El siglo XXI definitivamente no ha tratado bien a la iglesia católica en EE.UU. Primero fueron esos desagradecidos (y muy posiblemente ya excomulgados) creyentes llorones y sus acusaciones de abuso sexual durante las últimas tres décadas. Después los escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito. Y ahora los nada nuevos —pero siempre jugosos— cargos por adulterio, como el que obligó a renunciar el pasado 11 de agosto al Rector de la Catedral de San Patricio en Nueva York, Cardenal Eugene V. Clark, tras hacerse público que mantenía relaciones sentimentales con su secretaria Laura DeFilippo. Clark es el tercer miembro de la Arquidiócesis en renunciar en los últimos tres años por cargos similares.
El cuento va más o menos así: Philip DeFilippo (su verdadero aunque redundante nombre), esposo de la secretaria, cansado de no saber si era verdad que su esposa trabajaba tanto o si simplemente le estaba montando cuernos contrató a un investigador privado para que la siguiera y corroborará sus dudas. El marido ya sospechaba del religioso pero al enfrentar a su esposa la respuesta siempre era el clásico: «¿De qué te preocupas Philip? ¡Es un cura!». Bueno, entre las pruebas recopiladas por el detective está un video en el cual el “cura” y su secretaria entran al White Sands Motel en Amagansset y salen cinco horas más tarde cambiados de ropa.
El Monseñor, que por casualidad había casado a los DeFilippo hacía 20 años, no es un desconocido en la prensa. En el 2002 una de sus homilías llamó la atención de todo el país cuando acusó a la inmoralidad de la cultura norteamericana por los escándalos sexuales que manchaban a la Iglesia Católica y culpó a los seminarios por aceptar homosexuales en los mismos. Tampoco era raro verlo defendiendo la necesidad del celibato en la Iglesia en el Eternal World Television Network, canal de televisión donde participaba regularmente.
Historias de sacerdotes que tienen o tuvieron amantes y hasta hijos sobran, y en los fieles estas pocas veces han tenido algún efecto porque —como humanos— digamos que sabemos una cosa o dos sobre necesidades. El problema con todo esto es el discurso. Uno esperaría que un sacerdote envuelto en relaciones con una mujer casada fuera —cuando menos— demócrata. Pero como por la boca muere el pez la acusación de adulterio contra Mr. Clark es lo de menos. Lo grave está en los años y años de mensajes hipócritas y conservadores que no se creía ni él mismo.
Pero no seamos tan duros y démosle algo de crédito al curita. Después de todo no es de tocar niños de lo que se le acusa, sino mujeres. Mujeres casadas pero mujeres al fin, lo cual definitivamente es un avance dentro del orden moral de la Iglesia. Niños = Malo. Mujeres = Bueno. Próximas lecciones a aprender: Diferencias entre mujeres casadas y solteras y cómo entrar y salir de hoteles de mala muerte sin ser visto.
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