Cuando los irlandeses atacan

Entre las sorpresas editoriales de 1836, hubo un libro por una tal María Monk, titulado Awful Disclosures (Revelaciones espantosas), el cual supuestamente era una memoria de su vida en un convento de Montreal. Candela pura para los estándares del temprano siglo XIX, el libro de Monk afirmó que todas las monjas eran obligadas a tener relaciones sexuales con los curas y «los frutos de la lujuria sacerdotal» eran bautizados, asesinados, y enviados bien lejos para ser enterrados en secreto dentro de sacos de terciopelo púrpura.

Las monjas que trataban de escapar el convento eran azotadas, golpeadas, amordazadas, encarceladas o secretamente asesinadas. María escribió que ella había escapado con un hijo en el vientre.

En realidad, María nunca fue monja. Era fugitiva de un hospicio católico para niñas delincuentes y el padre de su hijo no era ningún cura, sino el noviecito que le ayudó a escapar. A pesar de esto, Revelaciones espantosas se convirtió en best-seller de un día para otro. Su colección de populares difamaciones anticatólicas son un reflejo del salvaje odio anti irlandés frecuente en la época.

En este clima cultural John Joseph Hughes se convirtió en el cuarto obispo y primer arzobispo de Nueva York. Más tarde, un reportero llamó a Hughes «el más conocido, aunque no exactamente el más querido, obispo católico en el país».

John Hughes era un inmigrante irlandés hijo de un granjero pobre. Era inteligente y letrado, pero tuvo poca educación formal antes de entrar al seminario. Era un hombre complicado: cálido, impulsivamente caritativo, vanidoso (usaba peluca) y combativo. Construyó la Catedral de San Patricio en Manhattan, fundó el primer sistema de educación parroquial en Norteamérica y una vez amenazó convertir a Nueva York en cenizas. Como todos los arzobispos y obispos, Hughes ponía una cruz en su firma, pero algunos creían que esta se parecía más a un cuchillo que al símbolo de redención del mundo, así que la prensa amarillista lo apodó «Dagger John» (Puñalada John). Probablemente le encantó.

Nació el 24 de junio de 1797, en Annaloghan, condado de Tyrone, Irlanda del Norte. Hughes escribió que vivió los primeros cinco días de su vida en términos de «igualdad civil y social con los súbditos más favorecidos del imperio británico». Entonces fue bautizado como católico.

Las leyes británicas prohibían a los católicos ser propietarios de una casa que valiera más de cinco libras, ser comisionados del Rey en la milicia o recibir una educación católica. También prohibía a los curas católicos-romanos participar en entierros, así que —como William J. Stern escribió en un artículo en 1997 en el City Journal de Nueva York— cuando la hermana menor de Hughes murió en 1812, «lo mejor que el cura pudo hacer fue agarrar un puñado de tierra, bendecirlo y dárselo a Hughes para que lo regara sobre su tumba».

En 1817, Hughes emigró a los EE.UU. Allí fue contratado como jardinero y cantero por el reverendo John Dubois, rector del St. Mary’s College y el Seminario en Emmitsburg, Maryland. Creyéndose a sí mismo llamado al sacerdocio, Hughes pidió ser admitido en el seminario, pero el padre Dubois lo rechazó por carecer de una educación apropiada.

Sin embargo, Hughes conocía a la madre Elizabeth Ann Bayley Seton, una conversa al catolicismo que se había convertido en monja tras la muerte de su esposo y que ocasionalmente visitaba St. Mary’s College. Ella vio algo en el irlandés que Dubois había obviado y le pidió al rector que reconsiderara su decisión. Así Hughes comenzó sus estudios en septiembre de 1820 y se graduó y ordenó como cura en 1826. Su primera asignación fue a la diócesis de Filadelfia.

En la ciudad del amor fraternal la propaganda anticatólica estaba por todos lados, pero el temperamento de Hughes favorecía más levantar el puño que dar la otra mejilla. Por lo que cuando en 1829 un periódico protestante atacó a «los papistas traicioneros,» Hughes denunció al grupo de editores, que eran todos ministros protestantes, como «escoria clerical». Y cuando montones de ministros protestantes escaparon la epidemia de cólera de 1834, la cual los nativistas achacaron a los irlandeses, Hughes ridiculizó a los ministros diciendo que eran «extraordinarios en su servicio pastoral, mientras el rebaño se mantenga saludable».

