Todavía hay lugares en la tierra donde la realidad se confunde con la leyenda. Territorios separados de la planicie del pensamiento único y la aridez de la desesperanza, donde a pesar de las penurias y la miseria, o quizá por eso mismo algunas historias se cubren de un aura mítica.
Como ya todos sabemos, y los que no ya lo vamos a saber, en la legendaria India la sociedad está estratificada en castas. Estas son hereditarias y no se mezclan entre sí, por lo que los de cada casta sólo contraen matrimonio con sus iguales.
En el último peldaño de un sistema que tiene algo más de dos mil castas, al fondo de unas escaleras que bajan al intestino gordo de las estrategias del poder, se encuentran los intocables, los «sin casta», descendientes de los originales habitantes de la India. Los Parias.
Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo describe a los Aborígenes de la siguiente y sarcástica manera: Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.
Para los muy ingenuos hay que aclarar que los que mandan en India no es que sean unos fanáticos sin lectura, ni que se crean ni la mínima parte de ese cuento, sino que les viene perfectamente que esto se mantenga así en la mente de los que están por debajo de ellos.
Los sacerdotes hinduistas (ya dijo Marx que la religión es el opio del pueblo) se encargan de recordar que este sistema es revelación divina y por tanto inmutable. (Incuestionable, artrítico, rocoso, cabrón, e intolerante) Se supone, que si uno cumple con las obligaciones de la casta en la que nace, en cuanto a tipo de trabajo, boda con iguales etc., en una futura reencarnación puede tener la dicha de ser miembro de una casta superior; y así va uno de cucaracha a elefante pasando por innumerables vidas, llegando en algunas a ser inclusive vendedor de coches usados, por lo que hay que tomárselo con calma.
Aunque los occidentales nos solemos horrorizar con ese tipo de creencias primitivas, aquí también tenemos algo de eso. Nacer pobre en la India debe ser definitivamente, culpa del karma. Pero morirse de hambre es responsabilidad exclusiva del portador, que prefiere eso antes que comerse un nutritivo bistec de vaca sagrada. Pero al menos para ellos es un asunto de elección, porque en el resto del mundo aunque no se crea en lo sagrado de la vaca, se cree en lo sagrado de la propiedad privada y los hambrientos no pueden estar mordiendo las vacas que pastan por ahí, así les guste el Big-Mac.
Por eso me encanta cuando la gente que explica así el hambre en la India: «es que no comen vaca».
Tampoco es por ponerme feminista, pero como es habitual, para el sexo femenino esta división es particularmente denigrante, porque las de casta muy baja son maltratadas y sufren abusos sexuales y demás infamias por parte de castas más elevadas.
Esta estructura, fundamento de todo el organismo social, político y religioso de India, tiene su origen en los pueblos arios, que llegaron al sub continente hace más de 3.500 años. Ellos introdujeron las castas (varna, color) en la zona, para separar a los conquistadores de la población nativa (¿suena familiar?).
En Los Vedas, (las escrituras sagradas más antiguas) aparece ya la división en cuatro grandes grupos: los brahmanes (sacerdotes), los kshatriyas (nobleza militar), los vaisyas (comerciantes burgueses) y los sudras (obreros). Éstas castas se subdividen inagotablemente, siendo la de los intocables la más baja y despreciada, estando por debajo de las cucarachas de los campesinos, de quienes se considera que incluso su sombra es impura.
Así estaban las cosas cuando a finales de los años 70 irrumpió en el panorama hindú, el rostro de una pequeña y joven mujer que al mando de una banda de forajidos, empezó a sembrar terror y devoción a partes iguales en el interior del sub continente. La policía ofrecía 10.400 dólares por su cabeza, aunque el pueblo llano, sobre todo los intocables, la encontraban bastante simpática.
Phoolan Devi (que significa diosa de las flores) había nacido el 10 de agosto 1963 en Gurha ka Purwa, un pequeño poblado al norte del país en donde viven más de 140 millones de personas (se dice rápido) en la que es actualmente, una de las zonas más subdesarrolladas y pobres de la tierra.
Phoolan provenía del último estrato del sistema de castas, de la zona más pobre de uno de los países más pobres del mundo y, como si fuera poco, era mujer y pequeñita (o sea, traía el karma como revuelto pues). Así no es extraño, dada la situación social y racial a la que estaba condenada, que las flores que haya repartido Devi en su legendaria vida estuviesen rellenas de plomo.
A los diez años sus padres la cambiaron por una miserable bicicleta entregándosela a un señor de 35 años que prometió («le prometo señora, no tocar a la nenita hasta que esté madurita») aguantarse hasta que la niña estuviese en edad de procrear para consumar la unión. Pero el tipo sin bicicleta se aburría y decidió, ya que nadie lo veía, violar a la pequeña.
