A unos 1200 kilómetros mar afuera de la costa de Espírito Santo en Brasil, se encuentra la isla de Trinidad. No la Trinidad de Trinidad y Tobago, sino otra, más pequeña, de 14 kilómetros cuadrados. Nadie vive en Trinidad. De hecho, pocos han puesto pies en sus colinas volcánicas. Sin embargo allí existió una vez un reino que fue peleado por ingleses, portugueses y brasileños. Todo fue producto de un sueño.
En 1887, un norteamericano de San Francisco llamado James Aloysius Harden-Hickey se dedicó a recorrer el mundo tras divorciarse de su esposa. El mundo estaba sufriendo grandes cambios en esa época. Francia, país donde había crecido, había visto revoluciones, reinos y repúblicas dar forma al país en apenas algunos años. Y ni hablar de América, donde las consecuencias de las recientes y aún latentes revoluciones independentistas podían sentirse hasta debajo del agua.
En este ambiente el joven James sintió la espina del oportunismo hincársele en el costillar. Entre tantos cambios, y tantos territorios cambiando de manos, ¿qué había para él? ¿cómo iba a benficiarse de todo eso? o al menos ¿cómo iba a dejar su huella en una historia tan deseosa de ser reescrita?
Quizás pensaba en eso cuando su barco se detuvo en la pequeña Trinidad.
James había estudiado derecho en la universidad de Leipzig y en 1875 se había graduado con honores en la academia militar francesa. Habiendo heredado una pequeña fortuna, poco después se retiró a una vida más tranquila en París y en 1878 se casó con la condesa de Saint-Pery.
Durante los siguientes años James se dedicó a la literatura sin éxito. Y no porque no tratará. En este periodo de su vida escribió más de 11 novelas, pero casi todas eran copias de obras de otros autores de la epoca. Sin embargo, gracias a que generalmente eran antidemocráticas y pro-católicas, recibió el título de Barón del Sacro Imperio Romano de el episcopado parisino.
A la caída de Napoleón III en 1870, Francia reanudó libertad de prensa que el monarca había mantenido en el exilio. Conociendo su «habilidad» con la pluma, un grupo de opositores al nuevo gobierno que buscaba poner a Napoleón de vuelta en el trono, financiaron a James para publicar el periódico Triboulet, con el que por primera vez saboreó el éxito. Y como apunta el historiador Bill Brick «siguiendo el espíritu de Villemessant, fundador de Le Fígaro, quien decía que, «si una historia no causa un duelo o una demanda no es buena», durante el siguiente año el gerente general estaba en prisión, el contador también, la mayoría de los periodistas habían estado presos por una u otra razón, se le había multado y Harden-Hickey había sido demandado 42 veces y tenido que batirse a duelo por lo menos 12 veces, ya que según él, sus críticos debían enfrentarle o en «la página editorial o en el campo de Bois de Boulogne». Pero para 1887 el interés en retornar a Bonaporte al trono había desaparecido, y con ello el dinero para financiar al periódico.
Sin trabajo una vez más, y cansado de las intrigas parisinas, Hickey se embarcó en el proyecto de rehacerse como persona, lo cual de alguna manera incluyo renunciar al catolicismo, divorciarse de su mujer y embarcarse en un viaje alrededor del mundo. Y en su pasada por las costas de Brasil fue cuando su barco se tropezó con la insignificante Trinidad y sin nada parecido a un plan, mientras Hickley la caminaba decidió reclamarla para sí mismo.
Trinidad fue descubierta en 1501 por el portugués Fernando de Nova, quien le dio el nombre de Asunción. Estevão da Gama le cambió el nombre al año siguiente al pasar por allí y la bautizó Trinidad. El astrónomo inglés Edmund Haley, el mismo del cometa, jurando haber descubierto una nueva isla se la agarró en nombre de Inglaterra. En 1756 los portugueses se dieron cuenta del error y la tomaron militarmente, sólo para que los ingleses volvieran a recuperarla en 1781 para abandonarla casi inmediatamente. Los portugueses regresaron después de esto y trataron de fortificarla y colonizarla con azoreños, pero no duraron mucho. Durante las dos guerras mundiales, Trinidad tuvo guarniciones militares y a partir de 1924 se convirtió en una cárcel política, hasta la caída de la dictadura brasileña a mediados de los 80.
Sin embargo a la llegada de Harden-Hickey lo más grande que había en la isla eran tortugas: no habia ni ingleses ni portugueses. Trinidad era un pedazo del planeta esperando a que alguien se lo agarrara.
Con esa idea en mente regresó a París sólo para enamorarse, casarse y olvidarse por un buen tiempo de todo el asunto. Su suegro, un financista americano, le dio la oportunidad de hacer vida fácil y convertirse en un chulín de primera. Pero la idea volvería en medio del ocio y conseguir financiamiento no le costó mucho a su nueva familia. Y así a finales de 1893, los periódicos de Nueva York empezaron a publicar artículos acerca del proceso de transformar a Trinidad en un país independiente. Harden-Hickey declaró en uno de ellos que la isla se convertiría en un estado próspero en poco tiempo.
Su intención era llamar la atención sobre el asunto, tentar el terreno para ver si alguien reclamaba a Trinidad como suya, pero las noticias fueron completamente ignoradas por quien quiera que las leyó. Y tomando esto como señal de desinterés, en enero de 1894 se proclamó a sí mismo James I, Príncipe de Trinidad. Algunos países hasta lo reconocieron como monarca.
Como generalísimo de Trinidad, Hickey emitió bonos, estampillas y trató de transportar colonos a la isla. Diseñó la bandera y comisionó a una firma de joyeros la construcción de la joya más importante del nuevo principado, su corona. Como en toda buena dictadura los cargos fueron repartidos a dedo. Viejos amigos se convirtieron inmediatamente en miembros del gabinete del recién nacido Principado. Días más tarde, cualquiera que en 1894 pasara por el 217 W. de la calle 36 en Manhattan, vería pegado en una de las puertas del edificio, un papel garabateado a mano que leía: Cancillería del Principado de Trinidad.
Pero no sería tan fácil. En 1895 los británicos, pusieron tropas en la isla usando como excusa el «descubrimiento» de Halley. Los brasileños ni cortos ni perezosos inmediatamente protestaron la agresión. El Príncipe tampoco se quedó de brazos cruzados.
El Primer Ministro de Trinidad, un amigo francés del príncipe reclamó a la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, enviando copias de los documentos enviados a las potencias sobre la creación del nuevo estado que explicaban como nadie se había opuesto a ello en 1893. En el documento se le pedía a los Estados Unidos que reconociera el Principado y que declarara neutralidad.
Los periódicos de Nueva York inmediatamente lo convirtieron en el objeto de sus burlas.
De acuerdo a Bryk, el único que se tomó en serio todo esto fue un periodista del The Evening Sun, apellidado Davis; quien llamó a la Cancillería para averiguar a que se refería todo aquello.
En un artículo que escribiría en los días siguientes, describía al Príncipe como cortés y distinguido y lo trató como el jefe de estado que decía ser. Un día una caja le llegó por correo: envuelta en terciopelo, en el fondo de la caja halló una medalla de oro. El príncipe le había otorgado la Orden de Trinidad.
Desde entonces todo fue en cada libre para Harden.
Entró en depresión y en un momento de delirio trató de convencer a su suegro para que financiara la invasión de la isla. Poco después se separaría de su esposa.
En 1898, Harden-Hickey, el Príncipe de Trinidad, quebrado y sin amigos, burla de todos cuantos conocía se registró en un Hotel de El Paso, Texas. El 9 de febrero subió a su habitación en la tarde y al día siguiente al mediodía, fue encontrado muerto en la cama. Una botella de morfina vacía yacía sobre la mesa de noche. En una carta a su familia explicaba su decisión y en una maleta les dejaba de herencia la única posesión que conservaba consigo: la corona del Principado.
Versión libre de la Historia de James Aloysius Harden-Hickey escrita por Bill Bryck.
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