De Varsovia con dolor

Nunca fui muy aficionado a los chat de Internet, hasta que un día encontré a mis compañeros asiáticos de la universidad, verdaderos expertos en piratería cibernética, disfrutar de las más apasionadas escenas de amor protagonizadas por una hermosa pareja de lesbianas ¡Hasta podíamos hablar con ellas! ¡Y todo gratis!

Dado que mi inglés no era muy bueno y necesitaba de mucha práctica, no dudé en instalar tan maravilloso programa en mi computadora. Pasaba horas enteras comunicándome con miles de personas, intercambiando fotos, direcciones y cuanta cosa soportara la conexión. Todo esto mientras mi vocabulario se enriquecía rápidamente en un solo sentido.

Justo el día que decidí acabar con el vicio que me quitaba tantas horas de trabajo, conocí a una chica que aseguraba encontrarse en un apartado pueblo polaco. Me decía que muy pronto estaría en Washington. Le di mi número de teléfono y al igual que tantas veces me olvidé del asunto.

Dos meses más tarde encontré en mi contestadora un mensaje con acento muy fuerte y difícil de entender: —I’m here in the US… Kasia. Kasia era la chica polaca que había conocido en el chat. Continuamos en contacto por algunas semanas hasta que finalmente acordamos un encuentro en un sitio público escogido por ella…

Había llegado con media hora de retraso a un interminable, oscuro y solitario estacionamiento al aire libre. Ya sin esperanzas de ver a mi misteriosa amiga, preparaba mi viaje de regreso cuando súbitamente se abrió la puerta de una inmensa camioneta negra, desde la cual emergió una mujer rubia que comenzó a caminar lentamente hacia donde yo me encontraba. Sus tacones resonaban rítmicamente sobre el pavimento. Por alguna razón me sentía atemorizado, presentía que algo no estaba bien.

A medida que se acercaba la fui detallando: alta, delgada, rubia con largos mechones anaranjados, de jeans gastados y muy ajustados. Ya muy cerca pude ver un brillante piercing en el ombligo y un hermoso rostro de pálidos labios e inmensos ojos azules. Sencillamente perfecta. Me parecía haberla visto en alguna parte ¿pero dónde? El temor inicial había desaparecido dando paso a un verdadero pánico. Algo no estaba bien y no lograba saber qué diablos era. A pesar de estar al aire libre me sentía sofocado, atrapado, sin poder moverme. Sólo pasmado admirando tan hermoso ser parado frente a mí.

Nos saludamos alegremente y comenzamos a hablar. El pánico inicial había sido controlado, sin embargo yo continuaba mirando nervioso para todos lados. Después de intercambiar algunas palabras aceptó viajar conmigo para divertirse en DC. Mientras rodábamos por la autopista yo miraba continuamente por el retrovisor. La única explicación posible era la de una conspiración en mi contra.

Ya en DC nos metimos en el primer bar que encontramos. Le pregunté si deseaba una cerveza light, pero ella negó tiernamente pronunciando la palabra «vodka» con un acento encantador. Después de pedir el quinto vodka y ante la mirada atónita del cantinero, me pidió que la llevara de regreso. Yo bastante mareado asocié la palabra regreso con el último vodka de la noche. Sentí un gran alivio.

De vuelta al solitario estacionamiento nos despedimos con un fuerte abrazo. Su aliento a alcohol mezclado con un fuerte olor a transpiración me excitaba sobremanera. Era el afrodisíaco perfecto que me impedía recordar dónde diablos la había visto antes…

Desde ese día surgió una entrañable amistad. A pesar de encontrarnos separados por el infernal trafico de DC, nos volvimos a ver en varias oportunidades. Nunca pude recordar en dónde había visto tan hermoso rostro. Cuando le mencionaba el asunto solía sonreír enigmáticamente para luego soltar una gran carcajada. La última vez que la vi me había llamado para despedirse. Se notaba muy triste, más pálida que de costumbre. Trabajaba semanas enteras para poder costear los tres mil dólares mensuales de sus estudios. Para colmo su mejor amiga, embarazada y de reposo sin derecho a sueldo, había sufrido un serio percance. Ella no dudó en pedir una ambulancia al eficiente 911, y menos aún en presentar su tarjeta de crédito ante el «hospital público». La astronómica deuda era simplemente impagable… Y para qué mencionar lo imposible de enamorarse de cualquier gringo, sin que este no viera otra cosa que una busca-green card.

Finalmente su pálida tristeza se fue transformando en un rojo de rabia y decepción, y comenzó a llorar desconsoladamente. Quería abrazarla y decirle cuánto lamentaba todo lo ocurrido, pero ella sólo lloraba sin parar de hablar. Hasta que repentinamente ocurrió lo inevitable. Con su rostro bañado en lágrimas comenzó a desahogarse en un extraño y dulce lenguaje: —To byla tak dluga podroz, po nic… A pesar de no entender ni una sola palabra, ahora percibía su dolor como nunca. A través de mis lágrimas sus mechones anaranjados comenzaron a ensancharse súbitamente, tiñendo así su rubia melena de color naranja. Fue en ese preciso momento cuando por fin recordé en dónde la había visto… Leeloo, el ser divino de la futurista «El Quinto Elemento». Diosa luchadora, tierna e inocente a punto de ser derrotada por nuestra salvaje realidad.

Ahora en Varsovia, ya enamorada y comprometida, me cuenta que no cesa de dar consejos. Pero cuando asegura que en la «Tierra Prometida» se carece de la real y elemental seguridad social, sólo recibe incrédulas miradas de jóvenes polacos deseosos de comerse al mundo. Por alguna extraña razón nunca le mencioné que por fin había recordado en dónde la había conocido.


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