Cuando los hermanos Robinson y los Black Crowes finalmente comenzaron su concierto de fin de año el pasado 31 de diciembre, pasé una revista de 360 grados al Madison Square Garden y comprobé sin sorpresas que la banda puede estar al borde de convertirse en un fenómeno. Lleno en un 90%, la energía del mismo público que había visto en otras oportunidades apretujados en bares y pequeños teatros, se dejó sentir entre licor traído de casa y cigarrillos de esos que dan risa.
{gallery counter=1 links=0 alignment=right}The Black Crowes – MSG – 12-31-2005{/gallery}Los Black Crowes no son la banda más popular de mundo. De hecho en sus momentos de gloria a principios de los noventa nunca llegaron muy alto en las carteleras, lo cual no impide que sean catalogados justamente como una de las grandes bandas de Rock ‘N’ Roll de todos los tiempos. Una que a punta de un idiosincrásico rock sureño casi puro, ha sabido mantener cautiva a una audiencia que raya en el fanatismo.
El concierto, inusual tanto por la fecha como por el recinto, había generado curiosidad ya que de una manera u otra se veía como improbable que los Crowes llenaran el Madison o que tan siquiera dieran la talla tocándolo. Y aunque nadie dudaba que entregarían su acostumbrado gran show, las esperanzas del mismo se basaban en los rumores de que Jimmy Page los acompañaría en escena. Page tocó con los Black Crowes en la exitosa gira del año 2000 inmortalizada en el CD «Live at the Greek», y aunque nadie ha revelado si todo solo fue un rumor o si Page realmente tenía reservado un espacio esa noche, se podría decir sin pecar de dolido que aunque hubiera sido fantástico ver al ex-Led Zeppelin, su ausencia no determinó la calidad del espectáculo.
El concierto comenzó a las 8 PM con los North Mississippi AllStars, a quienes no tuve la oportunidad de ver por haber llegado tarde como de costumbre. Pero poco después de mi arribo, previo cateo típico del Nueva York post septiembre 11, entró en escena uno de los mejores guitarristas de la actualidad; Trey Anastasio, una agradable pero algo tediosa sorpresa (aprovecho la oportunidad para agradecer al guardia de la entrada, que tras descubrir mi prohibido cooler lleno hasta el tope de whiskey escocés, me ignoró con el desdén del que ha hecho lo mismo en otras oportunidades). Anastasio, el antiguo vocalista y guitarrista de Phish, entregó algunos de los más energéticos solos de guitarra que he escuchado en mucho tiempo, y si algo puede decirse del tipo es que sabe tocar el instrumento, pero sus extensos jammings tentaron la paciencia de los presentes (incluyéndome a mí y a mi novia, quien me introdujo al mundo de los Crowes hace más de una década), durante las casi dos horas y 10 canciones de su primer y último álbum en solitario.
Sin embargo, no hubo quejas, a pesar que Trey pareció tocar una sola y larga canción que tuvo como única atracción al guitarrista, ya que su nueva banda, 70 Volt Parade, es cuando más, promedio, y obviamente música de fondo para sus experimentaciones sónicas. Con el peso del mundo sobre sus hombros, Anastasio entretuvo sin esfuerzos con sus ultra elaboradas interpretaciones de «Push On ‘Til The Day» del álbum «Trey» y «Sand» del álbum de Phish «Farmhouse», pero de allí en adelante su indulgente espectáculo fue una simple prueba de urbanidad para el público, que aplaudió con energía el cierre del telonero a las 10:40 PM, más porque había dejado de tocar que por otra cosa.
Phish, como los Black Crowes, era una de esas bandas cuyas actuaciones en vivo eran tan extraordinarias que sus discos parecían simples catálogos publicitarios. Por esto no es ninguna sorpresa que en su exageradamente fértil discografía de 35 álbumes entre 1988 y 2005, 23 sean en vivo. Pero viendo a Anastasio tocar en solitario, se hace evidente que el éxito de Phish no era producto únicamente de su fenomenal talento, que ahora, con una banda de la cual es más gerente y dueño que miembro, no consigue dar forma a sus ejecuciones por la falta de opiniones de otros miembros activos del grupo. En pocas palabras, no hay quien lo pare, y en esas condiciones hasta comer helado de chocolate suele parecer un martirio.
Tras un breve hiato durante el cual el escenario fue cubierto con el acostumbrado camuflaje de inciensos que caracteriza las presentaciones de Chris Robinson, se montó en la tarima el plato fuerte de la noche.
