Fontanarrosa le puso sabor al caldo

El Congreso de la Lengua Española que tuvo lugar a finales del año pasado en Rosario, Argentina, dejó mucho de qué hablar. En él se reunieron especialistas de todo el mundo; hubo figuras notables, panelistas expertos, importantes filólogos y talentosos escritores. Siguiendo la crónica de lo sucedido tenemos que además del congreso «puente» —al que nos referimos antes y que llamaron Congreso de LaS lenguaS—, el consagrado a la española, el que tuvo como tema «identidad lingüística y globalización», culminó con dos actos por demás encomiables: el refrescante relevo que hizo Roberto Fontanarrosa al reemplazar a alguien que se enfermó y el honroso homenaje que le dieron a Ernesto Sábato.

Fontanarrosa pronunció el último discurso del congreso. A teatro lleno de entrada se pitorreó despertando sonrisas y cejas al mismo tiempo: «Iba a decir un speech, pero me parece que no es el ámbito adecuado, porque mi modelo de orador es Fidel Castro». Así que dadas las divergencias, explicó, haría una intervención «más acotada». Fontanarrosa fue uno de los notables. Habló bien de las malas palabras, pidió para ellas una amnistía y exhortó, irónico, a los congresistas a que se portaran bien en la Navidad sin pronunciarlas. El ingenio del dibujante y el «golpe sorpresivo» del escritor se fusionaron en su intervención para cuestionarnos cuándo vamos a aceptar las llamadas malas palabras.

Con ello el autor de Boogie el aceitoso le puso sabor al caldo con buen humor y, a la vez, con este campanazo inesperado hizo un mesurado y divertido llamado a cuidar de esas palabras que hemos marginado porque «las vamos a necesitar», reto que no podía ser más oportuno en ningún otro lugar que en un congreso de la lengua, entre personas dedicadas a la reflexión sobre la situación de las palabras, ante hombres y mujeres consagrados a resolver los problemas del español. Cabe notar que resulta paradójico que el reto fuese lanzado por un espontáneo que no figuraba en el cartel durante un evento en el que nadie contempló ni una mesita para las malas palabras.

El dibujante y cuentista rosarino cerró el congreso pero dejó abierto uno de los temas importantes; acaso sea hora de revisar los manuales de moral y buenas costumbres que definen lo que es vulgar y lo que no lo es. «Acá no se cierra nada», dijo El Negro Fontanarrosa, hay que vernos más a menudo para discutir más lo que hemos hablado y escuchado sobre el idioma y otras lenguas americanas, regionalismos y diversidades para darnos cuenta de la consistencia de su riqueza.

Y es que durante el evento prevaleció una idea, la del respeto a la diversidad. En el español confluye la diversidad y es en esa diversidad donde necesariamente encontramos su identidad, la identidad de la lengua es una suma de identidades, identidad es diversidad. La unidad del lenguaje, apuntó Fontanarrosa, «es el equilibrio de diversidades».

Se ha señalado al idioma como un río inmenso y profundo; como una catedral imponente cuya construcción nadie controla; o como lo señala Fontanarrosa de manera antisolemne y poética: «Nuestro lenguaje tiene alguno de los atributos del aire: es tan imprescindible como inadvertido».

Y así como se mueve, tal como existe y lo respiramos, así como coexistimos y hemos aceptado nuestra convivencia con el habla peculiar de cada país, de cada región de Hispanoamérica, así venimos aceptando en lo cotidiano que la lengua española huye de la pureza, se enriquece en el mestizaje.

Mestizaje que ciertamente campea en los Estados Unidos.

Así que a propósito de las malas palabras, quienes nos dedicamos al periodismo somos los que confrontamos el dilema ante el cual se propone hoy el deber de discutir a fondo el fenómeno de su uso y sus etiquetas. ¿Estamos conformes con «la triste función» (Fontanarrosa) de los puntos suspensivos para reemplazar términos soeces?

Es obvia la fuerza de la expresividad en las llamadas malas palabras, ya lo ha expuesto con maestría Octavio Paz entre nosotros y ahora Fontanarrosa nos lo recuerda, se trata de una fuerza por la cual difícilmente serán intrascendentes.

Es cierto, el rosarino marcó uno de los hitos de ese congreso, recordó que las malas palabras son necesarias y muchas de ellas son irremplazables, por el color, por la sonoridad. Dio en el blanco, pidió atenderlas.

El Boogie que Roberto Fontanarrosa lleva dentro le habrá espetado más tarde en el bar: «Fuiste muy blando con esos congresistas, Negro«.


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