El pasado 16 de agosto, los dominicanos celebramos el aniversario 142 de la restauración de la Dominicanidad. Pero a pesar de la importancia que representa el onomástico de esa efeméride, el tema suele ser tratado de manera frívola y hasta elemental. La Restauración de la República Dominicana fue el restablecimiento tras una secuencia de escaramuzas y combates guerrilleros, de la soberanía nacional, tras ser empeñada temporalmente por el General Pedro Santana Familias, al Reino de España.
El concepto de Dominicanidad no era conocido antes del 27 de febrero de 1844, fecha en que los haitianos, después de dominar por 22 años la parte Este de la Hispaniola o Santo Domingo (hoy República Dominicana), y debido a los conflictos que se suscitaron tras el derrocamiento del líder haitiano Jean Boyer en 1843, se vieron en la necesidad de abandonar dicha porción de la isla, para poder solidificar su gobierno en el Oeste. No fue hasta la llegada de los haitianos dirigidos por Boyer a la región Este de la isla en 1821, que los dos territorios que hasta entonces se habían llamado Santo Domingo, comenzaron a llamarse Haití. Pero una vez derrotado Boyer por el alzamiento de Charles Riviere Hérard contra el gobierno haitiano, los patriotas dominicanos aprovecharon la oportunidad para proclamar la República.
Las condiciones de los liberales Trinitarios, sin embargo, no eran adecuadas para dar soporte a una nación que nacía en estado de anarquía. Antes de la invasión norteamericana de 1916, los dominicanos nunca tuvieron una organización adiestrada con fines militaristas, y los militares con los cuales se podía contar, Sánchez y Mella, entre otros, eran soldados adiestrados y dirigidos por los haitianos. Por esto fue necesaria la intervención de los conservadores, con Pedro Santana a la cabeza de los hateros y sus hombres, constituidos en un ejército poco organizado y sin armamentos adecuados, para hacer frente a las invasiones haitianas que se dieron de manera consecutiva a partir de 1844.
Al mismo tiempo, el afán regionalista de José Desiderio Valverde, sentaba un precedente divisionista entre los dominicanos al pretender establecer un gobierno con una capital netamente cibaeña en Santiago. Sería necesaria la intervención de Santana para acabar definitivamente con la revolución de julio de 1857 que derrocó a Buenaventura Báez. Pero las condiciones anárquicas y el paupérrimo estado económico del país después del segundo periodo de gobierno de Santana, producto del despilfarro y corrupción de los gobiernos que le sucedieron, entre ellos el de Manuel Jiménez, sólo terminaron de convencer al caudillo de buscar el protectorado de alguna potencia extranjera durante su tercer mandato en 1861, de lo contrario la invasión haitiana se podía dar por segura.
Mantener la Dominicanidad necesitó de algo más que ideas, las cuales aportaban Duarte y los Trinitarios. Las circunstancias históricas, requirieron de la valentía y decisión de Santana, a quien aún hoy en día y de manera carente de análisis alguno se le sigue considerando traidor por devolver la República Dominicana al dominio de España. Pero la amenaza haitiana era constante, y la joven nación no contaba ni con la preparación, ni el soporte coyuntural y mucho menos militar para defenderse adecuadamente por si misma. Una vez salvadas las circunstancias, Santana no tardaría en unirse a los Restauradores.
En perspectiva, la anexión fue oportuna, y hasta podemos considerarla como un paso estratégico, ya que debido a esta pudimos salvar lo que hoy tenemos como República. Viendo la anexión de manera apasionada, percibimos en Santana un traidor, pero desde un punto de vista práctico, era la salida política del momento.
No debe ser extraño para los dominicanos ver a quienes se han destacado defendiendo un ideal, al poco tiempo cambiarse al bando de los que fueron sus oponentes y férreos enemigos. ¿Qué mejor ejemplo del caso de Joaquín Balaguer? “El cortesano de la era de Trujillo”, que gobernó después de la muerte del “Jefe” por 22 años explotando la bandera del “antitrujillismo”. Esta no ha sido una circunstancia vivida sólo por el Doctor Balaguer. Todos nuestros líderes, héroes o mártires han tenido más de una razón por las cuales cayeron en la red de la especulación, dando oportunidad de esta manera a la manipulación de la historia.
Gregorio Luperón, conocido como héroe indiscutible de la Restauración de la República, también tuvo su interés particular en sus negocios de Puerto Plata; y fue el principal asistente del terrible Ulises Heureaux (Lilís). Máximo Gómez luchador incansable por la soberanía cubana junto a Martí y Maceo, fue un oficial del ejército español en tiempos de la anexión, y los conocimientos que tenía como tal movieron al apóstol cubano, a contratarlo. Gómez, conocedor de las estrategias del ejército español, fue factor clave de la lucha en las maniguas cubanas. A Francisco Alberto Caamaño, al frente de los “Cascos Blancos”, se le hizo una encerrona y le han hecho pasar como responsable de la masacre de Palma Sola y de haber dado muerte a cientos de los del culto de Liborio.
La lista es inmensa, pero haciendo uso de un poco de razón y saliéndonos de la tradicional y amañada forma de estudiar la historia dominicana, descubrimos verdades que, a pesar de las pruebas, no nos limitan de sentirnos orgullosos de ser dominicanos y festejar un aniversario más de nuestra restauración, que finalmente se inició el 16 de agosto de 1863, cuando un puñado de hombres encabezados por Santiago Rodríguez enarboló la bandera dominicana en el cerro de Capotillo. Menos de dos años más tarde, el 10 de Julio de 1865, el ejército español abandonaría definitivamente el territorio dominicano.
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