de un visitante del museo, y todo grabado con sólo una cámara y sin hacer ningún tipo de edición. En la escena final, donde un baile se realiza en uno de los salones, y el camarógrafo se mueve entre los presentes como otro mortal y hasta baila, es imposible mantener la boca cerrada o evitar soltar una sonrisa.

Pero la importancia de «The Russian Ark», puede pasar desapercibida cuanto le damos mucha atención al logro tecnológico. El guión de Sukurov, no es para nada el bodrio que esperaríamos de un film hecho para vender una tecnología, sino que es un film completo y bien estructurado que abre la puerta a una serie de posibilidades dramáticas que son su verdadero aporte al cine.

Varios directores en distintas épocas, han jugado con la idea de hacer una película sin edición. Pero el Waterloo de todos ha sido el retraso tecnológico. Inclusive los rollos de cinta de 35 mm. más largos están limitados hoy en día a unos diez minutos.

Orson Welles trató de hacerlo en «Touch of Evil», película que contiene la escena más larga del cine en blanco y negro. Alfred Hitchcock trató de nuevo en «Rope». La película parece no tener edición, pero esto es sólo porque cada vez que estaba a punto de acabarse la cinta el camarógrafo se fijaba en algo que fuera negro, como el vestuario de alguien, para ofrecer al editor un punto donde empatar la cinta sin que se notara.

Más recientemente, una larga lista de directores que van desde Kubrick hasta De Palma, trataron de romper el récord de Welles. Pero, la intención de presumir con estas escenas simplemente las hace menos que referencias en el mundo cinematográfico. Actualmente el director que mejor ha usado esta técnica, haciendo buena mezcla de tiempo, movimiento de cámara y dialogo es el estadounidense Paul Thomas Anderson, que en «Boogie Nights» y «Magnolia» lleva la atmósfera de sus películas al límite de lo aguantable por un espectador. Pero si nos olvidamos de que escenas de gran longitud son más que oportunidades para presumir el talento, encontramos que las mismas son particularmente relevantes desde el punto de vista estético y técnico.

Existe un argumento en el séptimo arte acerca de si la esencia del cine está en el movimiento de cámara y la coreografía o en el cuarto de edición. La edición permite a los directores manipular el tiempo y hasta ahora, ésta había sido la teoría ganadora,; aunque sólo porque las limitaciones técnicas habían hecho imposible sostener lo contrario. Pero una sola escena permite al observador estar más consciente del tiempo, de nuestra incapacidad de cambiarlo, manipularlo o simplemente, detenerlo.

Filmar en una sola escena admite nuestra propia mortalidad, mientras que la edición nos permite fantasear que tal cosa no existe. No hay cuarto de edición en la vida real. Una persona no aparece de un momento al otro en el otro lado de la ciudad. Existen una serie de acontecimientos que son editados de las películas corrientes, que a pesar de poder parecer absurdos, nunca son innecesarios ya que ellos son parte de nuestra vida y como tales más reales que lo que cualquier editor puede parir. Una sola escena como film, llega a casi convertir a la tercera persona que es la experiencia cinematográfica en primera persona. Cuando Bruce Willis se baja de una limosina, entra a un edificio, se sube a un elevador y entra en un salón donde se le espera en la larguísima escena inicial de La Hoguera de las Vanidades de Brian de Palma, el hecho de que no sea editada permite al espectador sentirse que esta allí, que es él quien camina y vive lo que sucede. «The Russian Ark», en este sentido, es la primera película hecha en primera persona. Los ojos del protagonista son la cámara.

«The Russian Ark» fue filmada en video de alta definición con una cámara montada al hombro con un estabilizador giroscópico. Para grabar la película se utilizó un disco duro hecho especialmente para película donde cupieran los 90 minutos de ella con todos los terabits de memoria requeridos. Como anécdota que hace esta película aún más impresionante, la misma fue filmada una sola vez; no hubo necesidad de repetir o comenzar de nuevo en ningún momento.

La historia se desenvuelve como un tour inexplicable al Museo del Hermitage, donde por alguna razón el tiempo y el espacio se mezclan paseándonos por siglos de historia rusa y terminando con el último baile en su gran salón justo antes de la Revolución de Octubre. El protagonista virtual es guiado por el museo por un diplomático francés, el Marqués de Custine (Sergey Dreiden) mientras admiran las obras de arte del museo e interactúan con personajes en diferentes momentos de la historia, que al ser comparados en la realidad, llevan a considerar artes como la Pintura y la Escultura como más serios de lo que creemos. No son de piedra u óleo, son representaciones de gente viva, que vivió y respiró como nosotros mismos lo hacemos en este momento.

A pesar de todo lo maravilloso de la película, sin embargo, estaría mintiendo si digo que la misma es para todos los públicos. Esta no es una película fácil, es lenta e intelectual. Muchas veces aburrida. El tiempo es indetenible cuando se filma en una sola escena y el deambular por los largos pasillos de un museo en búsqueda de fantasmas históricos a veces puede ser alucinante y dar pie a desear una pausa. Y hablando de pausas, no se extrañen en las que se suceden durante todo el film, ya que, aunque la película fue filmada en video, la misma tuvo que ser transferida a película para permitir su exhibición en teatros comerciales.


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