La mensura no es cosa de mensos

Según Pablo Aguirre mensurar algo es convertirlo en “bobo” a lo que le contesto que su cerebro debe haber sido mensurado en más de una oportunidad.

En realidad los humanos mensuramos todo cuanto se nos cruza en el camino pues necesitamos saber las dimensiones de lo que nos rodea, no siempre con una justificación válida.

En EE.UU. miden todo en acres, pulgadas, pies, onzas y la chingada del cacahuate, como diría un amigo procedente de México.

Me parece que la adaptación a nuevas medidas es uno de los puntos más complejos para el inmigrante.  No es nada fácil, cada dato recibido debe procesarse para convertirlo a las medidas de verdad, porque las de aquí son un poco humildes en longitud, superficie y peso y son exageradas en capacidad y temperatura.

Los latinos y parte de los europeos somos más simples.  Nosotros tenemos el metro, la hectárea, el kilogramo, el litro y los grados centígrados.  Nuestro sistema es decimal y fácilmente redondeable.  El diez es nuestro emperador…o el 0.

Para medir una superficie estos chiflados usan el «acre»—o más gracioso aún el «pie cuadrado».  Eso es para cobrar más caro y hacerte pensar que estás viviendo en una mansión de 850 pies cuadrados, cuando en realidad son poco menos de 80 metros de los nuestros.  O pensar que un campo de 50 acres puede ser productivo cuando en realidad sólo son 20 hectáreas, por lo que tendrás que olvidarte de las vacas y dedicarte a los chanchos y las gallinas.

Doce pulgadas entran en un pie y tres pies forman una yarda, que ni siquiera es un metro, es un poco menos, lo cual es un elemento a favor de los turcos vendedores de tela que te dan casi 10 centímetros menos por cada metro de gabardina.  Y aquí también pasé a medir 6 pies 2 pulgadas, contra mis 1,86 metros.

Pero lo peor es el peso.  Aquí este se mide en libras en lugar de kilos, por lo que para un buen pastel de papas necesito 1,7 libras de carne picada y 2 libras de papas, lo cual es carísimo si lo comparamos con 770 gramos de carne y 900 gramos de papas.

Algo realmente deprimente es subirse a la báscula y encontrar que uno pesa «210» y tu esposa «120», o más terrible aún, que tu hija de 6 años pesa «46».  Por suerte esto se supera rápidamente cuando notas que nada ha cambiado.  Por otro lado, es agradable ir al gimnasio y experimentar que las pesas de «45» son mucho más livianas que en el mundo real.

Si hablamos de capacidad caemos en la ostentación.  Al famoso galón le caben casi 4 litros (un poco menos), está dividido en 128 fl.onzas.  y para calcular cualquier medida relacionada es imprescindible usar el “masomenos”.  La leche la compro de a un cuarto (32oz), que es más o menos 1 litro.  El jugo de naranja de medio galón es más o menos 2 litros.  Nada de esto es tan difícil, pero cansa.

Sin embargo, con la temperatura las cosas se complican bastante (creo que detesto a Fahrenheit más que al señor Galón).  Venimos de un país donde el hielo se congela a 0º y el agua hierve a 100º.  Acá no.  Para hervir agua hay que subir hasta 212ºF y para congelarla bastan 32ºF.

La cuenta parece fácil, pero no lo es tanto, a los Grados F. hay que restarles 32 y luego dividirlo por 1,8.  Y como yo me guío por el masomenos, sólo resto 30 y divido por 2.  El resultado no es exacto pero así me hago más o menos una idea del calor o el frío que hace.

Por todo esto no extraño de mi país ni el dulce de leche, ni el asado, ni la cerveza Santa Fe.  Lo que con dolor y angustia deseo es comprar en kilos, sufrir un calor de 30º y caminar un par de kilómetros.  El resto es manejable.


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