El clasismo como excusa

Una de las frases que salen con más frecuencia de la boca de los venezolanos es que en Venezuela no hay racismo, sino clasismo, lo cual es una afirmación tan poderosa, que la ONU debería hacer un estudio del modelo venezolano para aplicarlo a todos los demás países del mundo. Lamentablemente esto no es sino una fantasía. En todos los países del mundo habita la xenofobia. Gente que no soporta la idea de coexistir con personas que no consideran iguales. Venezuela no puede ser tan perfecta como para que no exista un mal que ha atormentado a la humanidad durante toda su historia.

Quien quiera que se sorprenda soltando esta perla debe admitir inmediatamente que está diciendo un disparate. En Venezuela el racismo está a la orden del día.

Mientras viví en Venezuela nunca tuve tendencias racistas. No recuerdo nunca haber visto a nadie como inferior por ser chino, negro o indio. No obstante, tuve poco contacto personal con chinos, negros o indios, lo cual le resta merito a mi experiencia, pero no por eso dejé de sentir una mezcla de odio, compasión y lástima cada vez que era testigo de estos estigmas.

En Caracas, la idea general que la gente tiene sobre sí misma es que no tienen ningún tipo de prejuicios. Si esto fuera una aspiración, esta descripción sería de una belleza enmudecedora. Pocos países, si en realidad alguno lo ha hecho, ha entendido que todos sus ciudadanos son iguales no importa qué. Pero este no es un sueño común, es algo que se considera un hecho. Los venezolanos no tienen prejuicios y punto y cualquier síntoma contrario es achacado sin piedad a quien sea que se queje.

En la oficina donde trabajé mis últimos tres años en Caracas, por ejemplo, mi gerente, a quien tendía a írsele la lengua conmigo tratando de llevarme a la cama sin ningún resultado (lo cual no le impidió decir que sí lo hizo) me confesó que él no contrataba negros o «morenitos» porque eran demasiado flojos. Lo cual era sorprendente, ya que él era «morenito» y un trabajador incansable, condenándome a trabajar en una compañía donde los empleados eran sólo poco más que mediocres, pero todos blanco limpio insuperable.

Él no se consideraba moreno ya que su papá era vasco, como el mío, aunque el hijo de puta nunca lo había reconocido y lo había abandonado cuando aún era un crío (igual que el mío).

Luis, así se llamaba mi supuesto amante, es un ejemplo típico de la forma de pensar del venezolano. Donde el origen y los meritos se niegan en pos de pertenecer a un sector que es considerado superior, por razones que admito haber juzgado mal más de una vez.

Se considera superior, correctamente, ser educado, amable, limpio y honesto. Pero este concepto de decencia se distorsiona al vérsele como producto exclusivo de la raza y el nivel económico. Los portugueses, italianos, españoles y alemanes son trabajadores en general, por ejemplo, por ser europeos y encontrarse en un estado de avanzada genética que un criollo de la sierra de Coro nunca alcanzará simplemente por no tener esa sangre corriendo por las venas.

Antes de vivir en Venezuela, yo había trabajado en Francia y San Francisco, por un par de años cada vez y mis sitios de trabajo siempre fueron una buena representación de las divisiones étnicas que existían en cada una de estas ciudades. Había negros, chinos, latinos, japoneses y hasta norteamericanos como me decía un gringo, bromeando acerca de la diversidad que existía en la oficina.

En uno de ellos una vez hasta trabajé con un venezolano, quien una vez en medio de unos tragos me confesó que lo que menos le gustaba de trabajar en los EE.UU. era tener que codearse todo el tiempo con el negrero y el latinaje. Yo le hice ver como quien no quiere la cosa, que nosotros éramos parte del latinaje. Él me evadió la respuesta con algo acerca de que los venezolanos eran diferentes.

Su respuesta me hizo recordar cómo un par de veces al año los periódicos venezolanos publicaban en primera página un encabezado como «Venezuela al mismo nivel de Nigeria» o «Venezuela detrás del Perú, Rusia e Indonesia en la lista de países más corruptos» sin importarles un pepino que en realidad le estaban diciendo a los peruanos y rusos que era denigrante para Venezuela saberse al mismo nivel que ellos. No tiene nada de malo aspirar a rendir mejor en cualquier estudio, que una agencia sin nada más útil que hacer, ha realizado, pero es la ofensa al descubrirse inferior lo que le imprime un carácter perverso a semejantes afirmaciones.

