Ernesto no me gustó

Myrna Torres Rivas, revolucionaria latinoamericana, nacida en Centroamérica, en la ciudad de Chiquimula, fronteriza con El Salvador y con Honduras, nos saluda y nos muestra la curiosidad de «una planta que tiene alma», una bellísima violeta de cuatro pétalos que «se abre cuando nace el sol y se cierra al anochecer». Más para ella tienen alma también tres textos que guarda entre sus cosas más queridas. Uno, el Che lo tituló «Otra vez».

Es el diario personal de su segundo viaje por Latinoamérica, en agosto de 1953, cuya redacción interrumpe al partir rumbo a Cuba en el Granma, en noviembre de 1956.

El segundo es «Che Guevara. Los años decisivos», de su ya fallecida primera esposa, la peruana Hilda Gadea. Y el tercero, manuscrito, su propio diario de muchacha.

Cuenta ella que Ernesto Guevara se hizo revolucionario militante en Guatemala.

«La peruana jugó un relevante papel en la vida del médico argentino y lo presentó a diferentes personalidades guatemaltecas. En una carta de Ernesto a sus padres les confiesa que desarrolla ‘unas interminables discusiones con la compañera Hilda Gadea, una muchacha aprista a quien yo, con mi característica suavidad, trato de convencerla de que se largue de ese partido de mierda. Tiene un corazón de platino lo menos. Su ayuda se siente en todos los actos de mi vida diarios, (empezando por la pensión)'».

Myrna trabajaba junto con Hilda en el Instituto Nacional Fomento de la Producción (INFOP), dirigido por el doctor hondureño Núñez Aguilar, que había estudiado en la Argentina y a quien Ernesto, acompañado por su compatriota Eduardo García (Gualo), le trajo una carta de presentación.

«Fue Aguilar quien llamó a Hilda para presentarle a los dos argentinos. Así ella conoció a Ernesto. Y como yo era su amiga, ese día de diciembre de 1953 me los presentó a mí».

Myrna había conocido antes a otros jóvenes argentinos que pasaron por el propio INFOP, «pero diferentes, engreídos y con el pelo engominado».

«Ernesto, en cambio —dice— me dio la impresión, con su camisa de mangas largas arrugada, sin planchar, de una persona sencilla, un pobre con cara de estudiante. Sólo al hablar con él me di cuenta de que era un joven culto. Me llamó la atención su forma modesta de vestir, pero —aunque nadie me lo va a creer— físicamente no me gustó. A mi familia sí. Espiritualmente me cayó bien, porque le gustaba el deporte y montar a caballo, también preferencias mías, pero él como hombre, no. Te digo la verdad: el que me gustó fue su amigo Gualo».

II

Fue Hilda Gadea la que se enamoró de Ernesto. Por ella Myrna conoció a los cubanos Ñico López, Armando Arencibia, Darío González (El Gallego) y Mario Dalmau, exiliados en Guatemala luego del asalto al cuartel de Bayamo, el 26 de julio de 1953.

«Yo había regresado de estudiar en Estados Unidos, era inmadura políticamente y sólo quería fiestar y bailar. Ñico López me había hablado de los carnavales en La Habana y organicé una especie de conga cubana en la capital guatemalteca. Alquilamos un camión y yo me disfracé de diablo. Un amigo hondureño iba tocando el acordeón y un nica la guitarra. Transitamos la calle principal. Todos nos veían como una cosa rara, anormal en mi país, sobre todo un 31 de diciembre. Le dije a Hilda que invitara a Ernesto y a Gualo, pero no lo hizo, tal vez por temor a perder a su posible pretendiente».

Según ella, Ñico López, de admirable madurez política, aun superior a su modo de ver a la de Ernesto en ese instante, aunque no tan culto, fue el primero que le habló de Fidel y del socialismo. Le dijo: «Te lo voy a presentar. Es de convicción firme, un abogado talentoso y visionario, alto, fuerte. Vamos a hacer la Revolución y a triunfar y te vamos a llevar a cumplir una tarea importante». Le hablaba de todo eso, cuando para ella el socialismo estaba muy lejano.

Ñico López y el Che se conocieron en la casa de los padres de Myrna, en enero de 1954. Estaban presentes el argentino Ricardo Rojo y el cubano Armando Arencibia. «Allí ese día estaba mi papá. Recuerdo que el propio Ernesto una tarde le confesó a un venezolano al que llamaban ‘Gallegos’ que mi progenitor era para él ‘como mi padre espiritual’, porque le habló mucho de Sandino y de Rubén Darío y a Guevara le gustaba mucho la poesía.

«Ernesto no era comunista al llegar a mi patria. Se convence del verdadero comunismo con los camaradas del Partido allá, y se lo dice a su madre en una carta. Tenía la experiencia de sus viajes por América Latina y amaba la justicia más que nada, por eso la simpatía mutua entre él y Ñico López.

«Cuando se refugia transitoriamente en la Embajada de Argentina tras la caída de Jacobo Arbenz, allí se encuentra con un grupo de camaradas de mi país, de gran valor humano y revolucionario, probados al final de sus vidas, como Ricardo Ramírez, fundador y Comandante del Ejército Guerrillero de los Pobres, y Víctor Manuel Gutiérrez, fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), maestro, para mí el Santo del Comunismo guatemalteco, uno de nuestros grandes desaparecidos. Entre ellos mi novio, Humberto Pineda (después mi esposo) y su hermano Luis Arturo. A los dos los sacó Ernesto en un auto de la Embajada.

