A mí me importa muy poco que me mientan. Por lo menos no mientras yo posea el control total de las consecuencias de esas mentiras. Total, cuando se llega cierta a edad uno está casi curado de la bola de infamias que se reciben a diario, que van desde todas las propagandas en la televisión hasta las del amigo que te jura que cada fin de semana se acuesta con una mujer diferente. La cual siempre es, por supuesto, guapísima.
Sin embargo, hay momentos en que los pelos de la espalda se me levantan. Esto es cuando escucho mentiras cuyas consecuencias van más allá del simple ánimo de envanecerse. Por ejemplo, cuando Jimmy Carter es tildado de justo e imparcial.
Jimmy Carter es un maestro manipulador y el caballo de Troya favorito de Washington en cuanto a «consolidación» de la democracia se refiere. Y el hecho que por alguna razón haya fallado en remover a Hugo Chávez del poder, a pesar de todo el show que ha montado por dos años, solo significa una cosa: el próximo paso, si George Bush gana las elecciones, es violento.
Durante los veinticuatro años que han pasado desde que el pueblo norteamericano lo expulsó de la Casa Blanca, Carter ha servido de rostro comprensivo y progresivo, de lo que en realidad son políticas retrogradas y derechistas que recibe por apuntador directo desde Washington. Por lo cual no es de extrañarse, que en todos los casos en que Carter ha metido la mano para servir de «mediador» u «observador» internacional, los líderes problematicos hayan tenido el perfil nacionalista e independiente de Hugo Chávez y la oposición el carácter violento y derechista de la venezolana.
De más está decir que en ninguno de ellos, Carter intercedió por el oficialismo.
James Earl Carter, Jr., fue el 39º presidente de los Estados Unidos de América, desde 1977 hasta 1981. Su administración es usualmente descrita como mediocre y negativa, producto exclusivo de las consecuencias políticas de la era de Nixon y la Guerra de Vietnam. Y aunque las cosas ya eran difíciles para los Estados Unidos en esta época, durante su presidencia la inflación y el desempleo llegaron a niveles históricos.
Carter también es un Premio Nóbel de la Paz, pero al igual que los otros dos presidentes norteamericanos en ser honrados con el premio antes que él, Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson, lo recibió por hacer absolutamente nada de importancia relacionado con ella, y como muestra un botón.
Como es bien sabido, el archienemigo público número uno de los Estados Unidos es Osama Bin Laden, fue entrenado por tropas norteamericanas para enfrentar la invasión rusa de Afganistán durante las década de los ochenta. Este entrenamiento, fue aprobado por nuestro amigo Jimmy Carter y no el gobierno de Reagan como muchos creen, con un paquete de ayuda militar de $40 mil millones de dólares que al final llevaron al establecimiento del régimen Talibán e incluso a la primera y a la actual Guerra del Golfo a través de lo que se conoce como la Doctrina Carter, que en pocas palabras establece que los Estados Unidos no permitirá la influencia de otro país que no sea los Estados Unidos en la zona del Golfo Pérsico.
Durante su presidencia Carter también apoyo el genocidio en Timor del Este por parte de los indonesios y ocultó al público las consecuencias del accidente en la planta nuclear de Three Mile Island en Pennsylvania. Todo esto, mientras su gobierno supuestamente se sustentaba sobre los principios de los derechos humanos y todo ese montón de falsedades que algunos años después le ganaría el premio Nóbel. Quizás los señores del jurado jamás leyeron las cartas personales de Carter a Anastasio Somoza, donde le felicitaba por su excelente servicio a la causa de los derechos humanos, mientras los pueblos que se oponían a su gobierno eran bombardeados por armas compradas en el viejo U.S. of A. bajo la tutela de su presidente.
Esta estrategia de perseguir fines imperialistas con la excusa de los derechos humanos, sería el único legado de su presidencia, pero su verdadero rostro se haría más evidente, a pesar de sus esfuerzos en contrario, después que abandonara la Casa Blanca.
Ya desde sus primeros días como político, Carter era una persona controversial. En 1971 se lanzó por primera vez a un cargo público como gobernador de Georgia montado sobre la plataforma del gobernador de Alabama George Wallace, cuyo lema era «segregación ahora, segregación mañana, y segregación para siempre». La estrategia de Carter en las elecciones no puede ser descrita sino como sucia, y la misma implicó, entre otras cosas, repartir fotos de su contendor, el ex gobernador Carl Sanders, en las que se encontraba en compañía de gente de color.
En un sur aún mayoritariamente racista, Carter ganó las elecciones de cajón. Pero ser segregacionista no fue suficiente para mantenerse en el poder, por lo que cuatro más tarde, tras un periodo que fue descrito como «gobierno imperial», perdió en la carrera por la reelección.
Sin embargo, lo que entonces, ni en 1980 era bueno para los Estados Unidos, ahora lo es para el resto del mundo, que tiene que calarse a Carter y su comitiva de «activistas por la democracia» donde quiera que un líder pretende tomar decisiones sin pedirle permiso al presidente norteamericano de turno.
