¿Dónde se han ido todos los mafiosos?

Inclusive durante sus días de gloria, la mafia nunca tuvo poder alguno sobre el municipio neoyorquino de El Bronx. Siempre estuvo presente, desde comienzos de siglo, pero nunca tuvo el poder que tenía sobre Manhattan, Brooklyn y, con la subida al poder de John Gotti, Queens. El distrito perdido, Staten Island, sólo contaba para la mafia como el dormitorio de los jefes. El Bronx siempre ha sido una Torre de Babel, que ningún grupo étnico ha sido capaz de controlar totalmente.

Cuando la mafia italiana empezó a ganar poder, el área estaba llena de inmigrantes irlandeses de las clases trabajadoras, que tenían su propia mafia dentro de la policía de Nueva York, junto a judíos que deseaban alejarse de la mafia del bajo Manhattan. Pero en los años sesenta, grupos de negros y latinos se mudaron al Bronx con sus propias ideas acerca del crimen y su administración.

The Bloods, Crips, Latin Kings y la mafia mexicana, manejan el crimen organizado hoy en día. Los latinos —los nuevos irlandeses— también manejan la política. The Bloods y otros gángsteres son la nueva mafia, con control sobre soluciones habitacionales (projects) enteras y docenas de calles. Mientras tanto, la vieja mafia italiana ha ido desapareciendo de Nueva York, y en El Bronx es especialmente difícil encontrar a alguno de sus miembros.

Tal vez el municipio era demasiado duro como para que una familia lo manejara. John Gotti nació y creció en El Bronx, pero su familia —al creerlo demasiado amargo— se mudó a Brooklyn cuando él tenía 10 años. Uno tiene que irse a los años 20 para encontrar un jefe de la mafia viviendo en El Bronx, cuando el gángster judío Dutch Schultz manejaba su maquinaria ilegal de producción de alcohol en la calle 149. También estaba Gaetano Reina, uno de los primeros mafiosos, quien sostenía su imperio criminal con un monopolio en el negocio del hielo. La aparición de las neveras eléctricas le puso fin a su pequeño imperio; pero no antes de que una lluvia de balas acabara con su vida.

El hecho de que las cinco grandes familias de la mafia mantuvieran su distancia con El Bronx puede haber tenido más que ver con miedo que con cualquier otra cosa. Durante los años 20 y 30 los mafiosos irlandeses del Bronx se hicieron famosos y ricos secuestrando a jefes de la mafia italiana. Malditos con el gen de la osadía irlandesa, ellos no tenían ningún miedo. La mayoría sabía muy bien que de todas maneras iban a morir jóvenes. Pero igual tenían tremendo negocio, ya que como todos los involucrados eran criminales, nadie podía ir a la policía para pedir ayuda. Era la supervivencia del más apto.

El más macho de todos los secuestradores irlandeses del Bronx era Vincent «Mad Dog» Coll. Criado en la miserable pobreza de Donegal, vino al Bronx de muchacho y casi enseguida se unió a una pandilla de hooligans que eran afines a él. Juntos atraparon a un viejo mafioso italiano de los llamados «Mustache (Bigote) Petes» (asi se llamaba a los mafiosos de vieja escuela) y enviaron los dedos y las orejas a su familia para pedir recompensa. En 1931 Coll selló su destino cuando intento acribillar desde un carro al mafioso Joe Rao. Rao sobrevivió, pero Coll mató a un par de niños en el tiroteo. Las familias habían tenido suficiente de este lunático y en 1932 lo acribillaron mientras usaba un teléfono público frente a una farmacia en la calle 23 del lado Oeste de Manhattan. Su tumba está en el cementerio de San Raymond en El Bronx. Su lápida no muy lejos de donde los secuestradores del hijo de Lindbergh recogieron el dinero de la recompensa en 1932.

Pero aunque ningún jefe mafioso llamara al Bronx su hogar, eso no quiere decir que allí no hubiera mafia. Mi viejo una vez me contó acerca de sus días como bombero cerca de la avenida Arthur, en El Bronx, a finales de los años 70. Había sufrido heridas mientras apagaba un incendio y fue puesto a hacer cosas más sencillas, como caminar por las aceras y ponerle multas a los carros parados frente a los hidrantes. Mi papá sabía que el área reventaba de mafiosos por lo que comenzó su nuevo trabajo con una escala en el café más popular del vecindario. Allí —le dijo al dueño— iría a tomar su café todas las mañanas antes de ir a poner multas en la calle. Los clientes del negocio, entendiendo y apreciando el gesto, le pagaban a los niños para que movieran los carros mientras mi viejo disfrutaba de su café. Sólo la gente que no era del vecindario recibía citaciones.

Bastantes muchachos con los que crecí en El Bronx, decían estar «conectados». Puede que fuera cierto, pero siempre tuve la impresión de que sólo era una forma de sentirse más importantes. Yo iba al bachillerato con un avispado muchacho italiano llamado Dominick. Había sacado 1300 en la prueba del SAT (el «Scholastic Assessment Test» es un tipo de prueba de actitud académica en EE.UU. con un máximo de 1600 puntos), pero cuando le preguntaron qué quería hacer con su vida simplemente respondió: «Voy a ser miembro de la mafia».

Dominick —me di cuenta después— realmente era un mafioso en pleno entrenamiento, ya que si querías apostar en algún juego de fútbol tenías que pasar por él. También tenía algunas actividades extracurriculares como vendedor de drogas y era parte importante en el negocio de cortar parquímetros, llevarlos a un sótano y abrirlos a punta de mandarria. Como mafioso finalmente salió en la primera plana del Daily News cuando su cuerpo fue encontrado en la maletera de un carro cortado en pedacitos. El reportero decía que había estado jugándosela con la esposa de alguien que estaba en la mafia.

Todavía hay una fuerte presencia italiana en El Bronx. A diferencia de otros grupos étnicos de raza blanca, ellos no se han ido por completo. Aunque su zona tradicional —los alrededores de la Avenida Arthur— probablemente está ahora más poblada con grupos eslavos que italianos, los negocios son mayormente manejados por estos últimos. Además Pelham Bay, Throggs Neck y el Country Club todavía tienen italianos de sobra.

Alrededor de Arthur Avenue, la zona italiana está desapareciendo pero los restaurantes todavía prosperan. Recientemente estaba en el vecindario tomando café y tomando notas en una cafetería vacía. Un hombre viejo con brazos musculosos y pelo blanco estaba sentado cerca de mí bebiéndo un expreso.

—¿Eres escritor? —me preguntó.

Su nombre era Joe. Me preguntó qué estaba escribiendo. Yo hice una pausa. ¿Cómo le preguntas a alguien acerca de la mafia en un vecindario una vez conocido por sus mafiosos? Joe era un local, mostraba un buen kilometraje en su rostro y había vivido sin ninguna duda durante los días de gloria de la mafia italiana.

—¿Cómo le va a los italianos por aquí? —le pregunté.

Joe se sonrió.

—Los jóvenes se han ido. Todavía estamos aquí pero el vecindario está muriendo porque nadie quiere criar a sus hijos por estas partes. Se han ido a Jersey, Westchester, cualquier parte menos El Bronx. No se puede sobrevivir sin los más jóvenes… Yo soy viejo y a mí no me importa. Yo me quedo aquí.

Joe tenía un New York Post enfrente de él. Vi en eso mi oportunidad.

—Ya uno ni lee acerca de la mafia en los periódicos.

—Nah, sólo cuando desentierran alguna basura escondida en el pasado. No es que quede mucho de eso hoy en día.

—¿Todavía están por aquí?

—¿Quiénes?

—La mafia.

Joe me dio una mirada amarga.

—¿Qué crees tú?

Joe agarró su periódico y se lo puso frente a la cara. Yo puse mi taza de café en el mostrador y caminé rapidito hasta mi carro, volteando alrededor antes de meterme en él, por si acaso.


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