Hace un par de meses, cuando por primera vez vi las imágenes de Saddam Hussein siendo chequeado por un médico militar no pude evitar dejar de sentir simpatía por el tipo. No me malentiendan, si algún líder en las últimas dos décadas merecía ser colgado de los tobillos como Mussolini, ese era Hussein. Tanto por asesino como por pendejo. Pero las circunstancias en que todo sucedió simplemente me hacen fantasear con la idea de que ojalá todo hubiera sucedido al revés. De hecho imaginarme a George Bush, barbudo y con la boca abierta mientras le revisan la dentadura postiza hubiese sido uno de esos momentos Kodak que todos merecemos ver alguna vez en nuestras vidas.
Y la razón de esto es porque tan perverso como Washington trata de pintar a Hussein, este no era sino un pobre sub producto de las políticas erradas de ellos mismos hacia el Medio Oriente, por gobiernos que no eran mucho mejores que el que tuvo Bagdad hasta hace poco.
Expresar algún tipo de apoyo por alguien como Saddam Hussein en un país como los Estados Unidos de George Bush es el tipo de cosas que puede echar tu carrera por un desfiladero. Pero mientras más lo pienso, más creo que hay algo que no está bien con todo el asunto. Porque no fue Dios, ni Superman, ni la Madre Teresa, o tan siquiera el Che Guevara el que acabó con el reino de terror que existía en Irak, sino la administración de Bush II, que con la excusa de expandir la democracia por el mundo, simplemente ha dado una lección más sobre como tratar los asuntos de estado a los tiranos del mañana.
Porque no hay un solo «villano» de la mitad del siglo veinte para acá, que no haya de alguna manera entrenado o aprendido como serlo, bajo la tutela de Washington con la excusa de eliminar algún país o etnia no alineada con sus intereses. Desde Pinochet, a Somoza, a Osama Bin Laden, a Noriega hasta Saddam Hussein, el único culpable de que sucedieran eventos como los genocidios en Irak y el ataque a las torres gemelas en Nueva York, es el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Saddam Hussein es una criatura producto de occidente, y desde los días en que este era un don nadie refugiado en Egipto el mismo ya había sido contactado por la CIA como parte del movimiento que pretendía, y más tarde logró, el derrocamiento del gobierno de Abdel Karim Kaseem en Irak.
El pecado de Kaseem, que no era precisamente un angelito como algunos nacionalistas ahora pretenden verlo, había sido su negativa a alinearse con el movimiento pan árabe que existía en ese entonces y que apoyaba el bloqueo comercial y diplomático a la Unión Soviética, llegando incluso a tener el atrevimiento de colocar en carteras claves de su gobierno a comunistas jurados.
La lección que occidente dio a Hussein en estos años de su vida fue bastante sencilla: si alguien estorba, elimínalo. Si alguien pregunta, miente, los muertos no pueden defenderse.
Kaseem sería asesinado en 1963, y aunque el papel de la CIA se considera cuando más como logístico y el de Hussein como nulo, una vez dentro de los círculos del poder, la agencia norteamericana dejaría en claro la forma en que quería que Irak manejara sus asuntos de estado desde entonces, entregando una lista con los sospechosos de ser comunistas para ser desaparecidos como en Chile y Argentina.
En Latinoamérica al menos dejaron las madres para que lloraran a sus hijos, en Irak, familias enteras fueron enviadas a conocer a Alá por el simple pecado de tener un libro o miembro del partido comunista en casa. Hussein hizo el trabajo sucio, las directivas fueron enviadas directamente desde Quantico, Virginia.
Ahora es común ver a George Bush o a cualquiera de sus terratenientes, incluyendo a Donald Rumsfeld, rasgándose las vestiduras al referirse a los crímenes contra la humanidad de Saddam Hussein. Sin embargo por décadas, a Washington todo esto le pareció de perlas mientras Hussein se mantuviera como aliado frente al bloque soviético y a la influencia malévola de los ayatolás iraníes. Y también, por supuesto, como proveedor de excepción de crudo liviano al bloque occidental.