En Venezuela no hay más que ver la televisión para saber que el país no está en buenos términos consigo mismo. Desde los comerciales de pañales hasta los de cerveza dan la impresión de que nuestro país es territorio ario. ¿Dónde están los mulatos, indios y negros que forman el 80% y más de la población?

Para cualquiera que piense que es una exageración, visite las oficinas principales de Procter & Gamble, La Electricidad de Caracas o la misma PDVSA y tome nota de la diversidad racial que hay en cada una de estas empresas y trate de alguna manera de entender la inversión del porcentaje racial contra la población del país. Y después, para aclarar un poco más el panorama, divida las razas de acuerdo a las posiciones que ostentan en estas compañías.

El viejo Jim Crow no ha muerto, el tipo sólo se ha mudado a Caracas.

Lo que van a encontrar no puede de ninguna manera ser considerado clasismo. Clasismo existía en Francia en el siglo XIX. ¿Cómo podemos explicar el clasismo en un país donde el 80% de la población se encuentra en los estratos más bajos de la sociedad?. ¿Es éste 80% clasista también?

¿Cómo se puede explicar que en un país donde casi todos son mulatos todos los presidentes hayan sido blancos? Que las carteras de gobierno lo hayan sido también en su gran mayoría. Que las misses y hasta los mister Venezuela parezcan madrileños en vez de gochos, guaros o maracuchos, como supuestamente son.

Cada vez que uno ve un Miss Universo uno no ve un catirón de Uganda o de Japón. Uno ve una representación local de la mujer de ese país. Uno ve un criollo, que es un concepto que los venezolanos nos negamos a aceptar. Nos queremos ver como algo que no somos y por eso esa falta de personalidad tan aguda que sufrimos como nación y cultura.

Cuando me mudé a los Estados Unidos tras vivir 10 años en Venezuela fue un shock el ver que en éste país, donde el racismo forma parte del pan nuestro de cada día, todas las razas gozan, mal que bien y con todos los defectos que puedan atribuírsele, de los beneficios que ofrece la sociedad.

Mi actual jefe es un african american, como se hacen llamar aquí los de ascendencia negra, y es vicepresidente de la compañía. Las propagandas en la televisión no pueden ser más racialmente diversas. La industria de la música está fuertemente influenciada por todo tipo de razas incluyendo la latina. Michael Jordan es el Simón Bolívar de este país; Michael Jackson, un Dios. Jennifer López y Salma Hayek, superestrellas. Y estas últimas dos, si se quiere, ni siquiera son estadounidenses. Colin Powell y Jesee Jackson son políticos influyentes, mientras que Richard Parsons es el presidente de AOL-Time Warner.

¿Dónde están nuestros Richard Parsons y Michael Jacksons? ¿Alguien alguna vez le dará la oportunidad a algún african american venezolano para que llegue hasta donde sea capaz de hacerlo? ¿Alguna vez veremos a un indio Wayu representando al Estado Zulia en el Congreso, o a un Yanomamo al estado Bolívar?

Los pocos que lo han logrado han destapado el pote de gusanos histórico que todos nos negamos a aceptar. Una imagen en particular que tengo grabada en la mente es la de Nelson Bocaranda transmitiendo desde Miraflores la caída de Chávez tras el golpe de abril del 2002, celebrando su alegría porque por fin habían sacado a los monos de Miraflores.

Estos epítetos, no pueden sino venir de una mente subdesarrollada con ínfulas de superioridad. Y de hecho considero, que el mayor obstáculo que presenta Hugo Chávez como presidente de la República es su gentilicio. La oposición no se identifica con este hombre que no se parece a ellos y que quiere tener en su gabinete a homosexuales, negros, indios y hasta ex-convictos. Por Dios santo, debe ser que nos fue muy bien con los expedientes supuestamente limpios de Caldera y Piñerúa.

Pero Bocaranda no dijo nada original, para variar. Mono es una expresión que se utiliza con indiferencia por todos los venezolanos para expresar su rechazo hacia alguien que consideran en particular bajo de clase. Se sobrentiende, por supuesto, el símil racial que no puede ser menos nazi, al igual que en las expresiones come arepa, negreao, negro es negro y pare usted de contar antes de que me venga en vómito. Las cuales se supone no deben causar ningún tipo de reacción porque quien quiera que sea objeto de ellas, debe aceptar su rol al margen de una sociedad donde él o ella son mayoría, pero de la cual son marginados sólo por no poder llegar a ser o parecer lo que el objetivo nacional persevera en alcanzar: ser blanco, hijo de europeos. Los únicos capaces de clase y distinción según los conceptos con los que nos bombardean a diario los medios de comunicación, como si Caracas fuera la Ciudad del Cabo de antaño.

