Filibuster, n. [Sp. flibuster, flibustero, corrupted fr. E. freebooter. See «Freebooter»].
A lawless military adventurer, especially one in quest of plunder; a freebooter; — originally applied to buccaneers infesting the Spanish American coasts, but introduced into common English to designate the followers of Lopez in his expedition to Cuba in 1851, and those of Walker in his expedition to Nicaragua, in 1855.
Diccionario Webster – 1913
Con todo el escándalo amarillista que la estrecha relación Habana-Caracas ha causado en los últimos años, ha quedado a un lado una historia que en más de una ocasión se ha cruzado para determinar cosas mucho más importantes que las de hoy en día. En tiempos pre-petroleros, Venezuela apenas era un vestigio del sueño de un hombre universal que por casualidad había nacido allí. Provincia del Virreinato de la Nueva Granada, de recursos limitados y de difícil acceso, Venezuela era difícilmente esencial dentro de los planes imperiales españoles. Por lo que lo más impresionante de que Bolívar haya liberado gran parte de Hispanoamérica es que haya nacido en Caracas y no en otra parte de la América española, incluyendo Cuba, la niña mimada del gobierno español. Toda una ironía.
Y Bolívar no sería un caso aislado. Cuando José Martí aún estaba siendo amamantado, a otro venezolano se le ocurrió la idea de liberar a Cuba de las garras madrileñas. Su nombre era Narciso López.
Y si nunca han escuchado de López, es porque sus intenciones siempre se han considerado incongruentes con las de Bolívar, Martí y hasta de el mismo pueblo cubano, convirtiéndolo injustamente en un ser oscuro, ignorado y casi despreciado por la historia hispanoamericana. Sin embargo, esta confusión es producto del análisis anacrónico de sus aventuras, que desde el punto de vista de un observador moderno, lo convierten en poco más que un mercenario. A pesar de esto, el venezolano es recordado obligatoriamente por lo único que se considera positivo de su paso por la historia: López fue el creador de la actual bandera cubana.
Lejos de ser un imperialista disfrazado, Narciso López simplemente sufría conceptos aún arraigados en los hombres de la época sobre la libertad de las naciones, que no siempre incluían la abolición de la esclavitud.
Para ilustrar esta situación, los ciudadanos de Cuba, a pesar de beneficiarse de la esclavitud y ser colonia española, se consideraban a si mismos tan libres como los californianos de hoy en día a pesar de ser miembros de la unión americana. Durante la revolución norteamericana, por ejemplo, un grupo de aristócratas cubanas llamado “Las Damas de la Habana», atendiendo a la solicitud de fondos de George Washington, financiaron la revolución norteamericana con una donación de 800,000 libras de oro «para que los hijos de las madres norteamericanas no nazcan como esclavos». Este dinero, muy seguramente proveniente del sudor esclavo en una colonia, según las cubanas, era el dinero de una nación libre. La donación ayudaría a liberar a los Estados Unidos de los ingleses, pero la situación cubana no cambiaría mucho a pesar de la cercanía.
La independencia norteamericana, sin embargo, fue más chucuta de lo que usualmente se presenta, y a pesar de las diferencias entre Cuba y los Estados Unidos, un elemento clave jugaría un papel importantísimo en sus historias: la esclavitud. Esto no sería ignorado por los norteamericanos del sur cuando empezaron los primeros choques con el norte por divergencias sobre el tema.
Con el norte de los Estados Unidos libre de esclavos y sede de la capital y las ciudades más influyentes, el sur sabía muy bien que en algún momento les llegaría la hora de debatir sobre la esclavitud, y una de las estrategias que veían como salida al problema era la diversificación hacia una Cuba esclavista.
La idea, aunque maquiavélica, no era nada mala desde el punto de vista mercantil. Entre 1762 y 1763, los ingleses habían ocupado la isla tras la guerra de los siete años, que acabó con la exclusividad española sobre los productos cubanos y permitió a los ingleses venderlos a cuanto rincón eran capaces de llegar con sus barcos mercantes. Las ganancias bien valieron el conflicto, pero al regreso de los españoles en 1763, con el azúcar ya superando al tabaco como el principal producto de la isla, el número de esclavos había llegado a niveles históricos.
Ya desde principios de siglo Thomas Jefferson había imaginado el mapa de los Estados Unidos incluyendo a Cuba. Con la anexión de Cuba y Canadá, escribió Jefferson en 1809, «tendríamos un imperio para la libertad como ella no lo ha conocido desde la creación». Y en 1817 añadiría, «Si tomamos Cuba, seremos los amos del Caribe».