Rumsfeld mismo visitaría Irak en diciembre de 1983, como enviado del gobierno de Ronald Reagan. El papel de Rumsfeld ha sido más que debatido últimamente, pero sin profundizar mucho se puede resumir en dos cuestiones claves. La primera era asegurar que los Estados Unidos apoyaría a Irak en la guerra contra Irán a pesar que ambos países no tenían relaciones diplomáticas desde la guerra árabe israelí de 1967; y la segunda abrir las puertas para un oleoducto que la empresa norteamericana Bechtel quería construir entre Irak y Jordania. Como nota curiosa, el Secretario de Estado de Reagan, George Schultz, había trabajado en Bechtel antes de trabajar para Washington, hoy en día es uno de sus directores y ha recibido contratos por más de $680 millones de dólares para la reconstrucción de Irak, cuenta que algunos analistas calculan podría ascender a gran parte de los eventuales $100 billones de dólares que puede costar la gracia.
Y por «apoyaría» en principio se refería a hacerse la vista gorda frente a las atrocidades que vendrían. Un artículo del The Washington Post fechado el primero de enero de 1984 apuntaba que los Estados Unidos había informado a sus naciones aliadas del Golfo Pérsico que «la derrota de Irak en su guerra de tres años con Irán sería «contraria a los intereses de los EEEUU»» y que había tomado medidas para prevenir ese resultado.
Esto fue un par de semanas después de la visita de Rumsfeld a Bagdad, a donde volvería en marzo del mismo año para ser leído sobre los avances de la guerra. Durante su visita se revelaría que Hussein había bombardeado el frente iraní con gas mostaza. Rumsfeld no tocaría el tema en lo absoluto.
Con un escándalo en ciernes y el pentágono, a través de la CIA, cuyo director había sido George Bush I y ahora fungía de vicepresidente, y el Departamento de Estado dando información satelital sobre el frente iraní a Irak, el Congreso norteamericano declaró sanciones en contra del país árabe por el uso de armas químicas. Las sanciones nunca fueron aprobadas por Reagan y murieron en la Casa Blanca.
Y lección aprendida, lección aplicada. En 1988, cuando Hussein se cansó de lidiar con los kurdos, sumaría dos más dos y utilizaría los conocimientos impartidos por Washington. Si nada tiene de malo utilizar armas químicas contra los iraníes, ¿porque no hacer lo mismo con los kurdos?
Los kurdos, una minoría étnica separatista en su mayoría asentada en el norte de Irak, fueron fumigados desde aviones y helicópteros por la aviación iraquí. Los aparatos habían sido comprados en su totalidad a compañías estadounidenses, comercio impulsado por la administración de Ronald Reagan para abrir las relaciones diplomáticas entre Irak y Washington. Las mismas solo duraron hasta que el escándalo Irán-Contra desapareció cualquier rastro de confianza que Hussein tenía en Rumsfeld y que eventualmente lo convirtió en dispensable.
A pesar de todas las investigaciones que se hicieron de la administración de Ronald Reagan sobre su participación en el conflicto Irak-Irán y la guerra civil en Nicaragua, para las elecciones de 1988 Rumsfeld tenía un record impecable, por lo cual sería considerado como uno de los presidenciables del partido republicano. ¿Su mayor gloria? Haber abierto las relaciones diplomáticas entre Irak y Washington en tiempos en que Hussein utilizaba armas químicas sin piedad, y Washington callaba por conveniencia.
Coincidencialmente otros presidenciables que estuvieron relacionados con Irak en el pasado, son protagonistas de las elecciones del noviembre próximo en los Estados Unidos.
El primero es el mismísimo John Kerry. El affaire Irán-Contra se inició por información que recibió Kerry de que oficiales norteamericanos estaban involucrados en un tráfico ilegal de armas y drogas asociado con la guerra civil en Nicaragua.
Presionado por Israel para cambiar armas por rehenes a Irán, Reagan había aprobado lo que era un trato prohibido, tanto por sanciones del Congreso norteamericano como por las Naciones Unidas, por no decir cuestionable desde el punto de vista moral debido a su apoyo a Irak en la guerra contra Irán.
Las armas serían vendidas a Irán y el dinero, injustificable dentro del presupuesto de los Estados Unidos, desviado para financiar a los contras nicaragüenses que buscaban derribar al gobierno sandinista. Este dinero compraría armas para los rebeldes y drogas que la DEA utilizaría en futuras acciones encubiertas y no tan encubiertas. Los narcotraficantes, recibieron ofertas de indulto y carta blanca de entrada a los Estados Unidos a cambio de sus pistas de aterrizaje y aeronaves como apoyo a la operación.
Entonces Colin Powell, otro presidenciable y actual Secretario de Estado y perro faldero de George Bush, era el consultor del Secretario de Defensa de Reagan, Gaspar Weinberger, con quien aprobó la transferencia de armas con destino a Irán del ejército a la CIA. Y en una lección que George Bush aplicaría con respecto a la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak en el 2003, cuando fue llamado a declarar sobre su participación en el affaire, Powell simplemente declararía que había sido engañado. A Weinberger le creerían menos que a Powell, pero de esto se encargaría el moreno un par de años más tarde. George Bush I indultaría a Weinberger a petición de Powell cuando el juicio en su contra dio luces de poder implicarlo.
En su página en Internet, donde por supuesto se obvian todos estos detalles, Powell afirma haber traído «extensa experiencia con él» a la oficina de la Secretaría de Estado. Esta experiencia es del tipo que utilizaron como evidencia en los juicios de Nuremberg tras la segunda guerra mundial.
Tras la guerra de Vietnam Powell fue comisionado al estudio de acusaciones de soldados estadounidenses sobre crímenes de guerra ordenadas por altos oficiales. La conclusión de Powell es que todos estos soldados sufrían de alucinaciones, la conclusión de varios de sus biógrafos es que Powell mismo autorizó lo que se conoce como la masacre de My Lai donde 347 hombres, mujeres y niños fueron eliminados por soldados norteamericanos. Una rápida búsqueda en google de POWELL y MY LAI, lleva a diferentes artículos en los principales periódicos estadounidenses sobre este asunto.
Powell también había estado al tanto de las negociaciones entre Saddam y Rumsfeld, incluyendo la venta de armamento a Irak que eventualmente sería utilizado para aniquilar a los kurdos. También fue uno de los arquitectos de la invasión a Panamá para remover a otro alumno del Pentágono, Manuel Noriega. Bien por la remoción de Noriega, mal por haberlo hecho pasándose por el trasero la Carta Democrática de la OEA, las regulaciones de la ONU y la Convención de Ginebra que con claridad prohíbe ataques contra blancos civiles. Alrededor de 4000 civiles, en su mayoría negros y pobres, fueron desaparecidos durante el ataque contra Noriega, con la mayoría aun enterrados en fosas comunes no identificadas por Washington.
Claro que Powell es el liberal de la actual administración de George Bush, por eso en la Guerra del Golfo I, de la cual también fue arquitecto, ordenó el bombardeo de represas, estaciones de energía eléctrica y plantas de medicamentos. Todos blancos prohibidos por la Convención de Ginebra, por no mencionar a los soldados en retirada en lo que ahora se conoce como la Autopista de la Muerte, donde soldados desarmados y montados en autobuses, carros particulares y hasta ambulancias fueron bombardeados sin compasión.
Pero quizás el peor error cometido por Powell durante esta guerra fue el de convencer a Bush I de dejar a Hussein en el poder, después que el ex pres había llamado a los iraquíes a la insurrección armada contra Bagdad. Los iraquíes, guapos y apoyados, se levantaron contra Hussein, solo para ser aplastados mientras tropas norteamericanas observaban desde no muy lejos con ordenes de no intervenir.
Algunas de estos iraquíes que vieron a Bush I negarles apoyo, son lo que ahora hacen resistencia a la invasión norteamericana de Bush II y quieren a Hussein de vuelta. Y mientras Powell, Rumsfeld y Bush se preguntan porque, la respuesta está en su historial perverso pero tergiversado que han estado vendiendo a la opinión pública, pero que en lugares como Irak solo son un recordatorio de que mejor era malo conocido que bueno por conocer.
Lecciones que da la vida.
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