La primera madre de Chile. Su poeta, su alma, su autora. Gabriela Mistral es sin lugar a dudas la quintaesencia de la poesía austral. Su memoria ha logrado sobrevivir intacta por décadas en un país donde las cosas no cambiaron por mucho tiempo, convirtiéndola en el ejemplo del Chile que podía ser, concentrado en una mujer. Pero nada dura para siempre. El escritor chileno Jaime Quezada ha publicado las memorias selectas de Mistral, abriendo las puertas para el tipo de discusiones que en Latinoamérica son simplemente imposibles: ¿Pueden ser humanos nuestros héroes?
La Historia latinoamericana no está llena de héroes sino de mitos. Bolívar, el Che, Zapata y tantos otros son tan reales como Aureliano Buendía en la tradición oral y escrita que los endiosa cada vez más con cada año que pasa. Y cualquier intento de humanización es simple y llanamente ignorado.
El origen de este perfeccionismo histórico es algo difícil de explicar, pero tiene que ver con la necesidad de los seres humanos de ensalzar a aquellos que consideran superiores, de los cuales, en Latinoamérica hemos tenido pocos. Por lo que los que hemos tenido tienen que ser guardados en la gloria a como de lugar.
Gabriela Mistral fue, sin duda alguna, un ser humano excepcional. Nacida en Vicuña, Chile como Lucila Godoy, Gabriela tomó su nombre de sus dos poetas favoritos Gabriela D’Annunzio y Frédéric Mistral al publicar su primer compendio de poemas titulado «Sonetos de la Muerte» en 1914.
Tras el suicidio de quien sería el amor de su vida, Gabriela llevaría una existencia solitaria, dedicada a la poesía donde le cantaba al amor y la compasión por los seres humanos, en especial los niños, por quienes sintió una afinidad especial. Sin embargo nunca experimentó la maternidad y finalmente dejaría el mundo sin los hijos a los que tanto les escribió en Hempstead, Nueva York, en 1957.
El halo legendario de Gabriela Mistral comenzaría, sin embargo y a pesar de su premio Nóbel de literatura en 1945, mucho después de su muerte, en 1973 con la llegada al poder de Augusto Pinochet.
De no haber existido el gobierno de Pinochet, quizás nunca hubiera habido dudas acerca de la humanidad de Mistral, pero impuesta por el Estado como la poetisa de la Nación y el modelo de todos los chilenos a seguir, sus defectos fueron pronto desaparecidos de las biografías y antologías aprobadas por el régimen. La Santa Gabriela había nacido y hasta en un billete fue impreso su rostro.
Pero con la caída de Pinochet las cosas han cambiado, y los estudiosos del tema han podido ser más inquisitivos en cuanto a la vida y obra de la poeta.
En la selección de Quezada, Mistral pierde la imagen celestial de su rima para transformarse en un ser humano normal. No es perfecta, odia, ama y se molesta «Mis paisanos me declaran una perezosa y un escritor de dos libros». Ventila sus frustraciones y expresa sus críticas abiertamente sin miedo a la censura de la que sería víctima después de muerta, «Viví aislada de un sociedad analfabeta cuyas hijas eduqué y que me despreciaba por mal vestida y mal peinada», «Chile no tiene sesos aún, no tiene madurez». Y peor aun para sus admiradores, deja al descampado sus angustias más íntimas como la revelación de su posible homosexualidad y su angustia por la incomprensión de sus compatriotas en este tema.
Pero a pesar de todo el revuelo acerca de sus intimidades, quizás la más celebre de sus afirmaciones la haga en contra de Cervantes, a quien compara con Shakespeare y lo deja mal parado «Imposible leer el Quijote, y en el año 1916, con el deleite con que lo lee gente «arcaica», a la que, posiblemente, le hable de cosas que son todavía, su actualidad viva. Me guardo este pensar, bien guardado. Horrible sacrilegio tocar sin reverencia rayana en idiotez ciertos huesos más santos que los de los santos. Y si quien lo dice en público es una maestra, habría antecedentes para destituirla. Cosa perfectamente distinta me pasa con Shakespeare. Este es hombre para todos los siglos. Este es el artista universal y de todos los tiempos. Otelo anda por ahí; yo lo conozco. Y Hamlet, quién no lo ha visto en ciertas noches, en ciertas zonas del alma. Me parece inicua la pereza y el desdén conque se ha mirado su centenario en América».
Licia Fiol-Matta, la autora de «A Queer Mother for the Nation: The State and Gabriela Mistral» (University of Minnesota Press, 264 páginas) libro que trata de explica la relación no tan inocente de Mistral con el estado chileno en la creación de su imagen asegura que Mistral era lesbiana y que su consagración como ícono nacional, santa y heterosexual consagrada no está en línea ni con su trabajo ni su vida.
Fiol-Matta piensa que el exilio de Mistral tiene que ver con esto más que con otra cosa, y que la innegable presencia varonil de la poetisa va más allá de sus orígenes campesinos.
Pero sea cierto o no, el asunto, aunque irrelevante, es seguido de cerca por los estudiosos de su vida. Su identidad sexual explicaría mucha de la forma en la que su trabajo vino a ser creado y a la forma en que Mistral vivió su vida, alejada de cualquier revelación que la llevara a perder su imagen ante la opinión pública.
Los rumores existieron entonces como lo existen ahora, y el libro de Quezada aunque ofensivo para algunos, no es sino una ruta para conocer más acerca del ser humano que de la poeta. Al final, ¿quién no ha hablado mal de su propio país o maldicho a los cielos en un momento de furia? Si Gabriela no lo hizo entonces Pinochet tenía razón. Gabriela era sobrenatural.
Tanto «El diario intimo de Gabriela Mistral, bendita mi lengua seas» (Editorial Planeta/Ariel- 290 páginas) como «A Queer Mother for the Nation: The State and Gabriela Mistral» son lecturas fundamentales para conocer más a la primera y última madre de Chile.
Autobiografía de Gabriela Mistral
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