Farenheit 9/11: George Bush arrastra a Michael Moore a su terreno

Al sol de hoy, el filme de Michael Moore «Farenheit 9/11» se ha convertido, para sorpresa de nadie, en el primer documental de la historia en figurar entre las primeras diez películas en ingresos la primera semana de su estreno. Y esto sólo quiere decir una cosa: George Bush vende tickets, y Michael Moore lo sabía muy bien.

Ya todos sabemos la historia. O por lo menos la historia principal. Tras ser atacado por terroristas islámicos, los Estados Unidos, a través de su presidente, se embarcó en una guerra sin enemigo que terminó con la invasión de un país, el derrocamiento de uno de los líderes más importantes del Medio Oriente y la interrupción temporal de todo lo que pueda tildarse de ingenuo.

Y la que Michael Moore nos cuenta en «9/11» es otra de esas que nunca hemos dejado de saber. Las cúpulas del poder sólo se interesan por ellos y los suyos y para lograrlo van a hacer lo que sea sin importar el costo, incluyendo, inventar pretextos para hacer la guerra con fines comerciales. Cosa que aunque cierta, no es tan sencilla ni tan directa como Moore nos quiere hacer creer. Construir un film a base de clichés sociales es contraproducente a la hora de estimar el mensaje de la película, que peca de inocente al afirmar que George Bush está solo en su guerra militar y diplomática por mantener a los Estados Unidos como cabeza de un mundo monoliderizado.

Hablar mal del Gobierno de Bush Jr. es fácil. El asunto es hacerlo con criterio, veracidad y visión, conceptos que Moore trata, pero no logra, utilizar en la elaboración de «Fahrenheit 9/11».

Con esto no quiero decir que el filme de Moore sea deficiente. Todo lo contrario. «Fahrenheit 9/11» es tan eficiente que es casi fascista en sus intenciones. Desde hace bastante que hacía falta alguien en el escenario estadounidense con los cojones de Moore. Alguien que se detuviera un momento y dijera a viva voce, esto es lo que pienso sin la intención de hacer un dólar por ello. O que no se preocupara mucho de la confusa forma de discurso basada en lo políticamente correcto. El problema con Moore es que el tipo parece no tener la menor idea de cual es el mensaje que quiere transmitir al público, en algunas ocasiones contradiciéndose en sus argumentos, y en casi todas apelando al sentimentalismo del público para explicar en imágenes lo que no pudo explicar en palabras, recursos narrativos que a pesar de la creencia generalizada, rara vez quieren o pueden transmitir exactamente lo mismo. Y además, lo de no hacer un dólar parece haber quedado en el pasado.

En «Farenheit 9/11» Michael Moore trata de mostrar los entretelones corporativos entre los que se mueve la elite financiera norteamericana, y en particular como esta pudo, o según Moore, hicieron que se materializara la guerra contra Irak mediante la manipulacion del estado norteamericano a través de George Bush, 43avo presidente de los Estados Unidos.

Desde esta premisa Moore critica la forma en que la actual administración manipuló los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 y hasta hurga en los nexos entre la familia presidencial y el cabecilla de los ataques, el saudita Osama Bin Laden. Temas que no son ninguna novedad y rayan en lo obvio, por lo que la primera pregunta que viene a la cabeza tras ver «Farenheit 9/11» es ¿qué tan válido es un discurso basado o elaborado con los mismo recursos que se pretenden criticar?

Es verdad que George Bush es un líder incapaz e ineficaz. Un peligro para toda la raza humana sin importar que digan los numeritos sobre desempleo en los Estados Unidos. Un hombre que ha utilizado la culpa y el patriotismo para servir sus intereses. ¿Pero acaso no esto a lo que le hecha mano Moore en su película para tratar de mover al público liberal? Lo que es igual no es trampa, dicen por ahí con algo de razón, pero no con toda. Ya que esa igualdad camina sobre una línea muy fina que divide lo que es la denuncia y lo que es simple y llana propaganda.

Tras ver la película está claro que la misma va a tener un efecto más devastador sobre las audiencias extranjeras que las norteamericanas, ya que estas viven lejos de la realidad estadounidense y desconocen una serie de motivos que requieren vivir allí para poder entenderla. Motivos que pueden convertir la película de Moore en una ola a favor de Bush en vez de en contra, porque en «9/11» no hay respuestas a las preguntas en boca de Moore, sólo imágenes efectistas que rayan en lo anárquico, y entre la anarquía y el actual gobierno, por muy malo que sea, la respuesta es obvia.

Lo de las audiencias extranjeras ya pudo verse en Cannes, donde un jurado repleto de compatriotas de Moore le dieron el máximo galardón. Sin embargo, esto no es prueba de nada. Bill Clinton le respondió hace poco a William Baldwin, un actor que pretendió criticarle su gobierno, que «qué iba a saber él si tan sólo es un actor». El jurado en Cannes definitivamente se merece una respuesta similar.

Claro que «9/11» tiene sus méritos. Como pieza documental en concreto no puede estar mejor hecha, pero los problemas del filme no son de forma, sino de fondo. Como dijo George Lucas una vez, es fácil hacerle perder el aliento al público. Se filma a alguien apretándole el cuello lentamente a un gatito y puedes hacer llorar hasta el más duro. Ahora, entregar un mensaje con estas imágenes es otra cosa.

Y esto quizás viene de la característica principal de la obra de Moore, que es la mezcla del cine documental con el género del entretenimiento. El cine documental no se supone que deba entretener, por lo menos no el político, sino a mostrar la opinión de quien sea que lo hizo. Por lo que intentar jugar con recursos que el cine de ficción utiliza como gancho para captar audiencias es simplemente un golpe bajo que no aporta nada al diálogo constructivo, cosa que no considero que Moore haya logrado en lo absoluto.

Moore, obviamente demócrata, pierde un oportunidad grandísima de exponer los peligros de la politiquería barata en manos de ineptos y de los verdaderos riesgos de tomar decisiones equivocadas en las urnas de votación al transarse totalmente en contra de los republicanos como si la contraparte fuera alguna especie de orden religiosa exenta de todo pecado, perdiendo cualquier objetividad que alguna vez haya podido tener.

George Bush es el cabecilla indiscutible de todo lo que sucedió tras los ataques del 11 de septiembre, pero Moore se olvida que cada una de sus acciones fue aprobada en conjunto por el Congreso. Que los demócratas, tanto como los republicanos, son culpables por acción u omisión. Cosa que no hace sino ponerlo al mismo nivel del enemigo al que critica. Y en vez de de adoctrinar, establece, perdiendo su sentido orientador al pasar la raya entre opinión y simple ordenanza, tratando al público como retrasados mentales de la misma manera que Washington lo está haciendo desde que George Bush tomó la presidencia.

No hay terreno en «9/11» para la discusión. Ver este film, a los ojos del director y de acuerdo a lo que nos presenta en pantalla nos supone estar de acuerdo con él o ser otro más de los cómplices de George Bush y por consiguiente culpable de lo que sucede en Irak y Afganistán. La propaganda no es positiva de donde quiera que venga, y si alguien pretende tener ínfulas moralizadoras, lo primero que debe hacer es mantenerse al margen de los recursos de su contrario.

¿Es mentira lo que expone Michael Moore en su película? No. Pero su mensaje simplemente recuerda demasiado ejemplos como la manera en que la oposición en Venezuela ha manejado su disgusto por Chávez como para darle validez.

Chávez fue sacado del gobierno por la fuerza un par de años atrás, sólo para volver sorpresivamente pocas horas después. Si Hugo Chávez hubiese sido Michael Moore, este hubiese fusilado a los golpistas. Pero esa no era la reacción correcta, porque hubiera implicado que estos tenían razón. Que Hugo Chávez era un falso que sólo esperaba una oportunidad para dar un golpe bajo al enemigo. En cambio, el presidente venezolano dejó el caso en manos de la justicia evitando rebajarse a tratar con sus enemigos. Pero a Moore no le importó rebajarse y de hecho se revuelca al nivel de George Bush para pelearlo en su terreno, convirtiendo su película en panfleto nunca mejor que cualquiera de los comerciales electorales de Bush.

Y extrapolando el caso Chavez, al caso Bush, lo mejor que pueden hacer los grupos opositores es simplemente esperar a que cualquiera de los dos se caiga por su propio peso.

Este es un film dirigido específicamente a un público que Moore sabe es gigantesco, especialmente fuera de los Estados Unidos, y cualquier cosa que pretenda tener como mensaje específicamente lo que alguien quiera escuchar no es más que una estrategia de mercadeo. Si deseas conocer más de Michael Moore y su obra recomendamos sus filmes anteriores, que aunque no son ni lejanamente perfectos, al menos gozaban de una genuinidad que se perdió en alguna parte entre Columbine y Ground Zero.

De más esta decir que este film me hizo revolcar de la arrechera. Y no por que no estuviera de acuerdo con él, sino porque como oposición simplemente podemos dar más.

Producción: Dirigida por Michael Moore; escrita por Michael Moore; editada por Christopher Seward; música por Francisco Latorre; producción ejecutiva, Kurt Engfehr; producida por Michael Moore; Estudio: Lions Gate Films.

Protagonistas: George W. Bush, Michael Moore.

Enlaces de interés

1. Website oficial de «Farenheit 9/11»


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