Jefferson mismo, y más tarde James Polk, trataron inútilmente de comprar la isla, con el último ofreciendo la bicoca de $100 millones de dólares en 1848. Pero ninguno de ellos hablaba en nombre de la libertad. La independencia de Cuba por los mismos cubanos significaba casi seguramente la emancipación de los esclavos, amenazando el sistema esclavista del sur norteamericano y la extinción de la clase terrateniente cubana, que con esto en mente abogaban en Washington por la anexión de la isla a la unión americana.
Pero fuera por la razón que fuera, lo cierto es que los Estados Unidos quería quedarse con Cuba, y creían que sólo debían esperar el momento propicio para ocuparla. Para llevar a cabo estos planes, ya en 1810 el presidente Madison advertía a los ingleses que si trataban de conquistar Cuba de nuevo, los Estados Unidos no se quedaría de brazos cruzados. Y cuando desde Venezuela empezó a organizarse una expedición para independizar la isla, el secretario de estado Henry Clay advirtió que bloquearía cualquier intento de llevar a cabo tal cosa.
A diferencia de otras ya naciones como Colombia o los mismos Estados Unidos, y en forma similar a Venezuela y Haití, la población negra cubana sobrepasaba excesivamente a la blanca peninsular y criolla. Por lo que para mantener el orden y evitar episodios violentos como el de Haití, España mantenía a Cuba armada hasta los dientes y en constante estado de vigilia, cosa que los Estados Unidos veía más como una amenaza hacia ellos que como un signo de la desestabilidad que sufría la isla.
Inestable o no, para 1848 la situación norteamericana ya poco a poco se encaminaba hacia la guerra civil de 1861 y Cuba se había convertido en una opción viable de expansión y ganancias. Y para lograr ese objetivo no había nadie mejor que un baquiano, ducho en el idioma y con experiencia no sólo en el ejército español, sino también en la isla.
Narciso López nació en Caracas el 13 de septiembre de 1798. Hijo de españoles, vistió el uniforme realista en el frente de los llanos venezolanos. En la Batalla de las Queseras del Medio, tras ser vencido por las tropas de José Antonio Páez, este lo llamaría «valeroso comandante realista». López respondería años después llamando a su insignia «brillante pero ignominiosa librea».
Tras la guerra de independencia, López fue enviado a España, donde fue ascendido a Brigadier y asignado de manera sucesiva como gobernador de Cuenca, Valencia y Madrid. Pero sería su participación en la Primera Guerra Carlista, la que le ganaría el título que sellaría su rol en la historia latinoamericana: presidente de la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente en Cuba y gobernador de la provincia de Trinidad. El encargo, sin embargo, duraría poco, y eximido de sus obligaciones tras la caída de los liberales en España, se dedicaría a conspirar en secreto contra el régimen colonial hasta que fue descubierto y obligado a exiliarse en Nueva York el 4 de julio 1848.
Lamentablemente para López, su concepto de independencia y libertad estaba viciado, y la abolición de la esclavitud nunca fue parte del plan al que se dedicó obsesivamente en lo que le quedaba de vida: la libertad de Cuba. Además, mientras la libertad había sido unánimemente vista como un sistema de independencia total por los emancipadores americanos, López tenía una idea un tanto diferente que no le perdonarían los historiadores de entonces y de ahora; Cuba, para ser libre, tenía que ser norteamericana. Obviamente, López no tuvo ningún problema convenciendo a los hijos de Washington de financiar este sueño.
Históricamente a Narciso López siempre se le ha pintado como un perro de guerra sirviendo a los intereses de los terratenientes esclavistas norteamericanos asentados en el sur. Sin embargo, y como ilustré anteriormente, el apoyo a su causa fue mucho más generalizado y su nombre no tardó mucho en convertirse en símbolo de la energía liberadora de los nacientes Estados Unidos de América.
En su libro «Fatal Glory: Narciso López and the First Clandestine U.S. War Against Cuba«, el historiador Tom Chaffin afirma que López era un «genio como promotor» que no solo logró el apoyo de los sureños, sino también de los políticos en Washington, los hacendados en Cuba y la prensa de Nueva York, convirtiéndose momentáneamente en la bandera de la lucha en contra el largo brazo del federalismo. Según Chaffin, López era un romántico que falló en ver en la esclavitud un problema independiente y hasta peor que el de la colonia, convirtiéndose sin darse cuenta en un cómplice de las intenciones colonialistas del sur norteamericano.
Una vez en Nueva York, López fue contactado por un tal Ambrosio José Gonzáles, miembro del «Havana Club», una secta masónica secreta que lo había enviado desde la Habana para buscar apoyo en la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Los masones cubanos, que habían sido perseguidos y obligados a la clandestinidad tras la caída de Espartero en España, veían en los españoles no sólo una amenaza como organización, sino como economía. En su mayoría esclavistas azucareros, las presiones europeas para eliminar la esclavitud eran una amenaza sería contra su supervivencia y, aunque no del todo a gusto, consideraban que la incorporación de Cuba a los Estados Unidos al menos resolvía temporalmente este problema.
