Octubre es el mes en el que oficialmente comienza la carrera por el Oscar, y no hay duda de que los estudios siguen este estricto calendario cuando vemos llegar un montón de actrices muertas o desnudas a la pantalla en melodramas que pretenden pasar por verdaderos guiones cinematográficos.
En este renglón tenemos tres películas recientemente exhibidas y cuyo efímero paso por las pantallas nos dicen más que lo que sus directores trataron por 6 horas. «Sylvia”, «Verónica Guerin” y «The Human Stain” tratan sin ningún éxito de convencernos de la auto-importancia de sus existencias mientras se olvidan de aunque sea entretener.
«The Human Stain», cuyo título me imagino será traducido como «La Mancha Humana», está protagonizada por Anthony Hopkins, Ed Harris, Gary Sinise y Nicole Kidman. Kidman siempre me ha parecido una actriz mediocre cuando más, por lo que decir que ella es lo mejor de la película no es ningún cumplido.
Hecha como un proyecto de estudio con severos cambios a lo largo y ancho de su producción, «The Human Stain» era la carta de Miramax a los Oscar de este año. Pero tras ser estrenada en 600 cines en los Estados Unidos y pasar en tan sólo una semana a 125, la película fue completamente ignorada en el Festival de Toronto donde —literalmente— fue objeto de burla.
Y no hay duda de por qué. El film es un completo desastre, con Kidman haciendo de bedel trascendental y salvavidas y Hopkins de profesor universitario negro (!) de Nueva Jersey. Si Hopkins, usualmente un actor efectivo, hubiese sido capaz de tan sólo ocultar su acento inglés el resultado quizás hubiese sido algo creíble. Su preocupación por detalles como este es obvia y luce confundido y desorientado en casi toda la cinta. Su presencia y la desnudez de Kidman en la película no tienen —al parecer— otra intención que la de ocultar un guión mediocre e incrementar la posibilidad de llenar butacas con sus fanáticos.
Podríamos hablar por horas sobre el miserable reparto, la falta de visión del director o la auto-importancia del mediocre guión. Pero para empezar digamos que el libro de Roth no debió ser llevado a la pantalla. Por lo menos no de esta forma. Su novela, que sigue las desventuras de un profesor tras ser suspendido injustamente de la universidad por hacer comentarios racistas, es pretenciosa y pretende servir de guía filosófica sobre la vida moderna y la llegada a la edad adulta. Que la novela produzca o busque producir un shock moral en el lector al revelar más allá de la mitad del libro que el protagonista es negro, es algo que no tengo la menor idea como Miramax pretendía reproducir en celuloide.
Debido a esto, detalles como ese son exagerados o ignorados a brocha gorda (si es imposible que Hopkins cambie el acento, mucho menos cambiará el color de piel), convirtiendo a la película en un extenso y tortuoso valle de lágrimas por el que la mayoría de los espectadores preferirán tomar una siesta. Lo cual deben hacer con mucho cuidado ya que muy posiblemente en las pantallas más cercanas a la suya se estén presentando dos películas «basadas en hechos de la vida real».
«Sylvia» y «Verónica Guerin» son una doble dosis de melcocha protagonizada por dos actrices/celebridades haciendo de mujeres realmente importantes, que tuvieron vidas relevantes y que sufrieron muertes horribles. Estas dos películas son las que me hacen desear que se pudiese comprar licor en el cine.
La trama de Sylvia es como sigue: Sylvia Plath (Gwyneth Paltrow) era una joven y talentosa poeta que se suicidó antes de que el mundo aplaudiera su talento. Su mala estrella se fue en picada cuando conoció a su futuro esposo, el poeta Ted Hughes (Daniel Craig), quien no sólo había obtenido la fama y reconocimiento que ella no tenía, sino que además la trataba como si fuera un mueble. Hughes, la deja sola y abandonada todo el tiempo mientras ella cuida de sus niños en hogares oscuros y desolados en los que el viento silba constante a través de todas las ranuras de las paredes.
