Cuando la sangre llama

Azul

Cerca de la medianoche Rob me suplantó cortando chum y fui a echarme en la litera. Me lavé las manos con todo lo que había pero seguían oliendo a pescado podrido. No me importó mucho. Puse la cabeza en una almohada y me dormí profundamente y de inmediato. Minutos antes, contemplando la aurora boreal, tan alejado como jamás había estado de la sociedad pensé en las razones que me habían llevado hasta allí.

Ningún conocimiento es inútil. Pero algunos son más importantes que otros. Y lo que había aprendido durante ese día ciertamente no se sentía que estaba por encima de nada. Después de todo, yo tenía 32 años y me las había arreglado bastante bien sin necesidad de pescar nada en mi vida. ¿Quién coño necesitaba enfrentarse con un oso para demostrar algo? ¿O comerse sólo lo que uno ha matado con sus propias manos?

Por otro lado, las historias James y Rob me habían impresionado como genuinas y no como simplones deseos de demostrar que entre las dos piernas le colgaban sendos testículos. Demostrar que eran, más que hombres, machos en el estricto sentido de la palabra.

Tristemente eso era lo que yo intentaba demostrar, aunque fuese sólo a mi mismo, que más allá de todas mis limitaciones y frustraciones, de un mundo entero lleno de hombres más arrechos que yo, yo también tenía algo especial.

Era una cuestión de orgullo herido y tuve que aceptarlo al verme ahí, disminuido, echando peces muertos tratando de engañar algo que en caso de enfrentarnos mano a mano, sería invencible.

Me sentí como un guapo de barrio. Tratando de ser algo que no era, de la única forma que podía. A puro pulso. Hace dos mil años pescar o ser capaz de caerme a coñazos con un tipo más grande que yo hubiese sido vital. La ley del más fuerte hubiese determinado mí supervivencia a punta de selección natural. Pero ya no eran dos mil años atrás. Este era el siglo veintiuno, y hoy en día el equivalente a ser capaz de arponear una trucha con una rama es ser capaz de graduarse en una universidad y conseguir un buen trabajo. Era lo mismo, los humanos no habíamos dejado de cazar o pescar, sólo habíamos cambiado la forma de hacerlo. Ser grande y ágil había sido sustituido por ser inteligente y vivo. Habilidades que de no tenerse pueden condenarte a la muerte como lo hubiese hecho no poder caminar a un Homo Habilis.

Al ver a James y a Rob y a Kevin, y hasta al papá de James aullando mientras sacaban peces del agua me di cuenta del verdadero sentido de lo que hacían. No trataban de probarse nada a si mismos, simplemente se divertían, era un hobbie. Era entretenido pescar Mahi-Mahis y ahorrarse comprar el pescado en el supermercado. No hay nada como pescado fresco. No hay nada de malo en pescar y comer. Jesús mismo había sacado miles del agua para darlos de comer a su gente. ¿Pero era éste el mismo caso con un tiburón? Yo quería cazar un tiburón por que quería levantarme triunfante sobre la bestia y apaciguar el profundo primitivismo que me había despertado el ojo negro que me veía todos los días desde la nevera. No quería comerme un tiburón. Quería matarlo. Quería verlo arrastrarse fuera del agua pidiendo perdón sin esperanza. Quería explotarlo desde lo lejos con un rifle como en las películas. Pero esto me golpeó de repente como lleno de falsedad. ¿Qué podía probar con esto? ¿Qué la raza humana es superior a los escualos?

Ningún animal del planeta, enfrentado con el hombre y sus armas, tiene el más mínimo chance de sobrevivir. Eso ya lo sabía todo el mundo. No había nada que probar. Al menos no aquí.

Entonces un golpe fortísimo en el casco me despertó súbitamente.

Abrí los ojos. Pensé en Steven Spielberg. Escuche en silencio con la cabeza levantada de la almohada. Un segundo golpe más fuerte me sacó de la cama y corrí a popa. Escuche shark varias veces antes de llegar.

La caña de pescar estaba doblada como una gran D en las manos de Kevin. Sus brazos aguantándola con gran esfuerzo. Los dientes mordiéndole el labio inferior.