El escenario de los Black Crowes siempre es más bien sencillo. Y en esta oportunidad más sencillo que de costumbre, al reciclarse los mismos candelabros eléctricos y el telón de fondo con simbología egipcia que habían utilizado en su gira anterior. Pero eso no sólo no pareció importarle a nadie, en realidad no tenía ninguna importancia. Los Crowes podían haber tocado dentro de un autobús y el concierto hubiese sido igual de memorable. El repertorio de la noche consistiría en su mayoría de las canciones más populares de la banda, e incluiría un par de sorpresas que servirían de premio de consolación ante la ausencia de Page.
Los Black Crowes entraron en acción a las 11 PM y no perdieron tiempo con saludos explotando casi inmediatamente con «No speak». Desde su usual nicho a la izquierda del escenario, Rich Robinson pareció más desconectado que de costumbre. Apenas una sonrisa en todo el concierto y esa fue cuando se acabó. Pero la estrella del espectáculo no es él (en mi opinión, la razón principal de su mal humor y de que la banda se haya separado en 1999), sino su hermano Chris, quien como el conejo de Energizer del mundo del rock, es incansable como atracción principal de lo que la desaparecida «Melody Maker» llamó «la banda de Rock ‘N’ Roll más Rock ‘N’ Roll del mundo».
Chris Robinson es realmente un fenómeno. A finales de los ochentas, cuando el Hair Metal, el Heavy Metal y otros metals dominaban los estadios, las bandas apoyaban sus conciertos con espectáculos pirotécnicos que muchas veces eran innecesarios, como en el caso de Pink Floyd, AC/DC y Guns N’ Roses (banda con la que compararía a los Crowes, a riesgo de lucir impertinente). Esta movida hacia el concierto como espectáculo, culminó a principios de los noventa con un camión de bandas que aunque pobres musicalmente, tenían tremendos shows que las hacían rentables. Por suerte esta tendencia implotó entre burlas y chistes sobre laca, vestuarios y demás durante el corto y magro reinado de Nirvana. Y aquí es donde los Black Crowes toman ventaja sobre la mayoría de las bandas de hoy en día. En sus conciertos no hay fuegos artificiales, nadie come palomas ni bailan mujeres semi-desnudas, pero la energía con que Robinson desembucha sus canciones, es una que los pone entre ambos extremos, ya que libre de la responsabilidad de dirigir la banda (ese el trabajo de Rich), se puede dedicar a aupar al público, hacer piruetas y bailar en ese estilo psicodélico mitad Mick Jagger mitad Rod Stewart que hipnotiza a los presentes hasta que suena la última nota de la noche.
Chris Robinson es un Axl Rose sin resentimientos y un Jagger sin rebuscamientos. Un cantante bien claro en su misión como cantante y entretenimiento sobre cuyos hombros la banda inteligentemente deja caer todo el peso de mantener al público de pie, cosa que logra con éxito ya que nunca he podido ver a la banda sentado.
Lo cual no es tarea sencilla, ya que incluso cuando The Black Crowes apareció en escena en 1990, el tipo de rock que estaban haciendo estaba enterrado y olvidado. La prensa de la época los comparaba en su mayoría con Faces, la legendaria banda de Ron Wood y Rod Stewart de la que alguien difícilmente se acordaba en los 90’s, por no decir ahora. Y las cosas no han cambiado en los quince años que llevan de historia.
Pero una ventaja que tienen los Crowes sobre Faces e incluso los Rolling Stones, es que donde los británicos estilizaron el Blues rock, los Crowes han sabido mantenerlo con los pies en la tierra. El sonido de la banda es definitivamente menos sofisticado o experimental, pero en su pureza está la sustancia que los separa de sus influencias y los hace tan agradablemente disfrutables. El rock Blues apenas es tocado exitosamente hoy en día por un puñado de bandas, de las cuales los Black Crowes es sin ninguna duda su principal exponente. En sus arreglos no hay pirotecnia, pero sobra el entusiasmo del seductor sonido del Rock ‘N’ Roll primario.
El 31 de diciembre era fácil reconocer en el neo hippie de Chris Robinson lo que había de Rod Stewart y Mick Jagger en su estilo personal, mientras se paseaba por una lista de éxitos que incluyó «Jealous Again»; «Bad Luck Blue Eyes Goodbye» y «Soul Singin'», y un minuto antes de la medianoche la banda se detuvo dándole oportunidad para soltar un solitario «creo que algo especial va a pesar en cualquier momento». Allí se inició la cuenta regresiva al año nuevo con la bola de Times Square en las pantallas del Madison, mientras su esposa Kate Hudson y sus suegros Kurt Russel y Goldie Hawn (y demás familiares de la banda), se acercaron a la escena y el recinto explotaba en un «feliz año» que estaré regurgitando por un buen tiempo.