De esta manera la película simplemente se reduce al concepto de que Hughes volvió loca a Plath, o lo que es aún peor, que los hombres siempre vuelven locas a las mujeres. Dejando cualquier juicio sobre esta materia a un lado, la película falla al no comentar sobre cómo esto influyó en su obra, aunque esto en realidad no es culpa de los productores. El proceso creativo de un escritor es tan complicado que en el cine rara vez alguien se ha acercado a explicarlo visualmente.
En el caso de «Sylvia» esto no sucede porque Christine Jeffs, la directora, comete el error de contar la historia de la poeta sólo desde su época post-Hughes. Toda la vida de Sylvia Plath fue una traumática cadena de experiencias que finalmente terminaron en su suicidio, por lo que es doloroso ver como una película en su honor simplemente ignora detalles como los problemas con su padre, quien fue uno de los grandes responsables de su suicidio. Sin este preámbulo al espectador sólo se le queda la posibilidad de culpar a Hughes por su muerte. No me tomen a mal, Hughes realmente tuvo un rol en el suicidio de Plath —el tipo era un patán— pero no podemos olvidar que antes de conocerlo ella ya había estado en un manicomio en los años cincuenta (donde había sido tratada con electroshock) y que estas experiencias pueden haberla afectado hasta el punto en que con quién sea que se hubiese casado posiblemente hubiera acabado de la misma manera.
Paltrow, contra cualquier pronóstico, se siente cómoda en los zapatos de Plath, pero no es la actriz perfecta para dar vida a la escritora. Su presencia nos deja un sabor en la boca de que el filme va dirigido a jóvenes fanáticos de Sylvia Plath que no entienden o conocen de su vida y que simplemente ven su tragedia como un romance. Para ellos «Sylvia», con todo lo anacrónica que es, no es más que otra vela en su panteón.
Pero entre estas tres películas la que definitivamente se lleva todos los premios es «Verónica Guerin». La película no sólo es una falta de respeto al espectador sino a la mujer que le da su nombre. Cate Blanchett, es Verónica, una periodista irlandesa del Sunday Independent de Dublín que fue asesinada por traficantes de drogas en 1996. Blanchett, tras varios serios y fallidos intentos, por fin llega a Hollywood de la mano del director Joel Schumacher aunque dándonos una de sus actuaciones menos personales.
La Guerin de la película es una persona radical que ve las drogas como la causa de todos los males de la sociedad moderna. Por esto ella se embarca en una cruzada contra las drogas siguiendo las instrucciones del manual del estereotipo de heroína hollywoodense. Schumacher trata de canonizarla basado en esto (esta es toda la intención del filme) pero pierde su tiempo ya que no logra inspirar respeto gracias a lo artificial del personaje.
A diferencia de otras películas basadas en el tráfico de drogas Schumacher no romantiza a sus protagonistas como en «Blow» o «Caracortada». Pero al no hacerlo los exagera y en consecuencia los vuelve culpables de todos los problemas de la sociedad. En la película los traficantes son pintados como demonios que intimidan a ciudadanos temerosos de la ley, quienes son explotados por sus debilidades químicas y morales antes que ser justos y dividir la culpa entre ambos.
Mientras tanto, Guerin es la heroína que utiliza palabras y no balas para luchar contra ellos, llegando a extremos para hacer de este problema un asunto de debate público. Que la verdadera Guerin muriera por esta causa era sólo cuestión de tiempo.
La película nos hace querer ver que en Irlanda el tráfico de drogas se ha reducido enormemente gracias a sus acciones. Sin embargo la realidad es otra. El tráfico está tan boyante como siempre y no sufrió en lo más mínimo con la obra de Guerin. Que Schumacher nos quiera convencer de esto convierte a su película en una historia de ficción (la cual hubiese sido más fácil de digerir y criticar). Lo poco de entretenido que tiene la película se pierde por lo deshonesto de la propuesta.
Una propuesta mejor, por cierto, sería la película que Guerin misma coescribió llamada «When the Sky Falls». Aquí Guerin se nos presenta más humana y sin más rasgos heroicos que los de una mujer que hace su trabajo aunque a veces arriesgue la vida. Este guión incluso nos ofrece una dimensión mucho más mundana de Guerin al exponer que a pesar de todo y con todas las consecuencias que pudo haber acarreado, ella sólo era una periodista más en busca de poner comida en la mesa.
Lamentablemente, este tipo de historias no venden boletos.
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