Antes que a López, ya Gonzáles, le había propuesto la invasión al general y héroe de la guerra mexicano-norteamericana William Jenkins Worth. Worth, también masón, aceptó la comisión, pero antes que la misma cuajara el Departamento de Guerra de los Estados Unidos lo envió a Texas, donde murió de cólera poco después. Entonces Gonzáles le ofreció la invasión al General Caleb Cushing, que aunque le ayudó a contactar al presidente Polk, se negó a participar en la aventura. Sería en un viaje de regreso a Nueva York desde Washington en 1849 cuando Gonzáles finalmente conoció a López y a algunos de sus seguidores en una reunión de conspiradores.
Fue en esta época cuando López diseñó la bandera cubana. Según la leyenda romántica del evento, López había estado dormitando en una plaza neoyorquina cuando tuvo una visión al observar el cielo azul manchado con el rojo de un ocaso. En realidad la bandera es una mezcla de símbolos masónicos con la bandera de Texas, con ambas compartiendo una única estrella en representación de los cinco puntos de la confraternidad masónica. Texas, la última gran anexión de la unión norteamericana, era lo más cercano a un ejemplo que tenían los anexionistas cubanos.
Y ni Gonzáles ni López perdieron tiempo en poner en marcha el plan. Para junio de 1849 todo estaba listo para entrar en acción, y con el lema «Cuba, la próxima Texas», habían recogido fondos y reclutado mercenarios en las principales capitales norteamericanas. Pero justo cuando daban los últimos toques a sus planes murió el ex presidente James Polk, y con él todo el apoyo de un Washington ahora en manos de un hombre más diplomático, Zachary Taylor.
Según el plan trazado por López, las tropas zarparían desde Mississippi, donde serían recibidas por el pueblo cubano como libertadores, ayudándoles a vencer la resistencia española. Pero Taylor tenía sus propias ideas sobre el asunto y serviría de aguafiestas para los independentistas. Desde la anexión de Texas, el norte y el sur se habían enfrascado en una guerra política sobre si la esclavitud debía ser permitida en los nuevos territorios. Tanto Polk como Taylor se habían mantenido firmes en evitar tal cosa, a pesar de las amenazas de secesión de los sureños. Por lo que cuando este último se enteró de los planes de López, lo tomó como un paso de los estados del sur hacia la independencia política al ignorar las directivas del poder central en Washington.
Y el ataque iba más allá de un problema doméstico. En 1850 los Estados Unidos había firmado con Inglaterra el Tratado Clayton-Bulwer que prohibía a ambos países anexarse territorios en el Caribe y Centroamérica, y además estaba el Tratado de Neutralidad de 1818 con los españoles, los cuales eran violados por las acciones de López y que podían desencadenar una crisis diplomática que en el ambiente de división que sufría el país en ese momento, podían tener consecuencias catastróficas. Por lo que tras negociar sin éxito una resolución al problema, y para cubrirse las espaldas, el 11 de agosto de 1849 Taylor se vio forzado a proclamar públicamente la existencia de una «invasión criminal de Cuba», bloqueando la isla para evitar que los mercenarios llegaran a la misma.
Como arrestar a los rebeldes hubiera sido tomado por el sur como una agresión, Taylor ordenó que los mismos fueron dejados en paz, pensando que una muestra de la voluntad gubernamental sería suficiente para desbandarlos. Pero López no se asustaría tan fácilmente, y tras reorganizarse en Nueva Orleáns bajo la tutela del gobernador John Quitman, organizó un ejército de 521 hombres y sentó una segunda fecha para la operación. A pesar de las expectativas, el sueño duraría poco. El 19 de mayo de 1850, López desembarcó en la población de Cárdenas, pero las tropas españolas inmediatamente disolvieron a los invasores al no conseguir ningún apoyo popular, lo cual era de esperarse. Según el historiador Philip S. Foner, en todo el ejército de López sólo cinco eran cubanos, «el resto vino principalmente de los estados del sur» de los Estados Unidos.
El historiador Augusto Mijares comenta que bajo fuego español, uno de los cubanos que estaba con López le dijo, «lo abandonan López, lo abandonan». A lo que López respondió inmutable, «Los cubanos nadan, don Pepe, lo que hay que hacer es empujarlos al agua».
Pero fueron los españoles los que empujaron a López al agua, quien escapó hacia Key West casi de inmediato cuando el gran número de bajas dejó en claro el fracaso de su misión. La cual resultó más catastrófica de lo que esperaba cuando una Corte Federal acusó a Gonzáles, López y Quitman (entre otros) de violar el tratado con España el 21 de junio de 1850 y fijó el mes de diciembre para comenzar el juicio.
