La Antología de Spoon River
Poemas Selectos de Edgar Lee Masters
LA COLINA
¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el abúlico, el forzudo, el bufón, el borracho, el peleador?
Todos, todos están durmiendo en la colina.
Uno se fue por una fiebre,
uno se quemó en una mina,
uno fue muerto en una pendencia,
uno murió en la cárcel,
uno se cayó del puente donde trabajaba para sus hijos
y su mujer;
todos, todos están durmiendo en la colina…
Extracto de THE HILL, poema que inicia la Antología.
HOD PUTT
Yazgo aquí, junto a la tumba
del viejo Bill Piersol,
que se enriqueció traficando con los indios, y que
tiempo después aprovechó la ley de quiebras
y salió de eso más rico que antes.
Cansado de fatigas y de miseria
viendo como el viejo Bill y otros se hacían
cada vez más opulentos,
una noche asalté a un viajero cerca
de Proctor,
y sin querer lo maté,
por lo que fui procesado y ahorcado.
Esa fue mi manera de presentarme en bancarrota.
Ahora que nosotros, cada uno a su modo, hemos
aprovechado la ley de quiebras,
dormimos pacíficamente hombro a hombro.
CHASE HENRY
En mi vida fui el borracho del pueblo;
cuando morí el cura me negó el entierro
en suelo consagrado.
Eso me trajo buena fortuna.
Porque los protestantes compraron este lote
y sepultaron mi cuerpo aquí,
junto a la tumba del banquero Nicholas
y de su esposa Priscilla.
Tomad nota, almas discretas y piadosas,
de las contracorrientes de la vida
que confieren honor a muertos que vivieron en el
oprobio.
EL JUEZ SOMERS
¿Cómo ocurrió, decidme,
que yo, el más erudito de los abogados,
que conocía a Blackstone y a Coke
casi de memoria, que pronuncié el más notable discurso
que el tribunal hubiera oído nunca y escribí
un alegato merecedor del elogio del juez Breese?,
¿cómo ocurrió, decidme,
que ahora yazgo aquí, olvidado, ignorado,
mientras Chase Henry, el borracho de la ciudad,
tiene un pedestal de mármol, rematado por una urna
en la cual la Naturaleza, por irónico capricho,
ha sembrado césped en flor?
DIÁCONO TAYLOR
Pertenecía a la iglesia
y al partido prohibicionista,
y los lugareños creyeron que había muerto
por comer sandía.
En verdad tenía una cirrosis hepática,
porque cada mediodía durante treinta años
me deslizaba detrás de la mampara de las recetas
de la botica de Trainor
y me servía un generoso trago
de la botella rotulada
«Sipiritus frumentis».
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