En 1835, Hughes se convirtió en figura nacional cuando debatió con John Breckenridge, un prominente clérigo protestante de Nueva York. Hablando sobre la inquisición, Breckenridge proclamó que los norteamericanos no querían tales «papadas», que no querían la perdida de sus libertades individuales. Hughes describió la tiranía protestante sobre Irlanda católica y el escenario de la muerte de su hermana. «Soy un norteamericano por elección, no por casualidad… Nacido bajo el azote de la persecución protestante» y que él sabía «el valor de esa libertad civil y religiosa que nuestro… gobierno garantiza para todos». El debate recibió una enorme publicidad y convirtió a Hughes en un héroe entre muchos norteamericanos católicos, cosa que fue notada casi de inmediato por Roma.

Dubois, que había dejado St. Mary’s College para convertirse en obispo de Nueva York, sufría de achaques de salud y Hughes apenas pisaba los cuarenta. Por esto, en enero de 1838 fue nombrado obispo asistente —asegurando la sucesión de Dubois— y fue consagrado en la vieja Catedral de San Patricio en la calle Mott.

Para Dubois fue una terrible humillación verse sucedido por un hombre a quien había considerado inapropiado para el sacerdocio. Antes de morir en 1842, pidió que lo enterraran en el umbral de entrada de la vieja catedral para que los católicos de Nueva York pudieran pisotearlo en muerte tal como lo habían hecho en vida.

La primera orden de negocios de Hughes fue ganar control de su propia diócesis. Bajo las leyes del estado, la mayoría de las iglesias y colegios católicos eran propiedad de «consejos de administración». Sus miembros eran laicos elegidos por un puñado de ricachones con bancos reservados en la iglesia (los feligreses que no podían pagar la renta de bancos de iglesia no tenían derecho a votar) quienes compraban la propiedad y construían la iglesia.

Cuando en 1839 los administradores de la vieja Catedral de San Patricio llamaron a la policía para que sacara de las instalaciones a un nuevo maestro que Dubois había nombrado para la escuela dominical, Hughes anunció una misa especial de la parroquia. Allí comparó a los administradores con los opresores británicos de los irlandeses, rugiendo que los «espíritus santificados» de sus predecesores los «desaprobarían y desheredarían, si… permitían que los pigmeos entre ellos despojaran a la Iglesia de sus derechos, aquellos que sus gloriosos ancestros no entregarían sino a costa de sus vidas ante el gigante acosador del Imperio Británico». Más tarde diría que cuando terminó de hablar, muchos en la audiencia estaban llorando como niños. Y añadió, «Yo no estaba lejos de hacer lo mismo».

Entonces, las escuelas públicas eran operadas por un ente llamado la Sociedad de Escuelas Públicas, un comité mantenido por fondos del estado pero manejado por particulares. Estos favorecían la instrucción moral «independiente», que reflejara una serena visión del mundo en la que el protestantismo era el código moral fundamental y la base de una cultura común.

De hecho, como apunta el padre Richard Shaw, biógrafo de Hughes, «todo el enfoque de la enseñanza era bastante anti irlandesa y bastante anticatólica». El pénsum hacía mención de católicos embusteros, inquisiciones asesinas, papas viles, la corrupción de la iglesia, intrigas jesuitas, y el Papa como el anticristo de las revelaciones.

El obispo Dubois había recomendado a los padres católicos que mantuvieran a sus hijos fuera del sistema público de enseñanza para proteger sus almas inmortales. Pero Hughes entendió mejor la necesidad de una educación formal entre los pobres y demandó que la Sociedad de Escuelas Públicas asignara fondos para los colegios católicos: «Nosotros tenemos… la misma idea de nuestro derechos que ustedes tienen de los suyos. No deseamos reducir los de ustedes, sólo asegurar y disfrutar de los nuestros». Hughes entonces advirtió que si los derechos de los católicos eran pisoteados, «el experimento podría repetirse mañana en algún otro».

El 29 de octubre de 1840 tuvo lugar una audiencia pública en la alcaldía de Nueva York con numerosos abogados y clérigos representando al establecimiento protestante. Hughes representó a los católicos, y abrió con un discurso cautivante de tres horas y media.