A pesar de las circunstancias, López siguió con sus planes y empezó a organizar una tercera expedición antes que comenzara el juicio. Esta también sería frustrada por el gobierno federal, pero justo cuanto todo parecía perdido y los anexionistas empezaban a dudar de la cordura de sus acciones, sucedió los que todos ellos temían. El 4 de julio de 1851, un grupo liderado por Joaquín de Agüero se levantó contra los españoles en Cuba y declaró la independencia.
La revuelta fue aniquilada rápidamente y Agüero terminó sus días frente a un pelotón de fusilamiento, pero la noticia no hizo sino abrir los bolsillos de los inversionistas especuladores en el futuro cubano, lo cual ayudó a López a organizarse una vez más para intentar una nueva y última invasión a la isla.
El 2 de agosto de 1851 un ejército conformado por unos 450 mercenarios partió desde Nueva Orleans y desembarcó poco más de una semana después en el recodo de Bahía Honda al oeste de La Habana. López dejó un cuarto de sus tropas en el lugar de desembarco y marchó con el resto a tomar la población de Las Pozas, donde nuevamente se encontró con el rechazo de la población. Al día siguiente, un quizás no mejor organizado pero más sustancioso ejército español lo atacó sin compasión con 500 hombres. Y para evitar sorpresas, un día más tarde se sumaron otros 800.
Sin perder las esperanzas de poder levantar los ánimos de los cubanos por su propia independencia y bajo fuego constante del enemigo, López inútilmente continúo incitando a la población. Disminuido y con el grueso de sus hombres huyendo hacia unas montañas de las que no regresarían, el 29 de agosto López fue capturado por los españoles y llevado a La Habana para juzgarle por traición.
Sus hombres no corrieron mejor suerte. La mayoría fueron fusilados sin juicio alguno, incluyendo al sobrino del Fiscal General de los Estados Unidos John J. Crittenden. Irónicamente, aquellos dejados con vida fueron reducidos a la esclavitud al ser condenados a trabajos forzados en la explotación minera o sembrando caña de azúcar.
Los periódicos norteamericanos, que durante los últimos tres años habían reseñado con frecuencia las desventuras de López, inmediatamente empezaron a especular sobre el destino del venezolano. Sam Houston, captor de Santa Ana en Texas, promotor de la anexión y entonces Senador por ese estado, confesaría en una entrevista que, sobre la expedición, «temía lo peor». Mientras tanto, el presidente Millard Fillmore (Taylor había muerto prematuramente el año anterior), de acuerdo a las memorias de Ralph Waldo Emerson, había ordenado ser actualizado cada hora sobre cualquier noticia que llegara de La Habana.
No sería hasta el 4 de septiembre que se confirmaría lo que todo el mundo ya suponía. El 1 de septiembre López había sido escoltado a la Plaza de La Punta en La Habana y ejecutado en el garrote vil.
Indefenso ante su verdugo y seguro de lo que le esperaba, López no perdió la oportunidad de hacer uso de sus dotes como promotor y lanzó una última afrenta al gobierno que tanto le había dado y que ahora le quitaba. «Mi muerte», —dijo desafiante— «no cambiará los destinos de Cuba». Para bien o para mal, esa fue una afirmación difícil de contradecir.
La aventura de López siguió llenando páginas en la prensa norteamericana por el resto de 1851. Los periodistas mayormente responsabilizaban al presidente Fillmore por el fracaso de la misión —como le sucedería a Kennedy por Bahía de Cochinos casi cien años más tarde— por no haber otorgado los recursos necesarios para la invasión. Fillmore —como Taylor antes que él— buscó proteger sus relaciones con España dejando en claro que López no tenía ninguna relación con el gobierno y pidió excusas por el incidente. No sin dejar en claro, sin embargo, que el interés de sus conciudadanos era de esperarse ya que la isla era «casi» esencial para la seguridad de los Estados Unidos.
Pero a pesar de ser sólo «casi» esencial, el historiador Robert E. May comenta que el asunto cubano causó tal impacto en Washington que en su mensaje al Congreso de 1851, el presidente le «dedicó aproximadamente dos veces más atención a las invasiones cubanas que a la crisis entre el norte y el sur por la esclavitud».
López sería olvidado rápidamente por la prensa a medida que las hostilidades entre el norte y el sur de Norteamérica llevaban inevitablemente hacia la guerra civil. Pero su paso por la historia norteamericana no sería fácil de ignorar y curiosamente está más relacionado con la literatura que con la milicia. Para referirse a sus intentos de invasión la prensa norteamericana a favor del venezolano empezó a buscar un sustituto para la palabra que por definición debían utilizar para describirlo: mercenario. Como la pusieran esta palabra no sugería nada bueno del aventurero, que requirió una que expresara más simpatía o al menos neutralidad. La respuesta la encontraron en una del idioma español. Tras fracasar en anexar Cuba a los Estados Unidos López les dejó como legado un recuerdo de su lengua materna: la palabra filibustero.
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