Yo no sé por qué mi tía Lela agarró el cuchillo. Dadas las circunstancias, el día había comenzado bastante bien. Mi abuelo de 84 años había muerto y toda la familia se había reunido en El Paso para asistir al velorio. Estábamos sentados en el comedor comiendo el desayuno cuando tía Emma le preguntó a alguien si podía pasarle el jugo de naranja… Entonces Lela explotó.
«¡Ya está! ¡Esta es la última vez! ¡Tú siempre agarrándote todo!»
Todos vimos sorprendidos como Lela levantó la jarra de jugo y la tiró por el aire hasta el otro lado de la mesa. Había apuntado a Emma, pero en vez de pegarle, lo que hizo fue empapar a mi tío segundo Pablo con una botella entera de Tropicana sin pulpa.
Mi mamá intervino. Con tono muy maternal dijo: «Lela, la verdad que no creo que eso haya sido necesario».
Lela saltó de la mesa, corrió a la cocina y regresó con un gigantesco cuchillo de carnicero. Enseguida lo empezó a mover de lado a lado enfrente de tía Lola.
«¡Ya está! ¡AHORA TE VOY A MATAR!»
Lola arrimó la silla hacia atrás y corrió de la mesa mientras mi papá y un tío trataban de subyugar a Lela. «¡Voy a matarlaaaa!» Gritaba Lela a todo gañote desde alguna parte debajo de mi papá.
En ese momento estaba un poco confundido. ¿A quién iba a matar la tía Lela? ¿A Emma o a Lola? Dada la patética intervención de mi madre la única que merecía una buena cuchillada era ella. Mis hermanos, primos y yo no nos movimos de la mesa con las bocas abiertas mientras todo esto sucedía. Tenía que ir a mi cuarto a estudiar para un examen pero decidí que esto era definitivamente más interesante.
Mientras Lola trataba de escapar Emma se paró frente a Lela.
«¿Quieres matar a alguien? ¿Ah? ¿Uh?» Le gritó desafiante, «Anda. Mátame a mí. Creo que hasta me va a gustar».
Lela todavía estaba luchando con mi papá pero igual se las arregló para lanzar un puñetazo. Emma se agachó y —en cámara lenta— el coñazo de Lela finalmente fue a parar en la cara de tía Pichona, quien gritó, miró al techo y se desmayó. Allí mi mamá nos dijo que nos fuéramos al otro cuarto. «¡Vamonós! ¡Ya!»
Nadie se movió. Estábamos clavados en nuestras sillas. Por mi parte no podía dejar de pensar que Lela era una enfermera y que no estaba bien que una enfermera cometiera homicidio.
De repente Lela se fijó en mi mamá. «Y tú», dijo en susurro como una culebra, «Estoy cansada de ti…y de tus niños». Su cara estaba completamente deformada por la ira. Mi mamá se puso pálida pero aparte de eso ni siquiera cambio de posición en su silla. Entonces Lela explotó en llanto y mi papá finalmente logró zafarle el cuchillo de la mano.
Eso sucedió hace 15 años y todavía siento nostalgia por ese día. Fue un momento tan importante en la historia de mi familia. Una apoteosis de verdades. Yo mismo he pensado en más de una oportunidad en levantar un cuchillo en contra de mis primos pero nunca lo he hecho. Por eso admiro que Lela haya tenido las bolas de hacerlo. Pero también me gustó la forma en que Emma tentó a Lela a que la matara.
De todo ese día lo único que en realidad lamento es que a Pichona —una pobre peatón inocente— le voltearan la cara de un coñazo.
Aparte de eso siempre he conseguido todo el episodio completamente adorable. Tras años de ser torturado con la enseñanza de buenas costumbres y la necesidad de mantener la clase a cuesta de lo que sea, definitivamente disfruté el espectáculo de ver a mis familiares perder la chaveta. Sin embargo, desde ese día no hice sino esperar por alguna clase de ruptura dramática de la familia.
El resto de esa tarde no pasó nada. Manejamos hasta el cementerio en dos limosinas que proveyó la casa funeraria. Como todo el mundo estaba asustado de ir con Lela ella viajó sola en el carro que llevaba el ataúd del abuelo. El resto de nosotros viajó en el otro carro montados unos sobre otros.
Tras el servicio en el cementerio Lela desapareció por algunas horas y sólo apareció a la hora de la cena como si no hubiese pasado nada. Nadie mencionó el incidente, aunque hubo un momento de tensión cuando Emma le dijo a alguien que pasara las enchiladas. Yo aguanté el aliento pero no pasó nada.
Desde entonces todo este episodio parece haber sido borrado de la historia de la familia. Mi papá siempre se ríe cuando se lo recuerdo pero nunca me dice nada cuando le pregunto por qué Lela se volvió loca ese día. Su acostumbrada respuesta es, «no puedo hablar de eso o tu mamá me grita». Mi mamá —por su lado— se niega a discutir el tema, punto y aparte.
«¿Qué cuchillo?» Dijo Lola un día que le pregunté acerca de ese día. «¿En el funeral de papá? Yo no recuerdo ningún cuchillo. Mi hermana sólo estaba un poco molesta ese día». Mientras decía esto me miraba con toda calma.
Pichona se encontraba en igual estado de negación. Su excusa era que no podía recordar nada de ese día porque había tenido jaqueca.
La única contribución de mi hermano fue recordarme que Lela era mi madrina, y que en caso de que algo pasara a nuestros padres, tendríamos que pasar el resto de nuestras vidas con ella.
Al final sólo me quedaba Emma. Cuando la presioné ella admitió que recordaba todo. «Lela sólo tuvo un arranque, eso es todo. Creo. Igual la perdono».
«¿Estás segura? ¿Incluso cuándo trató de matarte?»
«Bueno, Lela tiene sus problemas. Y ya deja de estar preguntando acerca de esto, Raúl. Tienes que avanzar».
Hace un par de años tuve el nervio de preguntarle a la misma Lela acerca de aquel día. La visité en su casa y me puse a ver unos viejos álbumes de fotos que estaban en su escritorio. A propósito, agarré un par de fotos del abuelo y llamé a Lela.
«Oh, que día tan terrible…» dijo Lela. «Horrible. Esos fueron unos tiempos muy duros para mí, para todos, yo sé que nosotros, es decir yo, estaba un poco sensible. Pero es que amaba tanto a mi padre. Estaba destruida». Suspiró. «Pero bueno muchacho, qué te puedo decir, así es la vida. ¿Sabes que te quiero? Eres el futuro. Eres el más grande».
Lela se acercó y tomó mi mano, así que me sentí obligado a decir algo con que alimentar nuestro acercamiento.
«Yo siempre he estado contento de que tu seas mi madrina, Lela. Tú eres tan diferente de todos los demás».
Hubo un momento de silencio.
«¿De verdad? Hay algo que tengo que decirte. No es nada. Es una tontería, en realidad, pero técnicamente, ya no soy tu madrina».
«¿Por qué? ¿Es porque estoy más viejo?»
«Uh, no. Como dije, estaba molesta cuando tu abuelo murió. No sabía lo que estaba haciendo, así que tras los servicios, fui a la iglesia y pedí que me anularan como tu madrina».
«Pero…ni siquiera sabía que eso fuera posible…»
«Usualmente no lo es. Pero estaba histérica y escribí un cheque para el fondo del festival de la Virgen de Guadalupe y el cura anuló mi madrinazgo».
«Pero….¿Por qué hiciste eso?»
«Quizás porque estaba brava con tu mamá. O toda la familia. O…no sé…qué se yo.»
Después de esta revelación finalmente dejé de estar preguntando acerca de todo este asunto.
El año pasado Lela cumplió 70 años y toda mi familia se reunió para una fiesta sorpresa. Lela estaba que se moría de lo contenta entre los abrazos, los regalos y la gigantesca torta.
Mi mamá llamó a todo el mundo y pidió un brindis por su «hermana mayor favorita» y nadie ni siquiera pestañeó cuando Pichona le pasó un cuchillo para picar la torta.
Lela sostuvo el cuchillo levantado en una mano mientras Lola le tomaba una foto y todo el mundo se reía. En ese momento me di cuenta de que mi familia se tomaba eso de perdonar y olvidar más en serio de lo que nunca imaginé.
Entonces vi a mi papá parado detrás de todo el mundo en la cocina. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Cuando sus ojos se consiguieron con los míos hizo un gesto de pasarse un cuchillo por la garganta con el dedo índice y se empezó a reír.
Yo no era el único que veía la ironía en lo estaba pasado; sólo era el único que se había quedado sin madrina.
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