«Los Sopranos» no es una historia de mafia cualquiera. Es una genial serie televisiva producida por el revolucionario canal HBO que va por su sexta entrega y ya ha sido vendida a las principales televisiones del mundo entero. La trama no puede ser más simple: Los entresijos de una familia mafiosa Ítaloamericana de Nueva Jersey en tiempos actuales. Sus protagonistas no han sido construidos de manera tradicional dentro de esta ya «grillada temática» de la mafia Italiana: son humanos y criminales después. Esta «mezcla» me pone muy nerviosa. Estoy acostumbrada a ver a los malos de las películas no como seres humanos sino como personajes de otra galaxia ajenos a mis principios morales y carentes de empatía. Los «malos» siempre han fascinado al subconsciente colectivo pero nunca nos hemos identificado con ellos. No sucede así con Los Sopranos.
La serie gira en torno al cabeza de familia: y «malo-malísimo» por excelencia: Tony Soprano.
De él dicen que es un «sociópata» (individuo de personalidad antisocial manifestada en comportamiento agresivo, pervertido, criminal o amoral que carece de empatía o sentido de culpabilidad) pero yo no puedo estar menos de acuerdo con esta afirmación. Tony es perfectamente capaz de sentir empatía hacia los suyos desviviéndose por una familia a la que quiere con locura y mantiene económicamente. Su problema radica en que un minuto esta haciéndole mimos a su hija y cinco más tarde asfixiando a un soplón del FBI con un trozo de alambre. Tony es querido, admirado y temido al mismo tiempo como cualquier hombre poderoso. Este complejo protagonista, heterosexual y macho «Alpha» por excelencia tiene problemas muy parecidos a los del más común de los mortales: sobrepeso, infidelidad matrimonial, remordimientos de conciencia, problemas no resueltos con su madre, depresión y ansiedad (me imagino que dirigir una banda de crimen organizado debe ser un tanto estresante y si no que se lo pregunten a John Gotti que tomaba Prozac).
Toda esta ansiedad es la causa de numerosos ataques de pánico que le llevan a la consulta de la doctora Melfi protagonizando unas de las más sureales sesiones de terapia que recuerdo haber visto en la pequena pantalla. En ellas Tony nunca habla de su trabajo y cuando lo hace omite la «parte criminal» (por motivos obvios). Ella se resigna pero eso no la impide enfadarse frustrada por tener que trabajar con un paciente que no le da «toda la información». La amable terapeuta se ve en la dicotomía de tener que tratar a un individuo de moralidad dudosa y principios diametralmente opuestos a los suyos. Dicotomía familiar entre los profesionales de la psiquiatría, pues el tratamiento de individuos con principios morales muy distintos es algo a lo que se enfrentan a diario.
Extractos de las sesiones de terapia de Tony Soprano con la doctora Melfi se proyectan a los alumnos de los «colleges» de este país. Los profesores las deconstruyen utilizándolas como ejemplo de lo que verdaderamente sucede durante los tratamientos de psicoanálisis en pacientes. La relación entre el jefe Mafioso y su terapeuta femenina ha llegado incluso a crear polémica dentro del seno de la comunidad Americana de profesionales de la salud dando lugar a la aparición de numerosos artículos en contra y a favor de la doctora. Algunos subrayan que tratar a un criminal es falto de ética profesional, otros amparandose en la psiquiatria «socialista» de Freud, dicen que todas las personas merecen de tratamiento psicológico y en especial un criminal.
Toda la serie gira en torno a este complejo, fascinante, adorable y malvado personaje al que a veces te dan ganas de abrazar afectuosamente y otras pegar con un palo en la cabeza. Los malos siempre nos han fascinado: Drácula, Lex Luthor, Darth Vader, Patrick Bateman y Anibal Lecter son solamente algunos de nuestros favoritos con los que crecimos. El problema es que siempre acabaron mal y en el fondo nunca llegamos a identificarnos con ellos. No sucede así con Tony, que es malo y bueno al mismo tiempo. Como la gente en el mundo real. Tony somos todos aunque no matemos ni pertenezcamos al crimen organizado. «Papa Soprano» es el primer «malo-bueno» de la historia, motivo por el que nos inquieta tanto: es humano y nos recuerda demasiado a nosotros.
Hasta el día de hoy siguen existiendo mitos fuertemente enraizados en el subconsciente colectivo que la televisión recoge, amplifica y reproduce, siendo el más conocido el de que «el malo acaba mal y el bueno acaba bien». Gran falacia donde las haya porque en la vida real esto no sucede así (a veces más bien lo contrario). Por desgracia vivimos en una época donde criminales de guerra millonarios son re-elegidos como presidentes, e inocentes del tercer mundo asesinados por intereses capitalistas.
Una de las funciones de la sociedad mediática, junto con el espectáculo, es ofrecerle (inevitablemente) sentido a la vida. La fuerza emotiva y socializadora del relato audiovisual radica en el hecho de que, en gran medida, produce sus efectos fuera del control de la racionalidad y de la conciencia. La importancia de los modelos o de los mitos socialmente disponibles es capital, porque con ellos es con lo que se construye el imaginario colectivo. En la vida real los malos a veces acaban mal pero a veces acaban bien. Lo mismo con los Buenos y es por ello que personalmente la realidad siempre me ha interesado más que la ficción. El mundo real es mucho más amplio que el catódico y esta abierto a infinitas posibilidades (algunas terroríficas y por eso nos giramos hacia el de la pequeña pantalla: porque es más sencillo). Es por ello que doy gracias a Dios de vivir en un universo menos bipolar que el de la tele en el que se puede ser bueno y malo a la vez. Como Los Sopranos.
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