Si a alguien hemos visto sufrir en la gran pantalla durante los últimos veinte años es al señor Mel Gibson. Desde el sobreviviente de «Mad Max», al sicótico de «Arma mortal», al héroe escocés de «Braveheart», Mel Gibson ha sangrado, llorado, casi muerto, muerto y hasta resucitado por una causa, una mujer, un país —y en su última película, aunque no se incluyó en ella— por toda la raza humana. «La pasión del Cristo», su más reciente esfuerzo como director, cuenta las últimas 24 horas de Jesús de la única forma en que Gibson podía hacerlo, con violencia. Sin embargo el filme —perdonen la crudeza— da en el clavo.
«La Pasión del Cristo» es una película aguda que toca más de una tecla en la sensibilidad y estructura moral del público. Esta ocasiona una aparentemente inexplicable confusión en el espectador quien sufre un terremoto emocional por la muerte de un hombre, cuando está acostumbrado a películas como «Kill Bill Vol I», donde mueren más de cien personas en no mejores circunstancias.
La muerte de Cristo, y la de todo ser humano distante en el tiempo y el espacio, siempre ha sido minimizada. Todos los días a través de los medios de comunicación nos enteramos de los miles de muertos que causó un terremoto, de los millones que mueren de hambre y SIDA en África, de las víctimas de Chernobil, del crimen y la mafia. Todo esto sin digerir que cuando hablan de estas tragedias se están refiriendo a episodios terriblemente dolorosos para la vida de seres como nosotros. Que cuando cuentan que la mafia descuartizó a un hombre, in vivo, y echaron sus restos frente a la casa de su familia, resulta tan traumático y esencialmente malvado que nuestro cerebro es incapaz de asimilarlo.
En el mismo orden de ideas, la nueva película de Mel Gibson es un curso para explicar que la muerte y pasión de Jesucristo no fue ningún paseo en el parque. Sin embargo, al verla lo primero que me vino a la cabeza fue preguntarme, ¿es acaso necesario entender esto? y de ser así, ¿por qué alguien iba asumir esta misión? (en especial un actor de segunda como él). La respuesta puede estar en la carrera de su director.
«La Pasión del Cristo», estrenada sardónicamente el pasado Miércoles de Ceniza, ha generado críticas y protestas desde que se reportó su producción -hace poco más de un año-, debido a la crudeza conque Gibson pinta el martirio de Jesús de Nazareth y la forma en como atribuye culpas en este episodio histórico.
Esto no es de gratis. Financiado completamente por Gibson, el filme es hermoso e inteligente, pero al mismo tiempo cruel, radical, malintencionado y sin duda alguna, ofensivo, débil en estructura pero fuerte en su basamento ideológico. Es el resultado del trabajo de una persona con convicciones, lo cual es algo bastante raro de ver en el mundo cinematográfico contemporáneo.
Desde la primera hasta la última escena, «La Pasión del Cristo» se mueve a través de claroscuros que evocan a Miguel ángel y a Jerónimo Bosch al mismo tiempo, y como ninguna otra película que yo recuerde en la larga historia hollywoodense, va al grano sin contemplaciones, comenzando en el momento cuando Jesús es arrestado, para luego describir su tortura y crucifixión como si se tratara de una penitencia para el espectador.
Mel Gibson pertenece a la corriente tradicionalista de la Iglesia Católica que reniega del Concilio Vaticano II, considera al Papa usurpador del puesto de San Pedro y no acepta cambios como la eliminación de la misa en latín y el perdón otorgado a los judíos por la muerte de Cristo. Como miembro de esta escuela se apega a prácticas ortodoxas como la de no utilizar preservativos (los 7 hijos al azar —y contando— de la familia Gibson dan fe de ello) y hasta se construyó una iglesia en California para poder asistir a ella de modo tradicional como en la época pre-concilio, tal y como —según él— Dios manda.
Esto explicaría en parte la producción de la película, pero no su dirección y apasionada defensa, porque la carrera de Mel Gibson de santa no tiene ni un pelo. Reconocible a kilómetros, esta es imposible de describir sin el apelativo de sangrienta. Sus personajes invariablemente pertenecen al género de «All American Heroes» que se las saben todas, matan al malo y se llevan a la chica. Quizás inconscientemente, su carrera se vuelca sobre su tercera película .
