Kool Aid

Culei era el malandro más malo de la barriada. Nadie como el tenía tanta carga de odio comprimida, característica que lo hacía el jefe de los maleantes del lugar. Era un tipo extremadamente alto y gordo muy parecido a la figura del refresco que tomábamos cuando pequeños, cuya imagen le había dado el sobrenombre que con tanto orgullo llevaba y el cual le daba cierta preponderancia entre quienes conformaban su círculo hamponil.

Todos le temían a Culei, y cuando no andaba arrebatando carteras a las mujeres, robaba a quienes se trasladaban en los transportes públicos o asaltaba las bodegas y los supermercados. O simplemente atracaba a los transeúntes por el simple hecho de hacer que su nivel de adrenalina subiera, ya que muchas de las veces repartía el dinero entre los niños que deambulaban por la calle. Por esa razón algunos creían en la benevolencia de Culei, que a la Robin Hood, robaba a los que tenían para darle a los que no. Por supuesto que esto era maniqueísmo, pero había quienes no lo consideraban de esa manera.

Sentimentalmente, Culei era un tipo solitario. Aunque tenía varios hijos con diferentes mujeres el hecho de adaptarse a ciertas reglas, incluso dentro de una relación de pareja, le desagradaba. Nunca había habido alguien tan misántropo, quien irrespetara las mínimas normas de convivencia tanto a nivel personal como social.

Pero como todo el que anda guindando tiende a desplomarse, Culei se vino en caída libre debido a su inhabitual forma de vida. Su particular irrespeto a la autoridad le hizo dispararle a aquel policía que ese día andaba sin uniforme por las calles de la barriada. Pensando que era un transeúnte más, procedió a intentar despojarlo de sus pertenencias, pero el agente al advertir la situación intentó esgrimir un revólver calibre 38 que tenía escondido en la parte posterior de su pantalón. Culei lo tenía encañonado y al advertir los movimientos de aquél le disparó sin el menor remordimiento por su conducta. El policía murió dos días después, luego de haber luchado por su vida en el hospital municipal.

Culei comprendió el lío en el que se había metido cuando lo fue a buscar una comisión de las brigadas especiales de la policía.

Ese día debió correr por la parte posterior del rancho en que vivía para burlar el cerco policial, a pesar de lo cual recibió un tiro en el hombro izquierdo. Su corpulencia le permitió soportar en gran medida el impacto que le había provocado el proyectil en la espalda, y repelió el ataque hiriendo a uno de los agentes que había allanado su casa. Pero Culei no tenía alternativas, la comisión policial tenía órdenes de no dejarlo vivo y hasta de aparentar un enfrentamiento para justificar el ajusticiamiento.

Al salir por la parte posterior del rancho, uno de los policías encaró a Culei quien por lo rápido de la situación no tuvo tiempo de reaccionar, recibiendo un tiro en el parietal derecho el cual le descerrajó, literalmente, la tapa de los sesos. Era el fin trágico de la deplorable vida de Culei.

Al conocerse la muerte del famoso delincuente de la barriada, se les escuchaba decir a los demás malandros «bueno, ahora hay que tomar agua con azúcar, porque mataron a Culei».


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