A continuación transcribo un mensaje enviado desde la cárcel por un colaborador de esta columna, quien prefiere permanecer anónimo por razones verdaderamente paranoicas. Como el Unabomber, quiere emprender su campaña, crear gran revuelo, desactivar, agitar, alborotar, rescatar.
En fin, un enjambre de verbos terminados en –ar. ¿Alguna vez se han preguntado por qué la mayoría de los verbos en español termina en ar? Bueno, tiene algo que ver con el programa que generaron los hispanohablantes de otrora.
Tal como nosotros generamos los verbos faxear, imeilear y chatear, las generaciones pasadas emitieron infinitivos con –ar para luego tomar las riendas de la conjugación con un poco más de claridad. El misterio es que hace mucho, muchísimo, que en español no nace un verbo que termine en –er o –ir. En cualquier caso, no vamos a investigar por qué, porque hoy, como les dije, la palabra la tiene un prisionero.
Centro Penitenciario Campo Hondo
28/6/2003
Mensaje a Gramática de Esquina:
Todo ocurrió más o menos así:
—Jael, no lo digas nunca más por favor.
—¿Qué?
—Lo que me acabas de comentar, que «La calle es una selva de cemento».
—¿Qué con eso?
—Que ya no se debe, no se puede escuchar más. Ya lo dice Héctor Lavoe en una canción, lo repite Café Tacuba en otra y, a estas alturas, ya se ha convertido en un lugar común que me hace regurgitar.
—Bueno, no lo puedes negar, de verdad se parece a una selva de…
—¡Ya! Si lo repites no respondo.
—Lero lero lero La calle es una selva de cemento, lero lero La calle es una selva de cemento.
—¡Jael! De verdad no lo digas más que me estoy poniendo furioso. Te explico, las frases trilladas me complican la vida. Generalmente no tienen profundidad, cuando alguien las cita, sencillamente expresa que no hay meollo, que no tiene nada más que decir.
—Pero yo sí tengo algo que decir, los edificios son como árboles de cemento y las calles son como senderos que se internan…
—¡Cállate, cállate o te mato!
—Te estoy explicando los argumentos de mi metáfora, es una metáfora válida.
—No, no es una metáfora, es perogrullo, es tu incapacidad de hacer teoría social o arquitectura seriamente. Jael, yo te aprecio, eres mi pana, pero entiende que si estás en cualquier parada de autobús de cualquier lugar del mundo y alguien te dice «Cada día los ricos son más ricos y los pobres son más pobres», o «Vivimos en una sociedad enferma», te tienes que dar cuenta de que estás frente al ciudadano cero, que no tiene nada con qué rellenar, con qué darle textura a tus ideas. ¿Me copias?
—Bueno, pero me estás hablando de afirmaciones, y mi frase es simplemente una metáfora.
—¡No! Cómo te explico, cuando Héctor Lavoe la sacó de esa fosa que era su diafragma, todo estaba claro, no había por qué urgar en significados. Pero si tú la repites, tienes que elaborar la idea para tu oyente.
—Pero ya yo estaba elaborando la idea cuando tú me interrumpiste.
—Tú no estabas elaborando nada, bolsa.
—¡Un momentico, sin ofensas!
—¡Bolsa, Juan Bolsa!
—Lero lero lero La calle es una selva de cemento —Comenzó a brincar frente a mí, batiendo los brazos, cual títere— lero lero La calle es una selva de cemento.
Hasta ahí llegó. Primero le pegué con el cuaderno, después lo empujé al piso, saqué la lanza triónica y lo tasajé, tanto, que el maquillador de difuntos tuvo que valerse de catorce mil puntos de sutura para que el cadáver de Jael quedara completo.
Han pasado algunos años, y ahora estoy aquí, sembrado en esta penitenciaría. Me tienen incomunicado desde que el tipo de la celda contigua me dijo, como sin querer, «Ah, el tiempo pasa volando», y yo lo fulminé con un jabón Safeguard, se lo pegué durísimo, con topspin, en la sien. No tuvo tiempo de quejarse.
Tal vez nunca me dejen salir, los jueces no entienden mis razones, pero yo sigo en mi lucha, tengo contactos, informantes que me escriben desde la calle. Ellos me cuentan que la última de las conversaciones vacías tiene que ver con el número de palabras que los esquimales usan para describir la nieve. Me han dicho que este número cambia de boca en boca, unos dicen que son cinco, otros dieciocho, treinta y seis y así van, hasta que cualquier mamarracho inventa que son miles, incontables, las palabras que usan los esquimales para describir la nieve. Por favor, ¡atáquelos usted que puede desde El Cojo!
Anónimo.
Respuesta:
Brother, cálmate, hablar bolserías forma parte de la felicidad, hasta el Dalai Lama se entretiene hablando bolserías con los lamitas que nada más han reencarnado dos veces. Para complacerte, me di a la tarea de buscar todas esas palabras en un glosario de Inuit* actual. Conseguí noventa y siete, y no las voy a traducir todas, solo las más lindas. La idea es que cuando los lectores escuchen a alguien iniciando la ya famosa conversación del número de palabras esquimales para la nieve, le pregunten: ¿Por ejemplo?
Acto seguido, el sujeto les hará saber que no hay que entrar en detalles, que lo asombroso del dato es el dígito. Y ustedes le contestarán que no, que hay cositas más interesantes, como las auroras boreales y el índice de suicidios y alcoholismo que sucedió a la llegada de la tecnología. Los esquimales vivían para sobrevivir. Y ahora con las motos de nieve, los rifles y la calefacción eléctrica, tal vez tienen demasiado tiempo para sentarse a pensar por qué están vivos allí, con mucha o ninguna luz. Lo bueno es que todavía cuentan sus cuentos de luna y preservan su baile de tambor. Aunque si te interesan las palabras de nieve, éstas son algunas:
Astrila: Nieve que brilla con luz de las estrellas
Attla: Nieve que parece crear figuras al caer
Blotla: Nieve del viento
Erolinyat: Montón de nieve con huellas de amantes alocados
Hiryla: Nieve de la barba
Jatla: Nieve entre los dedos
Katiyana: Nieve nocturna
Kayi: Nieve que flota
Klin: Nieve recordada
Kriyantli: Ladrillo de nieve
Maxtla: Nieve que esconde a la aldea entera
Mentlana: Nieve rosada
Naklin: Nieve olvidada
Nylaipin: Nieve del ayer
Pactla: Nieve aplastada
Penstla: La idea de la nieve
Pritla: Nieve de los niños
Priyakli: Nieve que parece caer hacia arriba
Quinyaya: Nieve mezclada con pupú de perro de trineo
Sulitlana: Nieve verde
Talini: Ángeles de nieve
Tla: Nieve ordinaria
Tlapa: Nieve pulverizada
Tlapat: Nieve tranquila
Tlayink: Nieve con barro
Tliyel: Nieve marcada por los lobos
Tliyelin: Nieve marcada por esquimales
Tlun: Nieve que brilla con luz de luna
Trinkyi: Primera nieve del año
Tronkyin: Última nieve del año
Ylaipi: Nieve del mañana
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