Pasan cosas raras en Argentina

El lunes 8 de septiembre del 2003 un efímero grupo de piqueteros cortó la avenida Hipólito Irigoyen (también llamada ruta 202) en San Fernando, provincia de Buenos Aires. El corte de rutas era cosa de todos los días, pero ese lunes no existía información que anunciara tal acto. Pero lo que llamó mi atención no fue el corte en sí, llevado a cabo con una cubierta de camión humeando en el medio de la arteria y el grupo sentado a lo ancho de la calle. Lo que me sorprendió profundamente fue reconocer a una amiga entre los manifestantes. No eran más de quince, estaban vestidos en jeans, remeras y zapatillas y sus rostros no reflejaban ni furia ni enojo.

No había forma de avanzar y, al reconocer a mi amiga, bajé de la Traffic blanca que conducía entonces y luego de saludarla le pedí que me abriera el paso.

De ninguna manera Cruz, – me respondió ella – este corte como sabrás no es contra vos ni contra ninguno de los conductores que están tocando bocina, pero, dadas las circunstancias, vas a tener que meterte por Carupá y dar la vuelta.

Carupá es una localidad que pertenece a San Fernando. Es su parte noroeste. No me gustaba la idea, en esa zona de casas humildes existía el mito del asalto, que dejó esa categoría en cuanto robaron al mismísimo intendente luego de un acto político. Sus calles, de asfalto destruido y baches profundos, obligaban a moverse despacio, cosa que los cacos sabían aprovechar.

-¿Cuánto van a estar?

-Hasta las 2 de la tarde.

Eran las 11:45, me iba a casa a almorzar y no tenía apuro. Trabé las puertas de la camioneta y prendí un cigarrillo ofreciéndole uno a María que aceptó complacida. La había conocido en mis épocas de militante en un nuevo partido político que, a fuerza de la soberbia de sus dirigentes, se fue achicando hasta casi desaparecer. Al principio me pareció demasiado buena para mi gusto, pero con el tiempo le fui ganando confianza y hasta me resultaba admirable su desprendimiento patológico de las cosas materiales. A sus 60 años, tenía más fuerza e impulso que yo. Viuda y sin hijos.

A pesar de tener la posibilidad de acceder a la zona de entre vías, donde se agrupa la clase media sanfernandina, ella optó por una vida menos confortable en las inmediaciones de la autopista. En los últimos 30 años, esa zona había cambiado a todos los colores posibles en las estadísticas de peligrosidad y pobreza y hacía diez que se mantenía en el nivel rojo.

Poco a poco y a fuerza de pulmón fue armando un centro comunitario. Su comedor año tras año iba duplicando sus servicios y cada día era una lucha sin cuartel en pos de las donaciones de los supermercados, frigoríficos y mercados de la zona. Mucho más duros eran los políticos. Todos en San Fernando la conocían o sabían de su existencia, pero era afiliada al partido radical y al tener el distrito una hegemonía de políticos peronistas no conseguía sacarles mucho. Simplemente le exigían la desafiliación al radicalismo y el ingreso al peronismo para conseguir la financiación, e incluso le prometían una banca en el Concejo Deliberante. Nunca aceptó esos tratos y tuvo que conformarse con algunas limosnas de campaña y la ayuda de las empresas privadas y particulares.

Su casa era chica y humilde, pero con un gran fondo. Gracias al aporte de una empresa cementera y la ayuda de vecinos, logró construir dos grandes ambientes techados, donde instaló una gran cocina, mesas largas y bancos. Allí daba las comidas. En el cuarto contiguo nadie sabe como, había logrado instalar un puesto sanitario atendido por una enfermera de la Cruz Roja, que compartía el lugar con el aula de clases de apoyo para alumnos de primaria. Esa fue mi función dos veces por semana.

Todo rayaba con la miseria, pero María siempre conseguía las cosas necesarias para que todo funcionara.

-¿Que pasó María? Que hacés cortando la calle.

-Ah, Cruz, los años me van cansando la paciencia y los vecinos me pidieron que los acompañe. El comedor está funcionando a pleno, tenemos más de 200 chicos; a pesar de tu retirada, de lunes a sábados se dan clases de apoyo, la enfermera consigue bastantes remedios.

-Todo en orden entonces. ¿Qué haces acá?

-Pasa lo siguiente, el intendente saco un proyecto de ayuda económica para los centros comunitarios, $4000 por mes por cada 150 niños. En cuanto salió el proyecto saltamos todos de alegría, ¿sabes lo que significa para el centro esa guita? Yo me presente en la municipalidad y llené los formularios. Pasó una semana y no hubo noticias. Fue entonces cuando llamé al concejal Martínez. ¿Sabes que me contestó?

-Decime.

-Que el proyecto decía también que debe haber una distancia prudencial entre los centros comunitarios a recibir la ayuda y que dentro de mi radio ya la tenía aprobada la capilla San Roque, la del otro lado de la autopista. Yo le busqué la vuelta, llevé fotos, videos de programas de TV, certificados de colegios agradecidos. Nada, inamovible la decisión. El radio ya está cubierto. Por eso estamos acá, queremos que pase el intendente y deba dar la vuelta por Carupá, para que vea claramente que el radio de mi centro no tiene ningún tipo de cobertura.

-Me quedo con vos un rato, en algún momento pasará.

Yo por ese tiempo conducía un programa radial de política. Le exigí que fuera el sábado siguiente. Le hice un reportaje y enuncié una sentida editorial con respecto al tema tratado. Pero lo único que conseguí fueron amenazas al directorio de la radio de cortar la publicidad municipal. Así y todo no paré, hice dos editoriales más enriqueciendo la primera y luego de ello abandoné esa radio y el programa.

Un año después puedo asegurar que el problema sigue sin resolución. Así y todo María sigue luchando por su centro comunitario, hay mucha gente que está con ella y la ayuda. Tal vez un día consiga sus $4000 por mes. Ese día mi país, va ser un poco mejor.


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