Hay una noticia bomba fermentándose en Rusia esta semana, pero la prensa nos está vendiendo una historia muy diferente acerca de los que realmente está sucediendo. La cobertura periodística de la detención por parte del gobierno de Vladimir Putin del «hombre de negocios» Mikhail Khodorkovsky se ha manejado con un sentido propagandístico tan obvio, que apenas habría podido ser peor durante la guerra fría. Es más, algunos viejos amigos míos, ellos saben quiénes son, están participando en el show.
Esta historia, sobre la detención político-motivada de Khodorkovsky, el ridículamente rico magnate que dirigía la compañía petrolera Yukos, es, de hecho, una historia importante para el público en general. El choque entre dos de los gángsteres más malos del mundo; Putin y Khodorkovsky, es también una gran batalla simbólica, cada uno representando a los dos grandes pretendientes vivos del dominio global.
Putin representa el pasado, el cual resulta ser el presente de los Estados Unidos: la democracia ficticia, en realidad una oligarquía despiadada de intereses corporativos, con el estado como árbitro castrado.
Khodorkovsky representa el futuro: no hay árbitros. Lo cual es la razón por la que los medios internacionales han elegido tomar partido con él. Presentando su caso como un referéndum abierto acerca de la revolución neo-conservadora. Una revolución que desde hace algún tiempo, se ha luchado clandestinamente en los Estados Unidos.
El génesis de este escándalo es demasiado complicado para realmente poder explicarlo en detalle. Pero en general la historia es como sigue: Khodorkovsky es uno de la docena de «empresarios» que emergieron tras la caída de la Unión Soviética para dominar la economía rusa. Una serie de privatizaciones corruptas, organizadas y supervisadas por consejeros norteamericanos, se aseguró de que la propiedad de los activos del estado ruso fuera a parar a las manos de este puñado de ladrones.
Con esto, los Estados Unidos, en conjunto con el gobierno de Boris Yeltsin, crearían una clase súper-rica de oligarcas que defenderían despiadadamente sus activos contra cualquier intento de re-nacionalizar la economía. A cambio, y éste es el punto clave, debían apoyar financieramente el gobierno «democrático» establecido. Mediante el uso de tales maquinaciones se iba a crear un estado ruso obediente, completamente dependiente del apoyo corporativo, que contestaría al llamado de los Estados Unidos cada vez que se necesitara algo de ellos, como por ejemplo, ayudar en el bombardeo de sus aliados tradicionales, los serbios.
El momento clave de esta historia es el invierno de 1996. Las encuestas demostraban que Yeltsin perdería si ninguna duda la reelección en contra del inepto comunista Gennady Zyuganov. Así que el gobierno, conjuntamente con los Estados Unidos, vendió las joyas de la corona de la economía rusa a estos ladrones a céntimos por dólar. A cambio, los beneficiarios financiaron la masiva campaña de reelección de Yeltsin. Así fue cómo Khodorkovsky, entonces el gerente de un banco llamado Menatep, llegó a controlar el precioso imperio petrolero que es Yukos y que ahora está bajo fuego. Yukos, prácticamente, le fue regalada a Khodorkovsky. Su banco fue puesto a cargo de la subasta del 78% de la compañía, de la cual él excluyó a otros licitadores a voluntad. Después, «pagó» alrededor de $300 millones de dólares (si pagó o no este dinero es algo que aún se discute) por su control sobre el 78% de la empresa. Yukos está valorada en este momento en unos $15 mil millones de dólares.
Y hasta aquí ni siquiera hemos comenzado a contar la historia de Khodorkovsky. Porque incluso en el grupo de individuos fantásticos que participaron en este robo descomunal, él merece una mención honorífica. Khodorkovsky es el Al Capone de Rusia. ¿Ustedes han visto esa primera escena de la película Goodfellas (Buenos Muchachos) dónde Ray Liotta dice, «toda mi vida deseé ser un gángster»? Bueno, imagínense en ella a Khodorkovsky cerrando de un golpe la maletera del carro. En una nación de mafiosos, él es el rey, el genio frió y despiadado. Tomaría cientos de miles de páginas detallar todos sus delitos, que hacen ver al venezolano Carlos Andrés Pérez como Punky Brewster.
Voy a poner un ejemplo de una historia que escribí hace varios años sobre una compañía minera rusa llamada Avisma, que eventualmente demandó a sus dueños en los Estados Unidos nombrando a Khodorkovsky, entonces gerente de Menatep, como el villano principal. Menatep compró (se alegó, debo decir, en los Estados Unidos) la compañía, y forzó a sus directores a vender sus propiedades a una compañía ficticia propiedad de Menatep llamada TMC a centavos x dólar. TMC vendió sus productos (principalmente titanio) a inversionistas occidentales al costo. Para empeorar las cosas, TMC (según alegaron) entonces indujo a Avisma a comprar materiales de ellos muy por encima del costo. Los lectores están invitados a imaginar lo que las palabras «forzó» e «indujo» significan en este contexto. Al final, no quedó nada sino el esqueleto de la una vez prospera empresa. Cualquier dueño de un restaurante en Brooklyn que haya tenido que tratar con las familias Lucchese o Gambino sabrá reconocer esta técnica.
Esto es lo qué fue descrito como «la estimulación del capitalismo de mercado» en la nuevo Rusia, y por muchos años a todos les pareció muy bien, a la prensa, al estado ruso y a la misión diplomática norteamericana. Hasta este año, cuando Khodorkovsky rompió las reglas del trato implícito con el nuevo estado ruso. Khodorkovsky decidió que él no le quería seguir pagando al padrino, Putin. En lugar de bajarse de la mula con el tributo acordado, comenzó a hacer ruido sobre su deseo de ser presidente él mismo en las elecciones del 2008, y aún peor, comenzó a financiar partidos de la oposición.
Daré a Putin esto: el tipo tiene bolas. A diferencia de Boris Yeltsin, quien por ocho años consecutivos cayó de rodillas frente a cada grasiento con un dólar en el bolsillo, Putin decidió hacer un ejemplo de Misha. En los Estados Unidos se arreglan estos problemas dando el contrato para hacer F-117 a otra empresa. En Rusia, los métodos son un poco diferentes: un bien sincronizado accidente automovilístico, una maletín explosivo, una enfermedad mortal y sin cura contraída después de una conversación telefónica. La más civilizada de estas opciones es el encarcelamiento y la confiscación de bienes. ésta es la ruta que tomó Putin con Khodorkovsky. En respuesta a la decisión de no seguir las leyes de la mafia, Putin decidió, por primera vez, hacer cumplir las leyes del estado.
Cómo alguien puede encontrar algo de moralidad en todo esto, está más allá de mi entendimiento. Pero no está más allá del entendimiento del New York Times, ni del entendimiento de The Boston Globe. Estos periódicos, junto con la mayoría de los medios de comunicación occidentales alrededor del mundo, han transformado esta lucha por los activos robados al pueblo ruso, en una batalla entre las fuerzas malvadas de la nacionalización y los arduos y bondadosos trabajadores (Khodorkovsky) representantes de la amistosa economía de mercado. Así es cómo Steven Lee Myers, del New York Times, describió la dimisión del Jefe de Personal del Kremlin, Alexander Voloshin, quien aparentemente se ha lanzado en apoyo de Khodorkovsky:
«Del lado del señor Voloshin están un grupo de personas que favorecen la libertad de la economía. En el otro lado están esos consejeros que, como Putin, sirvieron en la K.G.B. y otros servicios de seguridad y que favorecen un rol más fuerte por parte del estado… «
Myers deja de lado el hecho de que Khodorkovsky, como la mayoría de los magnates de la nueva Rusia, es producto de los servicios de seguridad, siendo una vez jefe del Komsomol en Moscú. Myers continúa: «esa facción, conocida colectivamente como los siloviki; o como Chekistas según el viejo término soviético para describir al personal de inteligencia, se cree que ha iniciado o ha apoyado el asalto legal en Yukos, aunque exactamente porqué, está aún en duda.»
