Réquiem para Hubert Selby Jr.

El 26 de abril de este año dejó de respirar Hubert Selby Jr., uno de los genios más menospreciados de la literatura americana. Probablemente sea Selby también el último de los verdaderos Beats, aquella generación pintada por Jack Kerouac a través de Dean Moriarty en «On the Road»: un grupo de jóvenes implorando su libertad, en búsqueda de lo beatífico, paradójicamente condenados a una vida casi siempre horrorosa y nada envidiable. Jack Kerouac, muerto a los cuarenta y siete años de cirrosis, William Burroughs, adicto veinte años a la heroína y Hubert Selby Jr., condenado a morir desde los diez y ocho años.

En todo caso, y desde cualquier punto de vista, que un marinero medio enfermo, o enfermo y medio, sin ninguna formación literaria más allá de los cuatro libros de Melville y Joyce que se leyó en el hospital, pudiera crear una obra como «Last Exit to Brooklyn» es sin duda impresionante. En este libro se percibe una necesidad narrativa, una búsqueda lingüística que no escatima sobre todo en los recursos auditivos. De hecho, cuando se le preguntó a Selby Jr. cual era su mayor influencia al escribir, su respuesta, siempre parca, fue «Bethoveen». Tal afirmación no sorprende al leer lo esmerado que siempre serán sus diálogos, que conducen la narrativa, que guían al lector y que hasta su último libro, el sensacional «Waiting Period» no dejarán de reflejar la realidad americana, o neoyorquina, de Brooklyn.

hubertlong2Hubert Selby Jr. © Christopher Felver/CORBISClaro que no toda «realidad» es bonita, mucho menos si se pasa por el calvario que Selby Jr. pasaría prácticamente toda su vida. Por esto no asombró a nadie que las mentes pacatas no vieran más allá de los personajes conflictivos y la violencia engendrados en Last Exit, prohibiéndola durante algunos años tal como antes habían hecho con los trabajos de Miller, Burroughs y Joyce, por sólo mencionar a algunos. Pero esto fue de poca importancia, y menores consecuencias, y finalmente pudimos acceder a lo que Allen Ginsberg llamó una bomba que «explotará sobre los Estados Unidos y será leída ávidamente incluso dentro de cien años». Selby logró captar la angustia americana, la decepción, la violencia y todo aquello ligado a cierta población que siempre parece ser excluida de los relatos contemporáneos.

Es en este punto cuando aparecen las analogías biográficas, aunque no narrativas, con los mal llamados Beats. Según él mismo, Burroughs «despertó de la enfermedad» luego de veinte años de adicción, sólo para ver «Naked Lunch» censurada por «perversa». Ginsberg lo había descrito como «un recorrido en montaña rusa por el infierno». Selby Jr., por su parte, despertó luego de su paso por doctores y medicinas para crear Last Exit y verla descartada en Inglaterra por el «obscene publications act» (Ley de publicaciones obscenas) de 1959.

Por otro lado, su espíritu Beatnick paralelo se vislumbra en sus colaboraciones, que lo hacen ver como una especie de doppelgänger piche de William Burroughs. Burroughs verá Naked Lunch llevado a la pantalla por David Cronenberg, Selby Jr. verá Last Exit dirigida por un desconocido. Burroughs grabará con Kurt Cobain, Selby Jr. con Henry Rollins, siendo su última aparición en el 2000 en la genial «Réquiem for a Dream» de Darren Aronofsky. Incluso hoy en día Steve Buscemi trabaja en una adaptación de «Queer» de Burroughs, mientras Selby se pierde en el olvido.

Sin embargo, Selby Jr. siempre sería un marginado, tanto por su condición física como por su forma de escribir. Demasiado enfermo, demasiado demacrado y sin la desfachatez de Jack Kerouac para abandonar a sus esposas, Selby Jr. trabajaba de día y escribía de noche, a pesar de la piedra negra que latía en su pecho y que lo obligó a dejar de fumar —finalmente— un mes antes de su muerte. Este tren de vida le impidió poder participar de las fiestas y salidas de los imprevisibles Beats, quienes buscaban siempre la última experiencia vital.

Entonces, ¿cómo describir a Hubert Selby Jr? No parece haber otra manera sino la de hacer referencia al Beatnick que no perteneció a la generación Beat. Al escritor que nunca estudió literatura, que nunca fue premiado, que nunca fue siquiera leído antes de ser criticado. En un mundo donde prevalece la literatura pseudo-erótica, «La vida sexual de Catherine M» es el best-seller du jour, donde los franceses terminan plebiscitando los esfuerzos mediocres de Fréderic Beigbeder o Michel Houellebecq, donde es difícil sino imposible evitar mediatizarse a lo Easton-Ellis para vender libros, en nuestro mundo, Hubert Selby surge como un llamado a la modestia, a la sinceridad y a la escritura desde el corazón y la realidad.

Más que eso, su legado se concentra en la herencia de unos personajes que, como seres humanos, sufren contradicciones y cometen errores. A diferencia de otros escritores, Selby nunca trata de rectificarlos sino que más bien los ve como piezas del humano presente en cada uno de nosotros, incluyéndose a si mismo, que por no ser ejemplo de conducta para nadie, se rehúsa humildemente a enjuiciar moralmente a sus propios personajes. Selby, al contrario de los escritores moralistas, se limita a exponerlos y descubrir su sufrimiento, uniéndolos al lector a través de un vínculo de empatía.

Hubert Selby Jr. entendió esta relación escritor/personaje mejor que cualquier otro novelista contemporáneo, dando una lección que serviría a más de uno en nuestro presente liberal individual de sálvese-quien-pueda.

Hubert Selby Jr. (1928-2004)


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