¿Qué es? pregunté. No sabemos, me respondió alguien. La caña se movió de lado a lado como si un gigante submarino jugara con ella, y cada vez que la caña volvía extenderse y la línea se destensaba oíamos un golpe fuerte debajo del barco.

Es un tiburón con toda seguridad. Un Mako quizás, dijo Rob. sólo estos se molestan tanto al ser enganchados que atacan los botes. Maldije mil veces haberme dormido. Me asomé por la borda con una linterna y apunté al agua. El nylon se movía increíblemente rápido de un lado a otro como jalado por el mismísimo demonio. Había millones de calamares en el agua. Transparentes pero rojizos. Con los tentáculos caían en retroceso sobre pedazos de pescado muerto, lo agarraban con los tentáculos y desaparecían sin dejar rastro.

Es tu turno, me dijo Kevin y me ofreció la caña. Me puse el cinturón de pesca y monté la caña en la base. El carrete estaba cerrado casi al máximo, a un clic de no permitir que el nylon corriera pero el tiburón la halaba igual como si fuera una bolsa de té. ¿Cuánto llevan aquí?, pregunté. Desde la 1, respondió James. Vi mi reloj. Eran las 3 y 10 AM. 2 horas de lucha con algo que no sabían que era.

El animal empezó a meterse debajo del bote y a caer en picada. Pensé que iba a perder la caña que estaba doblada hasta del punto de casi tocarme los dedos con la punta. El nylon se deslizó lentamente sobre el borde de estribor. Dale línea, me dijo James. Le solté un clic. El animal jaló el carrete como un trompo dándole vueltas como una licuadora. De hacer clic…clic…clic pasó a clic, clic, clic.

De pronto se detuvo y la línea flotó sobre el agua. Aprieta el carrete, me dijo Kevin. Lo cerré completamente. Ahora enrolla el nylon sin halar el pez, quebrando el cuerpo hacia adelante en la cintura. Así lo hice. El tiburón parecía haberse quedado quieto.

Ahora enderézate, me dijo Rob susurrando no sé por que razón. Levanté el cuerpo y sentí el peso inmenso del animal. Era como halar un carro por un limpiaparabrisas. Lo podía visualizar flotando en el agua mientras yo lo jalaba hacia arriba por la boca. Repítelo mientras puedas, me dijo James asomándose por la borda con una linterna en la mano. Yo recogí línea y halé unas diez veces, entonces empezó a correr y sentí como si se hubiera roto el nylon. La caña volvió a su forma original con un latigazo hacia atrás y me tiró de culo contra la silla de pesca. ¿Qué pasó?, preguntó Kevin. No sé, le respondí, creo que corto la línea, no siento nada del otro lado. Empecé a enrollar tan rápido como podía sin hacer ningún esfuerzo esfuerzo. Definitivamente lo habíamos perdido.

Mientras halaba oímos algo saltar fuera del agua a nuestras espaldas. Volteamos. En el aire un tiburón de casi tres metros daba la vuelta en el aire y caía de media espalda en el agua. Al caer salpicó el bote, flotó en la superficie por un segundo y después salio disparado como una pelota de Jai-Alai.

La caña empezó a doblarse otra vez. La agarré con todas mis fuerzas. La cerré poco a poco tratando de controlarlo a punta de puro cierre hasta que sólo hubo un clic cada tres o cuatro segundos, pero sin dejar de halar. La caña se doblaba al máximo otra vez. Me doblé en la cintura y halé mientras me enderezaba. Lo vimos saltar a unos cinco metros de popa. Al caer al agua todos los calamares desaparecieron sólo para reaparecer nuevamente en una nueva ola que llegaba desde estribor.

Podíamos verlo debajo del agua. Dobla y recoge, susurró de nuevo Rob. Así lo hice, limpiándome el sudor con los hombros. El animal peleaba como si estuviera agarrado de algo. Pensé en el juego de tirar la cuerda. Podíamos verlo mascando la macarela que colgaba del anzuelo. Lo dientes saliéndole de la boca en todas direcciones en varias hileras. Estos eran más bien pequeños y cuando dejaba de halarlo se le metían todos hacia adentro, como si fuera una dentadura falsa. Estaba a unos dos metros debajo del agua. Se volteó y trató de correr otra vez dándonos la espalda. La cola inmensa sobresalía como un metro encima de la superficie. Parece un Trescher, dijo Rob. James apuntó la linterna a la aleta dorsal que sobresalía del agua completamente erecta. No, es un Azul, le respondió Kevin. Es demasiado delgado para ser un Trescher.

Poco a poco lo halé hasta que estuvo al lado del barco y golpeó el casco con la cola. Me asomé al agua y lo vi flotando. Lo halé hasta que quedó perpendicular al bote. Se había rendido. Parecía respirar inflándose y desinflándose como un perro rabioso. Estaba cansado de pelear por sobrevivir. Es un azul, confirmó Rob y todos asintieron, incluyéndome.

James lo envolvió con una red al final de un mango. El animal era inmenso, más largo que el ancho de la popa. La piel gris parecía secarse al contacto con el aire y cuando se volteaba parecía como si el blanco de su parte anterior era un color que no había visto nunca antes. Del lado izquierdo de la boca sangraba donde el anzuelo se le había clavado en un cachete. O lo que sea que llamen al lado de la boca de un tiburón.

A pesar del tamaño, postrado contra el barco y echado boca arriba, el animal daba lástima, haciendo que cualquier intención de matarlo desapareciera de mi cabeza. Pensé en las viejas películas de gladiadores. En esas donde el que salía ganador de una trifulca le perdonaba la vida al vencido y sentí ganas de hacer lo mismo. Al final, ya habíamos ganado, no hacía falta matarlo. Ya sabíamos que de querer podíamos hacerlo. El cuerpo flacucho se estremecía cada vez que tocaba el espejo del barco.

El ojo negro estaba cerrado con su membrana protectora. Estaba seguro de que íbamos a matarlo y no quería verlo.

¿Qué hacemos?, preguntó Kevin. Todos vieron hacia el animal sin decir nada. No sé, dijo James y Rob desapareció en la cabina. Pocos minutos después salió con unas tenazas. Súbelo un poco me dijo. Lo halé, y éste se movió un poco, sin duda tratando por última vez de escapar, pero no tenía fuerzas. La línea apenas se movió. Rob se puso unos guantes y acercó sus manos hacia la cabeza del animal. Lo agarró por la punta de la nariz y le desenredó la línea de la cabeza. Me pareció insólito lo que hacía y me lo imagine trepando el árbol con el oso a sus espaldas. Que bárbaro.

Agarró el alambre que sostenía el anzuelo y lo mordió con el alicate. Tung. Sentí que la caña retrocediendo y dar un latigazo en el aire. El animal no se movió. No sabía que lo habíamos soltado. Flotó a la deriva por una unos segundos. James le había quitado la red de encima y no había razón para que no se fuera. El agua lo subía y bajaba como si estuviera muerto y poco a poco lo alejó del bote. La cicatriz de una lucha previa con otro anzuelo mal curada debajo de la boca. Era un tiburón con suerte. De pronto se volteó sobre si mismo viendo hacia nosotros, flotó por un segundo, desaparecieron las membranas de los ojos y se lanzó en picada hacia las profundidades levantando la cola como una ballena. El agua nos salpicó a todos en la cara.

El tiburón azul, no tiene sistema urinario me dijo Kevin, excreta la orina por la piel. Eso hace que su carne sea incomible. Pensé en Venezuela. En Falcón el tiburón azul se come como cazón. Por eso se lava tanto antes de cocinarlo.

Recogí toda mi línea y caí de espaldas en la silla de pesca. Ya caerá otro me dijo Rob. Uno bueno. Para mi ese era perfecto, le dije, pensando en el tamaño que tenía, pero James me dijo que no era un pez de premio. Que ya habían sido pescados otros más grandes. Le dije que no me importaba, que si algo había aprendido hoy era que no tenías que luchar a muerte para vencer. Que tirarlo en la lona era más que suficiente.

Rob y Kevin se fueron a acostar y James y yo echamos unas líneas y nos pusimos a tirar más chum en el agua.

Mi primer tiburón, le dije. Es una mala noche, me respondió. Usualmente a esta hora ya hemos atrapado al menos dos y un montón de atunes también. En la distancia un barco se lleno de gritos y de un momento a otro se empezaron a escuchar unos Bam, Bam, Bam, en la cubierta. El Bam, Bam, Bam, se confundía con una campana que repicaba en alguna parte. Bam, Bam, Bam, clang, Bam, Bam, Bam, clang. Vimos gente moviéndose mientras continuaba el traqueteo. Cuando paró oímos que alguien descorchó una botella de champaña. ¡Guao! alguien como que agarró un buen atún, dijo Kevin desde adentro. Me imaginé el atún convulsionando en el piso y empecé a cortar sardinas más rápido. Sorpresivamente un atún sonó como una mejor presa que un tiburón. Nunca en mi vida había visto un atún así que me lo imagine como aparece en las latas, grueso y con la boca abierta. Lleno de aletas. No tenía idea.

A las cuatro y media paramos de echar chum en el agua. Bueno, parece como que nos vamos con las manos vacías, me dijo James lavando su cuchillo en el agua. No están vacías, tenemos 8 Mahi-Mahis en la cava, seguro mañana agarramos más, le corregí. Mañana es hoy, me dijo y se fue a echar en el sofá, pero Rob estaba ahí. Se echó en la butaca que había al lado. Busqué mi cámara y me fui a la proa.

El amanecer fue increíblemente lento. Era de día una hora antes que el sol apareciera. El agua estaba tan tranquila que parecía que flotábamos en una bañera. Era como cristal y las olas no rompían en espuma, simplemente subían y bajaban como si fueran de gelatina. Éramos el juguete olvidado de algún niño.

Con el zoom de la cámara espié dentro de los botes más cercanos. No había actividad. Había gente durmiendo en todas partes. Proa, popa, control de mando. En uno a un hombre le colgaban los pies fuera del bote. Volví a pensar en Steven Spielberg. Gracias Dios esto era la vida real.

De repente algo me pareció extraño. Empecé a espiar a los vecinos metódicamente. No conseguí lo que buscaba en ninguno de ellos. Todos los barcos estaban llenos de hombres. No había una sola mujer en cientos de kilómetros a la redonda. Quizás si, pero no la veía y definitivamente no hacía gran diferencia. Este era territorio de hombres, y lo que sea que buscaban aquí, era algo que una mujer no necesitaba.

Quizás esto si era una prueba después de todo.

El sol salió exactamente a las 5 y 50 y podría jurar que vi la luz correr desde el horizonte hasta el yate como un tsunami. Nunca había visto tal cosa. Simplemente era como si hubiesen prendido una lámpara en cuarto oscuro en imposible cámara lenta. Rojos, Verdes, Azules y Amarillos aparecieron por todas y aunque suene ilógico la brisa empezó a soplar, golpeándome la piel quemada con una suavidad que agradecí. Las olas empezaron a crecer y el bote empezó a mecerse. El sol empezó a levantarse con flojera sobre el horizonte, y se le podía ver directamente sin dificultad. Era rojo intenso, pero apagado. Parecía ser otro sol del que se había ocultado la noche anterior. Me quede viéndolo hasta que estuvo su diámetro por encima del agua y el cielo empezó a aclararse. Me eché de espaldas. Aún podían verse las estrellas y los planetas como un mapa y jugué a darles nombres. Llame a una Venus por que era azul, Marte a otra que era roja. Había ese grupo que siempre me ha parecido la osa mayor y decidí que la cola era la estrella polar. Me cansé y cerré los ojos. Me imagine que volaba a gran altura y estaba viendo hacia abajo. Entreabrí los ojos. Se sentía como si estaba a miles de metros sobre la superficie y que todas ésas pequeñas lucecitas eran barquitos sobre un mar inmenso. Había unas pocas nubes en el cielo. Entonces algo llamo mi atención. Era una estrella, parecía iluminar más que todas las demás. Era de un amarillo intenso y por un momento me pareció que se movió un poco. Entrecerré los ojos para verla mejor. Se estaba moviendo lentamente y hacia el sol. Pasó por encima de la osa mayor y mi estrella polar y empezó a desaparecer a medida que se acercaba al sol. Pensé que era un satélite solitario, pero una explosión casi imperceptible me hizo cambiar de idea. Yo había visto uno una vez y había sido más rápido y lineal. Este parecía dudar en sus movimientos y de pronto brilló con una luz blanca sobre la luz roja del sol y cayó rapidísimo desapareciendo antes de llegar al agua. Cerré los ojos, pedí un deseo y me quede dormido.


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