Según el historiador Ray Allen Billington, los protestantes se pasaron el día siguiente insultando a Hughes como un granjero ignorante y demonizando a los católicos «como irreligiosos idólatras, inclinados al homicidio de todos los protestantes y la subyugación de todas las democracias». El consejo de la ciudad negó la solicitud.

A menos de un mes de las elecciones, Hughes creó su propio partido, el Carroll Hall, llamado así por el único católico en firmar el Acta de Independencia de los Estados Unidos. Este partido postuló candidatos para dividir al voto demócrata, castigando así al partido por habérsele opuesto. Los demócratas perdieron por 290 votos. Carroll Hall había logró 2200.

En abril de 1842 la legislatura reemplazó a la Sociedad de Escuelas Públicas con comités escolares elegidos y prohibió la instrucción religiosa sectaria. Pero cuando los whigs —liberales ingleses— y los nativistas —nacionalistas norteamericanos— consiguieron declarar la versión de la biblia del Rey Jaime un libro no sectario, Hughes se embarcó en el establecimiento de lo que se ha convertido en la mayor alternativa a la educación pública en los Estados Unidos, un sistema privado de educación financiado por el sector privado. Hughes crearía más de 100 escuelas primarias y bachilleratos y ayudó a fundar la Universidad de Fordham y las universidades de Manhattan, Manhattanville y Mount St. Vincent.

Pero alrededor de 1840, el anti-catolicismo se legitimizó en Nueva York. Entonces el movimiento nativista incluía no sólo a los protestantes fundamentalistas, quienes veían al catolicismo como la obra de Satán, sino también a pseudo intelectuales como el alcalde James Harper, de la famosa casa editorial Harper.

Harper consideraba al catolicismo incompatible con la democracia. Todos odiaban a los irlandeses y Harper llegó a describir a la «fisonomía celta» como «simiesca, con dientes prominentes y narices cortas y al revés». Su caricaturista, Thomas Nast, capturó a los irlandeses de acuerdo a esta descripción.

Entre mayo y julio de 1844, turbas nativistas en Filadelfia llamadas a «defenderse en contra de la mano sangrienta [del Papa]», saquearon y destruyeron al menos tres iglesias, un seminario y casi todo el vecindario católico de Kensington. Cuando Hughes se enteró que una persecución similar, comenzando con un asalto a la vieja Catedral de San Patricio, estaba planeada en Nueva York, este hizo un llamado a todos los hombres de Nueva York para que se levantaran en defensa de sus iglesias y los armó.

Una turba que lanzó piedras a los ventanales de la catedral la encontró llena de hombres armados con rifles. La violencia no pasó de allí. Hughes más tarde escribió que no había «una iglesia [católica] en la ciudad… que no estuviese protegida por una fuerza promedio de mil a dos mil hombres tranquilos, serenos y armados hasta los dientes».

Invocando el gran incendio que había evitado que Napoleón usara a Moscú como el cuartel de invierno de su ejército, Hughes advirtió al alcalde Harper que si una iglesia era atacada, «si un católico era malogrado, o un negocio católico molestado, deberemos convertir esta ciudad en un segundo Moscú». Los edificios de Nueva York eran en su mayoría de madera y la ciudad ya se había incendiado dos veces en el siglo anterior, por lo que no hubo revueltas de ningún tipo.

El 19 de julio de 1850, el Papa Pío IX creó la Arquidiócesis de Nueva York. Este acontecimiento reflejó tanto el crecimiento de la población católica de Nueva York como la influencia de Hughes. Habiendo recibido la banda de lana de arzobispo de las manos del Supremo Pontífice, Hughes se embarcó en un nuevo proyecto. «Una Catedral… digna de nuestros crecientes números, inteligencia y riqueza como una comunidad religiosa».

El 15 de agosto de 1858, ante una multitud de 100 000 personas, Hughes puso la primera piedra de la nueva Catedral de San Patricio en la quinta avenida y la calle 51, pero no la vería terminada. Murió el 3 de enero de 1864.

Después que María Monk dio a luz a su segundo hijo ilegitimo, sus abanderados protestantes la abandonaron discretamente. Más tarde se convertiría en prostituta, sería arrestada por carterista y murió en la cárcel. Su libro todavía se imprime.


Descubre más desde El Nuevo Cojo Ilustrado

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario