Me voy a comer a un chino

Una de mis batallas más habituales, tanto en los talleres literarios como en la corrección de manuscritos, es hacer entender al alumno o al autor que el lenguaje oral y el lenguaje escrito no son la misma cosa, y que hay que estar vigilantes para que el primero no contamine al segundo. No conviene abusar del lenguaje coloquial, a no ser que haya una buena justificación; por ejemplo: que sea un personaje de determinado estrato social quien haga uso de esos coloquialismos. Es un recurso muy usado dibujar al personaje mediante su manera de expresarse, y si el personaje tiende a hacerlo en esos términos, ¿por qué no reproducir la literalidad de sus palabras, aunque sean malsonantes?

Pero debemos tener en cuenta que si algo caracteriza al lenguaje coloquial es la pereza. A nivel sociológico, me sorprende que personas que hablan tanto se esmeren, por otra parte, en ahorrar palabras, hasta el punto de sustantivar adjetivos para no tener que pronunciar el sustantivo. Y ese ahorro, en mi opinión, casa mal con un lenguaje escrito que pretende ser elegante, donde todo esfuerzo por lograr la precisión nunca está de más.

Algunos ejemplos muy escuchados en la calle:

«No tengo móvil» (en vez de «No tengo teléfono móvil», si es a eso a lo que nos referimos).
«He comprado una hidratante» (en vez de «una crema hidratante»).
«El tailandés me ha relajado mucho» (en vez de «el masaje tailandés»).
«Yo viajo siempre en el urbano» (en vez de «en el autobús urbano»). [Los argentinos dicen y escriben «el colectivo» para referirse al autobús urbano].

Y la cosa se complica cuando decimos o escribimos: 

«Me voy a comer a un chino» (en vez de «a un restaurante chino»).

Lo que suelo recomendar, por cortesía con el lector, es escribir el sustantivo antes del adjetivo, al menos la primera vez que lo citamos. En una escena en la que aparece bastantes veces el teléfono móvil, conviene escribirlo tal cual (con las dos palabras) cuando aparece por primera vez, insisto, aunque luego, por no resultar demasiado fisnos y de paso para ahorrarnos una palabra en estos tiempos de crisis, lo abreviemos a «móvil». Así evitamos malentendidos. Lo peor que le puede ocurrir a un escritor es dar a entender -aunque sea por un instante- algo que no está en su ánimo comunicar. 

En cualquier caso, desaconsejo que os comáis a una persona, al margen de su nacionalidad. Eso en mi tierra se llama canibalismo y está penado con la cárcel.

 

 


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