Recientemente tuve la oportunidad de conocer la vida del ilustrador y músico estadounidense Daniel Johnston en “Daniel Johnston y el Diablo”, un documental dirigido por Jeff Feuerzeig que ganó el premio a la mejor dirección documental en el Festival de Sundance del 2005. Johnston, quien es considerado un genio por algunos y mucho menos que eso por otros (sus canciones han sido versionadas por Beck y Pearl Jam y era uno de los artistas favoritos de Kurt Cobain), ha dedicado su vida a componer canciones, cantar y dibujar a pesar de sufrir, o quizás precisamente por eso, un severo trastorno bipolar. Esta condición lo ha llevado a pasar temporadas en instituciones psiquiátricas, abusar de drogas tanto recetadas como ilegales y enfrentar problemas judiciales de todo tipo.
Feuerzeig tardó unos cuatro años en terminar el documental, en el cual mezcló viejas cintas caseras mayormente filmadas en Súper 8 por el mismo Johnston, entrevistas y material original para condensar el particular desarrollo vital y artístico de Johnston desde su niñez hasta su consagración como leyenda folk, mito viviente y artista de culto en Estados Unidos y Europa, donde aún se mantiene activo y acostumbra dar conciertos a casa llena.
No siempre fue así. El menor de cuatro hermanos, Johnston nació en una familia ultra-católica y conservadora en la que nunca recibió estímulo o demostraciones de aprecio por su sensibilidad artística. La falta de apoyo y comprensión lo llevaron a aislarse en un proceso creativo obsesivo y constante en el que utilizó su situación como fuente de inspiración.
Después de pasar los años 1980 distribuyendo sus grabaciones en casetes con carátulas diseñadas por él mismo (Johnston es un espléndido ilustrador autodidacta) y de disfrutar de cierta fama como músico independiente, el interés por su música y persona explotó cuando el crítico musical Everett True le regaló a Kurt Cobain una franela con la ilustración del quinto casete de Johnston (Hi, How Are You: The Unfinished Album, 1983). Que Cobain utilizara la prenda en numerosas ocasiones, incluyendo los MTV Video Music Awards de 1992, convirtió a Johnston en celebridad, le abrió puertas de galerías en todo el mundo y llevó a varias disqueras a interesarse en él, incluyendo Atlantic Records, la cual lo firmó brevemente en 1994.
El documental cubre todo esto y más, pero en realidad es un drama familiar que presenta los temores y arrepentimientos de aquellos que no supieron entender y aceptar el espíritu artístico de Johnston así como los intentos de reparación de los daños causados. El tema es tratado cuidadosamente por el director porque, a pesar de sus penurias, Johnston no fue un niño maltratado ni descuidado, sólo mal entendido; el protagonista de un drama universal y personal al mismo tiempo que perfila el sufrimiento ingenuo de una mente torturada pero talentosa.
Esta dualidad es patente en el Johnston mostrado en el documental. Un compositor prolífico capaz de escribir canciones sobre cosas tan sencillas como Gasparín, el fantasma amigable, o de hallar inspiración en el amor platónico por una compañera que tuvo en bachillerato, pero que es absolutamente incompetente para discernir entre la realidad y su terror irracional hacia las posesiones demoníacas. En diferentes episodios Johnston acusó a su familia, a su manager y hasta a los miembros de Metallica de estar poseídos por Satanás. En el caso de esa banda, Johnston se negó a firmar un jugoso contrato con Elektra Records porque James Hetfield y su combo trabajaban para la disquera, pero firmó con Atlantic después de este episodio.
Interesado como está en el desarrollo personal de Johnston en vez de su obra artística, Feuerzeig acertadamente evita los juicios sobre su talento y deja esto en manos del público. En mi caso, no lo considero un genio. Creo que Johnston carece de una voz fuera de serie como la de, por ejemplo, Freddie Mercury, sus arreglos son modestos y aunque los poemas que son sus canciones crean una atmósfera multicolor, nunca se convierten en arcoíris.
Por esto, cabe preguntarse (o el documental nos hace preguntarnos), ¿sería Daniel Johnston famoso y considerado un genio de no sufrir trastornos psiquiátricos? Es obvio que sus aflicciones han influido en su obra y celebridad, pero también es cierto que sus primeros amagos con la fama ocurrieron antes de ser diagnosticado e incluso antes que presentara algún episodio claro de alteración mental, al menos dentro de un contexto en el que Johnston nunca fue un individuo regular como cualquier otro. En cualquier caso, todo el mundo tiene su público y, genio o no, Johnston definitivamente tiene el suyo.
Aunque no sea parte de ese público, después de ver este documental, la compleja e interesante personalidad de Johnston despertó mi curiosidad. Quise saber más de su historia, su música, su arte y su persona. Durante y después de la película no pude dejar de exclamar “¡qué bolas este tipo!”, y si ese no es el objetivo de un buen documental biográfico, entonces no sé cuál es.
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