La doncella no era virgen: ¿No querías ser potencia? Ahora te la calas

En el Medio Oriente las cosas estaban mal, ahora están peor, y si la historia nos enseña algo es que lo que está por venir no es ninguna tierra prometida. Dejando de lado la asignación de responsabilidades (todo el mundo ya sabe quien es el culpable de todo este embrollo, ver foto), hagamos un ejercicio en la historia de las potencias coloniales, de como los Estados Unidos terminó con todo esto en sus manos, y de como, aunque no lo quiera, se va a tener que quedar con el planeta por un buen rato.

En este último mes recibimos un buen montón de cartas relativas a varios artículos que publicamos en números anteriores. Una docena de ellas de veteranos de guerra norteamericanos que describieron la pieza titulada «Pon Ponte el sombrero, o las propuestas de Time para ganar la guerra en Irak» como «evil» y consideraron el escrito de Oscar Benavides titulado «El Diente Roto de Texas«, como malintencionado, ofensivo y hasta racista.

Pero dejemos de lado el artículo de George Bush porque, en mi opinión, cualquiera cosa que se diga del tipo es poco. Sin embargo en el artículo sobre el columnista de la revista Time Joe Klein tengo que aceptar que estos caballeros tienen una carta debajo de la manga. Aquella que revela la muy común confusión entre pueblo y gobierno, lo cual no es lo mismo ni se escribe igual.

Pensando en esto decidí escribir acerca de los gobiernos coloniales, las potencias mundiales y de como sus destinos en pocos casos tiene que ver con quien es el presidente de estos. Excepto, hablando de ?evil?, cuando nos referimos a George Bush, of course.

Ser una potencia mundial es algo con lo que sueñan todas las naciones del planeta. Ser el líder tiene sus ventajas: riquezas, cultura, reconocimiento y sobre todo poder son algunas de ellas. El logro de esta última, sin embargo, trae como consecuencia la principal desventaja de ser potencia; la guerra, la única forma de mantenerse como tal.

Porque seamos claros, ningún gobierno del mundo decide ser potencia mundial por el bien de la humanidad o por un corto período de tiempo, como si fueran reinas de belleza. Cuando un país ve las posibilidades de que puede convertirse en potencia, lo hace para quedarse así para siempre, y la única manera de lograr esto es matando enemigos, o en otros términos, posibles sucesores.

Hubo un tiempo en que la guerra era un asunto de honorable, un encuentro entre caballeros, cuya práctica se consideraba como una virtud. Entonces se hablaba de alguien en términos como «¡Fulanito era un gran guerrero!» En esta época también se referían a la gente como «¡X es un gran fumador!» o «¡Z era un gran bebedor!».

Estos eran tiempos en los que nadie iba a las Naciones Unidas a llorar porque otro país, más grande, más poderoso y mejor armado estaba a punto de meterle el asta de bandera, con bandera y todo, por el trasero. Arrasando mientras tanto con cuanto encontraran en el camino. En esa época, el país más pequeño, menos poderoso y peor armado, se armaba con lo que tenía, esperaba al enemigo y eran masacrados con honor; lo cual es una muestra de cuan inferior es nuestra raza en comparación con, digamos, la de las cebras. Un millón de cebras ven a un león flaco y viejo aguardando detrás de unos matorrales y tengan la seguridad que el honor es lo último que les pasa por la cabeza.

Esto sucedió así por siglos, y quien pensara o dijera lo contrario recibía el tratamiento del asta de bandera que mencioné anteriormente.

Esta existencia, o muerte, honorable, creaba las condiciones perfectas para la existencia de potencias imperiales como las que han gobernado a la tierra desde que el huevo puso a la gallina o viceversa. Pero en el siglo veinte las cosas empezaron a cambiar, para bien del pobre país sin ejército, y para mal para la potencia tratando de hacerse o mantenerse con el planeta.

Siendo sinceros tenemos que aceptar que los norteamericanos la han tenido dura en su papel de potencia mundial. Por ejemplo, que en el pasado siglo nacieran cositas como los derechos humanos y la libertad de prensa, papel higiénico de todas las potencias históricas, fue un golpe duro a su aún no nacida autonomía imperial. Pero principalmente por cosas que no son precisamente su responsabilidad, sino la herencia de ex-potencias que tuvieron el buen tino de hacer el relevo antes de que las cosas se pusieran negras en este siglo y el pasado, que de más está decir, no fue el más indicado para estar de asomado.

Por ejemplo, Vietnam. Nadie habla de las atrocidades que los franceses cometieron contra lo que es hoy Vietnam. De como el escalamiento de hostilidades que terminó en la guerra que le dió una carrera a Sylvester Stallone, fue producto de su pésimo modelo de colonialismo. Porque si estos hubieran sido unos buenos samaritanos, como dicen que son ahora que no son potencia, nunca hubiera habido guerra, los Estados Unidos jamás hubieran intervenido, Sylvester Stallone estuviera sembrando papas en Idaho y, mucho mejor aún, Vietnam todavía estaría lleno de súbditos gritando Vive la France y silbando La Marsellesa.