«Guatemala fue el primer país donde hubo desaparecidos. En marzo de 1966, mi esposo, su hermano y Víctor Manuel Gutiérrez, estaban en la lista de los desaparecidos, conocidos como ‘el grupo de los 28’. Con este caso se inaugura —digámoslo sarcásticamente— la modalidad de desaparecer a los revolucionarios en América Latina. ‘La Mano Blanca’ fue la primera organización paramilitar guatemalteca. La dirigió el terrateniente Sandoval, opuesto a la Reforma Agraria. Años después los servicios secretos de la Argentina lo mandaron a buscar para fundar ‘La Triple A’, la causante de los desaparecidos allí, donde es condecorado».

III

Myrna confiesa que tiene tres sangres: «De indio, por mi padre; de español, por mi madre y de negro, también por mi padre, pues mi abuela paterna era mulata».

Argumenta que en la obra del Che se aprecia cómo buscó las raíces de la injusticia y del sufrimiento de los indios. «Comprendió que ellos fueron los verdaderos dueños de nuestra América. En su oficina de Ministro de Industrias, el 5 de julio de 1962, al decirle que mi hermana Grazia Leda se quería inclinar por la Antropología, él me dijo: ‘Yo también en un momento de mi vida quise estudiarla, me interesaban las ruinas y todo eso, pero es mucho más fascinante para mí la Revolución’.

«Supe por «Los años decisivos», de Hilda Gadea, que Ernesto leyó el texto «Huasipungo», del ecuatoriano Jorge Icaza, sobre la agonía indígena y que conoció al autor en el puerto de Guayaquil.

«Él quiso siempre a los humildes, en medio de su aparente dureza. Fue duro con el enemigo y con lo injusto, pero tierno con los pobres, como con la anciana María, a la que vio morir ya sin remedio en un hospital de la ciudad de México donde trabajaba, y en un poema, entre otras cosas, le dice: ‘Toma esta mano de hombre que parece de niño/ en las tuyas pulidas por el jabón amarillo./ Restriega tus callos duros y los nudillos puros/ en la suave vergüenza de mis manos de médico (…)'».

Myrna dio al Che los versos de Mario Roberto Cáceres, El Patojo, que él incluyó en «Pasajes de la guerra revolucionaria». Se enorgullece de haberse casado con un hombre valiente y nos revela una faceta desconocida de su madre, Marta Rivas, «porque su papá, mi abuelo, Francisco Figueroa, que no llegó a contraer matrimonio con mi abuela, se casó con América Palma, la única hija del poeta cubano José Joaquín Palma, autor del texto del Himno de Guatemala.

«Un día dijeron a mi hermano que yo me reunía con sospechosos. Eran Elena Leiva de Holst, hondureña, culta, rica, nieta de un presidente de Honduras, ya mayor, amiga de Ernesto, a quien daba de comer. Además, el norteamericano Harold White, también amigo del Che, al que llamaba ‘el Gringo’ y murió en Cuba hace años. Los otros eran el propio Ernesto, Ñico López y los demás cubanos fidelistas».

IV

Fue el Che quien arregló los papeles para que Myrna viajara a Cuba en 1962. Ella estuvo doce años en México, viviendo sin permiso de trabajo, clandestina, haciéndose pasar por mexicana, pues nunca le dieron asilo. Allí se casó con Pineda el 2 de julio de 1955, cuando ya era aeromoza de Mexicana de Aviación. Vino a vivir a la Isla en 1964, hasta 1980 y aquí se casó en segundas nupcias con Luis Font Tió. Al triunfar la Revolución Sandinista residió en la patria de su padre, Nicaragua. Y vive en La Habana desde 1998.

El Che participó en distintas actividades organizadas por Myrna en Guatemala y en México. El 2 de noviembre de 1956 ella invitó a Ernesto y a Hilda a una comida típica, un «fiambre». Cuando sólo habían llegado Hilda con su niña y el argentino Moyano, tocaron a la puerta. Eran Ñico López y otros tres cubanos, entre ellos Raúl Castro Ruz. Ñico se los presentó. Myrna los invitó a comer, pero estaban apurados y se fueron. Buscaban afanosamente al Che.

Días después Ernesto e Hilda visitaron a los padres de Myrna, también residentes en México. El Che acarició a la perrita Ballerina. Sin decir nada, se estaba despidiendo de todos, hasta del animalito.

En la segunda quincena de noviembre, Hilda Gadea, que estaba con Ernesto en su apartamento en la Colonia Nápoles, llamó por teléfono a Myrna. La invitó a ella, a su esposo Humberto, a su hermano Edelberto y al también guatemalteco Nayo Lemus. Los tres hombres no pudieron acudir a la cita. Era también la generosa despedida del Che.

«Las más grandes virtudes del Guevara que conocí fueron la honestidad y el valor al decir las cosas, y la coherencia entre su hablar y su actuar. No había engaño en él. Aunque a veces parecía hasta pesado, no engañaba a nadie. Y era muy sensible. Cuando hablé con él aquella vez en su oficina de Ministro, acarició a su perro Muralla y me preguntó por nuestra perrita azteca Ballerina. Así era este hombre».

Luis Hernández Serrano es un periodista cubano miembro del staff del periódico cubano Juventud Rebelde.


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