El misterio de la Odalisca

El 17 de marzo de 1981 el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas «Sofía Ímber» compró a la Galería Marlborough de Nueva York la pintura «Odalisca en pantalones rojos» de Henri Matisse por más de US$ 480.000. Tanto el precio como su autor la convirtieron de inmediato en una de las obras de arte más importantes del país. Por esta razón, en noviembre del 2002 el coleccionista venezolano Genaro Ambrosino escribió un e-mail donde expresaba su indignación con el museo al enterarse que la pintura estaba a la venta. La directiva del MACCSI no tenía idea de qué estaba hablando, hasta que descubrieron que la obra que colgaba en el museo era sólo una copia del original.

¿Puedes reconocer la original?

Ambrosino había sido consultado por un galerista estadounidense acerca de un Matisse que le estaban vendiendo y cuya procedencia había sido descrita como de una colección venezolana. Para su sorpresa, el Matisse en cuestión era el perteneciente a la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber. Como si esto no fuera suficientemente alarmante, el galerista le mencionó que «el museo» también estaba vendiendo un Picasso.

El e-mail de Ambrosino inició una investigación que hoy llevan a cabo la INTERPOL, el FBI y las autoridades venezolanas para establecer el destino de la pieza, que como las investigaciones preliminares revelan, le ha dado la vuelta al mundo en busca del mejor postor.

El 21 de diciembre de 2001 Wanda de Guebriant fue citada por unos galeristas para que autentificara la obra. De Guebriant, siendo por 28 años la curadora oficial de los herederos de Henri Matisse y de su extensa obra, la reconoció de inmediato. Era el óleo original. La pieza había sido salvajemente abrochada y engrapada sobre un bastidor que no era el original sobre el cual había trabajado Matisse.

Guebriant les dijo a los galeristas que hasta donde sabía el propietario legal de la obra era el MACCSI. En respuesta, los clientes produjeron un documento firmado por Sofía Ímber y fechado el 20 de noviembre del 2000 con el que se autorizaba su venta.

Desde octubre del año anterior Guebriant había recibido numerosas llamadas relacionadas con la misma obra y en todas las ocasiones había recomendado desconocer cualquier oferta. Hasta donde ella sabía la Odalisca estaba sana y salva en el MACCSI, por lo que cualquiera que estuviera a la venta era sólo una falsificación. Pero no lo era, y los ofertantes se habían arriesgado a consultarla para que la certificara y así poder venderla.

Dos posibilidades inmediatamente vinieron a su mente. La primera fue que el MACCSI había adquirido una copia en vez del original en 1981; y la segunda, que el museo había sido víctima de un robo. Para aclarar esto decidió llamar a Sofía Ímber y ponerla al tanto del curioso acontecimiento.

Pero esto no lo hizo hasta el 24 de enero del 2002.

De acuerdo a declaraciones dadas al diario caraqueño «El Mundo» el 26 de Diciembre del 2002, Guebriant se tomó su tiempo en llamar a Sofia Ímber porque la denuncia tendría efectos manipulables en el contexto político que vivía Venezuela en ese momento. Ímber, aún directora del museo en ese entonces, estaba a punto de ser removida del cargo por el gobierno de Hugo Chávez Frías y en los próximos meses se las vería negras por esa situación. El 12 de febrero tomarían posesión de sus nuevos cargos la nueva directiva del museo, y uno de los requisitos para efectuar la transición consistía de un inventario completo del patrimonio de la institución.

Guebriant había tenido razón al concluir que la diseminación de semejante información tendría efectos negativos en la investigación, pero no como se lo esperaba. Por razones no determinadas —quizás por la misma polarización política que temía Guebriant— Ímber no mencionó la información provista por la curadora francesa al hacer entrega del museo. Su silencio, sin embargo, no hizo que la transición de una directiva a otra fuese más fácil.

El 29 de mayo del 2001 —antes de conocerse la pérdida del Matisse— un auditor externo presentó el informe final sobre la auditoría. El escrito de 24 páginas reafirmaba lo que ya había sugerido un informe preliminar hecho sobre una muestra de 40 obras tomadas al azar de la colección permanente del museo. Entre otras cosas la auditoría concluyó la inexistencia de un auxiliar contable que detallara las obras de arte, que muchas carecían de un expediente o que estos estaban incompletos «faltando documentos tales como facturas de compra, contratos de comodato, actas de donación, fotografías de las obras y certificados de autenticidad».

Al día siguiente de la entrega del informe, la nueva directiva del MACCSI se dirigió al Contralor General de la República Clodosvaldo Russián y solicitaron la impugnación del acta de entrega tras informarle lo acontecido.

Entre los documentos enviados al Contralor se hallaba un informe de la firma de contadores públicos Miliani, Palmero & Asociados que la administración anterior había contratado para practicar una auditoría el 31 de diciembre del 2000. Ese informe tristemente había llegado a las mismas conclusiones, enumerando que «1. No existe una política para la toma física del inventario de obras de arte. 2. Existen obras de arte donadas al Museo y no registradas en la contabilidad. 3. No existe registro contable de obras de arte recibidas por el Museo en comodato. 4. Existen obras de arte cuyos expedientes carecen de documentos de propiedad y autenticidad. 5. Existen obras de arte que carecen de expedientes. 6. Existen obras de arte donadas al Museo sin el respectivo documento que compruebe la donación…».

Debido a los hallazgos, la nueva administración ordenó una inspección completa del inventario del museo que no hizo sino empeorar las cosas.

El informe final de los auditores externos describe el estado general del museo como «instalaciones inadecuadas», con obras depositadas en diversos lugares del mismo, sin ningún orden en particular, «pues no se han establecido normas para clasificarlas, agruparlas o almacenarlas, que requerían las obras atendiendo a los requerimientos de seguridad y conservación que de acuerdo con su naturaleza y valor presentan».

Además de esto, se contaron 4380 obras de arte y la administración anterior había hecho entrega de 4.015. Y faltaban 14 que estaban documentadas en los archivos pero que no se encontraron en ningún área del museo. Entre las obras en esta situación estaban Sketchbook 1980-A y Sketchbook 1980-B, de Henry Moore; Relaciones amarillo y plata, Dos grandes barras y Escritura de Jesús Soto y Broom de Jasper Johns.

Buscando profundizar en la situación de la institución, la Contraloría General de la República instaló una comisión para auditar la fundación, el fondo editorial, las tiendas del MACCSI y despidió a los empleados encargados del registro y resguardo de la colección. Al mismo tiempo informaron a la aseguradora MAPFRE-Seguros La Seguridad, la cual más tarde dejo sin efecto el reclamo alegando que la falta del grupo de obras era atribuible a «negligencia manifiesta de la persona o personas a cargo de la custodia del interés asegurado» basándose en los hallazgos de las auditorías recientemente finalizadas.

Pero a pesar de todos los problemas que presentaba el museo, no fue hasta que Ambrosino mandó su reclamo por e-mail que la directiva se enteró de la posibilidad de que el Matisse guardado en la bóveda podía no ser el original.

Al día siguiente que el e-mail de Ambrosino revelara la desaparición del Matisse, Sofía Ímber visitó el museo y expresó a la directiva —sin dar mayores explicaciones— su preocupación por la pieza que guardaba la sala diez del museo.

Al llegar esta información a la prensa venezolana el museo la desmintió, explicando que para vender el patrimonio de la nación se requería de la aprobación del Presidente de la República en Consejo de Ministros. Pero tras enviarle por e-mail una foto de la obra colgada en el museo, Guebriant no tardó mucho en declararla falsa. La falsificación era de tan mal acabado que detalles como la pared detrás de la figura principal, en vez de tener ocho rayas verticales —como en el original—, solo tenía siete.

El 1 de diciembre, tras un examen exhaustivo de la obra, se confirmó oficialmente el plagio y en los siguientes días se haría la denuncia a las agencias de seguridad internacionales como la INTERPOL y el FBI.

Las primeras investigaciones empezaron con una persecución en caliente de la obra y el 9 de diciembre de 2002, informes de inteligencia franceses y españoles revelaron esta podía estar en camino a esos países desde Miami Beach, donde los aeropuertos fueron alertados para evitar la fuga. El informe especificó la existencia de un comprador como el posible poseedor.

La información de que la obra estaba en Miami fue corroborada en interrogatorios al FBI por un galerista local, quien específicamente mencionó a Fortress Art Storage, un popular depósito de obras de arte, como el lugar donde se ocultaba. Al inspeccionar el lugar las autoridades confirmaron que la pieza estuvo allí consignada por una firma comercial —propiedad de venezolanos— que en dos oportunidades en noviembre del 2002 habían dado permiso para mostrar la obra a posibles compradores.

Aunque el FBI no encontró la obra en las instalaciones sí logró identificar a la persona —cuyo nombre no ha revelado— que retiró la obra a principios de diciembre. Pero antes que pudiesen hacer algo, la mujer escapó a Europa en compañía de su esposo el 18 de diciembre del 2002.

Mientras esto sucedía en Venezuela empezaba a considerarse la hipótesis de que la obra tenía al menos tres años fuera del museo. En 1997 la obra había viajado a España en préstamo para una exposición, y ahora se creía había sido cambiada por la falsificación durante el viaje.

Sin embargo, a pesar que las investigaciones están siendo conducidas en extrema confidencialidad por las agencias encargadas, se ha revelado que la fotografía enviada a Guebriant para estudiarla fue impresa del negativo que proveyó la galería que originalmente vendió la obra al museo, lo que significaría que la misma no fue cambiada en el viaje a España, sino que simplemente fue comprada por error.

Dentro de lo posible es tranquilizador imaginar alguna de estas posibilidades como la causa real de la desaparición del Matisse. Cualquier otra giraría en torno a la complicidad interna. Para cambiar la obra dentro del museo sin que nadie se enterara los culpables necesitaron tiempo porque, según las declaraciones de Guebriant, el lienzo fue despegado del bastidor original, que es donde ahora reposa la falsificación.

En cualquier caso, la obra aún no sido hallada y muy posiblemente jamás vuelva a ser admirada por los venezolanos, si es que alguna vez en realidad lo fue.


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