Pero el venezolano no es un ser sin corazón. Siente remordimiento como todos los demás seres humanos del planeta con excepción de adecos y copeyanos. Es por esto que el clasismo sale de nuestras bocas como una verdad bíblica. Sabemos que está mal ser racistas, pero en vez de aceptarlo y luchar contra ese sentimiento vil, lo tapamos con un romanticismo absurdo e ilógico. Yo no soy racista, soy clasista.

¿Qué coño significa esto? Nunca he podido entender esta explicación. Acaso significa que a mí sí me gustan los negros e indígenas, lo que no me gustan son los pobres. ¿Odio a los pobres? Si es así, entonces sin duda alguna existe un odio hacia negros e indios, porque son estos quienes componen el grueso de la población viviendo en pobreza en el país.

Pero lo peor de que todo esto esté pasando es el hecho de que los sectores marginados de alguna manera se la calen. Que nadie se haya levantado y organizado como un José Leonardo Chirinos y le diga a Nelson Bocaranda, me vuelves a llamar negro de mierda y te volteo la cara de un coñazo. ¿Dónde esta el Martin Luther King criollo que se pare en el podio y diga las cosas como son sin miedo a represalias o a que lo tilden de resentido?, el cual es otro concepto de obscura concepción y objetivo cuyo único fin es el de hacer que cualquiera que abra la boca la cierre inmediatamente so pena de verse marginado.

¿Pero cómo carajos no va a estar resentido un ciudadano al cual lo han estado negreando toda su vida como si el color de su piel o el tamaño de su cartera fueran realmente la medida con la que se puede juzgar justamente su valor?

El resentimiento es un sentimiento tan válido como el amor o el odio. Nuestro país es libre porque nuestros libertadores lo sentían en contra de los españoles y su corona. El resentimiento fue el pulso que batió las venas del pueblo francés en la Bastilla. Y el resentimiento será el único móvil que al final liberará a Venezuela del petit comitte que la mantiene en el estado de atraso en que se encuentra.

En Venezuela hacen faltan leyes como las implementadas en los EE.UU., donde el Gobierno obliga a los patronos, a las universidades y hasta a los colegios a tener una población diversa, promoviendo el desarrollo y avance de los diferentes grupos étnicos del país. Los patronos no lo hacen porque así lo desean y son buena gente, no, se les obliga a hacerlo para beneficio de la sociedad en general. En Venezuela debe aceptarse públicamente que éste es un problema grave de la sociedad, y deben tomarse las medidas necesarias para corregirlo.

No será fácil, en los Estados Unidos, quizás el único país del planeta donde se lleva a cabo esta lucha lo han estado haciendo por cien años y los resultados apenas empiezan a verse.

Quizás éste sea el problema con Venezuela. Nosotros seguimos ejemplos que no se nos comparan. Alabamos lo europeo. Se nos caen las medias por un acento hispánico o franchute. Y de ellos hemos heredado sus sistemas legales y políticos muy a nuestro pesar. Pero por mucho que nos gusten, en Europa el racismo está en boga desde antes de Cristo sin salvarse ni un año. Ahora mismo, tras décadas de sistemas de protección social envidiables desde cualquier punto de vista, estos planes están en la mira de la administración europea porque han empezado a beneficiar más a los inmigrantes pobres que a los mismos europeos. Qué de pinga…y después vienen a criticar.

Yo soy blanca. No sólo blanca, soy casi albina, y la verdad que en mis 36 años jamás he encontrado en mí algo fuera de lo común. No tengo alas, ni soy particularmente cortés o educada o nada que cualquier otra persona no sea o tenga.

Pero no había pasado mucho tiempo en Venezuela cuando por primera vez me di cuenta de que mi color me daba cierta ventaja sobre muchos otros. Se me consideraba culta (lo que sea que esto quiera decir), y me llovían invitaciones a galerías de artistas que nunca llegaron a ninguna parte y a bautizos de libros que nunca nadie leyó. La gente se quería tomar fotos conmigo y hasta salí varias veces en el periódico. Me preguntaban mi opinión como si yo fuese alguna clase de experta y me ofrecieron trabajos que, ni tonta que fuera, aproveché y pude hacerme con las conversaciones de gente que no dejaba de denigrar a la gente del país que tanto decían querer, ni que estuvieran hablando de pelota.

