El mundo moderno está en crisis. Tras muchos y repetitivos esfuerzos los grandes ejes del mal han logrado desequilibrar el régimen de paz y justicia instaurado por los miembros de la OTAN tras la caída del imperio maligno instaurado por Stalin a principios del siglo XX. Las consecuencias de esta situación son perfectamente visibles en la manera en que tratan a los enemigos en la guerra y a sus ciudadanos en su supuesta paz. Sobre todo en el Medio Oriente donde naciones como Irán se empeñan en mantener un régimen de torturas y desinformación como parte de un plan para establecer un demoníaco gobierno mundial basado en peligrosos preceptos religiosos.
Que desarrollen armas nucleares debe ser evitado a costa. Que sigan torturando a sus ciudadanos también. Que no tengan el menor interés en producir grandes ganancias para el señorío corporativo establecido es peligroso. Que acepten los principios democráticos y occidentales de desarrollo es fundamental para salvar al planeta tierra de un apocalipsis bélico.
Este es, en líneas generales, el discurso de las naciones del primer mundo occidental con respecto a casi cualquier nación no alineada con Washington. Una sinopsis de película de superhéroes que sería bastante llamativa de no ser casi completamente ficticia. Y digo casi porque, como en todo, la base de esta posición ideológica no es completamente falsa.
Sería bastante difícil—por no decir imposible—conseguir una nación en el mundo donde no hayan cortado a alguien en pedacitos por hablar de más o donde no se limite el derecho de expresión o se sofoquen las protestas o se «imponga» a los ciudadanos un lineamiento político preestablecido. En diferentes grados, todas las naciones modernas están en constante pugna para mantener el estatu quo de su actual clase gobernante, la cual está dispuesta a utilizar cualquier medio posible para evitar cambios.
Esta pugna usualmente sólo se hace pública cuando las existencias de aquellos que proponen o simplemente divulgan la posibilidad de un cambio terminan teniendo algún tipo de percance. Normalmente ese percance es un balazo en la testa, el cual puede llegar incluso si dicha persona no tiene ningún problema con el gobierno establecido y sólo quiere llamar la atención hacia algo que debería corregirse. Pero a veces acabar las cosas con un balazo es imposible por diferentes tipos de circunstancias que obligan a simplemente encarcelar y torturar a la manzana podrida antes que pudra al resto.
En el ámbito político moderno todo esto es común, y si lo racionalizamos desde un punto de vista ideológico, completamente lógico. El problema es que—como en las películas de espías—aunque todos los personajes cortan la misma cantidad de cabezas y por las mismas razones, sólo algunos son reprochables—y deben pagar con sangre—por sus acciones.
De ese lado de la política planetaria—el oscuro—encontramos a individuos de diferentes calañas. Saddam Hussein y Manuel Noriega son dos de los mejores ejemplos de manzanas realmente putrefactas. Por otro lado, Omar Torrijos de Panamá, Salvador Allende de Chile y Jaime Roldós Aguilera de Ecuador fueron simples víctimas de mentalidades bastante ingenuas ante las realidades de nuestro mundo moderno.
En la actualidad, el pater familias de todo lo despreciable en el planeta tierra es el actual presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, quien a pesar de no tener una ideología muy diferente a las de otros líderes del Medio Oriente, se ha convertido en enemigo público No. 1 por no compartir—y/o no importarle—los intereses financieros de la clase gobernante mundial.
Como hombre moderno occidental no podría estar más en desacuerdo con la posición ideológica de Mr. Ahmadinejad, cuyo récord de derechos humanos raya en burla. El problema que consigo con su demonización es que su nación no es muy diferente de otras que actualmente gozan de nuestra amistad porque apoyan—o al menos toleran en silencio—al orden mundial establecido. Lo cual resulta bastante obvio cuando se comparan los reportes sobre derechos humanos de cualquier nación islámica.
Sin embargo, los ejemplos más comunes de la pugna contra cualquier cosa que huela a cambio normalmente los conseguimos en ciudadanos comunes y corrientes. La lista de presos políticos o «de conciencia» se ha incrementado dramáticamente en las últimas décadas y rara vez existe una pretexto válido para no considerarlos como tales. En los países no aliados de EE.UU. estos individuos usualmente son convertidos en héroes y sirven de excusa para la aplicación de políticas intervencionistas que terminan haciendo más daño que otra cosa.
Pero como estar en la lista negra de las naciones occidentales es cuestión de influencias y de elecciones «a dedo» basadas puramente en intereses económicos, rara vez escuchamos acerca de aquellos individuos que son perseguidos en naciones aliadas. Como Israel, por ejemplo, que tiene un historial de derechos humanos tan infame que sólo un porcentaje del mismo sería suficiente para garantizar una invasión de la OTAN en cualquier otra nación. Y si no pregúntenle a Mordejái Vanunu, un técnico nuclear israelí que ha vivido en carne propia las desventajas de ser un prisionero de conciencia en una nación aliada de los EE.UU.
Vanunu, un judío convertido al cristianismo, fue quien en 1986 reveló a The Sunday Times de Londres que Israel tenía armas nucleares. El periodista colombiano Oscar Guerrero realizó las negociaciones con el periódico inglés, el cual corroboró las declaraciones de Vanunu a través de Theodore Taylor y Frank Barnaby, un experto norteamericano en diseño de armas nucleares y un ex ingeniero del Establecimiento de Armamento Atómico británico, respectivamente. De la historia de Vanunu los expertos calcularon que Israel producía unos 30 kilogramos de plutonio al año y tenía suficiente material para 150 armas nucleares. Debido a la tardanza del Sunday Times en investigar la veracidad de sus revelaciones, Vanunu también contactó al Sunday Mirror, cuyo editor—se alega—finalmente llamó la atención de Mossad acerca de lo que sucedía.
Poco antes de la publicación de sus declaraciones por el Sunday Times, la agente del Mossad Cheryl Bentov—haciéndose pasar por una caliente turista americana llamada Cindy—se convirtió en amante de Vanunu y viajó con él a Roma para pasarse unas vacaciones. Al llegar al supuesto hotel donde se quedarían, Vanunu fue drogado y sacado del país ilegalmente con ayuda de la red de espionaje israelí. El transporte se realizó a través de un buque de inteligencia naval disfrazado como carguero civil. Que el Mossad se haya tomado la molestia de respetar la soberanía inglesa en vez de la italiana se decidió para evitar conflictos con el gobierno de Margaret Thatcher.
Una vez en Jerusalén el ex-técnico nuclear fue sentenciado a 18 años de cárcel por traición y espionaje en un juicio secreto. De esos 18 años, 11 fueron en aislamiento absoluto. Desde su «liberación» en el 2004, Vanunu ha sido sujeto a una tragicómica lista de prohibiciones legales que incluyen salir de Israel, tener contacto con extranjeros, otros países, usar el teléfono, tener un celular y hasta tener acceso a Internet. Vanunu violó sus requerimientos legales para pedir asilo político en otros países, pero sus peticiones siempre han sido negadas. Por esta y otras violaciones ha sido arrestado en varias ocasiones y es acosado constantemente por los servicios policiales israelíes, aunque hasta ahora ha tenido la suerte de seguir con vida. La razón, según el ex director del Mossad Shabtái Shavit, es que aunque en principio se consideró matarle, «los judíos no la hacen eso a otros judíos».
El caso de Vanunu es un ejemplo extremo de la defensa del orden establecido en una nación, pero nunca oirán de él en la tele o leerán de sus problemas en las noticias. Vanunu es un enemigo público del «mundo civilizado» a diferencia del artista chino Ai Weiwei, cuyos similares problemas con el gobierno de su país son cubiertos por la prensa mundial casi a diario. Weiwei, para el primer mundo occidental, sí es un verdadero preso de conciencia.
Y entonces está el asunto de las armas nucleares.
Irán corre el riesgo de ser invadido en cualquier momento por sus investigaciones nucleares. Pacíficas según ellos, bélicas según los EE.UU., pero en realidad no importa. En principio todos los países deben subscribirse al tratado de no proliferación—que aunque colonialista y de poco efecto hasta ahora—es el único instrumento existente para evitar la expansión del arsenal nuclear. Incluso Rusia y los EE.UU. (los dos más grandes propietarios de armas nucleares), aunque nunca han dado pasos serios hacia el desarme total, mantienen un diálogo constante sobre este asunto desde que la Tzar Bomba los puso al tanto de las consecuencias apocalípticas de una guerra nuclear.
Sin embargo, India y Pakistán—a pesar de recibir escarmientos diplomáticos de vez en cuando—usualmente se pasan todo tratado o amenaza por el trasero. E Israel, cuyo almacén nuclear oficialmente no existe, no sabe lo que es una jalada oreja a pesar de existir información sólida sobre la existencia de un programa nuclear operativo desde al menos los años 1960. Pero todos estos Estados son aliados en distintos niveles del gobierno norteamericano, y como tales, objetos de prerrogativas que Irán no poseerá mientras no se ponga en línea. Como con las palabras de Weiwei, mientras los misiles apunten hacia naciones infieles, todo es en pro de la paz y la democracia.
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