Futuro apocalíptico y desastre ecológico: «La desobediencia moral» como solución

La obsesión moderna ligada a nuestro ecosistema ha sustituido el futuro promisorio que nos vendían hace 20 años las empresas que pregonaban el progreso y el consumo como solución. Son estas mismas empresas las responsables del desastre, y ahora se lavan las manos y quieren hacernos sentir que somos nosotros, los consumidores, los actores de esta catástrofe.

En los años ochenta, cuando todavía era un párvulo sentado en un pupitre «aprendiendo» huevonadas como los ríos de Venezuela o los diferentes tipos de piedra (conocimiento que utilizo poco, debo decir), me divertía junto a un compañero soñando sobre cómo sería nuestro futuro. Era la época de la película «Volver al futuro parte II», con Michael J. Fox, y las imágenes de patinetas voladoras, carros voladores, ciudades voladoras; en fin, todo volador, nos fascinaba.

Era el reino del eje Reagan-Tatcher, quienes nos instaban a consumir, a comprar aparatos cada vez más desarrollados e inservibles y nos mostraban imágenes de familias balanceadas en las series gringas, sin problemas, contentas de participar al capitalismo, la mejor de las corrientes posibles.

Nunca nadie nos habló de la dilapidación del Amazonas, del calentamiento global, de nuestras economías sostenidas sobre el petróleo y la guerra. El colegio servía (y sirve) para adoctrinar, no para subrayar problemas y paradojas. íbamos bien, sigamos dibujando el carro volador y las ciudades de la familia «Los Supersónicos» que es donde estábamos destinados a vivir.

Hoy en día, «el futuro» parece más una escena sacada de películas como «Terminator» o «Mátrix», ciudades acabadas, donde no hay sol, donde nos ahogamos en el desperdicio y comemos plástico enlatado. Nadie tiene un pronóstico favorable, ni los científicos ni los políticos, estos últimos dedicados a vendar nuestros ojos para que no veamos la verdad, tratando a los ciudadanos como si fueran un grupo de mujeres afganas que no pueden ver lo que hay allá afuera.

La última estrategia ha sido la de hacernos creer que somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos la culpa de todo esto y los que debemos hacer algo para «salvar al mundo» y «garantizar el futuro para nuestros hijos». Hipocresía. Eso es lo que es. Psicología barata para lavar nuestras conciencias de lo mierda que ha resultado ser la especie humana, consuelo de tísicos. Ejemplo: El hippie ecologista que cree ayudar porque manda veinte dólares mensuales a Greenpeace mientras despotrica en el bar y grita sobre el último barco petrolero que contaminó la playa de quién sabe donde. Ejemplo 2: La madre que lleva a su niño de la mano para reciclar los periódicos y las latas de maíz, explicándole que si «todos hacemos esto», nos salvaremos del desastre.

MENTIRAS. Creer que nosotros «podemos hacer algo» por el ambiente es ser un ingenuo idiota. Es igual a las imágenes de los gringos imbéciles vertiendo vino francés en las alcantarillas porque el país galo no los acompañó a masacrar niños musulmanes. Ese «boicot» nunca llegó a nada, igual que nunca llegaremos a nada metiendo los periódicos acá, el plástico acullá, como robots lobotomizados que se tragaron la justificación de las transnacionales. Esta es la gota que rebasa el vaso: El que las empresas y corporaciones que contaminan el ambiente, que pagan sueldos de hambre en el Asia, que botan leche en el mar para «mantener los precios», que sólo se preocupan de las ganancias; hayan convencido a los gobiernos y a los ciudadanos que «somos nosotros», los pobres idiotas que a duras penas gastamos comprando pan y queso, los «responsables» de lo que sucede.

