El Yeti de Perijá

En 1918, un grupo explorador encabezado por el geólogo suizo François de Loys descansaba a las orillas del Río Tarra, en el estado Zulia, cuando vieron algo que al principio pensaron eran osos. Las criaturas eran casi del tamaño de un hombre, estaban cubiertas de pelo, y entre gruñidos se preparaban para atacarlos. Pero apenas los simios lanzaron las primeras ramas y excrementos, Deloys dio la orden del hombre civilizado: ¡Fuego! 

Antes que el humo se disipara una de las criaturas huyó cojeando hacia la selva. La otra yacía herida de muerte sobre la tierra húmeda.

De Loys llegó a Venezuela contratado por la Royal Dutch Shell para que trazara el plano geológico de un área cercana a la frontera con Colombia. Para llegar allí remontó el Río Catatumbo desde el Lago de Maracaibo hasta su destino; el remoto poblado de El Cubo.

Recién graduado en Geología, de Loys se dedicó con paciencia a su labor, pero lo que en principio sonó como una misión interesante pronto se convirtió en un infierno horneado con sadismo por el endemoniado sol zuliano, una buena dosis de mosquitos y una población indígena que atacaba salvajemente y con frecuencia su campamento. Al recordarlos en sus memorias, los describiría como «más feroces que los alemanes». Se refería a los motilones.

Debido a que varios miembros de la expedición ya habían muerto de paludismo, cuando De Loys vio las dos criaturas debió pensar que finalmente estaba alucinando y que su fin estaba cerca. Ni él ni nadie en el equipo había visto nunca un animal parecido a este, por lo que se acercaron con cuidado para comprobar que estaba muerto antes de dejar constancia del encuentro. Sentaron al simio en un guacal vacío, le irguieron la cabeza con una rama y lo fotografiaron. La criatura tenía 32 dientes, medía 1.57 m, carecía de cola, y lo que al principio pensaron era un pene, resultó ser un exuberante clítoris (que como en otras especies de primates era largo y bulboso). Entonces desollaron al animal y emprendieron el camino de regreso con la piel y el cráneo a cuestas.

Lamentablemente, volver a El Cubo sería más difícil de lo que habían planeado. Perijá es una zona montañosa, caliente, húmeda y atacada por furiosas lluvias que pueden convertir un pequeño arroyo en un torrente iracundo en cuestión de segundos. Quizás por esto, en el camino De Loys tuvo que sacrificar parte de la carga, incluyendo los restos de la criatura.

Avistamientos de humanoides en América del Sur no son ninguna novedad. En 1769 el naturalista Edward Bancroft encontró que las tribus indígenas suramericanas creían en uno que vivía en la selva, medía alrededor de un metro y medio, caminaba erguido, y estaba cubierto de pelo corto y negro. Algunos años más tarde, en 1876, el explorador británico Charles Barrington Brown describió uno llamado el Didi. Este era un tipo de hombre salvaje que vivía en la Guyana Inglesa, y que —al igual que el hombre de Bancroft— caminaba erguido y tenía el cuerpo cubierto de pelo. En las noches, relata Bancroft, podían escucharse sus gritos a kilómetros de distancia y una vez había sido capaz de reconocer sus huellas.

Pero como De Loys era geólogo, el extraño encuentro no pasó de curiosa anécdota y la foto paró en la profundidad de sus archivos cuando abandonó Venezuela en 1920. Jamás imaginó la cantidad de páginas que se escribirían sobre su experiencia o el número de escépticos que tendrían sus afirmaciones. Y mucho menos la gran controversia en la que se vería envuelto por la intervención en su favor de un hombre al que la historia ha hecho bien en olvidar: George Montandon.

Montandon era un médico suizo de origen aristocrático cuya curiosidad científica lo acercó a la geología, la antropología y otro montón de ciencias sin aparente conexión. Exploró África y obtuvo tal notoriedad como explorador que una montaña en Sudán llevó su nombre por un tiempo: el pico Toulou Montandon, hoy Tulu Walel.

