Dice Yoda que, «hay que renunciar a lo que nos es preciado para suprimir el temor de perderlo», y los oídos del público escuchan cual sermón de domingo las palabras de este Paulo Coelho pintado de verde. Desconfío de las invitaciones al desprendimiento que no son gratuitas: George Lucas jamás renunciará al dinero de la taquilla.
Tal vez por ello, para contribuir a la coherencia de La venganza de los Sith, el último episodio de Star Wars, los piratas ya tienen en circulación miles de copias ilegales de la cinta. Yo, por mi parte, decidí negarme a pagar la entrada del cine. Me invitó una amiga a la que le habían regalado un tiquete, pero que no quiso ir por considerar que La guerra de las galaxias es una saga mediocre y machista (acuérdense de la Tía Beru siempre metida en la cocina).
Y tenía razón mi amiga. La hermosísima Padmé (Natalie Portman) es completamente subordinada. De mujer activa y guerrera en los anteriores episodios, aquí pasa a convertirse en triste protagonista de novela, en abnegada esposa que prefiere morir antes que divorciarse del malvado Darth Vader. Además, la actuación de Hayden Christensen es patética, y la de Ian McDiarmid risible, caricaturesca. De Ewan McGregor no diremos lo mismo porque desde que lo vimos en Big Fish le hemos cobrado aprecio.
Tampoco vamos a reprobar los efectos especiales. A pesar del antipático desequilibrio entre la riqueza de lo visual y la pobreza del guión, no podemos menos que aplaudir la capacidad de George Lucas y su equipo para dar vida a un mundo, a unos personajes y a una tecnología que no existen. Bueno, decir que no existen resulta una exageración, pues el ascenso de Darth Vader, marcado por el paso de la democracia a la dictadura, puede ser claramente leído como una alegoría del gobierno de George W. Bush.
La pista para acceder a este nivel interpretativo es una frase que Darth Vader toma prestada del inquilino de la Casa Blanca, «El que no está conmigo está contra mí», que a su vez fue prestada de nada menos y nada más que Jesucristo. Pero no se crea que la aversión que nos inspiran los regímenes autoritarios del momento nos tiene delirando, y que ahora leemos todo en clave política, pues hasta el mismo George Lucas ha validado esta interpretación en una reciente entrevista para El Clarín. «La idea de que la República es, al final, el imperio del mal, al convertirse en una dictadura a partir de inventar una guerra y suprimir las libertades, tiene una actualidad que es imposible de pasar por alto».
Debo admitir que no esperaba encontrarme con una crítica al gobierno norteamericano, sino más bien con una apología de la guerra o con una oda nacionalista, de esas que parecen financiadas por la CIA. Siempre me había molestado que en los episodios antiguos nunca se mostrara la sangre, que la mutilación se asumiera a la ligera (a Luke Skywalker le cortan una mano pero no se inmuta pues pronto le instalan una biónica) y que en las explosiones los cuerpos no volaran en pedazos, sino que simplemente desaparecieran como por arte de magia. Y esto no lo digo por morbo ni en defensa del realismo, sino porque tal representación de la guerra coincide con la imagen aséptica y quirúrgica que Washington nos quiere vender de sus conflictos armados (recuérdese que sólo tuvimos noticia de los soldados norteamericanos mutilados en Irak, cuando Michael Moore logró burlar la seguridad de los hospitales).
Eso, sumado a la grosera moral maniquea de la serie, me tenía convencido de que La guerra de las galaxias era una fábula de derecha. No en vano Ronald Reagan denominó a la URSS como «el imperio del mal» y su proyecto de defensa recibió el nombre de Star Wars. En este mismo sentido, no debe extrañarnos que Jason Apuzzo, redactor de un blog cultural conservador, diga que la saga remite a categorías de derecha «a un universo moral decididamente tradicional, donde se enfrentan el bien y el mal». Y que si bien George Lucas fulmina contra Bush y la guerra de Irak, como realizador es «fundamentalmente tradicional».
Ahora bien, en un mundo polarizado en torno a la cruzada anti-terrorista norteamericana, la ambigüedad política de George Lucas constituye el secreto de su triunfo económico. En efecto, la timidez de su crítica contra Bush deja abierto el espacio para que los espectadores interpreten la lucha entre el bien y el mal como mejor les parezca. Sin olvidar que denunciar a Bush asegura éxitos de taquilla, como ya lo había demostrado Michael Moore con Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11. La estrategia comercial de Lucas me recuerda un chiste de Woody Allen donde dice que ser bisexual duplica las oportunidades de conseguir una cita el sábado por la noche.
Más o menos lo mismo intenta hacer en términos estéticos cuando afirma ante los medios de comunicación que de ahora en adelante se va a dedicar a hacer «películas independientes», justamente cuando sus detractores lo acusan de haber convertido el cine «en una tira cómica de alto presupuesto». Yo, sin embargo, no estoy en contra de las vertiginosas persecuciones espaciales ni de las coloridas batallas con armas láser, sino de que nos quieran convencer de que La venganza de los Sith es modelo acabado de belleza. Algunos críticos han llegado a afirmar que la película es una obra maestra. Y si bien cada cual es libre de opinar lo que quiera, nos parece sospechosa tanta complacencia. Pregunta mi yo malicioso, aquel que piensa como Edward Said que para el intelectual «la solidaridad jamás debe estar antes que la crítica», si, en este caso los críticos se olvidaron de ser analíticos y de orientar a los espectadores, para dedicarse, en cambio, a hacer publicidad.
Pero supongamos por un momento que tienen razón y que, en efecto, Star Wars es una obra maestra que revolucionó la historia del cine. En ese caso habría que aclarar que dicha revolución no tuvo lugar «sobre el fondo ni sobre la forma», como afirma Patrick Sabatier en Libération, «sino sobre los medios tecnológicos conjurados por los brujos de las salas oscuras: Lucas transformó el sonido con su estándar THX, la imagen con los efectos especiales producidos por los ordenadores de Industrial Light & Magic, y la comercialización, haciendo de los productos derivados y de los juegos de vídeo de Lucasarts, la extensión inevitable del cine popular de nuestro tiempo». Olvidarnos de esto y decir en su lugar, como quieren algunos, que George Lucas es un nuevo Homero o un nuevo Shakespeare, y que contar una historia sin empezar desde el principio es una gran novedad, implica poner el arte por el piso, erigir los grandes presupuestos y el derroche tecnológico por modelos, y renunciar a la crítica en favor de la propaganda. El director español Alex de la Iglesia lamenta que, en su país, muchas películas hayan sido desplazadas de las casi 700 salas donde fue proyectada Star Wars. Y vaticina que, de imponerse definitivamente la tendencia actual del mercado, las películas del futuro serán juegos de video que prescindirán del factor humano: sin actores, directores ni guionistas. Será un cine imperial que conquiste todos los rincones de la galaxia, y donde, al fin y al cabo, ya no «habrá espectadores, sino ejércitos de androides sin ojos, con voz metálica y estridente».
Producción: Escrita y dirigida por George Lucas; director de fotografía, David Tattersall; editada por Roger Bartony Ben Burtt; música por John Williams; diseño de producción, Gavin Bocquet; efectos especiales y animación, Industrial Light and Magic; producida por Rick McCallum; estudio: 20th Century Fox. Duracion:142 minutes. Esta película es clase PG-13.
Protagonistas: Ewan McGregor (Obi-Wan Kenobi), Natalie Portman (Padmé), Hayden Christensen (Anakin Skywalker), Christopher Lee (Count Dooku), Samuel L. Jackson (Mace Windu), Frank Oz (Yoda), Ian McDiarmid (Supreme Chancellor Palpatine), Jimmy Smits (Senator Bail Organa), Anthony Daniels (C-3PO), Kenny Baker (R2-D2)y Peter Mayhew (Chewbacca).
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