Claro que en el medio también está el asunto de los comunistas, pero eso es otra historia.

También tenemos a Latinoamérica. ¿Por qué Washington intervino en Cuba como lo hizo a finales de 1800? Respondamos a esto con otra pregunta. ¿Alguna vez han escuchado la palabra Garrote Vil?; u oído a alguien afirmar ojalá todavía fuéramos colonia española? Exacto.

Dejar de ser potencia es lo más fácil que existe en el mundo. ¿La población de tu colonia está en demasiado mal estado como para seguir sembrando tabaco? ¿Las piedras preciosas ya no pueden recogerse de las matas de mango? ¿Todas las nativas ya están contagiadas de sífilis? ¡No hay problema! Como el papá de un amigo mío, recoges tus maletas y le dejas ese problema al próximo que venga; y que ellos se encarguen de los servicios sociales o los potes de leche.

En el mismo orden de ideas tenemos a Irak, la tierra donde estaba el Jardín del Edén, donde Caín todavía debe estar caminando maldito por Dios, el país cuyas ruinas son tan antiguas que se desconocen las culturas que las crearon. Irak, uno de los países más viejos del planeta, sólo tiene 100 años. Fundada, criada y amamantada por los ingleses hasta que las cosas se pusieron demasiado feas como para arriesgar perderse el té.

Esto amigos míos, para quienes no ha visto uno, es un patrón.

Si alguna vez hubo un imperio donde no se oculta el sol es el de los norteamericanos, quienes han tenido la suerte y la mala suerte de serlo en esta época de bondad tecnológica. Donde para aplastar una rebelión y mantener el estatus quo no es necesario cortar la mitad de los árboles del Líbano, ni olerle el aliento al enemigo. Sino teledirigir la cuestión desde una oficina en algún suburbio, contratando a un experto a salario mínimo que trabaja de 9 a 5 para que bombardee todo lo que Dr. Strangelove le indique en un mapamundi.

Pero como siempre ocurre con la tecnología, existen efectos secundarios indeseables. Esta ha hecho que ser imperialista sea más fácil y rápido que nunca antes, pero al mismo tiempo ha producido que el tiempo de duración del imperio se haya acelerado al punto de que en menos de cien años los Estados Unidos empieza a dar muestras de cansancio. Dándose cuenta que es mejor; mucho mejor; estar en la retaguardia criticando al líder (p.e. Alemania, Francia, etc.) que mandando teenagers al frente a tratar de mantener abiertos los McDonalds y lo ATM’s overseas.

Y esto es grave, porque aunque ellos han «madurado rápidamente» otros países no lo han hecho así. O peor, quizás si, y simplemente se están haciendo la vista gorda ante una situación que quizás los pone a la cabeza como relevo al cargo de potencia mundial, pero que ni de casualidad quieren aceptar, porque el mismo significa hacer exactamente lo que hasta ahora han criticado;  porque nombren una potencia no represiva y yo les echo un cuento de Hans Christian Andersen.

El concepto de ?no a la guerra? es relativamente nuevo. Ningún romano dijo jamás; «Roma fuera de Egipto»; o un español gritó «Paren la masacre de Indígenas en el Paraguay». Los ciudadanos romanos y castellanos sabían muy bien que su supervivencia estaba supeditada al privilegio de ser cabeza del planeta. Por lo que decidir entre su cuello y el de los demás, no tomaba mucho tiempo. Lo cual estaba bien, como en las cebras, este instinto de supervivencia es ingobernable, y cuando alguien empezó a referirse a los súbditos de ultramar en términos de «ciudadanos» o «semejantes», se acabaron los buenos tiempos y entraron irremediablemente en el proceso de transferencia de poder que los terminaría convirtiendo con el tiempo en atracciones turísticas en ruinas.

Estas transiciones, siempre indetenibles, generalmente son sangrientas porque al final, uno llora hasta cuando se divorcia, a pesar de que en realidad lo que se quiere es destazar a la ex.

Así, el camino desde «Comámonos vivos a los Egipcios» a «Salven a Willy» usualmente tomaba siglos, pasando por diferentes etapas antes de llegar a la última, que usualmente sucedía con el ascenso al poder de los liberales. Pero este camino cada vez empezó a hacerse más corto. Los egipcios duraron una eternidad, los romanos mucho menos, los ingleses menos y los españoles ni se diga. Hasta que llegamos a hoy en día, donde el imperio como lo conocemos, puede ser una especia en extinción. Y digo esto porque una de las cosas que más se oye en el actual imperio americano es «No a la Guerra». Y no sólo me refiero a las calles de Washington, sino también a las de sus súbditos en París, Berlín, eeeeetc.

