El escándalo recientemente creado por Pat Robertson, que tanto revela acerca de la actual situación política de Estados Unidos, merece ser sometido a un análisis más profundo antes que desaparezca de la prensa estadounidense y de los ámbitos políticos.
Después de todo, no todos los días un destacado ciudadano del país, y mucho menos un ex candidato presidencial, aboga abiertamente por el asesinato de un jefe de estado.
Fue el lunes 22 de agosto, durante la transmisión en vivo de su programa de televisión, El club de los 700, que el ministro evangelista lanzó su llamado por el asesinato del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Tan sólo dos días después; trató de retractarse en el mismo programa, alegando que cuando urgió al gobierno de los EE.UU. para que eliminara a Chávez, solamente había abogado por el secuestro del presidente venezolano, no su asesinato. Pero tras distribuirse ampliamente por internet un video que no dejaba lugar a dudas del uso explícito de la palabra asesinato, Robertson de mala gana emitió otra retracción, donde explicó que sólo había ventilado las «frustraciones» que sentía debido a las políticas de un dirigente extranjero que había encontrado «causa común con terroristas».
La mayoría de los medios de prensa estadounidenses han menospreciado los comentarios de Robertson como si de un pequeño tropezón se tratara, que aunque embarazoso para el protagonista, no tiene un significado más profundo. Se han burlado del anfitrión de televisión multimillonario y fundador de la Coalición Cristiana como si fuera un payaso, un charlatán, una bala perdida; es decir, se han valido de todo para tapar el hecho que sus palabras reflejan en realidad el punto de vista de sectores muy amplios de las capas políticas gobernantes de Estados Unidos.
Las palabras de Robertson se escucharon en el contexto de intensas semanas en las que hubo intercambios verbales cada vez más bélicos entre el dirigente nacionalista y populista venezolano y el gobierno de Estados Unidos. Cada gestión diplomática encontró su respuesta. El gobierno de Bush acusó a Venezuela de no asistir con los esfuerzos para ponerle paro al tráfico de la cocaína que proviene de Colombia. Por su parte, Chávez acusó a la DEA de que sus agentes espiaban contra Venezuela y suspendió toda colaboración con la agencia. El Departamento de Estado norteamericano inmediatamente amenazó con sacar a Venezuela de la lista de naciones certificadas como aliadas en la «guerra contra las drogas,» medida que impondría sanciones contra el otorgamiento de préstamos por agencias internacionales y de otros tipos de asistencia internacional y negó visas a tres oficiales del ejército venezolano.
Desde el 15 al 17 de agosto, el Ministro de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld, visitó Paraguay y Perú, donde sostuvo reuniones sobre el deterioro de la situación en la vecina Bolivia, donde el movimiento campesino de oposición ha tumbado sucesivamente a presidentes respaldados por los Estados Unidos. Rumsfeld condenó la supuesta interferencia extranjera de Chávez y Fidel Castro en ese país, declarando ante la prensa que «con toda certeza existen pruebas de que tanto Cuba como Venezuela han participado en la situación de Bolivia, y no para ayudar.»
Chávez respondió a esta intimidación de mano dura con más altanería, viajando a Cuba por cuarta vez en nueve meses y apareciendo junto a Fidel Castro en su programa de televisión semanal, en el que declaró al público que «los destructores del mundo, la gran amenaza que pende hoy sobre el mundo la representa el imperialismo norteamericano.»
El New York Times hizo mención de la situación en un artículo publicado el 19 de agosto bajo el titular, «Igual que en los tiempos de antaño: EE.UU. advierte a izquierdistas latinoamericanos.» El periódico observó que la visita de Rumsfeld tenía «la apariencia nostálgica de una misión durante la guerra fría, cuando oficiales norteamericanos consideraban que su principal función era reforzar los gobiernos del hemisferio contra insurgencias izquierdistas y la infiltración comunista.» El Times cita a «un funcionario senior del Departamento de Estado que viajaba con Rumsfeld,» quien dijera de Chávez: «Un tipo que hace un año parecía una figura cómica ahora se ha convertido en una verdadera amenaza estratégica.»
El Times no aclaró el obvio corolario de semejante caracterización: durante toda la guerra fría, la política de Estados Unidos en Latinoamérica consistió en fomentar golpes de estado para derrocar regímenes hostiles, acabar con las vidas de sus dirigentes y suprimir toda oposición popular. Esta política se llevó a cabo en Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Guatemala y otros países.
Estos métodos no son cosas del pasado. En 2002, se llevaron a cabo esfuerzos similares en Venezuela con el apoyo público de Estados Unidos. Desde el punto de vista de Washington, éstos fracasaron por falta de organización y porque no fueron lo suficientemente despiadados: Chávez fue reducido a prisión en una base militar en vez de haber sido asesinado, y la amenaza de un alzamiento popular produjo el pánico y retirada de los promotores del golpe, quienes liberaron a Chávez y emprendieron fuga permitiéndole regresar al poder.
Desde entonces Chávez se ha impuesto sobre la «huelga general» organizada por la cámara de comercio y los dirigentes sindicales venezolanos en liga con la AFL-CIO y el Departamento de Estado norteamericano, y ganó una mayoría convincente en el referéndum del año pasado, en el que el pueblo votó para determinar si debía permitírsele cumplir su periodo presidencial, que termina en el 2006. Además, el aumento increíble de los precios del petróleo; Venezuela es el cuarto proveedor más grande del mercado norteamericano, le ha brindado a Chávez los recursos para gastar en programas sociales populares con la gran mayoría de los empobrecidos trabajadores y campesinos del país.
Este es el contexto en que Robertson ha desatado su ira contra el presidente venezolano, cuya posición, en control de un petróleo de gran significado estratégico y económico para Estados Unidos, es vista como un serio obstáculo a la política extranjera de éste. El pastor evangélico de televisión declaró que el asesinato de Chávez tendría más sentido que lanzar otra guerra de $200.000.000.000 como la que derrocó a Saddam Hussein, revelando involuntariamente con esta comparación una verdad oculta: Robertson confirmaba de hecho que la guerra en Irak, también, había sido por petróleo.
Los comentarios de los medios acerca de Robertson han sido dirigidos en su mayoría a encubrir la gravedad del affaire. El Cincinnati Post, periódico derechista, observó que «En privado, la mayoría de la gente admite que el plan de Robertson para matar a Chávez tiene un atractivo prohibido…». Pero la mayoría de los periódicos han ridiculizado o lamentado sus palabras, mientras declaran que sus sentimientos no reflejan los del gobierno de Estados Unidos.
Pero fue el Washington Post el que dio la pauta en su editorial del jueves siguiente, expresando gran molestia de que Chávez ahora sería capaz de usar la amenaza de muerte para confirmar que el gobierno de Estados Unidos busca la manera de destruir su gobierno. «El señor Chávez,» publicó el Post, «quien al igual que el señor Robertson, está enamorado de lo absurdo, cree que Estados Unidos lo quiere asesinar.» El presidente venezolano «parece disfrutar de presentarse a si mismo como blanco de asesinos norteamericanos; cargo que imputa sin ninguna prueba y que el gobierno de Bush ha negado fervientemente.»
En su evocación de lo «absurdo,» el Post convenientemente ignora el bien documentado hecho que varios gobiernos de Estados Unidos, incluyendo el de John F. Kennedy, desarrollaron y aprobaron planes para asesinar a Castro. Las revelaciones que surgieron en la década de los setenta acerca de los complots del gobierno de Estados Unidos para llevar a cabo asesinatos fueron tan políticamente embarazosos que el presidente Gerald Ford se vio forzado a emitir una orden ejecutiva prohibiendo dicha práctica.
Además, que Chávez se enfrentara a toda una serie de campañas desestabilizadoras financiadas por la CIA; y que apenas sobreviviera un golpe de estado auspiciado por Estados Unidos hace tres años, aparentemente no constituye suficiente «prueba» para el Post, periódico que sirviera como uno de los voceros principales de las mentiras de la administración Bush acerca de las presuntas armas de destrucción masiva iraquíes.
Pero la voz del Los Angeles Times fue aún más cínica. Uno de sus editoriales, publicado el 24 de agosto, comienza de esta manera: «Una persona paranoica nunca es más feliz que cuando descubre que sus enemigos son reales. Cuando Pat Robertson abogó por el asesinato de Hugo Chávez, pudo muy bien haber sido el momento de vindicación que el presidente venezolano había estaba esperando.»
El diario añade que el pueblo de Estados Unidos bien sabe que Pat Robertson es un charlatán de «dudoso juicio y hasta salud mental. Pero quizás los sudamericanos vean las cosas de manera diferente, lo cual podría causarle bastante daño a la ya bastante pobre reputación de Estados Unidos en la región.»
¡Esos pobres ingenuos sudamericanos! Ellos aparentemente están inclinados a creer, luego de un siglo de intervenciones militares y golpes de estados respaldados por los Estados Unidos, que el imperialismo yanqui es la peor amenaza a su independencia nacional y derechos democráticos.
El periódico de Los ángeles no examina seriamente las implicaciones de su propia caracterización de Robertson. Este hombre, después de todo, ha jugado un papel estelar por un cuarto de siglo en la derecha fundamentalista cristiana, la cual ejerce una gran influencia en las esferas del poder en Washington. No hace mucho; durante la campaña presidencial del 2000, Robertson jugó un papel importantísimo en la selección del candidato presidencial republicano, dando su apoyo a Bush en contra del Senador John McCain durante las cruciales elecciones primarias de Carolina del Sur.
Si Robertson está medio chiflado, entonces se podría decir lo mismo acerca de otros representantes fundamentalistas tales como James Dobson, del Foco sobre la Familia (Focus on the Family), y de Tony Perkins, del Consejo para la Investigación sobre la Familia (Family Research Council), o de políticos republicanos como Tom Delay o, ya que estamos en esto, del mismísimo Bush. Es una realidad de la vida política de Estados Unidos, que hoy día la prensa y los ámbitos oficiales de Washington acogen con respeto y deferencia ideologías que una vez eran consideradas parte de un ala lunática y fascista.
El apoyo al asesinato político en realidad no coloca a Robertson muy lejos de lo que se considera la extrema derecha normal. Debemos recordar que tras los asesinatos de dos jueces y la familia de un juez durante la primavera de este año, por lo menos un senador republicano; John Cornyn, del estado de Texas, expresó su comprensión por las frustraciones políticas con la rama judicial del gobierno, mientras Tom DeLay declaraba (de forma similar a Robertson), que los jueces federales eran una amenaza peor que los terroristas y que tenían que ser «considerados responsables.»
Fue durante el furor ocasionado por los comentarios de Robertson que el fundamentalista cristiano Eric Rudolph fue sentenciado a cadena perpetua por explotar una bomba en el Parque Olímpico de Atlanta en 1996, donde murió una mujer y resultaron heridas cien personas, así como también por la explosión de un club nocturno homosexual y una clínica para abortos. Rudolph, igual que Robertson, es representante de la «cultura de la vida» que Bush tanto alaba.
El imperialismo norteamericano se encuentra en un callejón sin salida, enfrentando una crisis social que no tiene solución. Se ha embarcado en una trayectoria de agresión militarista, usando la superioridad militar que le queda para tratar de sobreponerse a una posición económica debilitada. Las guerras en Afganistán e Irak son solamente el preludio de aventuras aún más sangrientas. En este contexto, los desvaríos de Pat Robertson nos presentan un cuadro más realista del verdadero estado mental de Washington que todas las tonterías oficiales que salen de la Casa Blanca y el Departamento de Estado acerca de «democracia» y «libertad.»
Patrick Martin es un analista internacional miembro del staff del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Para leer más sobre Patrick, visita la página del CICI: http://www.wsws.org
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