Esto provocaría una de las primeras señales de que Phoolan no era la hindusita típica común y corriente, ya que no dispuesta a calarse esa situación, decidió hacer algo inconcebible para el Dharma (reglas que rigen la conducta de los hindúes): escapar y tratar de volver con su familia. Pero como esto (otra vez de acuerdo al Dharma) hubiese significado un deshonor para la familia (o quizás ya habían pintado la bicicleta), la enviaron de vuelta a su cónyuge que con el tiempo, cansado de la rebeldía de la nena (para suerte de Phoolan) se buscó una nueva mujer, abandonándola a la orilla de un río con la secreta esperanza de que se la comiera algún tigre. Por buena o mala suerte, un campesino la encontró y la llevó de nuevo a su aldea, donde las cosas no mejoraron demasiado, con Phoolan ahora siendo repudiada por sus vecinos que consideran su temperamento rebelde como prueba de que ella era la reencarnación de Nirti, soberana de las grietas por las cuales el mal penetra en el mundo.
La razón era que Phoolan insistía en desafiar su condición de mujer, de pobre y de paria, lo que irónicamente le granjeó el odio de otras mujeres, que no podían entender que ella se sublevara ante lo que ellas soportaban dócilmente. Pero esto sólo sería el abreboca de una vida de esas destinadas por fuerzas inexplicables a la tragedia. (Ver Lady Di).
En 1979 un primo de Phoolan llamado Mayadin, que era un malandro y había usurpado las tierras del padre de Phoolan (vamos, que se había ido a vivir al rancho y de ahí no se quería ir), quizás por no tener nada mejor que hacer o para desviar la atención hacia otra cosa, acusó a su prima de un robo. Phoolan fue detenida y encerrada en la prisión de Kalpi, donde bajo el yugo de un policía llamado Mansukh fue violada por sus carceleros y los demás prisioneros.
Más tarde Phoolan lograría probar su inocencia, pero ahora, más estigmatizada que nunca (y es de suponer que con la inocencia agotada) se dedicó a cometer pequeños hurtos con bandas de rateros que abundaban por su barrio. Pero su primo, arremetió de nuevo, encargando a una banda de bandidos que la secuestraran, la torturaran y la mataran.
La banda estaba dirigida por un tal Babu Gujar, que pertenecía a una casta superior, y entre sus hombres se encontraba Vikram, que era Mallah como ella. Y no fue más que mirarse a los ojitos para que Phoolam y Vikram quedaran prendados el uno del otro, por lo que antes que el jefe de la banda lograra cumplir su cometido Vikram lo asesinó, dando inicio a la leyenda de quien más tarde sería conocida como «La reina de los bandidos».
Como era la primera vez que un hombre la respetaba y le brindaba protección, Phoolan se integró a la banda, de la cual ahora Vikram era el líder, e inmediatamente empezó a planear su venganza. El primero en caer, sería Mansukh, su pesadilla en la cárcel de Kalim. Más tarde afirmaría que lo que muchos llamaron un crimen, para ella era simple y llana justicia. El siguiente fue su ex marido.
Phoolan Devi vivió escondida en las cañadas de Madhya Pradesh, el estado conocido como el corazón de la India, y se dedicó con su amante a robar a los terratenientes y a las casta de los Thakur que explotan a los Mallahs; practicando castigos ejemplares contra los que abusaban de niños y mujeres, cortándoles «la serpiente» (como llamaba ella a los genitales masculinos); y repartiendo parte de sus botines entre las mujeres pobres de los poblados quienes no tardaron mucho en convertirla en la reencarnación de la mismísima Diosa Kali o de Durma, la diosa guerrera.
En la imaginería hindú Kali es la diosa de la destrucción, esposa de Shiva, el dios que derriba para regenerar. Kali a veces aparece representada como Umá «Diosa de hermosura» o como Durma la «perversa bebedora de sangre».
Los hindúes no entienden la destrucción como la nosotros por lo que estas diosas no representan deidades maléficas sino divinidades necesarias en un universo que necesita destruirse para poder regenerarse.
En India, la fama de Phoolan y Vikram adquirió dimensiones míticas. Ambos eran de castas inferiores y se habían rebelado contra el sistema con la misma violencia con la que estas castas pretendían subyugarlos, pero la felicidad de Phoolam no duró demasiado, y en 1981 Vikram fue abatido por rivales y ella hecha prisionera, en uno de los episodios más duros —si cabe— de su ya terrible existencia.
Como el enfrentamiento en el que murió su amante había sido producto de un ajuste entre bandas, Phoolan fue trasladada a Behmai, pueblo Thakur, donde en una pequeña cabaña cercana a la plaza pública fue violada continuamente por los hombres del pueblo, arrastrada desnuda por las calles, golpeada y torturada por 23 largos días antes de ser liberada con apenas las suficientes energías para susurrar a la salida del poblado un inaudible «volveré».
