Échale la culpa a Río: Autobús 174

El documental brasileño «Autobús 174» puede catalogarse como la pieza cinematográfica más brillante salida de ese país en mucho tiempo, aunque su producción haya sido el producto de la casualidad y de las condiciones político-económicas de la golpeada nación sudamericana.

El 12 de junio del 2000 (Día de los Enamorados en Brasil), un huele pega de 21 años llamado Sandro do Nascimento trató de robar un autobús en las calles de Río de Janeiro. Nada salió de acuerdo con lo planeado y lo que debía ser un susto de cinco minutos se convirtió en una situación de rehenes que se prolongó por horas frente a las cámaras de televisión.

Debido a la falta de preparación de la policía, la prensa inmediatamente rodeó el bus y desató una situación tan embarazosa como trágica, al darse cuenta que no podían llevar a cabo la neutralización de Sandro de la manera como acostumbraban, pasándose la Constitución y los Derechos Humanos por el trasero.

Autobús 174 fue filmada completamente en vivo, y el espectáculo resultante fue el símbolo propagandístico más efectivo que cualquiera que haya sido puesto en escena utilizando un guión. Gritando y apuntando a todo el mundo con su pistola, Sandro aterrorizó a los pasajeros y ordenó escribir mensajes con lápiz labial en los vidrios del autobús, seguramente convencido de que lo que estaba viviendo podía ser manipulado a su favor. Pero sus intenciones ficticias eran innecesarias. Lo que pasaba frente a las pantallas de televisión era simplemente un recordatorio de lo que ocurre más allá de los hoteles y blancas arenas de Copacabana.

Lo que sucede en el autobús es una cruel muestra de lo que es real y ficticio y de la fina línea que la televisión y el cine han delineado por años. En una parte de la cinta Sandro nos lo recuerda al gritarnos: «Esto no es una película». Gracias a esto las imágenes de Sandro, atrapado irremediablemente en el autobús, traen a la memoria referencias válidas a filmes actualmente en cartelera como «Kill Bill» y «Ciudad de Dios«, que a pesar de tener masacres tridimensionalmente más impactantes (sólo en «Kill Bill» mueren alrededor de 100 personas), no nos impresionan tanto como la realidad que se vive en el malogrado autobús. Lo que por sí sólo habla de la desaparición de nuestra moral ante la desgracia ajena.

Sin embargo, toda la crudeza y espíritu independiente del filme nos trae a la memoria otras películas del mismo estilo: «Dog Day Afternoon» (Tarde de Perros) y «The Taking of Pelham One Two Three» (La toma del Pelham 1-2-3). Ambas películas son consideradas joyas del cine de los años setenta y no hay duda de por qué. Al igual que «Autobús 174» dejan al descubierto una faceta del mundo civilizado que a veces se nos olvida. La que nos convierte en autómatas, en hombres de televisión, esperando finales y felices y complemente separados de lo que puede afectar a otro, siempre y cuando nuestra vida siga andando por el camino que esperamos.

En Pelham encontramos el ejemplo más claro. En la escena inicial, donde un joven Héctor Elizondo anuncia a los pasajeros que el tren ha sido secuestrado, la gente apenas si le hace caso. Elizondo, insiste y alguien suelta una sonrisa. Cuando por fin el grupo saca las armas los pasajeros sólo se quedan cortos de sacar las carteras para darle dinero cuando termine el espectáculo callejero. El mensaje es claro: nadie tiene tiempo para los demás, no importa que tan malo o importante sea. Los secuestradores entonces piden un millón de dólares en una hora y aseguran que van a matar a un pasajero por cada minuto que se tarden después de este periodo de tiempo. Cuando al alcalde de Nueva York se le informa de la situación (Pelham se refiere al nombre de una de las rutas de tren en el Bronx), el mismo decide dejar el asunto para después.

DATO CURIOSO: Los secuestradores en «The Taking of Pelham One Two Three» van por los seudónimos Mr. Blue, Mr. Grey, Mr. Green, y Mr. Brown (Quentin Tarantino se copió los nombres para «Reservoir Dogs»)

En «Autobús 174» la apatía es la misma, y la gente sólo ve la televisión esperando un desenlace sensacionalista sin tener que pagar el preciodel cine. Mientras esto sucede la vida de Sandro se nos abre como un libro que hemos leído mil veces: su mamá fue acuchillada frente a él cuando era niño, y la mayoría de los niños que conoció fueron asesinados por los famosos escuadrones de la muerte brasileños de las últimas dos décadas. Padilha hace un excelente trabajo tomando la vida de Sandro y convirtiéndola en el móvil de la historia hasta el inesperado y triste desenlace.

«En Autobús 174» —que se ha llevado todos los premios en su categoría en todos los festivales que se ha presentado—, Jose Padilha nos presenta una versión muy distinta de la venganza y justicia que Tarantino nos expone en «Kill Bill», y de la verdadera necesidad de su existencia y justicia.


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