De niño, recuerdo haberme preguntado mil veces, ¿si Jesús es el hijo de Dios, por qué no se bajó de la cruz y les dio su merecido a los romanos? La respuesta a esta pregunta —evitando toda teología— está en tu Blockbuster más cercano (valga la cuña). Porque quizás Mel Gibson se hizo esta pregunta él mismo hace cuarenta años y vivió para redimir a Cristo en Arma Mortal, Mad Max y El Patriota. Al igual que Jesús, Gibson ha sido crucificado mil veces, pero a diferencia del primero, el actor se ha bajado de ella siempre y ha salvado el día a punta de pólvora.
En la película previa, «Signos», Gibson es nada menos que un cura cuyos sufrimientos (incluida la increíblemente hermosa e insólita muerte de su esposa) descubre son producto de los eternos y divinos planes de Dios, en un mensaje traído por seres que vienen del cielo. Pero aparte de su constante estado de duelo ( es viudo también en Mad Max, las 4 Arma Mortal, Braveheart, y El Patriota), Gibson siempre aparece en diferentes estados de mutilación. Torturado, confundido, usualmente bañado en su propia sangre, y hasta resurrecto. Lo cual me hace preguntarme si La Pasión del Cristo es una autobiografía de su carrera profesional.
En «Mad Max: más allá de la cúpula de trueno», Gibson hace el papel de mesías, en un dibujo presentado en la película posa como un cristo con los brazos abiertos saludando a lo que parecen ser niños. En «La teoría de la conspiración», Gibson es secuestrado, torturado y asesinado por la CIA. Julia Roberts, la heroína de la película, llora sobre su tumba sólo para verlo levantarse entre los muertos. En «Forever Young», Mel se despierta tras permanecer 50 años criogenizado. En «Payback», es pateado hasta que escupe sangre, abaleado a quemarropa en la espalda, atropellado por un carro, golpeado en los pies con un martillo y aún así se las ingenia para escapar de la maleta de un carro-tumba, traer la venganza divina, y al final caer en los brazos de la María Magdalena de María Bello. ¡Feliz Semana Santa Mel!
Pero es en «Braveheart» donde su «cristificación» se hace más evidente, con imágenes que alternan entre lo real y lo fantástico. Allí, el paladín de la justicia medieval, William Wallace simplemente se sacrifica por los suyos y muere crucificado. Negándose a hablar como Cristo durante su enjuiciamiento y sufriendo todas las estaciones de la Cruz, con el populacho arrojándole tomates y los apóstoles de paisano y todo. Pero a diferencia del hijo de Dios, Gibson se rinde ante sus propias inquietudes teológicas y en vez de pedirle a su padre celestial que les perdone porque no saben lo que hacen, Gibson le da a Wallace unas últimas palabras más dignas de un superhéroe como él: «¡FREEDOOOOM!». Que con el tiempo su causa haya triunfado sobre el reino de oscuridad que dominaba a su pueblo, es pura coincidencia.
En «La Pasión del Cristo», Mel Gibson da la impresión de no sólo haber querido expresar su admiración por el líder de su religión, sino además, haberle dado una estatura superior, transformándolo irónicamente en humano. Pero no en un humano cualquiera, sino en el ser humano que Gibson es en sus películas. El problema con esto es que este tipo de individuos no existe en la vida real.
Entendiendo bien o no, lo que debe haber pasado Jesús de Nazareth el día de su crucifixión, las diferentes religiones cristianas han dejado bien en claro la talla de un hombre que se auto-impone semejante sacrificio por el bien de sus congéneres. Pero el Jesús de Mel Gibson no es como el que hemos visto antes en pinturas o en el cine. No es ni el marica de Zeffirelli, ni el hippie de «Jesucristo Superstar», ni el Gozón de Scorsese. Su Jesús es el Mesías más Masculino y Heroico de todos los que han pasado alguna vez por la gran pantalla.
Aunque los sentimientos del Mesías son evidentemente de amor y paz, su semblante es duro y espartano. Y cuando Gibson y su cinematógrafo Caleb Deschanel, hacen uso del recurso visual de convertir al espectador en parte de la película al presentar a James Caviezel dando su mensaje directamente a la cámara, el resultado es impresionante. Es de una alienación tal que, al terminar la película vi al público salir de la sala con bolsas enteras de cotufas que no tuvieron tiempo de comer.
Y este quizás sea el principal problema de Mel Gibson. O mejor dicho, la razón de por qué su filme ha sido tan criticado y Gibson tachado de anti-semita. La Pasión del Cristo es un filme tan apasionado que raya en propaganda, lo cual no sólo es peligroso sino potencialmente mortal.
«La Pasión del Cristo» cae dentro del género de película histórica, y cualquier tipo de violencia que encontramos en ella sin ninguna duda tiene un sustento del que carece, por ejemplo, «Arma mortal». El problema es que la historia de la cristiandad está escrita con sangre. Las Cruzadas, la Inquisición y el Holocausto estuvieron basados prácticamente en la absoluta convicción de que no merecía vivir quien no creyera en Cristo o aquellos que habían sido responsables de su muerte.
