Cuando yo era joven y bella, fui toda una profesional exitosa, al menos durante los pocos años que transcurrieron entre mi graduación universitaria y la coronación de nuestro «Señor Presidente». Fue en un canal de cable donde por la bicoca de US$ 300 mensuales conocí a «El Monster», quien distaba bastante del modelo gerencial que había visto en la universidad a sólo un mes de mi graduación. Ahh, que idealista era en ese entonces…
No ha habido desde esa vez, jefe alguno en la mitología laboral venezolana, que haya podido superarlo en sus múltiples virtudes. Porque a pesar de no haber estudiado más allá del bachillerato, El Monster se jactaba de poder corregir traducciones sin necesidad de saber inglés.
Gracias a un—sospechoso—diploma de unos estudios en España, el tipo se la pasaba viendo television en su oficina mientras ostentaba en su carnet el título de Gerente de Producción de un reconocidísimo canal de cable. Su otra ocupación, inventar neologismos televisivos: dep-lain (dead line, convertido luego en deaf blind por el equipo de producción); y términos de uso común en el medio como grid de programación (alternativamente: grid, greed, grip, greek) y productores freelance o trabajadores a destajo (bautizados por El Monster como freeland).
Con su escaso metro y medio de estatura—ocupado el 10% por su calva—el Monster concentraba toda la amargura necesaria para rendirla entre los integrantes del equipo: Douglas, Abraham, Patricia, Campanita, Rafa, el Yuca, Jackie, quien les escribe y las dos pasantes: Huesitos y Pechitos.
Recordar esos años me llena de lágrimas los ojos: Ay enano, esas cositas tan tuyas…
Desde su oficina, ubicada justo frente a nuestro cubículo, sus ojos nerviosos de perro defecando nos seguían a la fotocopiadora, al baño y la oficina de los vicepresidentes. Cuando alguien hablaba durante más de 3 minutos, el Monster salía—mano en el bolsillo y con cara de Rey del Ganado—a ver qué tanto hablaban con «las chicas de Idiomas».
Al menos una vez por semana, el Yuca nos invitaba a todos los sufridos a almorzar al Club Italo, mientras descosíamos al «enano» y nos contabamos las últimas ocurrencias de su triste gerenciar. Cosas como cuando amenazó con despedir a uno de los productores mientras le decía: «Ya tengo escrita tu carta de renuncia». O que nos escondíamos en el piso donde mezclaban sonido, ya que el gerente le tenía ofrecido unos tanganazos si osaba entrar.
Aunque en realidad lo que más nos gustaba era cuando nos llamaba por telefono, a 5 metros de distancia, para decirnos:
—Hola, puedes venir a mi oficina por favor.
A lo cual Jackie siempre contestaba:
—¿Quién habla por favor?
Para luego voltearse y saludar al Monster—aún auricular en mano—y saludarlo diciéndole alegremente:
—Ya voy.
Para poder trabajar en paz, Jackie y yo desarmamos la tabiquería de los cubículos y reubicamos las computadoras para darle la espalda. Pero las consecuencias la sufrí yo unos meses más tarde cuando atrás de mi cabeza apareció una calva del tamaño de una moneda de 100 bolívares. Mi mamá me dijo que eso era el estrés, pero yo sé que era la mirada de El Monster que me iba taladrando a ver si me volteaba aunque fuera para saludarlo en las mañanas.
El pobre era siempre el último en saber qué pasaba en su departamento. El Gerente General ni se molestaba en echarle el cuento. Para cuando terminábamos de solucionar un problema con el programa que saldría al aire esa noche, llegaba El Monster sudando, con cara de orgullosa circunstancia, diciéndonos que recién le habían informado de un «imponderable». Cara que cambiaba a un «malditas sabiondas» cuando le decíamos que hacía un par de horas que lo habíamos corregido y entregado al Jefe de Master.
La consecuencia de su posterior pataleta era siempre la misma, nos hacía la ley del hielo por una semana, sin saber que con eso nos ahorraba la burocracia de escuchar sus cantinfleos.
En las reuniones del staff de producción nos mordíamos los cachetes para no reirnos cuando alguno le preguntaba a qué se refería cuando decía: «Jacquelyn eres muy poco expedita; aquí no hay ninguna movida de matas; aquí no hay nadie con una guadaña cortando cabezas; esto no es una cacería de brujas»; mientras los productores iban siendo despedidos uno a uno.
Las 2 semanas que tomó de vacaciones me sentí casi culpable de cobrar mi quincena. Caminaba por los pasillos—más «expedita» que nunca, cantando If you wish upon a star, mientras los productores sonreían como si hubieran disuelto un lexotanil en su café.
Poco tiempo después toda la oficina fue invitada al cumpleaños de uno de los vicepresidentes (a El Monster no lo invitaron o no fue), y nos empezamos a caer a palos y a tratar de no tratar el tema del enano a menos que un jefe lo hiciera. De pronto, como a la cuarta cerveza, me di cuenta que toda la fiesta hablaba en voz bajita y que en cada grupito el tema en discusión era cuánto tiempo más se especulaba que le quedaba en la empresa a mi jefe. Como postre de despedida el cumpleañero me invitó a que me descargara con el saco de boxeo que tenía en la sala e imaginara que era «alguien a quien odias mucho». Yo sé que el medio televisivo está lleno de excentricidades, pero caramba, es que no hay nivel.
El Monster era tan metiche que los traductores a nuestro cargo nos hablaban en inglés y portugués a través de juegos de palabras y chistes comprensibles sólo por nosotras. Fue así como se inició la construcción de nuestro altar. Una traductora nos regaló una estampita de San Expedito (a ver si dejábamos de parecerle ineficientes a nuestro jefazo). Paulatinamente, las paredes de nuestro cubículo se fueron tapizando de estampitas del Divino Niño, La Virgen Milagrosa, San Judas Tadeo, la Mano Poderosa, San Expedito, amuletos japoneses y hasta Jesukrishna Nuestro Señor.
Todo esto no parecía molestar a la Gerencia de Recursos Humanos, así como tampoco la decoración del cubículo de nuestro pana el Perro, consistente en afiches de taller mecánico con mujeres en múltiples posiciones y vestimentas (de haberlas). Hasta que un día el Gerente General me mandó a llamar. Muy seriamente me entregó un sobre diciéndome que el Gte. de RR.HH. había retirado «eso» de nuestro cubículo porque le parecía una falta de respeto. Un tanto nerviosa, abrí el sobre y encontré un interior miniatura de tela que habíamos sacado de la revista Rolling Stones. El interiorcito no sólo parecía de la talla de un Ken, sino que además de ser blanco, tenía cangurito y servía para que los panas nos pusieran caramelos de regalo o notas urgentes. Ese día entendí por qué el Monster seguía en el canal. Y es que los criterios y prioridades de RR.HH. eran un tanto peculiares también.
En conclusión ya ni recuerdo cómo lo decidieron, pero por fin El Monster fue despedido un día, sin causa aparente que lo propiciara. Mis compañeros fueron muy decentes y se fueron a fingir que trabajaban. Pero yo, que se la tenía jurada para la bajadita, me senté en mi silla en primera fila a ver como se llevaba sus cositas en la patética cajita de cartón seguido a dos pasos por un vigilante con cara de «y mosca te llevas una engrapadora». Luego de su partida, el cargo estuvo vacante durante más de 6 meses, con lo cual quedó demostrado lo insustituibles que somos todos.
Mi calvita se quitó a punta de Rogaine y unas vacaciones relajadas en Nueva York, que tomé luego de dejar todo el trabajo adelantadito por un mes. Dos días antes de regresar, supe que a mi amiga del Dpto. de Diseño la habían botado al regresar de su permiso matrimonial. Yo, que también había pedido aumento de sueldo, fui despedida el mismo día de mi reintegro bajo el pretexto de una reestructuración, sabiendo que no iban a dejar a una disidente con una partida ganada en las filas de un canal propiedad de una super sociedad de televisoras mundiales ni aunque la mocosa tuviera sólo 25 años.
Menos de un año después ingresé a otro canal del grupo como productora «freeland», el Yuca vive en Inglaterra, Abraham en España, Jackie es gerente en Nueva York, Campanita estuvo de gira de producción por Asia, Huesitos y Pechito están desaparecidas en acción y Armando—único sobreviviente—sigue en el canal pero en un cargo superior. Del pobre Monster nadie más ha sabido. Los rumores dicen que se casó y que ahora vive en España. Yo me pregunto si no estará viviendo en Barcelona (Estado Anzoategui) y la gente cree que el tipo anda de lo más contemporáneo paseándose entre los edificios de repostería de Gaudí.
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