La promesa se cumplió el catorce de febrero de 1981, día en que Phoolan, esta vez como líder de los Dacoit, la banda que no hacía mucho encabezaba su amante, decidió volver al poblado a cumplir una nueva venganza.
Mientras en el mundo occidental los amantes se regalaban bombones, Phoolam volvía a su propio infierno para llenar el cuerpo de plomo a veintitrés Takures (uno por cada día que pasó prisionera) en lo que, hasta hoy, es la masacre más grande en la historia contemporánea de la India. El episodio, aún ante los ojos de aquellos que la idolatraban, era por demás, escandaloso.
Que una mujer hubiese osado ponerse a la par con hombres era insólito. Pero que llevara a cabo asesinatos en contra de una casta superior era simplemente inaceptable.
Después de la matanza de Behmai, Devi fue declarada enemigo público número uno en India y entre las artimañas para obligarla a entregarse hasta sus padres fueron arrestados. Pero sólo después de más de 3000 arrestos, rendiciones y ajusticiamiento Devi decidió empezar a negociar su entrega.
Entonces se rumoraba que una de las admiradoras de Devi era Indira Ghandi, la primer ministro hindú, la cual, para evitar un final violento para la forajida, envió un delegado para que negociara su rendición. Las conversaciones no fueron fáciles y las demandas de Devi aumentaron con el paso de los días, hasta que en febrero de 1983, casi dos años después de la matanza, Phoolan aceptó entregar sus armas ante ministros y delegados.
Entre las condiciones de su entrega estaba nunca ser extraditada a la jurisdicción de Behmai, que no sería esposada, que no podían ahorcarla, que no podía tener una sentencia mayor a ocho años y que de tener que hacerlo sería en una cárcel especialmente acomodada para ella. Además, que su primo devolvería las tierras de su padre y que estos serían recolocados a mejores tierras en condiciones preferenciales.
En esos dos años de negociaciones la policía y la milicia hindú había quedado en ridículo cientos de veces, incapaces de dar con su paradero, por lo que la respuesta del gobierno fue sin titubeos: todo lo que Devi pida.
El día de su entrega Devi fue aclamada por miles de descastados, pero las promesas del gobierno sólo se cumplieron a medias, por lo que terminó cumpliendo 11 años en la cárcel sin haber recibido una sola sentencia, y muy seguramente dándose cabezazos contra la pared por gilipollas.
Sin embargo, mientras nuestra heroína se encuentra fuera de escena, su mito va en aumento. Un cineasta se interesa por su biografía y hace una película basada en Phoolam que titula «La Reina de los Bandidos». Y para cuando sale de la cárcel en 1994, gracias a la ayuda de grupos de defensa de los derechos humanos, descubre que su popularidad es aún mayor que once años antes.
Pero su beligerancia no ha disminuido un ápice, así que lo primero que hace al salir es demandar al director de la película sobre su vida, y solicitar la destrucción de la cinta por considerarla infamante y aburrida, para luego publicar, con ayuda de unos periodistas, su propia autobiografía narrada. Phoolan, con todos los kilómetros que tenía encima, era completamente analfabeta.
Ese mismo año, aprovechando el prestigio adquirido entre los parias, Phoolan se presenta como parlamentaria por los de su casta y obtiene un escaño y también se casa con un prospero constructor, dando la impresión de haber abandonado para siempre una vida marginal y violenta.
Sin embargo, Phoolan no tardó en convertirse en una emblemática parlamentaria socialista que nunca perdió la rudeza adquirida en su años de prófuga, sorprendiendo a menudo a sus camaradas con airadas intervenciones, que no hicieron sino ganarle más enemigos políticos de lo que ya tenía, que la veían como amenaza al sistema social de la India.
Por lo que no fue muy sorpresivo cuando el 25 de julio de 2001 fue acribillada en la puerta de su residencia en Nueva Delhi por Sher Singh Rana, en venganza por el asesinato de los 23 Takures ajusticiados casi veinte años atrás. (Aunque también han recaído sospechas sobre su marido, y es que la chica tenía enemigos).
El caso se cerró casi inmediatamente, declarándose como una venganza personal según la versión del asesino, pero Phoolan, que durante toda su vida política recibió amenazas de muerte, había sido desprovista recientemente de la mayoría de su escolta cortesía del mandante partido derechista, y una solicitud de porte de armas le había sido negada hacía apenas un mes antes debido a su prontuario policial.
En más de una ocasión Phoolan declaró que ella era lo que era porque ella había logrado escapar de su pasado y legalizar su protesta hasta llevarla al parlamento. Pero aún cuando ella creía haber escapado su pasado, su pasado se negó dejarla escapar a ella.
En India, a pesar de que la Constitución prohíbe la discriminación, cada hora dos intocables son asesinados, dos de sus casas incendiadas y tres de sus mujeres violadas, pero esto a nadie le importa. Al menos no mientras no se les ocurra malograr a una de sus benditas vacas sagradas.
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