En 1914 nadie nunca hizo un piquete frente a la Casa Blanca con carteles del tipo «fuera las manos yanquis de Alemania». En el mejor de los casos le daban una patada en el culo a un Daschhund (caso real) y gritaban «Fuck the Kaiser«. Conducta imperial sin duda. En la Segunda Guerra Mundial las cosas cambiaron un poco, pero no tanto. Entonces la guerra era una obligación, y con causa o sin causa los americanos se mantuvieron al borde hasta que alguien les recordó al Káiser y los Daschhunds.

Entonces llegaron los años sesenta y comenzó el declive. No comercial o económico sino político. Las viejas potencias centenarias estaban en retirada, independizando más territorios en cincuenta años que en el resto de toda la historia humana, y la joven con potencial simplemente no perdió tiempo en marcar su territorio sin darse cuenta hasta mucho más tarde que la doncella no era virgen.

¿Que quiero decir con esto? Que conquistar el mundo es como adoptar un muchacho de 15 años. Uno nunca sabe que traumas o defectos se esconden tras la cara llena de pecas. Quizás es un santo, quizás un degenerado, pero ¿Cómo saber? Uno no lo crió. Y para muestra un botón. El mito del hombre blanco.

El mundo entero, excluyendo a la gente blanca, por supuesto, guarda en su corazón algún tipo de resentimiento contra el mítico hombre blanco. Y con pocas diferencias geográficas las mismas historias se repiten una y otra vez. El hombre blanco es el explotador, el que se goza a nuestras mujeres, se roba nuestros recursos, mata a nuestros líderes. El hombre blanco es el infiel, el que no cree en Díos (cualquiera que sea) y en algunas culturas es hasta el mismísimo demonio.

Ahora bien, la humanidad tiene cuantos años. ¿25,000? ¿Quién es el hombre blanco del que estamos hablando? ¿Los Estados Unidos? ¿Los norteamericanos? No, La Doncella simplemente no era virgen.

OK, tampoco es como que los Estados Unidos de América no ha cometido su buen montón de crímenes imperiales, lo que quiero decir es que muchas de las responsabilidades que caen en manos de ciertos países, no exclusivamente tiene que ser una potencia, no tienen que ver con la voluntad de sus líderes, sino más bien con la herencia histórica que reciben de sus antecesores como líderes mundiales.

A los franceses les parecía fantástico tener una colonia en Asia. 100 años más tarde, ¡Bám!, uno de los lectores que nos escribió perdió una pierna en Saigón. ¿Es Richard Nixon culpable de esto? Quizás, pero no es tan simple. Como no es tan simple la situación actual en Irak.

El mundo es un lugar bien peligroso hoy en día. Y nadie quiere ser líder en estas condiciones. Digamos que, por ejemplo, los Estados Unidos sufre una repentina guerra civil pacifica (perdón por el oxímoron), y se divide en 50 países y deja de ser potencia. ¿Quién va a levantar la mano y decir, yo soy el presidente del mundo?

¿Quién va a tomarse la molestia de lidiar con la situación en el medio oriente? ¿con el terrorismo? ¿Quién va a explicar que todos podemos ser amigos y que no hay necesidad de comerse vivos a los israelíes? ¿Quién le dice a Corea del Norte que nadie los quiere en el sur de la isla? Estos son sólo ejemplos actuales que en diez años no serán los mismos pero sólo en forma, en esencia siempre habrá una Corea del Norte (¿se acuerdan de Libia en los ochenta?), un Osama Bin Laden (¿Gadafi?), o un Enrique Iglesias (¿Julio anyone?); con los que no es necesariamente necesario (valga la redundancia) lidiar (con excepción de los Iglesias que parecen estar hasta en la sopa), pero que si pretendes asumir una posición de poder, vas a tener que hacerlo porque estos son problemas que no van a dejar de existir, lo cual se traduce, por supuesto, en adolescentes limpiando fusiles en el frente y más tarde que temprano la creación de colonias, las cuales hacen a una nación poderosa y a otras pobres y envidiosas que todas las noches van a la cama rezando por tu destrucción. La triste misma historia de siempre.

Ahora llevemos el ejemplo de la desaparición de la unión americana al caso hipotético del retiro de tropas en Irak, que es en esencia la misma cosa. ¿Quién lidia con la nación árabe sintiéndose victoriosa por la retirada? Sabemos que de suceder algo así le pueden decir adiós al estado de Israel y si todo sale bien los moros volverán a España más rápido de lo que puedes decir tortillas de patatas.

¿Y quién es el culpable? ¿Napoleón? ¿Chacumbele? Imposible saberlo. Pero mientras tanto culpemos a George Bush. Fernando de Aragón ya no puede leer esto, él sí.


Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario