El hombre que no estuvo allí

Ha costado mucho reivindicar la memoria de  los varios miles de españoles que, exiliados del franquismo tras la Guerra Civil, acabaron en los campos de exterminio nazis, con una «s» de spanier pintada dentro de un triángulo de franela morada cosido sobre la pechera de su uniforme a rayas. Durante años, la asociación Amical de Mauthausen ha realizado una constante labor de reivindicación y recuperación de esa memoria histórica. Y nadie ha trabajado más en ello que su presidente desde hace más de una década, Enric Marco.

Ha dado millares de conferencias, ha concedido cientos de entrevistas y hasta ha escrito dos libros de memorias, relatando con todo lujo de detalles espeluznantes su experiencia en los campos. Experiencia que ha resultado ser falsa: un historiador ha revelado, y Marco luego lo ha reconocido, que todo es mentira, que él jamás estuvo en ningún campo de concentración. Si Jorge Luis Borges aún viviera, seguro que le dedicaba a Marco un nuevo capítulo de su Historia universal de la infamia.

Cuando en 1940 Francia capituló ante el ejército alemán, éste se encontró con un gran número de exiliados de origen español entre las filas francesas, y muchos más en las llamadas Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE). Las autoridades alemanas ofrecieron a las españolas, como deferencia de aliado a aliado, la posibilidad de extraditarlos. Pero Franco ya tenía demasiado llenos sus propios campos de concentración, y el entonces ministro de asuntos exteriores, Ramón Serrano Súñer, cuñado del generalísimo (le llamaban «el cuñadísimo». A sus espaldas, claro), germanófilo acérrimo y amigo personal de Heinrich Himmler, rechazó la extradición, alegando que no se trataba de españoles, sino de «apátridas indeseables». Así que la Gestapo se hizo cargo de tales apátridas, cambiando su estatus de prisioneros de guerra por el de «trabajadores civiles», y los enviaron a Austria, principalmente al campo de Mauthausen, tantos que los SS lo llamaron «el campo español». También hubo algunos pequeños contingentes de españoles dispersos por otros campos: Buchenwald, Ravensbrück, Dachau, Auschwitz…

Se calcula que entre 10.000 y 15.000 españoles pasaron por los campos. De ellos sobrevivieron poco más de 2.000. Tras la liberación, el gobierno de Franco repatrió discretamente a los supervivientes que lo solicitaron, y la presencia de españoles en los campos nazis cayó bajo un silencio oficial que los posteriores gobiernos de la democracia no han roto, hasta ahora.

La forja de un héroe

Desde poco después del fin de la dictadura (1975) existe en España la asociación Amical de Mauthausen, que cuenta con unos 650 socios, dedicada a romper ese silencio. A ello les ayudó bastante que en 1978 se publicara el primer libro de memorias de supervivientes españoles, Los cerdos del comandante, donde el escritor Eduardo Pons recopiló varios testimonios. Entre ellos el de Enric Marco, un mecánico de automóviles y militante del sindicato anarquista CNT. En el libro se relata, con minuciosa exactitud, cómo con 14 años Marco había participado en el desembarco de Mallorca y con 15 se había unido a la columna Durruti (difícil de comprobar; en la columna Durruti no se llevaban registros ni se pasaba lista), cómo tras la guerra se exilió a Francia, como tantos otros compatriotas. En Francia se unió a la resistencia, fue capturado por la Gestapo y enviado al campo de Flossenbürg; de ése al de Neumünster y, finalmente, al penal de Kiel. En todos ellos, él era, muy convenientemente, el único prisionero de nacionalidad española.

En Kiel estuvo ocho meses incomunicado, y «aprendí alemán gracias a una biblia protestante, cuyo texto era bilingüe, en latín y alemán». Acabada la guerra, y tras ser liberado por las tropas canadienses, Marco volvió a España, se casó y volvió a dedicarse a su oficio, mecánico de automóviles.

En 1978, cuando el libro salió a la calle, Marco era candidato al puesto de Secretario General del entonces poderoso sindicato CNT. Sin duda el prestigio de su pasado heroico pesó en su elección para el cargo. «Marco era uno de esos que siempre están en las manifestaciones, enfrentándose a la policía. Un valiente». Así le recuerdan sus antiguos camaradas.

