Soy, un viejo caserón, al que todos miran, pero nadie contempla.
Mis desgastados cimientos se deterioran.
Mis puertas y ventanas destartaladas, golpean con sonido terco cuando el viento las asedia.
Hasta los niños me tienen miedo, pues cuando se acercan por el camino casi sepultado de piedras que antaño lucían hermosas, no llegan a cruzan el umbral, ignorando el por qué, huyen despavoridos al menor ruido de decrepitud.
La soledad me rodea, con su hedor lastimero, haciéndome sentir el dolor que no se describe con palabras, ese, que es tan profundo como los mismos abismos, tan insoportable y angustioso, que mis paredes desearían derrumbarse para hallar ese descanso deseado.
Recuerdo mis años de esplendor. ¡ OH, sí.! Flores en el jardín, el sol filtrándose por los limpios y bien cuidados cristales, la brisa del mar rodeándome con sus amorosos lazos invisibles.
Los chiquillos correteando por mis suelos, elevando hasta mi corazón, sus joviales carcajadas.
Aquellos aromas de otoño, encendida la chimenea que con calor de hogar, agrupaba a la familia en la sala, mientras la abuela, contaba aquellos cuentos de Andersen que invitaban a soñar con mundos románticos, repletos de fantasía e ilusión.
Mis cimientos eran firmes y albergaba con amor a los que en mí se cobijaban.
Pero, el tiempo paso.
Las gentes se mueren y nadie desea ya, un caserón antiguo, mermado en su senectud.
Abandonado por la compasión de los humanos.
Una casita joven y coquetona, se alza en la otra acera, sé que me mira con desprecio, porque sólo soy un caserón semiderruido.
¡ Ah! Pero yo pienso, así era yo, más hermoso aún, pues mis salones estaban bordados con finos encajes, rasos, adornaban mis ventanas, terciopelo cubría mis suelos.
Mis escaleras de mármol caracoleadas, jugaban con sus brillos, cuando la luz los cortejaba.
Todo pasa, joven casita, todo pasa. La belleza, te la arrebatará el tiempo.
El orgullo, se transformará en vergüenza, pero, y el corazón……….. ¿Tienes corazón, hermosa casita? Porque eso, es lo único que prevalece.
El no se deteriora.
Siente como el primer día, se daña, como en el primer afligimiento, y llora, con lágrimas insaciables, cuando se mira solo, deteriorado y desierto.
Las gentes me miran, pero nadie me contempla.
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