Lo que vino después fue excepcional. «Seeing Things» y «Wiser Time» sonaron como nunca antes las había escuchado, incluso en el ideal Radio City Music Hall. Y «Thorn in my Pride» casi causa una revolución entre los presentes. Pero las verdaderas joyas de la noche serían las versiones de «Ten Years Gone» y «Wanton Song» de Led Zeppelin. Siendo una criatura de los ochentas, nunca estuve ni cerca de asistir a un concierto de los Zeppelin, pero viendo a los Crowes no solo me convencí de que eso era lo más cerca que estaría de hacerlo, sino de porque Page los eligió para mantenerse en forma. Chris Robinson llena los zapatos de Robert Plant con destreza, y aunque forzado a bajar el tono frente a composiciones más elaboradoras que el común denominador de los Crowes, su estética jagueresca les imprime una vitalidad de la que Led Zeppelin hubiera podido haber echado mano. No me malinterpreten, Plant está a años luz de Robinson, pero cuando sus canciones son desprovistas del misticismo zeppeliano simplemente suenan más cercanas y personales.
Esta parte del concierto fue algo confusa. Page, como dije antes, no se presentó, y el rumor entre los presentes era que estaba tras bambalinas. Situación fomentada por la aparente espera de la banda a que saliera alguien que nunca salió, especialmente Rich Robinson y el tecladista Eddie Harsch, quienes intercambiando miradas sentaban el ritmo de la banda mientras daban largas a una entrada que no sucedió.
Concentrado como siempre, Robinson no se dejó intimidar por esto soltando los conocidos riffs de «Ten Years Gone» con habilidad mientras dejaba la responsabilidad de un increíble y original solo en manos de Marc Ford, quien de regreso a la banda tras un periodo durante el cual fue despedido y contratado otra vez, se presentó en el concierto luciendo un bigote de estrella porno de los setenta que era cuando menos, extravagante.
El concierto continuó con la dramática «Seeing Things», seguida por una de las canciones que les dio fama, la versión de «Hard To Handle» de Otis Reading. Rodeado de la banda, Trey Anastasio salió al escenario nuevamente para iniciar un contrapunteo con los coros de Chris Robinson que dejaron a todos boquiabiertos por la química que el ex-Phish experimentó con el grupo. En el 2001, durante la gira del «Brotherly Love» con Oasis, un evento similar con los hermanos Gallagher en el Radio City Music Hall no estuvo ni cerca de hacer honor al nombre del tour. En esa época, ni los Robinson, ni los Gallagher, estaban en buenos términos, dando a todo el concierto un aire de guerra fría cuyo único salvador fue la fortaleza del set.
Hacia las dos de la mañana, el concierto entró en su fase final, cuando tras tocar «Twice As Hard» y «Remedy», la banda regresó al escenario para un encore con el clásico de Los Rolling Stones, «Street Fighting Man». Una selección poco común que habían tocado en el concierto anterior y que quizás había dado pie a los rumores de que Ron Wood (además de Jimmy Page) se iba a presentar esa noche en el Madison.
Al final, Chris Robinson se despidió del Madison. La banda tiro baquetas, armónicas y uñas al público y abandonaron la escena mientras se encendían las luces. Había terminado lo que considero el mejor show de los Crowes a la fecha, y uno que sin duda dará que hablar por un buen tiempo. Si el supuesto próximo álbum de los Black Crowes fuera capaz de incluir aunque fuese un 10% de lo que los muchachos ponen en escena, el Rock ‘N’ Roll recibiría la necesitada infusión de energía que necesita en esta disparatada era de pseudo pop y hip-hop barato.
The Black Crowes con North Mississippi All Stars y Trey Anastasio y 70 Volt Parade
Diciembre 31, 2005, Madison Square Garden, Nueva York, NY
Lista de canciones:
Trey Anastasio y 70 Volt Parade
1. Push On ‘Til The Day (Álbum: Trey)
2. Sand (Farmhouse)
3. Tuesday (Shine)
4. Plasma (Plasma)
5. Mr. Completely (Trey)
6. Night Speaks to a Woman (Trey)
7. Last Tube (Trey)
8. Money, Love and Change (Trey)
9. Come As Melody (Shine)
10. First Tube (Farmhouse)
The Black Crowes
Set 1
1. No Speak No Slave
2. Sting Me
3. Lickin’
4. Thick N Thin
5. Jealous Again
6. Bad Luck Blue Eyes Goodbye
7. Soul Singin’
8. Space Captain
–Feliz año nuevo–
9. Auld Lang Syne
10. Will The Circle Be Unbroken
11. Thorn in my Pride
Set 2
1. Wiser Time (VIDEO)
2. My Morning Song (VIDEO)
3. Ten Years Gone (Led Zeppelin)
4. Wanton Song (Led Zeppelin) (VIDEO)
5. Seeing Things
6. Hard To Handle (con Trey Anastasio)
7. Twice As Hard
8. Remedy
ENCORE
1. Street Fighting Man (Rolling Stones)
Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.