No es cierto que seamos los consumidores los que tenemos la culpa de este desastre, de este invierno primaveral en Europa, del monte Killimanjaro y de la lloradera de Al Gore. Las empresas grandes transnacionales son las que más contaminan, las que más irrespetan normas básicas y sus países de base los que no firman el pacto de Kyoto para luego decirnos, de lo más hipócrita, que reciclemos la lata de cerveza.

¿Hasta cuándo viviremos en esta ilusión? ¿Hasta cuándo aceptaremos esta pseudo «responsabilidad» de algo en lo que poco tenemos que ver? ¿Hasta cuándo mandaremos e-mails idiotas de apaga las luces el día del ambiente para «concientizar» a los políticos? Como si los políticos no lo supieran ya. Como si el liberaloide populista de Sarkozy en Francia fuera a ver la Torre Eiffel apagada durante cinco miserables minutos y reflexionar como en una película melosa de Spielberg, «qué hemos hecho», para echarse a llorar. Como si la analfabeta funcional de Segolène Royal, sintomática de la falta de ideas en el Partido Socialista francés, fuera a entender algo sobre «conceptos» y «estructuras» que vayan más allá de su respingada nariz.

No nos engañemos. Esta mierda no va a cambiar, ni en Francia ni en ningún lado. Los candidatos Sego-Sarko, como les dicen, no van a detener la producción de armas del «país de la libertad y la fraternidad». Ni Obama ni Hilary van a firmar el pacto de Kyoto, que a estas alturas no significa nada y su ratificación mucho menos. Empresas como Total, la mayor productora de ganancias en el 2006 en Francia, no van a hacer nada para ayudar al ambiente. Tampoco van a pagar sus impuestos ni bajar los precios en sus bombas de gasolina, a pesar de que no tienen en qué carajo gastar su dinero. Les sabe a mierda, y no puede ser de otra manera, son una fucking corporación, un monstruo que sólo sabe hacer dinero y nada sabe de ética.

Esta vaina tiene que ser al revés: Cuando las empresas empiecen a hacer esfuerzos para no contaminar, cuando países como India y China hagan esfuerzos para mejorar el ambiente, entonces pondré mi grano de arena. Por ahora, no cuenten conmigo. No voy a apagar la luz, no voy a reciclar un puto vaso. Púdranse, cerdos. Esto no va a mejorar. La única opción es divertirnos lo poco que queda, aprovechar y luego escribir sobre cómo hace 20 años las cosas eran mejores, cómo «hubiésemos podido» ser un gran planeta, cómo las cosas «no tendrían que ser así», y cómo gracias a un puñado de parásitos disfrazados de políticos nos engañaron a todos. Pero que un puto político o una maldita empresa me salga con moralismos, «no puedes beber», «eso es ilegal fumarlo», «el sexo libre va en contra de la iglesia», es una hipocresía tan grande que sólo me provoca echar el plástico del six pack en el mar para atrapar un delfín y masacrarlo. Cada vez que les hicimos caso, cada vez que les creímos, las cosas fueron peor. Entonces, ¿quiénes son ustedes para dar lecciones de moral? ¿Qué han hecho de bueno para que me «orienten»?

Tal vez sea hora, al menos desde un punto de vista moral, de que cada quien haga lo que le dé la gana. Cuando alguien consiga algo más o menos sabroso y que funciona, que le avise a los demás. En cuanto al resto, déjenme tranquilo, no quiero ser parte de sus «empresas» ni de sus esfuerzos de «reciclaje» ni de sus guerras salvajes ni de sus proyectos democráticos. Esto es «desobediencia moral»: Nadie –mucho menos las empresas y los políticos-, está parado en el pedestal como para decirme qué hacer con mi vida y cómo vivirla. Yo sólo tengo un mensaje para ellos: Púdranse. Carcómanse en su mierda de producción, de dinero, de consumo. Destruyan las playas. Poco me importa, pero si vamos pa’bajo, mi propuesta es que por lo menos vayamos disfrutando de la vieja máxima, sexo, drogas y rock’n roll. Si me buscan, estaré en el bar.


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