El mito vinotinto

Yo no supe que existía fútbol en Venezuela hasta finales de los años ochenta, cuando tras vivir toda mi vida en el interior del país, mi papá recibió un upgrade que requería que nos mudáramos a Caracas.

Tristemente ese no era el mejor momento para hacerlo ya que en la larga y triste historia del fútbol nacional, nos encontrábamos en uno de los más humillantes. Hasta entonces para mí el fútbol era como el badminton o el tango, algo ajeno a mi cultura. Algo que por mucho que me gustara jamás iba a ser mío

Por eso, cuando en 1986 fui a visitar a un amigo en El Paraíso y me dijo que vivía a dos cuadras del estadio de fútbol, mis oídos no daban crédito a sus palabras. ¿Fútbol? ¿En Venezuela? ¿De verdad? Mejor que no.

Mi iniciación había sucedido en el mundial de 1982, cuando un amiguito me regaló un álbum vacío del campeonato en España. A los doce años lo único importante para mí era que hubiese caricaturas o colegialas envueltas en el asunto, y como la portada tenía la naranjita mascota del mundial el regalo inmediatamente llamó mi atención.

Entonces ya había llenado mi buen montón de álbumes de cromos. El cuerpo humano era la envidia de mis compañeros de clase porque yo era el único en toda la urbanización que tenía la barajita 143: La sífilis. Pero mi pieza más preciada era sin duda el de Héroes infantiles.

Este álbum estaba lleno de caras familiares. Pedro Picapiedra, la Mole, Candy Candy, Scooby Doo, Supermán. Los personajes de la serie mejicana El Chavo y El Chapulín Colorado y hasta Condorito se habían colado en un álbum cuya barajita más difícil de conseguir era la del pajarito Pichi de la serie de televisión Heidi. Pichi, hasta donde sé, pudo muy bien nunca haber sido impresa.

Por eso, cuando abrí el álbum del mundial de fútbol y empecé a leer un montón de nombres como Cabrini, Milla, Rummenige y Boniek, me pareció la cosa más aburrida del mundo. ¿A quien le importaba un jugador de fútbol de Polonia cuando Venezuela no figuraba en la lista? Una semana después tendría mi respuesta.

El niño que me había regalado el álbum se llamaba Domenico. Era el hijo de los italianos de la cuadra y según él, Venezuela no estaba porque, como su papá le había dicho, nosotros solo servíamos para tirar piedras, como en el béisbol.

Eso lo dijo en frente de mi casa y antes que llegara a la suya, cogí una piedra, apunte y espere a que volteara para ver si lo estaba persiguiendo. El guijarro le ennegreció uno de los dientes de adelante por el resto del tiempo que le conocí. Su papá tenía razón.

A los dos días éramos amigos otra vez, con un trato tácito de que el nunca iba a volver a decir que los venezolanos éramos unos tirapiedras y que yo entendía que en el fondo, todo lo que había dicho era verdad. Después de todo, si El Salvador, en medio de una guerra civil había sido capaz de llegar al mundial, algo realmente estaba podrido en el fútbol nacional.

Oficialmente soy fanático del fútbol desde el 13 de junio de 1982. Ese día, con el álbum ya medio lleno vi mi primer juego. Era la inauguración entre Argentina y Bélgica (un trágico 1-0 a favor de los europeos) y durante la transmisión me sorprendí a mí mismo llamando a los jugadores por sus nombres. Por el siguiente mes y medio no habría nada que saliera de mi boca que no estuviera relacionado con un balón, un pito o una zancadilla, y en medio de esa obsesión conseguí un equipo por el cual vender mi alma al diablo a falta de representación nacional: la Argentina de Maradona.

Ese mundial lo ganó Italia. Alemania llegó de segunda, y más atrás Francia y Polonia. Pero para mí el mundial pudo muy bien haberse acabado cuando Argentina fue eliminada en la segunda ronda. No me importaba que hubiesen perdido, que Maradona hubiese sido humillado en el juego que Brasil ganaría 3-1, o que todo el mundo dijera que habían ganado el mundial anterior por que estaba vendido. Había algo en la actitud, en el uniforme o quizás simplemente en el hecho que hablaran español, que me hizo jurar lealtad a los blanco azules, otro equipo del cual Domenico aprendió a no hablar, pocas piedras más tarde, a menos que fuera para decir algo positivo.

Por esto me ha costado un poco de trabajo asimilar todo el reciente «hype» sobre la tristemente celebre selección vinotinto. Ya que tras veinte años vistiendo la bandera blanquiceleste, aún no he visto una verdadera razón por la cual cambiar preferencias además del hecho de ser venezolano.

Vamos a estar claros. Por años la selección venezolana nos relegó a ser la burla de Suramérica. Mencionar en público que Venezuela tenía un equipo de fútbol era el equivalente a admitir que se tenía gonorrea frente a la familia de tu novia. La historia del fútbol venezolano es una llena de jugadores mediocres y altaneros que sobresalen en medio de la mediocridad y altanería que identifica al deporte nacional en general, con excepción, por supuesto, del béisbol. Pero eso es otra historia.

Por lo que el increíble y súbito cambio en preferencias del fanático futbolístico venezolano, que de preferir a Argentina, Brasil y hasta a Alemania, ahora se corta las venas por Venezuela, no sólo me parece desleal, sino que también inmerecido, especialmente si se mira a las estadísticas.

Excepto para una minoría irrelevante, hasta hace diez años el equipo de fútbol de Venezuela era como un hijo retrasado mental. Uno hace todo el esfuerzo por decir que esta orgulloso de él, pero no es verdad. En el fondo lo único que se quiere es retroceder el tiempo. Nunca haberlo tenido. Ahogarlo en algún pozo. Lejos, bien lejos, destazarlo y echárselo a los perros. Claro que uno preferiría que dejara de cagarse encima y fuera capaz de aprender a leer, pero eso, por supuesto, es imposible.

Por eso, cada cuatro años los venezolanos vestíamos las más increíbles banderas y sucedían episodios tan bizarros como las celebraciones en Caracas por el triunfo de Alemania en el mundial de Italia 90. Las caravanas eran kilométricas. ¿Realmente había tantos alemanes en Caracas? No, solo una población que en su vida había conocido el triunfo deportivo y que a la primera oportunidad de hacerlo, cualquier bandera les venía bien.

Y la bandera de todos estos fanáticos ahora es la de Venezuela. Su lema es, al menos mientras dure la magia: «ahora tenemos chance», como si antes no lo hubiéramos tenido. Antes también lo teníamos, pero al parecer los jugadores eran «excepcionales» en el mal sentido de la palabra, cosa que a riesgo de ganarme el odio de toda la fanaticada, no ha cambiado un centímetro. En 1969 Brasil nos goleo 6-0 en las eliminatorias para el mundial. En 1989 nos volvieron a golear 6-0. En la Copa América de 1999, mejoramos, nos golearon 7-0. Y en el último juego en casa con los cariocas volvimos a nuestras andadas, 6-0 en la eliminatorias de la CONMEBOL. Nuestro desarrollo es realmente abrumador.

En los últimos diez años Venezuela ha subido del puesto 10 (último) de la CONMEBOL, al 7 (casi último). Y actualmente (Agosto 2004), ocupa el puesto #53 del Ranking Mundial de la FIFA. Es verdad que hace 6 años, en diciembre de 1998, Venezuela ocupaba el 129, pero no sé desde que tostado punto vista, ser el 53 es algo bueno, por que lo único que hemos hecho es pasar de ser perdedores seguros a ser perdedores que ocasionalmente podemos dar una sorpresa. ¿Son los venezolanos realmente tan mediocres como para alegrarse por esta «hazaña»? Aparentemente, sí.

En páginas como http://www.lavinotinto.com da la impresión que Venezuela esta entre los primeros diez del mundo, pero uno tiene que ir al perfil del equipo en la página de la FIFA para ver un panorama más honesto: «Los venezolanos» según la FIFA —son las perennes «cenicientas» del fútbol suramericano. Su equipo entró en las clasificatorias de la FIFA por primera vez en 1966, pero no estuvieron ni remotamente cerca de calificar. Triunfos subsecuentes fueron pocos y esporádicos e inclusive cuatro victorias sucesivas en 2001 vinieron demasiado tarde?

Ese el equipo venezolano que yo conozco, sin embargo en la realidad virtual de los nuevos fanáticos al fútbol nacional, perder no es tan malo y hasta puede ser bueno. En una encuesta publicada en lavinotinto.com se preguntaba ¿Como evalúas la actuación de la Vinotinto ante España?, refiriéndose al reciente amistoso entre los dos países en las Islas Canarias. El 75 por ciento respondió buena, a pesar de que Venezuela perdió el partido. Y todo porque en casi cien años de historia hemos tenido cuatro victorias sucesivas.

BUENO, en fútbol, solo significa GANAR, el resto es inaceptable. Porque eso que dicen por ahí de que lo importante es competir, no ganar, es el credo de los perdedores.

Solo por hacer comparaciones, en el mismo periodo de tiempo que la vinotinto supuestamente ha tenido este «renacimiento», por sólo citar algunos ejemplos, China fue del puesto 86 al 64 en el Ranking de la FIFA. Irak subió tres puntos al puesto 40, Chile fue del 80 al 66, Guinea del 101 al 88, Guatemala del 77 al 66 y Ruanda (si, Ruanda) del 109 al 98, y no hay un maldito ruandés escribiéndole canciones al equipo, aunque en ese caso realmente se lo merecen.

De acuerdo al «CIA World Factbook» (Libro de Datos del Mundo de la CIA) la expectativa de vida de los hombres de Ruanda es de 38.43 años, 10% de la población de 8 millones esta contagiada de Sida, solo 10% de las carreteras están pavimentadas y el ingreso per capita no llega a $1500 por cabeza y sin embargo este país se las arregló para conseguir 11 hombres que en 6 meses subieran 11 puntos en el ranking. Yo dudo que alguno de los jugadores de la Vinotinto haya jugado fútbol descalzo o haya pasado una semana seguida sin comer antes de un juego clasificatorio de la FIFA, historias harto comunes en los equipos africanos. Por lo que uno no deja de preguntarse ¿Qué clase de fenómeno puede hacer que sean tan maletas? O peor ¿por qué puede alguien estar promoviendo expectativas que difícilmente van a ser cumplidas?

Venezuela no va a ir al Mundial Alemania 2006. Me es extremadamente difícil imaginarlos en Sudáfrica en el 2010; así que si existe alguna razón por la que debería empezar a hacer barra por el equipo de los venezolanos, aún no está sobre la mesa. Y no, el solo hecho de ser venezolanos no es suficiente. Métanse aunque sea entre los veinte primeros del mundo y entonces hablamos.

Mientras tanto, me mantendré leal al equipo que tantas alegrías me ha dado en mi vida como fanático futbolístico, el de la Asociación de Fútbol Argentino. Llámenme traidor, pero prefiero ser eso que otro patético fanático venezolano que, fuerte a locha, va a estar apoyando a los mismos equipos que no mucho antes eran sus enemigos mortales. A los equipos que eliminaron al suyo.


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