¿Hacia dónde vamos?

Por supuesto que la respuesta debería ser, a donde más nos convenga. Pero la cosa no va a ser tan fácil. Después del desastre económico de los años ochenta y noventa, América Latina vuelve a vérselas con las tentaciones de izquierda de los sesentas y setentas. La única diferencia entre entonces y ahora, es que en medio de un mundo menos bipolar, mantener la distancia del capitalismo es una opción valida. Si algo nos ha enseñado la historia, es que para el desarrollo de un sistema de libre mercado, se requiere de un orden social y político que de carecerse lleva inevitablemente al fracaso.

La situación de la América Latina de hoy es comparable con la que existía en Francia al inicio la Revolución Francesa. Comparando el mundo capitalista actual con el régimen monárquico de entonces, podemos inferir inmediatamente el rumbo que podríamos tomar para salir de los problemas que hoy en día nos torturan.

La Revolución Francesa se originó por el cuadro generalizado de miseria y represión de las masas populares, cuyo origen estaba en la incapacidad del régimen feudal de Luis XVI de conciliar la desastrosa crisis financiera que el Estado había venido sufriendo de forma crónica. En el período inmediatamente anterior a la revolución, el Estado se dio cuenta de que su impotencia financiera no podía ser remendada con el aumento de impuestos -que ya oprimían pesadamente a la población- sino más bien, por la generalización de los tributos a toda la población sin distinción de rangos o posición social. El tercer estado, la burguesía, por un lado aceptó la decisión, y por el otro retiró el apoyo a la realeza propiciando dramáticamente la toma de la Bastilla por un pueblo armado que sencillamente no aguantaba más. La burguesía, más tarde, se mostró tan incapaz como el régimen anterior y sólo hasta el golpe de estado a Napoleón, el gobierno de París logró organizarse y romper con las viejas estructuras gubernamentales que le ataban al ciclo de la miseria.

Cualquier parecido con la realidad de América Latina es pura coincidencia. Pero si es verdad que la historia se repite, entonces estamos entrando en un período en el que el rompimiento con las estructuras actuales de poder, es necesario para desencadenar el desarrollo. Esto puede ser doloroso y de llegar a ser esto cierto, hay que amarrarse los pantalones porque lo que viene es candela pura.

Claro está que no podemos, ni debemos, usar a Napoleón como punto de comparación para el liderazgo que poco a poco ha emergido en América latina en los últimos años. La analogía es imposible y anacrónica. Pero las necesidades de los pueblos y la responsabilidad de la burguesía siguen siendo las mismas que entonces. La comparación, sin embargo, no es completamente invalida. En primer lugar encontramos al pueblo latinoamericano, en la posición del pueblo francés. A sus nuevos líderes en la posición de Napoleón y su nuevo orden, que hoy en día sería la izquierda latente. La oposición germana, rusa e inglesa que entonces se unió para vencer al corzo invasor y la propaganda que se generó para cancelarlo políticamente, es hoy en día la misma que los países capitalistas imponen contra cualquier idea que no sea de centro o de derecha.

Visto de este punto de vista, el gobierno de Napoleón, no fue sino el Kremlin del siglo XIX. Un gobierno forajido tratando de abrirse camino en un mundo dominado por gobiernos de ideas contrarias, que se esforzaron en convertir cualquier logro de su gestión en un mal perverso que debía evitarse. Por esto Napoleón nunca fue bien visto en tierras americanas. El imperio napoleónico atentaba ideológicamente contra la existencia de las monarquías europeas, que veían en el francés una iniciativa popular que debía ser acabada a toda costa. Pero aunque lograron inocularse localmente contra la invasión política francesa, a pesar de las invasiones de sus territorios, sus ideas viajaron a las colonias desencadenando las independencias de estas en el siglo XIX. Algunas de estas monarquías, por cierto, aún están sentadas cómodamente en su trono.

Francia terminó al final, pagando por el atrevimiento de retar a duelo al resto del mundo, buscando un destino independiente y desinteresado de todo pero de ellos mismos. Pero dada la situación en que se encontraban, acaso esto estaba mal? Debían haberse preocupado por sus relaciones con otros estados antes que de su propio bienestar? En mi opinión, Francia hizo lo correcto, y Latinoamérica debería seguir este ejemplo de acuerdo a las reglas que rigen este siglo.

No estamos en el siglo XIX. La diplomacia ha sustituido a los campos de batalla. Si Latinoamérica pretende seguir un camino que no es el que le indican las grandes potencias, es mejor que afile las uñas en este terreno, ya que estas no aceptarán un reto frontal a su influencia e intereses, so pena de terminar sancionados permanentemente como Irak o Cuba. Ya Hugo Chávez en Venezuela ha cometido el error de la honestidad al expresar sus ambiciones e influencias y esto debe ser evitado a toda costa, para evitar el mal de ojo por parte de Washington, que mal que bien, puede estar abierto a ideas en estos momentos que su economía se tambalea a pesar de sus esfuerzos por evitarlo.

La mayor influencia en Latinoamérica hoy en día, proviene del proyecto cubano, que como el napoleónico no es del agrado del orden establecido. Castro cometió el mismo error de Chávez en Venezuela al desafiar las política estadounidense. Pero en los años 50 la existencia del contrapeso soviético hacía esto posible. ¿Quién iba a imaginar entonces la caída del imperio ruso? El gobierno de Castro representa todos y cada uno de los deseos independentistas y de autodeterminación del gobierno de Napoleón, aunque, por supuesto, en un contexto diferente. Y como tal, es objeto constante de ataques que buscan desacreditar cualquier paso que de al frente, pese a las adversidades.

Por esto la búsqueda de un camino propio debe ser cuidadosa. Un paso en falso y un gobierno buscando atender a las necesidades de su país, puede terminar como blanco del mundo capitalista. Ya en el siglo XIX, las monarquías europeas hicieron lo propio con Napoleón en América, neutralizando su influencia al convertirlo en un monstruo con el que nadie quería verse relacionado, por miedo a ser expuesto como un aventurero más, en búsqueda de un imperio y una corona. La comparación fue una de las grandes batallas diplomáticas de Bolívar en su lucha por unir a Sur América mediante la Gran Colombia. A pesar de que este no tenía intenciones monárquicas de ningún tipo, tuvo que negar cuanta influencia positiva el monarca francés ejercía en él. Curioso es que si hubiese hecho lo contrario, la burguesía latina quizás le hubiese dado el visto bueno al gran imperio suramericano, en vez de destazarlo como lo hicieron.

Perú de Lacroix, en El Diario de Bucaramanga, hace referencia a las consecuencias de la propaganda anti-napoleónica en la empresa bolivariana, con ocasión de la Convención de Ocaña, y de la manera cuidadosa con que Bolívar se refería a Napoleón frente a sus adversarios. El 26 de abril de 1828 escribe:

«Ni paseo ni juego ha habido hoy: el Libertador se quedó solo después de la comida hasta las siete de la noche, que fui a su cuarto y lo hallé leyendo. A mi llegada me dijo: «Venga acá, que le leeré algo de la guerra de los dioses. Empezó, pero se cansó muy pronto y me pidió el Gabinete de Saint-Cloud, que estaba sobre su mesa. Empezó el artículo sobre Napoleón y muy pronto lo dejó para decir: «¡Qué injusticia; qué falsedad!». Siguió luego la misma lectura y, de golpe, tirando el libro sobre la mesa desde la hamaca en que se hallaba, dijo: «Usted habrá notado, sin duda, que en mis conversaciones, delante de los de mi casa y otras personas, nunca hago el elogio de Napoleón; que, por el contrario, cuando llego a hablar de él o de sus hechos es más bien para criticarlo que para aprobarlo, y que más de una vez me ha sucedido llamarlo tirano, déspota, como también el haber censurado varias de sus grandes medidas políticas y algunas de sus operaciones militares. Todo esto ha sido y es aún necesario para mí, aunque mi opinión sea diferente; pero tengo que ocultarla y disfrazarla para evitar que se establezca la opinión de que mi política es imitada de la de Napoleón, de que mis miras y proyectos son iguales a los suyos, de que como él quiero hacerme emperador o rey, dominar la América del Sur como él dominó la Europa: todo esto no habrían dejado de decirlo si yo hubiera hecho conocer mi admiración y mi entusiasmo para con ese grande hombre. Más aún habrían hecho mis enemigos: me habrían acusado de querer crear una nobleza y un estado militar igual al de Napoleón en poder, prerrogativas y honores. No dude usted de que esto hubiera sucedido si yo me hubiera mostrado, como lo soy, grande apreciador del héroe francés, si me hubiesen oído elogiar su política, hablar con entusiasmo de sus victorias, preconizarlo como al primer capitán del mundo, como hombre de Estado, como filósofo y como sabio. Todas estas son mis opiniones sobre Napoleón, pero gran cuidado he tenido y tengo todavía de ocultarlas. El Diario de Santa Elena, las campañas de Napoleón y todo lo que es suyo, es para mí la más agradable y provechosa lectura: es donde debe estudiarse el arte de la guerra, el de la política y el de gobernar». Tan singular como inesperada confesión del Libertador me extrañó. En varias ocasiones había yo sacado la conversación acerca de Napoleón, pero nunca había podido fijarme sobre el verdadero juicio que de él tuviera su excelencia: había oído algunas críticas, pero sobre hechos parciales y no sobre el conjunto de todos ellos, sobre toda su vida pública, sobre su genio y capacidades: esta noche el Libertador ha satisfecho mis deseos. «

Bolívar estaba claro en la influencia negativa que causaría en su proyecto, el verse relacionado con la figura de un Napoleón que había sido desprestigiado hasta más no poder. Fidel Castro, sabiamente, ha capitalizado diplomáticamente, haciendo uso del mismo silencio que tanto molestaba a Bolívar. Y esta es la forma correcta de manejarse en este momento y estado de las cosas.

La mejor forma que los opositores a un cambio van a conseguir, para descarrilar la salida de América del Sur del atolladero en que se encuentra, va a ser mediante la guerra informática. Desprestigiando a los regimenes y lideres que propongan cambios que afecten sus intereses, sin importar si son positivos para la región o no.

Este desprestigio, mas bien que no, vendrá en la forma de la asociación con los sistemas de izquierda, que siendo exactamente a donde parecemos dirigirnos, le dará veracidad a cualquier ataque. Esta formula, por cierto, funcionará, de no ser neutralizada cuidadosamente, con precisión de reloj suizo, gracias al extenso trabajo hecho por occidente durante la guerra fría.

Volviendo al caso Venezuela, vemos como Hugo Chávez ha enfrentado una oposición fuerte a su administración no por la crisis económica, no por actos corrupción y ni siquiera por su militarismo evidente, sino por la popularización del rechazo a sus ideas de izquierda. Lula en Brasil vio su candidatura amenazada por el simple hecho de expresar simpatía por el venezolano, quien a su vez ha revelado su admiración por su colega Fidel Castro.

Al igual que en caso de Bolívar con respecto al proyecto napoleónico, dudo que las pretensiones políticas de Chávez incluyan la adaptación completa del sistema cubano o de cualquier otro, realmente no hay indicios de esto. Sino mas bien la experimentación en los campos donde el gobierno de Fidel ha sido exitoso, lo cual es perfectamente valido. Como el de la salud publica, la educación, los deportes y la agricultura. Pero el no haberse protegido del desprestigio propagandístico, le va a hacer difícil llevar a buen termino cualquier iniciativa. Un cambio brusco como el ocurrido tras la revolución cubana, simplemente no es posible. (Esa experiencia ya la vivió él mismo durante los fallidos golpes de estado contra la administración Carlos Andrés Pérez y la oposición en el golpe de Abril del 2002). El éxito de semejante movida terminaría inevitablemente en la intervención extranjera. Por lo que no le queda otra ni a el ni a ningún otro gobierno de Latinoamérica que quiera experimentar fuera del modelo de derecha que cuidar celosamente cada paso que da, teniendo en cuenta que el poderío militar, diplomático y estratégico de occidente, principalmente, los EE.UU., es simplemente irresistible.

Si los pasos se dan correctamente, América latina no debería tener problemas en adoptar el gobierno que mejor le parezca, y siendo la izquierda la influencia mas evidente en este momento, Suiza, Francia o cualquiera de estos estados pseudo socialistas de Europa deberían ser un ejemplo a considerar, especialmente ahora cuando la Unión Europea buscar alejarse de la influencia estadounidense. Aquí los programas sociales son increíblemente amplios y conviven libremente con el capitalismo de las grandes corporaciones que a la final, son las que pagan la cuenta. De hecho, es interesante mencionar, que las políticas económicas que fracasaron en Latinoamérica en los anos 80 y que implotaron en los 90, lo hicieron por que en realidad se alejan mucho de lo que realmente sucede en los Estados Unidos, padre de estos proyectos nefastos vía FMI, donde las políticas de carácter social son quizás mas extensas que en Europa. Una mirada rápida a las leyes de welfare en los Estados Unidos inmediatamente nos deja ver las contradicciones entre lo que vivió América Latina y lo que se pretendía forzar en Latinoamérica. Si en los Estados Unidos se eliminarán de un plumazo los programas sociales que los Chicago Boys culpaban en Latinoamérica como causante de los déficit presupuestarios y la carencia de estimulo para el desarrollo, veríamos ciudades enteras en fuego a lo largo y ancho de los EE.UU… en un abrir y cerrar de ojos.

Francia o Suiza no son amenazas al mundo capitalista. Y ni siquiera lo es China, que adoptando un sistema mixto esta cada día económicamente más saludable. De hecho el ejemplo chino es bastante interesante por que, a pesar de haber tenido un gobierno radical por muchos años, jamás fue objeto de ataques como lo fue el Kremlin. Esto por supuesto, por conveniencia de occidente. Si Latinoamérica sabe jugar sus cartas, de la forma en que China lo ha hecho, explotando su inestabilidad latente, los resultados de cualquier iniciativa deberían ser positivos a mediano plazo.

Sin embargo, a diferencia de China, nosotros no estaremos experimentando con un sistema nuevo en el hemisferio. La meta debería ser ajustar el que ya tenemos de manera que sea capaz de funcionar bajo las condiciones caóticas que hoy presentan nuestros países. Y para esto se necesita el consenso y solidaridad de la burguesía local.

Ni Chávez ni Lula llegaron al poder a punta de carisma. A pesar de la oposición que encuentran o puedan encontrar en el futuro, sus campañas fueron financiadas por el sector privado en una jugada valiente a la que no se le puede restar merito. Los principales afectados por las crisis económicas de cualquier país son los empresarios. La disminución del consumo en cualquiera de sus formas se refleja de inmediato en los beneficios de los grandes, medianos y pequeños productores y comerciantes. En el caso Venezuela, por ejemplo, la economía ha sufrido un progresivo deterioro desde el comienzo de la década de los ochenta. A pesar de que la liberación de precios el empresariado se las ha visto cada día cara a cara con el fantasma de la inflación, que era indetenible e incontrolable bajo los regimenes anteriores.

La solución, como sabiamente la entendieron en algún momento, era el cambio en la forma de un nuevo líder con ideas frescas abierto a sugerencias. Lamentablemente , en el caso de Hugo Chávez, el miedo a una nueva revolución de tipo cubano les ha llevado a olvidarse de esa intención inicial y tratar de volver al método inflacionario de hacer negocio, que con todos sus defectos es prácticamente garantizado.

Desde la administración de Bill Clinton, ha habido una tendencia sin precedente de acercamiento hacia América latina. Las razones, además de diplomáticas, son de orden económico. América Latina representa uno de sus mercados mas grandes de los EE.UU. Y es de hecho la única zona del planeta donde la balanza comercial se ha mantenido casi intacta. Tras años de políticas que ignoraban esto, Washington se dio cuanta de que si pretende ser el bodeguero de Latinoamérica, debe asegurarse de que Latinoamérica tenga como comprar lo que ellos venden. Una Latinoamérica arruinada significaría malas noticias para Wall Street. Si la economía se mantiene estable en la región, a Washington, le importaría lo mismo que le importa que china sea comunista, que los países de Latinoamérica se desarrollen políticamente a su propio paso y de cualquier manera. Al final, al menos por ahora, lo que pase aquí es irrelevante desde el punto de vista estratégico, siempre y cuando le ofrezcamos el apoyo necesario para mantenerse en poder como primera potencia mundial.

Latinoamérica debe explotar la ventaja que tiene con respecto a países que podemos llamar, intervenibles. Algunos de sus países son células productivas eficaces de los Estados Unidos. Brasil, Colombia, México y Venezuela poseen la ventaja de que grandes empresas estadounidenses poseen sucursales gigantescas que abastecen a la región de sus productos. Cualquier tipo de intervención como la que sucede en Irak en estos momentos es solo posible por que Irak no posee intereses norteamericanos en su territorio, y por consiguiente, paralizar al país en un conflicto bélico es directamente inocuo (aunque indirectamente influyente) en las ganancias de los grandes consorcios norteamericanos. De hecho la intervención en Irak es positiva para Washington ya que abre mercados que no existían. Pero en Latinoamérica la historia es distinta. Paralizar a Colombia por tres meses con una intervención militar significaría el deterioro comercial que en principio se quiere evitar.

Esto no quiere decir que medios de presión puedan ser ejercidos. pero al menos nos da un punto en el que apoyarnos a la hora de ejercer nuestro derecho a la autodeterminación, que aunque parezca de lo anteriormente descrito, como una simple aceptación de nuestra dependencia política y económica, en realidad es una estrategia diplomática de romper con ella, por que como dije antes, las batallas ya no se ganan con balas, sino con palabras. Y si no me creen, que le pregunten a Fidel.


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