A treinta años del último golpe militar en Argentina, un sencillo análisis sobre el legado de miedos e ignorancia que arrastramos a medida que vamos haciendo la historia.
Entre los jóvenes argentinos de mi generación se pueden distinguir dos grupos: los que en forma directa sufrieron las consecuencias de la ultima dictadura militar, que reclaman justicia, que buscan a sus padres desaparecidos, que se internan en los vericuetos de su propia historia, que marchan por las calles y repudian a los represores. Aquellos que poseen alguna forma de conciencia y tratan de construir sus identidades a partir de ahí.
Del otro lado estamos todos los demás. Aquellos a los que nos cuesta comprender que una parte importante de la historia del país, una que no conocimos y que quizás sucedió antes de que naciéramos, se nos hizo carne y la arrastramos con nosotros.
Los crímenes que cometieron las dictaduras militares en Latinoamérica no fueron sólo contra personas, sino contra sus pueblos. Instauraron el miedo, con premeditación y alevosía, en forma colectiva a través de las desapariciones, vejaciones, torturas, secuestros y todos los etcéteras que tan bien conocemos.
La institucionalización de la corrupción y la total perdida de confianza en la justicia es una herencia que dejó la última dictadura en Argentina y que se fue engrosando con los gobiernos que le sucedieron. El individualismo propio de los eslogans propagandísticos de esa época hicieron efecto y calaron muy hondo, un poco por miedo, un poco por comodidad: «cada uno en lo suyo, defendiendo lo nuestro», «el silencio es salud».
Pero sin duda, los altos índices de desocupación, el saqueo patrimonial y la enorme e insaldable deuda internacional (durante la última dictadura militar Argentina se estatizó la deuda que empresas privadas tenían repartidas por el mundo) es la parte más negra que afecta nuestro presente.
La desocupación, (que es el método infalible de represión) provoca que miles de jóvenes con estudios, capacitados técnicamente, buenos intelectuales no logren insertarse laboralmente y que cada vez queden más excluidos, generando una lucha descarnada en donde tan sólo importa sobrevivir.
A partir de este año, todos los 24 de marzo serán días feriados inamovibles en Argentina. En una actitud visiblemente demagógica por parte del ejecutivo, remarcando símbolos que en abstracto no tienen mayor valor.
Como este año cae viernes, el 90% de los argentinos van a disfrutar de un fin de semana largo, algunos quizás hasta de un pequeño viajecito. Y más allá del facilismo analítico sobre un consumismo «tilingo» y banal, es evidente que hay una incomprensión total por parte de los gobiernos sobre la resignificación que los pueblos hacen de su historia, de sus muertos, de su identidad como sociedad y de la identificación con sus símbolos.
En este nuevo aniversario, son miles los análisis, y denuncias que se pueden hacer, pero para mi, lo importante es hacer un reconocimiento a aquellas personas que no se amedrentaron y, pagando con su vida o su destierro, lograron que una parte fundamental de nuestro pasado no se pierda en la nebulosa de discursos oficiales.
Pero hablar de memoria no es solamente renombrar una y mil veces los nombres de los desaparecidos. No olvidar las atrocidades del pasado tiene valor siempre que sirva para garantizar una mejor forma de vida para los que se quedaron, para los que vinimos después y para los que llegarán.
Revisar la historia es un buen ejercicio para esta época de luchas ignotas, pero no por ello menos valerosa.
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