Al año siguiente hubo una escisión en la CNT, y Marco dejó la jefatura del sindicato, pero, líder nato y excelente orador, se metió en el mundo de las asociaciones de padres (llegó en poco tiempo a la dirigir la federación de Cataluña) y empezó a dar charlas por las escuelas (unas 120 cada año), contando sus experiencias de superviviente. Combinaba todas estas actividades no remuneradas con su trabajo de mecánico.

Fascinaba a su público con su talento narrativo y con multitud de anécdotas emocionantes y novelescas, en las que él siempre era el héroe; cómo le ganó una partida de ajedrez a un oficial de las SS, proeza que casi le cuesta la vida; cómo robaba carbón para mantener la estufa de su stalag encendida por más tiempo; cómo organizó una red con prisioneros checos y franceses, para manipular las listas y evitar que miles de deportados fueran enviados a la enfermería, y por tanto a una muerte segura mediante inyección de benzina; cómo, cuando llevaron a su grupo a las duchas, él fue el único que mantuvo la calma mientras sus compañeros gritaban histéricos, creyendo que los iban a gasear; cómo los abofeteó para hacerles recuperar la cordura… En 2002 recogió estas anécdotas en otro libro de memorias colectivas, Memoria del infierno.

A principios de los 90, Marco ingresó en Amical de Mauthausen, asociación de la que pronto llegó a presidente: más trabajo no remunerado, que Marco acometía con entusiasmo. Las instituciones democráticas reconocieron su esfuerzo de diversas maneras. En el año 2001, la Generalitat de Cataluña le otorgó la Cruz de Sant Jordi, su máximo galardón, por «Toda una vida entregada a la lucha antifranquista». Ese mismo año, el 27 de enero, le invitaron, junto con otros supervivientes, a hablar ante el parlamento. Su discurso fue el más emotivo. Los diputados escucharon, serios y silenciosos, cómo Marco explicaba la llegada en los trenes atestados, las vejaciones de los carceleros, los perros policía, las palizas, las órdenes ladradas: Raus! Raus!

Marco se convirtió en el superviviente por excelencia, el máximo representante mediático de todos aquellos hombres y mujeres que huyeron del franquismo en España para caer en el infierno nazi. El pasado 1 de mayo, en el cenit de su popularidad, iba a pronunciar, en su calidad de presidente de Amical, un discurso en la ceremonia conmemorativa de los 60 años del fin del nazismo que se iba a celebrar en Austria, en el mismo Mauthausen, en presencia del presidente de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien así quería expresar (por fin) el reconocimiento oficial a los españoles víctimas del nazismo. Pero Marco no pudo leer el discurso: el historiador Benito Bermejo había avisado a Amical que, según sus investigaciones, Marco no había estado nunca ni en Flossenbürg ni en ningún otro campo. Marco no intentó negar la acusación. Al contrario, con el alivio de alguien que se saca de encima un gran peso, reconoció que era verdad. Volvió a España a rendir cuentas, mientras la vicepresidenta de Amical leía el discurso en su lugar.

Aquí hay gato encerrado

Benito Bermejo había entrevistado a Enric Marco varias veces: la primera, en mayo del 2003. Bermejo ya había oído hablar de Marco, y al hecho de que era el único superviviente español conocido de Flossenbürg se unía la fascinación que provocaba el personaje, el cual, como uno de esos inverosímiles protagonistas de novela histórica, había participado en todos los grandes acontecimientos de su época: la columna Durruti, las colectivizaciones en el frente de Aragón, el desembarco republicano en Mallorca, el bombardeo de Barcelona, la resistencia francesa, la jefatura de la CNT… de todo ello hablaba con amenidad y entusiasmo. Pero cuando Bermejo le formulaba preguntas intentando concretar detalles, él sólo respondía con vaguedades y evasivas.

También incurría en contradicciones. Por ejemplo, afirmaba haber sido detenido por la Gestapo en Marsella en 1941, antes de que el ejército alemán llegara al sur de Francia. Había sido liberado, a veces por los canadienses en Kiel, a veces por los norteamericanos en Flossenbürg. Extrañado, Bermejo hizo algunas pesquisas. No pudo encontrar ningún superviviente que recordara haber coincidido con Marco.