En el Medioevo las primeras obras representativas de la pasión de Cristo acusaban directamente a los judíos de la muerte del Mesías, produciendo reacciones viscerales que terminaron infinidad de veces en la muerte de los mal llamados «Asesinos de Cristo».
Y ójala la visión de Gibson pudiera ser tachada de irresponsable solamente. Pero la verdad es que el filme sufre de algunos errores que en conjunto sólo pueden interpretarse como antisemitas por parte de su director o como subestimación de una tragedia que está fuera de su marco temporal y geográfico.
Los judíos de Gibson son malvados. Los judíos buenos tienen rasgos occidentales, los malos tienen una naríz del tamaño de una sinagoga. A Caifás sólo le falta que le besen la mano como a Don Corleone como líder de la mafia hebrea. Y cuando Jesús finalmente es condenado ninguno de ellos —salvo sus más allegados (quienes son presentados como neo-cristianos y no judíos) y un par de rabis judíos— reacciona ante su sufrimiento como lo hacen los romanos. Mientras a estos, Gibson les permite el don de la incertidumbre y hasta el arrepentimiento, los judíos aparecen como una masa uniforme y sedienta de sangre, inmersa en el absoluto disfrute del espectáculo que —según Gibson— ha propiciado.
A pesar de que Gibson ha dicho una y otra vez que el no es anti-semita, es completamente absurdo sugerir la culpabilidad hebrea universal sobre la muerte de Jesucristo, basados en que a unos cuantos se les ocurrió elegir a Jesús en vez de a Barrabás para morir en la cruz.
Aunque no vamos a discutir si los judíos provocaron la muerte de Jesús o no, según la Biblia, él mismo fue quien prefirió su muerte ese día. Achacarle la culpa a todos los hebreos tiene tanto sentido como culpar a todos los musulmanes por los ataques al World Trade Center o a todos los españoles por los desastres de la colonización de América.
Y las implicaciones no terminan allí. Habiendo sacado exitosamente a Jesús del universo de mamis donde ha estado metido durante su carrera cinematográfica, Gibson toma la figura de macho de Caviezel y lo utiliza para destacar otros mensajes de su dogma.
Gibson, con una carrera llena de mensajes homofóbicos, no pestañea en representar a Herodes, en contraposición al macho Jesús, como un decadente gordo marica con una corte llena de drag-queens. Tampoco parece titubear al asignarle el rol al demonio. Para este, Gibson utiliza a una actriz, la afeita de pies a cabeza, la viste de negro y la dobla con la voz de un hombre.
El mensaje no puede ser más evidente. El bien está representado por Jesús, un tipo tan macho que es capaz de dejarse matar y no tener sexo con María Magdalena (nada más y nada menos que Mónica Belluci); la maldad está representada por una criatura de sexo indeterminado.
Todos estos elementos han convertido a «La Pasión del Cristo» en la película más controversial del año. Pero lo más interesante, es saber que esta película no nació de ningún plan corporativo de un estudio en Hollywood. Sino de las creencias de un hombre que se arriesgó a producir una idea que le obsesionó por décadas. Que esté en lo correcto o no, es otra historia.
Siempre es preferible ver películas que te hagan sentir algo, que ver películas que no te digan nada en absoluto. Y «La Pasión del Cristo» es una película donde es imposible no sentir nada. Gibson, hay que aceptarlo, tuvo cojones al hacer esta película, y si uno decide condenarla o no, hoy en día es rara la oportunidad en que se puede criticar un film por verdaderas razones morales, teológicas y artísticas sin sentirnos inútiles al saber que en su producción en realidad no entraron en juego ninguno de estos elementos.
Producción: Dirigida por Mel Gibson; escrita por Gibson y Benedict Fitzgerald, director de fotografía, Caleb Deschanel; editada por John Wright; música por John Debney; diseñador de produccion, Francesco Frigeri; producida por Gibson, Bruce Davey y Stephen McEveety; Estudio: Icon Productions y Newmarket Films.
Protagonistas: James Caviezel (Jesús), Monica Bellucci (Magdalena), Hristo Naumov Shopov (Poncio Pilato), Maia Morgenstern (María), Francesco De Vito (Pedro), Luca Lionello (Judas), Mattia Sbragia (Caiphas); Rosalinda Celentano (Satán) y Claudia Gerini (Claudia Procles).
Enlaces de interés
1. Website oficial de «The Passion of the Christ»
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