El éxito del multiculturalismo

El martes 7 de diciembre «La Vanguardia» (Barcelona) publicaba una crónica de Marc Bassets sobre el congreso de los cristianodemócratas alemanes que traía por título «Merkel arremete contra el multiculturalismo sin convencer del todo al congreso de la CDU». La líder del principal partido de la oposición alemana hacía un llamamiento a la recuperación del orgullo nacional. Según Merkel, Alemania no se definiría tanto por su respeto a los derechos humanos (entre los cuales hay, conviene no olvidarlo, el derecho a emigrar y a ser acogido) como por una cultura ancestralmente germánica «en la que celebramos días festivos cristianos y no musulmanes».

Es evidente que Merkel y los suyos se están columpiando sin escrúpulos en los vientos filofascistas que recorren la Europa-fortaleza, pero esta quizás no es la novedad más notable. Lo cierto es que en estos momentos cuesta mucho escandalizarse con el racismo sutil de la derecha europea, sobre todo desde que nos hemos acostumbrado a una de las demostraciones brutalmente prácticas del racismo en nuestro propio país: el incesante número de muertes en las costas españolas de Andalucía y las Islas Canarias, el drama de las pateras.

Lo más sorprendente de esta noticia es el uso del término «multiculturalismo». Este término se está convirtiendo en uno de los objetivos predilectos de quienes tienen que disfrazar su islamofobia con algún argumento mínimamente sólido. El «multiculturalismo» es para los intelectuales de la derecha lo que el «neoliberalismo» es para los de la izquierda: pensamiento único o pensamiento políticamente correcto, depende de quien lo sostenga. Hay que reconocer que han elegido un buen cabeza de turco.

El «multiculturalismo» es una concepción del mundo en qué se da mucha importancia a la identidad. Todo el mundo tiene que conservar la lengua, la religión y las costumbres de su país de origen. Todas las culturas contienen respuestas igualmente válidas a los retos que se plantea la humanidad. Viene a ser una reacción muy dura contra el eurocentrismo, considerado ahora responsable de todos los males. También es un inequívoco síntoma de las horas bajas del marxismo, por lo que tiene de antimaterialista y, como su nombre indica, culturalista. La lucha entre clases sociales queda eclipsada por la conflictiva relación entre culturas. No deja de ser cómico que reaccionarios y multiculturalistas coincidan en una apreciación entusiástica del determinismo culturalista, aunque saquen conclusiones muy diferentes.

De hecho, es difícil saber exactamente de qué hablamos cuando decimos «multiculturalismo» porque esta peculiar cosmovisión no tiene defensores visibles. Es más bien un tópico sin amo, defendido por gente tan diversa como algunos políticos progresistas, profesores de literatura colonial, pedagogos que no enseñan y periodistas azucarados. Recientemente, en Cataluña hemos podido ver como el tópico del multiculturalismo se encarnaba en un acontecimiento igualmente confuso y vaporoso: el Foro de las Culturas 2004 de Barcelona.

Mientras las discusiones sobre el multiculturalismo van creando una espesa cortina de humo, el necesario debate sobre el presente de la inmigración y sus causas, aquel que ponga sobre la mesa las condiciones de esclavitud existentes entre personas y países, aún está por llegar. Por el contrario, Zapatero nos obsequia con el pensamiento multicultural aplicado a la política exterior. El presidente español propone el establecimiento de una Alianza de Civilizaciones. Cosas del ingenio.


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