Esto es total y absoluta paja. Todos los rusos saben exactamente porqué. Porqué Yukos no le pagó al padrino. Esto es típico del New York Times, convertir desacuerdos de la mafia en un confuso conflicto ideológico. Por ya una docena de años, en ese periódico cualquier persona que ha discrepado con la tribu corporativa neo-conservadora en línea con los intereses norteamericanos, ha sido un quedado en la nota soviético. Vale observar que hace apenas tres años, cuando Putin era el mismo gamberro embotado que es hoy en día, el New York Times llegó al exceso de retratarlo como el próximo Thomas Jefferson. Entonces, Putin estaba de nuestro lado.
Al lado del artículo de Myers, The New York Times publicó un editorial titulado, «Crimen y Castigo para los Capitalistas«. El mismo fue escrito por Leon Aron, el autor de uno de las mamadas de pene más embarazosas en la historia del arte biográfico: «Yeltsin: Una Vida Revolucionaria». En el editorial, Aron detalla muchos de los mismos hechos que he establecido aquí, pero asegura, contra toda prueba disponible, que los magnates son realmente gente maravillosa y productiva que están haciendo su esfuerzo más grande para levantar Rusia. El editorial está lleno de oraciones condenando a Putin como la siguiente: «nadie sabe que tan lejos llevará su campaña en contra de la vitalidad económica…»
Los periódicos han llegado incluso a retratar a Khodorkovsky; un hombre cuyo nombre hace que los rusos escupan incontrolablemente sobre el mapa del imperio, como un mártir anti-soviético a la altura de Andrei Sakharov. The Boston Globe, usualmente la fuente más confiable de la cobertura en Rusia, incluso publicó una foto de la AFP que mostraba a una mujer con un letrero en el que se lee, «Liberen a Khodorkovsky».
La marcha «pro-Khodorkovsky» de la que esta mujer formaba parte, es del tipo de la que ningún periodista con algo de vergüenza debe cubrir. En Rusia, es bien sabido que las demostraciones «espontáneas» a nombre de monstruos de la elite son generalmente producciones pagadas. Yo fui una vez a una manifestación de «Avanzando Juntos», el supuesto movimiento juvenil de apoyo a Putin, en la cual daban boletos para ver Shrek a cambio de aparecerse. En otra, una demostración a nombre del partido neofascista llamado LDPR liderizado por Vladimir Zhirinovsky, a los manifestantes se les daban cerveza gratis. Inclusive llegaron a darme cerveza a mí. El LDPR hace las mejores fiestas de toda la ciudad.
Muchos de nosotros que pasamos los años noventa en Rusia, nos dimos cuenta de que la intención de los Estados Unidos era la de crear un estado impotente que permitiera a los intereses económicos agarrarse nuestros activos a voluntad. La población en este plan debía ser buena para consumir las mercancías manufacturadas en el extranjero, con las mismas materias primas producidas económicamente en Rusia. La meta era un estado castrado, anarquía, un vasto y confuso territorio de consumidores prisioneros, mano de obra barata y petróleo y aluminio sin ninguna vigilancia.
Algunos de los que volvimos a casa después de ver esto comenzamos a darnos cuenta que el mismo proceso está en marcha en los Estados Unidos: la erosión de la base impositiva, la apropiación gradual de las instituciones del gobierno por intereses económicos, una población masiva, desorganizada e inútil para todos excepto como consumidores. ésta es su revolución: destruir estados en todo el mundo, creando una nación global y dispersa de chalets y de paraísos fiscales, tan inaccesibles como el mismo Olimpo, y con entrada restringida incluso para los dictadores más poderosos.
De esto es lo que se trata todo el asunto con Khodorkovsky, de preservar ese sueño. Pregúntense que otra razón puede tener la prensa norteamericana para defender a un ladrón con ocho mil millones de dólares en el banco.
Matt Taibbi es el editor del periódico alternativo eXile en Moscú y es colaborador del periódico independiente norteamericano The New York Press, donde este artículo apareció originalmente.
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