Aparte de Afganistán, Carter también ayudó a establecer la democracia en Haití, donde intento convencer a Jean Bertrand Aristide de no lanzarse para las elecciones en 1990 para evitar un «baño de sangre». Aristide, abiertamente anti norteamericano, eventualmente ganaría las elecciones, pero solo para ser removido por un golpe de estado que lo sustituiría por el candidato que Carter le había pedido que apoyara, el ex empleado del Banco Mundial y títere norteamericano Marc Bazin. Las víctimas del régimen democrático de Bazin se cuentan en las decenas de miles.
El genocidio haitiano sería orquestado por otro miembro del grupo de amigos de Carter, el general Raoul Cedras, a quien el ex presidente norteamericano describió como alguien digno de dar clases de catecismo, solo para conseguirle carta blanca por el gobierno de Bill Clinton para abandonar el país cuando la desestabilización de la nación caribeña se hizo más que evidente…y el grueso de las industrias públicas haitianas ya habían sido nacionalizadas.
Con el pueblo haitiano pidiendo por el regreso de Aristide, Carter trajo de vuelta al haitiano, a quien se le leyó cuidadosamente la cartilla neo-liberal que debía poner en práctica como precio por el cargo. Pero como este había aprendido su lección, cuando Carter se dio la vuelta, Aristide se negó a obedecer los lineamientos de Washington, uno de los cuales era, romper con las relaciones de diplomáticas con Cuba.
Cuba, al igual que ahora en Venezuela, estaba prestando ayuda humanitaria a Haití en la forma de médicos rurales, una de las razones por las que Aristide se negó a romper con el gobierno de Fidel, y una de las razones por las que en 2004, el gobierno de George Bush pondría en escena la farsa de golpe de estado que terminaría con «exportarlo» al África. Montaje legitimizado por Jimmy Carter vía «criticismo diplomático» del régimen caído.
En ese entonces, algunos analistas internacionales tuvieron la perspicacia de hacer notar que el episodio haitiano parecía ser, más que una advertencia, una práctica de lo que pondrían en movimiento en Venezuela para remover al rebelde presidente venezolano Hugo Chávez Frías. El tiempo les daría la razón.
Desde que Jimmy Carter llegó a «intervenir» en el proceso democrático venezolano, lo único que ha hecho es intervenir a favor de la oposición. Legitimizando la guerra mediática en contra de Hugo Chávez y sus seguidores con la excusa de defender la libertad de expresión, y apoyando la petición de ir a un referéndum innecesario que lo único que se esperaba que hiciera era eliminar de una buena vez a Chávez de los círculos del poder.
Porque Jimmy Carter no está en Venezuela para apoyar la democracia. Como en Haití, en Nicaragua, en Afganistán y en República Dominicana en las elecciones de 1990, Carter y su combo lo único que estaban haciendo era preparando el camino para poner en el poder a los que han prometido continuar con las políticas neoliberales que fueron interrumpidas cuando la Quinta República tomó la presidencia.
Venezuela es harto importante en este momento para los Estados Unidos. Controlar a Venezuela y a Irak como fuentes energéticas le da a Washington la estabilidad para mantener su régimen mundial mono liderizado, además de servir de lección a cualquier otro que se le ocurra decir que no le gustan las hamburguesas. Pero mientras Chávez se mantenga, esto no va a suceder y de hecho, puede hacer que las cosas se pongan peores, cuando otros líderes cabeza caliente deciden salir del closet y rebelarse siguiendo el ejemplo que Caracas dio.
Por esto el gobierno de George Bush aceptó el triunfo de Chávez a regañadientes. Su intención era no hacerlo nunca, por que esto dejaría abierta la posibilidad de que a través de Carter mismo o a través de futuras estratagemas, pudieran hacerse con el petróleo venezolano sin tener que mediar con alguien que considera que el país que lo produce debería ser el que lo administra.
Tras las elecciones, Carter, que al igual que la oposición alimentaron una falsa imagen de que Chávez no era popular en el país, no le quedo otra que retractarse, pero no sin antes lanzar una advertencia que muy seguramente no será la última.
En declaraciones al New York Times el 20 de Agosto de 2004 Carter afirmó que lo único que espera es que ahora que ha ganado el referéndum «Chávez baje su retórica anti-norteamericana…la cual deploro».
Y de esto no hay duda ni está solo. Jennifer McCoy, la cabeza del «súper independiente» Centro Carter tiene un libro en ciernes llamado «The Unraveling of Representative Democracy in Venezuela«. El libro es completamente antichavista y entre sus colaboradores se incluyen joyas como José Antonio Gil Yepes, presidente de Datanalisis, quien como ha sido reportado en todos los periódicos del planeta, menos en Venezuela, declaró ante el Los Ángeles Times que él sabe cual es la solución a todos los problemas de Venezuela: Chávez tiene que ser asesinado.
El señor Carter más vale que se vaya a acostumbrando a la idea de que con su acostumbrada imagen de Madre Teresa no va a llegar a ninguna parte. A los partidarios de Hugo Chávez les importa muy poco lo que pueda opinar o querer. Por lo que debería, por una vez, hacer algo positivo como pedir que en Washington bajen la guardia y terminen de una buena vez con su retórica anti-venezolana.
Lograr eso, de alguna forma, justificaría en algo el Nóbel ese que le dieron como premio por tomarse fotos construyendo ranchitos en el tercer mundo.
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