Una vez, viendo un juego de Grandes Ligas en casa de unos amigos, Bob Abreu se ponchó con hombre en base, perdieron por una carrera, y al unísono se oyó el ya familiar, «De bolas, qué podíamos esperar, negro es negro».

Por otro lado está el clasismo, que como excusa o como sea también existe.

Yo vivía en Sabana Grande. Quizás en uno de los mejores y mejor localizados apartamentos en que vaya a vivir en toda mi vida. Pero nunca pude hacer una fiesta en mi casa porque era niche según me decían ¿Y cuándo te mudas? Cuando los que decían esto en realidad no estaban mucho mejor económicamente que yo, y si soy honesta ni siquiera eran de mucha más clase, pero vivían en urbanizaciones de gente acomodada.

Haciéndome vivir en un ciclo eterno de nuevas amistades que terminaban siempre cuando se daban cuenta de que mis conversaciones a veces eran un poco incómodas o que no importando cuán blanca yo fuera en realidad, no era excepcional de la manera en que ellos esperaban que fuese. O peor, excepcional en ninguna manera en la que fuese a fingir que lo era. Una vez llegué a una fiesta acompañada de un amigo morenito y modesto en el vestir, por decirlo así, y escuche sin querer a alguien referirse a mí con el cuento de que puedes sacar a la niña del barrio, pero no puedes sacar al barrio de la niña. Desilusionada me fui a echar un pie lo más lejos de ese sitio, antes de que se me pegara lo que sea que les afligía.

Esta confusión entre razas y economía impera como una ley, marcando a gente como a ganado y condenándolos por siempre a vivir en un determinado corral divididos por razas, colores y posición social como si fuéramos, valga la comparación, animales.

Y de todo el mundo se espera que acepten su puesto en la sociedad. Si eres negro se espera de ti que vivas en Cuyagua y que bailes tambores y diviertas a la gente. Pero nada más. Olvídense de que al negrito se le ocurra estudiar ingeniería y alcanzar un alto cargo gerencial en Schlumberger. Ese negro no va para ninguna parte a menos que viva en los Estados Unidos. O al criollo mezcla de indio, blanco, negro y de cuanta otra raza haya gozado en nuestro país que se le ocurra ser presidente. A ese que ni se le ocurra porque lo tumbamos por niche…O perdón, eso ya pasó. Porque el problema de Chávez y Aristóbulo y María Cristina Iglesias y cuanto otro que se haga llamar chavista no es que sean ineptos o corruptos. El problema es que no son lo que ciertos sectores, como por ejemplo la mal llamada Sociedad Civil quiere que sean. Pero es que gente como ellos debieron haber sido todos los líderes de este país desde el principio.

En una entrevista que apareció en la revista The New Yorker en el 2001, la cual trataba de Chávez, le preguntan a un empresario venezolano que opinaba de Chávez y éste responde desde la seguridad de un anonimato injusto, que qué puede opinar él de un hombre que no es sino el reflejo de la servidumbre de su casa. Si este hombre alguna vez usa la palabra resentimiento, más vale que tenga un espejo en frente en honor a su palabra.

Yo sé que mis palabras son fuertes pero, ¿cómo puedo tratar con manos de seda un tema tan asqueroso como éste? Y no pretendo con ellas incitar las pasiones de unos u otros. Pero, ¿cómo puede arreglarse un problema sin que sea del conocimiento general? ¿cómo pueden luchar los sectores menos favorecidos contra esta situación si no reconocen cuál es el problema? O, ¿cómo pueden curarse de este mal los sectores propiciadores de semejante cultura si para empezar consideran no tener prejuicio alguno?

Dejo de lado otros problemas por falta de espacio. Como la segregación contra otras regiones del interior del país, o contra otras nacionalidades como la de los hermanos países de Latinoamérica o de otros continentes como el africano o asiático.

La aceptación de que existe un problema es el primer paso para resolverlo. Da ese primer paso, mírate al espejo y trata de convencerte de que no eres una persona prejuiciosa, porque a cualquiera le puedes mentir y engañar, pero a ti mismo nunca podrás esconder una verdad tan abominable. Recuerda que el país que quieres sólo va a existir cuando los talentos a los que hoy en día se le niegan posibilidades, sean capaces de exponer al máximo sus facultades.


Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario