En 1990, para interpretar al triángulo protagonista de su película «Jamón Jamón», el director y guionista Bigas Luna escogió tres jóvenes actores casi desconocidos y con escasa experiencia. Una vez, entre toma y toma, les dijo: «Chavales, vosotros vais a ser grandes estrellas». No andaba mal de olfato Bigas Luna: los tres jóvenes actores eran Jordi Mollà, Penélope Cruz y Javier Bardem. Los tres, a partir de «Jamón Jamón», se convirtieron efectivamente en grandes estrellas en su país, luego en actores muy conocidos en el resto del mundo y, finalmente, se fueron a conquistar Hollywood. El último en ceder a los cantos de sirena de las majors gringas, y el que ha hecho la carrera más sólida y fulgurante, es sin duda Javier Bardem.
En 2004, quince años después de «Jamón Jamón», Javier Bardem gana su segunda Copa Volpi a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cine de Venecia. Sólo Sean Penn posee también dos copas Volpi. Bardem ganó la primera por interpretar a un escritor cubano homosexual y enfermo de sida en «Before Night Falls», un papel que le valió además una nominación a los Oscars. La segunda la ganó por interpretar a un gallego tetrapléjico y cincuentón en «Mar adentro». Sí, efectivamente, dos papeles de esos que demandan mucha caracterización física y mucho acento impostado de esos que les encantan a actores adictos al camaleonismo como Robert De Niro o Meryl Streep; que si fundaran un club, podrían tener a Bardem como presidente honorario. Aunque no siempre fue así. Pero empecemos por el principio.
Podríamos decir que de casta le viene al galgo: este madrileño coyunturalmente nacido, 1 de marzo de 1969, en las islas Canarias, es nieto, hijo y hermano de actores, y sobrino de uno de los más destacados directores de cine de la España de la posguerra, Juan Antonio Bardem, quien junto con Buñuel y Berlanga forma la triple B del cine clásico español.
Al principio, Javier no pensaba dedicarse al oficio familiar de la farándula. Estudió pintura en la escuela de Artes y Oficios, jugó un tiempo en la selección española de rugby como profesional y hasta se planteó dedicarse al boxeo, un deporte que le apasiona, y que aún practica como medio de mantenerse en forma. Irónicamente, no le partieron la nariz sobre la lona de un cuadrilátero de boxeo, sino sobre la pista de una discoteca madrileña; una noche en que se le acercó un tipo y le preguntó: «¿Eres Javier Bardem?», él dijo que sí, y sin más palabras el tipo le lanzó un derechazo que le quebró el cartílago. Cosas de la fama.
A pesar del palmarés familiar, Bardem empezó desde abajo, haciendo pequeños papeles en series de televisión. Hasta que en 1990 su descubridor y mentor, Bigas Luna, le confió un papel secundario en «Las edades de Lulú», como profesional de la prostitución masculina, un papel donde ya se apreciaba la asombrosa convicción que imprime a sus personajes, y donde su magnetismo sexual de encelado animal macho robaba todas las escenas en que aparecía a los un tanto desleídos protagonistas. Bigas Luna reparó en ese nada sutil vaho de fuerte sexualidad masculina que la pantalla exudaba cuando Bardem transitaba por ella, y lo aprovechó, como ya queda dicho, en «Jamón Jamón» y en su siguiente película, «Huevos de oro»(1993), con papeles que quintaesenciaban el mito erótico del macho latino. El atractivo sexual del joven Bardem recuerda el del joven Brando, que también empieza por B y tiene el mismo número de letras, sólo que es aún más perentorio, aún menos equívoco y aún más tórrido, del que se desprende un fuego sobre el que Bigas pudo cocinar sus huevos con jamón para que el público de medio mundo los comiera con gula, y hasta (o sobre todo) con lujuria. Mujeres de todas las latitudes (y probablemente algunos hombres) han tenido fantasías eróticas recordando la famosa escena de «Jamón Jamón» donde Bardem torea desnudo bajo la luz de la luna: una secuencia narrativamente irrelevante, pero estéticamente fascinante.
Sus colaboraciones con Bigas Luna le elevaron rápidamente al estrellato en España (y un poco en Italia, donde el director catalán siempre ha tenido mucho predicamento), pero amenazaban con encasillarlo; la ya mencionada convicción que imprime a sus interpretaciones llevó a que, viéndole hacerlas tan similares, mucha gente creyera que no interpretaba en absoluto, que no hacía más que ser él mismo y qué mérito tiene eso. Pero él demostró que no era el caso en «Días Contados» (1994), aprovechando la oportunidad de interpretar un heroinómano flaco y lánguido, con los dientes podridos y ese aspecto de tener la carne de prestado que según William Burroughs es característico de los adictos. Bardem se preparó el papel a conciencia, y le valió ser nominado, por primera vez, al premio Goya a la mejor interpretación masculina.
«Gracias, pero ahora lo que busco es un papel de homosexual torturado», dijo Alex de la Iglesia que le dijo Bardem cuando le propuso interpretar en «El día de la bestia» el papel que, finalmente, interpretaría Santiago Segura. No lo consiguió en seguida: en «El detective y la muerte» (1994), extraña película cuyo guión parece escrito al alimón entre Raymond Chandler y Franz Kafka, interpretó al detective, y dejó otra secuencia de desnudo narrativamente irrelevante pero estéticamente fascinante para deleite de sus fans: al principio, saliendo de entre las olas del mar en una playa desierta, como un joven dios recién nacido.
En «Boca a boca» (1995) prueba la comedia sofisticada con un toque a lo Cary Grant y gafas de Woody Allen, aunque, la verdad, más parece Supermán intentando simular que es Clark Kent, pero logra hacer creíble su papel, que le proporcionó su primer premio Goya. En el galardón, se midió con el gran Federico Luppi en «Éxtasis» (1996) y pasó la prueba con nota.
Su interés por interpretar papeles que supongan un reto de preparación física le llevó a interpretar a un parapléjico para Almodóvar en «Carne trémula» (1997) (a los actores les encanta hacer de tullidos, decía Orson Welles), que le valió su segundo Goya. Y su interés por los papeles que comportan transformarse y cambiar por completo de personalidad, le hizo aceptar el extremado papel del santero psicópata Romeo Dolorosa, bajo las órdenes de Alex de la Iglesia, en «Perdita Durango», su primera producción norteamericana, donde entre trenzas, botas charras y bigote es casi irreconocible ( a los actores les encantan las pelucas, los postizos y los disfraces; también lo decía Welles) y donde su ya mencionada capacidad de convicción hace al personaje, un villano muy villano, extremadamente desasosegante; cuesta tomárselo a broma, por más que la película juegue a la exageración distanciadora y al humor negro. Pero Bardem —y no es poco mérito— consigue que te creas un personaje tan inverosímil.
En el año 2000 consigue por fin interpretar a un homosexual torturado, mejor dicho a dos: un médico de clase media que sostiene una difícil relación sentimental con un hombre casado que aún no ha salido del armario, en la producción española «Segunda piel», y al escritor cubano anticapitalista, anticastrista, homosexual y enfermo de sida Reinaldo Arenas en la producción norteamericana «Before Night Falls», dirigida por Julian Schnabel. Bardem realizó un exhaustivo trabajo de preparación para parecerse lo más posible al auténtico Reinaldo: adelgazó y redujo su volumen muscular para adquirir un aspecto frágil, mimetizó sus gestos, su manera de andar y su manera de hablar -en inglés con acento cubano, un idioma que entonces no dominaba mucho-. Este papel le valió el reconocimiento y la fama internacional, amén de su primera Copa Volpi y una nominación a los Oscar.
«Cuando interpretas a un personaje que realmente existe o que existió, lo primero que debes tener en mente es el respeto. Respeto por la gente que amó a esa persona y que le sobrevivió. Muy al principio tenía pesadillas sobre quienes conocieron a Reinaldo: en sueños me chillaban por lo mal que le interpretaba» dijo después, recordando cómo preparó el personaje.
Su siguiente papel no es una persona que realmente existe o que existió, pero lo mismo se sometió a una transformación para interpretar a Santa en «Los lunes al sol»(2002). Cuesta trabajo reconocer al apuesto joven vestido de smoking que poco antes había aparecido por televisión en la gala del Shrine Auditorium de Los ángeles en el obrero en paro cuarentón, gordo, medio calvo, barbudo y un poco echado a perder que protagoniza esta película de Fernando León. Previamente, Bardem había rechazado un papel en «Minority Report», de Steven Spielberg: «el personaje no me suponía ningún interés interpretativo, lo único que hacía era correr», dijo. Qué les habré hecho yo a los españoles que siempre me dan calabazas, diría Spielberg, a quien antes ya le habían rechazado ofertas Alex de la Iglesia (para dirigir «The Mask of Zorro») e Isabel Coixet (para dirigir «Memoirs of a Geisha»).
Sin embargo, dos años después, otro director norteamericano le volvió a tentar con otro papel secundario en una película protagonizada, también, por Tom Cruise, y esta vez dijo sí. En «Collateral» (2004), de Michael Mann, Bardem apenas sale 10 minutos, interpretando a un narcotraficante, que parece que es el papel que inevitablemente les toca a los actores ibéricos o latinoamericanos cuando van a Hollywood. Este es del tipo de papeles en que se encasilló su antiguo compañero de reparto Jordi Mollà en sus primeras películas norteamericanos, «Blow» y «Bad Boys II», antes de añadir insulto a la injuria interpretando a un mexicano renegado que se pasa al lado de los anglos en contra del General Santa Ana en la última, y penosa, versión de «El Álamo».
Bardem afirma que aceptó el papel porque tenía curiosidad por ver cómo era una gran producción de Hollywood por dentro. Y su conclusión fue: «Hollywood no funciona», afirma, mientras recuerda con ironía a los centenares de auxiliares de rodaje corriendo por todas partes, como pollos sin cabeza, hablando entre ellos mediante micrófonos colgados de la oreja, incapaces de organizarse lo bastante como para traerle el botellín de agua que les había pedido. «Al final me levanté a buscarlo yo mismo».
De vuelta a España, aceptó otro de esos papeles que supone un tour de force interpretativo. En «Mar Adentro»(2004) de Amenábar, que con Almodóvar y Alex de la Iglesia completa la triple A del cine español actual, Bardem se mete en la piel de Ramón Sampedro, un marinero gallego de 50 años que lleva 30 inmovilizado del cuello para abajo por una tetraplejía, y cuya aparición en los medios de comunicación pidiendo que se le facilitasen los medios para suicidarse causó conmoción y un debate sobre la eutanasia que la película ha reavivado.
Amenábar dice de Bardem es como un papel en blanco donde dibuja la personalidad del carácter que interpreta, y que ese es el secreto de su éxito. A este respecto, Bardem dijo una vez: «Intento recordar lo que Marlon Brando dijo en una ocasión, cuando interpretaba a Marco Antonio…» Dijo: «Cuando interpretas a un personaje dotado de un espíritu verdadero, y que es objeto de una auténtica transformación, tienes que abstraerte del papel y dejar que el personaje entre dentro de ti». «Lo difícil es coger tu ego y tu vanidad, tirarlos a la basura y dejar que el personaje te controle».
Para convertirse en Sampedro, Bardem se sometió a largas sesiones de adiestramiento con fisioterapeutas, para aprender a moverse (o mejor dicho, a no moverse) como un paralítico; clases de gallego para adquirir el acento; un meticuloso estudio de grabaciones en vídeo, para adoptar sus expresiones, y sesiones de maquillaje que duraban varias horas al día. El resultado fue una transformación física que hizo llorar a los familiares del auténtico Sampedro cuando fueron a visitarlo al plató de rodaje y él se levantó de la silla de ruedas para saludarles. El resultado ha sido haber ganado la segunda copa Volpi de su carrera y reafirmar su reconocimiento internacional.
En España, hasta los columnistas de la prensa conservadora que, desde que su rostro apareciera en la prensa asociado a la protesta popular contra la intervención de España en la invasión de Irak, le habían tomado una ojeriza notoria y notable (en cuanto a compromiso político también le viene de casta al galgo; su tío el director fue un destacado miembro de la resistencia antifranquista, y a su muerte el ataúd, según su petición, iba envuelto en la bandera del Partido Comunista de España, al que perteneció), apretaron los dientes y le felicitaron. No sin antes lamentarse de que hubiese puesto su talento al servicio de causa tan discutible como la apología de la eutanasia.
Ahora, a pesar de que «Hollywood no funciona», sus siguientes proyectos profesionales los va a cumplir allí, quizá a causa de la pertinaz sequía de creatividad y producción que últimamente sufre el cine español, quizá porque el cine español pocos retos más puede ofrecerle, a él que tiene el listón de los retos colocado muy alto. Está a punto de estrenarse «The Last Face», donde comparte cartel y triángulo con Sean Penn y Robin Wright Penn, y en el horizonte asoman «Killing Pablo» y «Che», donde debe interpretar, respectivamente, a Pablo Escobar y a Fidel Castro, dos individuos que quizá no merezcan tanto respeto como Reinaldo Arenas y Ramón Sampedro, pero parecen ideales para que Bardem realice uno de esos asombrosos ejercicios de impostura que tan bien le salen.
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