Tampoco existía ninguna fotografía, y eso que las SS lo fotografiaban y filmaban todo. El nombre de Marco no aparecía en ningún registro de ninguno de los campos en los que afirmaba haber estado. Pero la prueba definitiva la encontró en los archivos del Ministerio Español de Asuntos Exteriores. E inmediatamente la puso en conocimiento de Amical, justo cuando Marco viajaba a Mauthausen a tener su momento de gloria leyendo el discurso.

La verdadera historia

Según dos documentos del archivo del ministerio, ambos de 1943, Marco (que nunca se vio forzado a exiliarse) se presentó voluntario en 1941, en plena Guerra Mundial, para ir a trabajar a Alemania, integrado en uno de los grupos de trabajo con los que la España de Franco cooperaba con el esfuerzo de guerra de la Alemania de Hitler. Era una manera de huir del hambre, la persecución política y el duro servicio militar. Marco estuvo trabajando como mecánico –su oficio- en la Deustche Werk A.G.

Según los documentos, en 1943 las autoridades españolas le reclamaron para que cumpliera el servicio militar, y él volvió. Aunque Marco aún niega este último punto: alega que le detuvo la Gestapo por hacer sabotaje en la Werk, le interrogaron, le torturaron y finalmente le extraditaron a España. Es extraño que la Gestapo dejara irse de rositas a un saboteador en tiempo de guerra, pero a estas alturas ¿quién puede creerse algo de lo que diga Marco?

En todo caso, volvió. Cumplió el servicio militar. Encontró trabajo en un taller, se casó y volvió a colaborar con el entonces ilegal sindicato CNT. Y empezó a mentir cuando le preguntaban por sus tiempos en Alemania durante la guerra. Y, poco a poco, el Enric Marco heroico superviviente de los campos de concentración sustituyó al mecánico que se fue a trabajar voluntariamente a Alemania para tener qué comer. A éste último, nadie lo conocía: ni su mujer, ni sus familiares, ni sus amigos íntimos… probablemente, pasado el tiempo, ni siquiera él mismo.

«No mentí por maldad», se justifica Marco. Ahora dice que elaboró la mentira porque así la gente le escuchaba más y su trabajo divulgativo era más eficaz. «Parecía que así me prestaban más atención, y podía difundir mejor el sufrimiento de las muchas personas que pasaron por los campos de concentración». Y recuerda que todo lo que ha dicho pasó de verdad, aunque no le pasara a él.

Marco no será procesado, ni irá a la cárcel, ni sufrirá sanción administrativa alguna, pues según la legislación española no ha incurrido en ningún delito, ya que su fábula no ha implicado ninguna estafa económica ni ha suplantado a otra persona: lo que hizo fue inventarse un pasado falso, pero, ¿quién no miente acerca de su pasado? Marco no ha sacado ningún beneficio económico de su estafa: le ayudó a acceder a algunos cargos, pero ni eran cargos oficiales ni implicaban compensación económica alguna (aunque, eso sí, le han obligado a devolver la cruz de Sant Jordi). En España, al contrario de otros países europeos, los supervivientes del holocausto no tienen derecho a pensiones ni a ningún tipo de ventajas económicas, por lo que no existe ningún instituto oficial dedicado a comprobar la veracidad de las historias, para filtrar a los oportunistas. No hace falta.

Esto explica también cómo pudo llegar tan lejos, hasta presidir la asociación de los supervivientes, sin que nadie comprobara la veracidad de su historia. «Aquí no pedimos que se venga con el carnet en la boca» dice Rosa Terán, presidenta de Amical en funciones. «No hay cola para hacer esto, que es todo trabajo y sin remunerar. Y Enric, que nos ha hecho ahora tanto daño, fue sin embargo un gran trabajador».

Ciertamente, y paradójicamente, pocos han hecho tanto y han trabajado tan duro por la causa de las víctimas españolas del holocausto como él. Y sin conseguir nada a cambio… aparte de la admiración de sus conciudadanos y el prestigio social que se le concede al héroe. Marco ha pedido perdón, pero sigue insistiendo en que todo lo hizo «por una buena causa». Tal vez piense, como Alexander Phuskin, que «las ilusiones que nos exaltan son mejores que mil verdades». O, como Maquiavelo, que «el fin justifica los medios». Lo que resulta más inquietante.


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