Pero para 1929, la curiosidad científica de Montandon se había desviado en busca de justificación hacia un extraordinario estudio que había hecho de los tipos humanos y que él llamaba la «teoría de la hologénesis». Según esta, el hombre moderno no tenía un origen común y había evolucionado a partir de distintas razas primarias. En corto, el hombre blanco provenía del Cro-Magnon, el amarillo del orangután, y el negro del gorila. Esta clasificación fue toda una revolución porque planteaba la posible jerarquización de los tipos humanos, a los que Montandon bautizó como precoce o progresivo y tardif o primitivo.

En 1926 Montandon ya había publicado un libro llamado «El origen de los tipos judíos», que aunque sin connotaciones racistas, lo llevó a ser uno de los científicos más estudiados en Alemania a partir de 1933. Montandon publicó su libro «La raza, las razas» el mismo año en que Adolfo Hitler tomó el poder y convirtió al hologenismo en el dogma de su gobierno y la justificación científica para las campañas de limpieza étnica.

Alrededor de 1928 Montandon conoció a François de Loys y este le contó su extraño encuentro en Venezuela. El interés de Montandon fue inmediato. La existencia de un hombre primitivo americano le daba más credibilidad a su teoría porque confirmaba algo que hasta entonces no había podido determinar, el origen del hombre «rojo» o amerindio. En marzo de 1929 Montandon envió una nota a la Academia de Ciencias de París donde informó el descubrimiento de lo que clasificó como el único miembro de una nueva familia. Al animal lo bautizó con el nombre de Ameranthropoides loysi.

Aunque al principio Montandon encontró algún foro, la reacción de los académicos franceses fue rápida y en poco tiempo el descubrimiento fue tachado de fraude. Entre las críticas estaba el hecho que De Loys sólo tomó una foto, que nadie ni nada aparece en la foto como punto de referencia al tamaño del animal, que las afirmaciones sobre la dentadura eran imposibles de corroborar y que el hecho de que no tuviese cola era imposible de saber porque la foto sólo presentaba al simio de frente.

Montandon defendió el descubrimiento a capa y espada, pero los académicos ingleses y franceses le ignoraron y finalmente decidieron cerrar el asunto. El simio en la foto, declararon, era un mono araña común y corriente que por alguna razón era más grande de lo normal o al menos así lo parecía. El asunto fue finalmente engavetado cuando De Loys murió repentinamente en 1935, pero también porque el mundo estaba preocupado con asuntos más importantes que el nuevo simio americano.

Montandon también cerró el capítulo con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, pero sus teorías, Ameranthropoides loysi o no, estaban siendo bien aceptadas en la nueva Alemania y, quizás por esto (y porque algunos de los académicos que le habían despreciado eran judíos), súbitamente se convirtió en antisemita y abogó por una solución del «problema judío» basándose en su hologénesis. Entre otras cosas, sus recomendaciones incluían la castración para evitar la reproducción y la mutilación de las mujeres para que los hombres no las encontraran atractivas. Las narices de las mujeres judías, las cuales consideraba particularmente desagradables, debían cortarse, pero sólo a las menores de 40 años.

Tras la ocupación de Francia ,Montandon fue ensalzado como la máxima autoridad en asuntos etnológicos en París y en 1943 fue nombrado director del Instituto de Estudios para las Preguntas Judías y Étnicas, donde profundizó el discurso antisemita y fue prácticamente el responsable intelectual de millones de muertes. Ese año escribiría que el problema de los alemanes era el mismo que tenían los gángsters con otros gángsters y por lo tanto la solución debía ser la misma: la exterminación.

Pero a pesar de todo el discurso, Montandon en realidad utilizó su cargo para hacer fortuna. Los franceses, que según su teoría eran una raza mezclada, requerían un certificado que estableciera su limpieza de sangre. Para determinarlo, regla en mano Montandon medía el largo de la nariz, el tamaño del cráneo y comparaba otras características físicas con sus anotaciones. Su trabajo era decidir quién iba a un campo de concentración o no, y muchos estaban dispuestos a pagar lo que fuera por no hacerlo.

Relatos de sobrevivientes de la guerra afirman que las sumas llegaron a ser tan altas como 50,000 francos, y que tras ser pagados, Montandon expedía un certificado que aseguraba que de acuerdo a sus exámenes sobre el tipo judío, la persona en cuestión definitivamente no lo era.

Por esto no fue ninguna sorpresa cuando el 3 de agosto de 1944, la resistencia francesa trató de asesinarlo. En el atentado mataron a su esposa, él fue gravemente herido, y finalmente murió el 30 de agosto de 1944. Sabiendo muy bien lo que le pasaría de ser llevado a un hospital francés, insistió en ser trasladado a Alemania. En el camino el tren fue bombardeado, y una vez en el hospital, la sala donde se encontraba voló en pedacitos. Sobrevivió, pero sólo para que le diagnosticaran cáncer en el hígado; el órgano donde se había alojado una de las balas disparada por sus asesinos.

La muerte de Montandon terminó la controversia sobre el eslabón perdido suramericano, pero menos sangre hubiera corrido durante la guerra de haberse sabido la historia de otro de los miembros de la expedición en Perijá. Un venezolano había sido testigo del inicio de esta curiosa controversia científica y su historia era completamente distinta a la de De Loys.

En 1919, el médico venezolano Enrique Tejera estaba en París cuando leyó en el periódico sobre una conferencia acerca del descubrimiento de un antropoide en Venezuela. Asistió curioso a la charla que iba a dictar un tal Montandon y, para su sorpresa, el cuento resultó demasiado familiar.

En 1917 Tejera trabajaba como médico en un campo de exploración petrolera en Perijá donde el geólogo era François de Loys. Según Tejera, De Loys era un bromista, por lo que un día le regalaron un mono que tenía el rabo enfermo. Debido a que posteriormente le cortaron el rabo al mono, De Loys empezó llamarle el hombre mono.

Poco después Tejera se reencontró con De Loys en el campo de Mene Grande, donde el mono murió poco después. Allí vio como lo sentaron en una caja, le sostuvieron la cabeza con un palo y le tomaron una foto.

Tejera escribió esto en una carta al periódico El Universal cuando ese medio publicó noticias sobre el Hombre-Mono venezolano. Y al final de su carta añadió que, además «Montandon era mala persona».

Tejera tenía razón y De Loys definitivamente no. No importa cuán problemáticos hayan sido los motilones, definitivamente no eran más salvajes que los alemanes.

Fuentes:

1. MAZET, Éric : Céline et les maudits (3). George Montandon (n° 135)(http://louisferdinandceline.free.fr/indexthe/antisemi.htm)

2. Institut Virtuel de Cryptozoologie – Cryptozoological news (37) 1999.(http://perso.wanadoo.fr/cryptozoo/actualit/1999/ameranth.htm)

3. MONTANDON, George 1929 Découverte d’un singe d’apparence anthropoïde en Amérique du Sud. Journal de la Société des Américanistes de Paris, 21 [n° 6] : 183-195.

4. BUOMBERGER, Thomas – Ein Schweizer Arzt als Nazi-Rassenideologe Vom Bolschewiken zum Vulgär-Antisemiten. Neue Zürcher Zeitung, NZZ Online. 2001 (http://www.nzz.ch/2001/08/04/zf/page-article7GUH7.html)

5. GABLE, Andrew – El Mono Grande. The CryptoWeb: Online Encyclopedia of Cryptozoology 1996.
(http://www.fortunecity.com/roswell/siren/552/souam_mono_grande.html)

6. VILORIA, Angel L., Franco URBANI, y Bernardo URBANI François de Loys (1892-1935) y un hallazgo desdeñado : la historia de una controversia antropológica. Interciencia, 23 [n° 2] : 94-100 (marzo-abril). 1988 (http://www.interciencia.org/v23_02/viloria.pdf)

7. Tejera, E. Carta a Guillermo José Schael, columna Brújula. Diario El Universal, Caracas. 19 julio, p. 28. 1962.
(http://www.interciencia.org/v24_04/viloria.pdf)


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