Hace unas noches me encontraba deambulando melancólico, solitario y con una pequeña carga etílica en una zona poco iluminada de Washington, DC. En una esquina se encontraba estratégicamente una bella mujer con mini de cuero, botas hasta la rodilla y larga melena negra, bajo un faro de tenue luz. Cuando me tocó pasar junto a ella se me ocurrió la loca idea de gritarle «¡esa mamita, yo te conocí en Caracas!»
Ella se dio vuelta rápidamente y yo en lugar de recibir el buscado carterazo recibí un caluroso «¡Muérgano! ¿Cuándo nos conocimos?»
Después de las típicas cosas que se dicen dos venezolanos pelabolas, recién conocidos y pasando frío a la una de la madrugada en DC, la invité a unos tragos que aceptó con el mayor de los gustos: «menos mal que manejo mi propio negocio y me puedo dar estos lujos». Ya en un bar acorde con esta historia, me narró sus aventuras: «En fin, que te puedo decir, lo mismo de siempre. Me enamoré como una güevona de un y que fotógrafo de modelo que me trajo a esta vaina, me arreché con el tipo y aquí ando haciendo lo mismo que allá pero ganando en dólares, y no me ha ido nada mal.»
«Claro aquí entre nos y sin ánimo de ofender, si los cerebros fugados ganaran la mitad de lo que produce un buen culo, seguro me entenderías. La promoción del Miss Venezuela es una vaina muy arrecha».
«En fin, hasta hace una semana estuve de lo mejor. Me tenía controlado a un diplomático español que se portó bastante chévere hasta que me hizo arrechar y lo mandé pa’l carrizo.»
«Resulta que el carajo no sólo era temático sino además monotemático: le gustaba ponerme boca abajo y después que se montaba me hacía leerle «El Quijote». Lo que pasa es que el pobre quería oír la historia con acento sudaca.»
«Al principio la vaina no me gustaba nada, pero como el tipo era buena paga y yo desde chama agarré el hábito de leer «Jazmín» antes de dormir, y siendo «El Quijote» y no el «Oráculo del Guerrero», entonces le eché pichón al asunto. De hecho cuando El Quijote se enfrentó a los molinos yo ya estaba fascinada con la historia ¡Ahhhh, esperaba con ansias cada noche a que mi hidalgo llegase a casa!»
«Pero claro, como todos los hombres ¡la tuvo que cagar! Una noche cabalgaba de lo más cariñoso y repentinamente dejó de llamarme Dulcinea y empezó a llamarme Rocinante; y hasta empezó a ponerse medio violento, el muy bellaco. Pero como yo soy veterana en esta lid, le asesté un buen golpe en sus partes nobles antes que me llamara Sancho Panza, el infeliz. Entonces tomé mi bolso, mi manta y mi libro, y me fui a por mejor ventura en estos campos de Dios».
Yo estaba fascinado con su historia. Sobretodo encantado con ese acento caraqueño mezclado con lengua castiza que me volvía loco. Parecía una pavita de La Candelaria arrecha con su mamá. Recuerdo el humo, el olor a licor, la música y sobre todo el final de tan alocada noche, la cual terminó como empieza aquella maravillosa historia: «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…»
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