El resto de la tarde no vimos nada moverse. Estábamos a 200 kilómetros de la costa y a 1200 millas del fondo y el mar parecía una foto de no ser los montones de yates que de la nada empezaron a aparecer en el horizonte a medida que nos acercamos al cañón. Al llegar el atardecer, papá de James apago los motores y ancló contra una boya. Conté 38 barcos alrededor nuestro.
Pasé toda la tarde arreglando mi caña. Le cambie el carrete, el anzuelo y el cebo por uno plateado que parecía un pescadito. También cambie el plomo por uno que pesaba la mitad. El bueno de Rob me enseño como tirar la línea correctamente.
Rob tenía su historia. A pesar de parecer un hombre blanco era de origen indio. Le pregunté que qué le había pasado en el ojo. La pregunta le sorprendió y miró hacia sus zapatos por un segundo más largo de lo que debía para que yo no me diera cuenta.
Rob pasa los inviernos en Alaska. Ama la naturaleza y en noviembre de cada año viaja a Fairbanks y contrata un helicóptero para que lo tire dentro de la espesura glacial del Parque Nacional Denali. Allí le da instrucciones al piloto para que lo recoja una semana después exactamente en el mismo lugar. No lleva consigo más de lo estrictamente necesario y el reto esta en cazar para vivir. Rob lleva consigo un rifle pero la idea es cazar con arcos y flechas que el mismo pasa todo el año construyendo. Ya sabía de donde James había sacado la idea de comer sólo lo que cazara.
Esto lo había hecho desde que pudo pagárselo, a los 25 años, pero en 1992 un incidente casi le cuesta la vida. Estaba en el tercer día de su travesía en Denali y todavía no había cazado nada. Lo poco de fruta, salchichas y carne enlatada que tenía la estaba racionando sin mucho éxito y con toda seguridad no iba a durar hasta el final del viaje. Preocupado transitó hacia un área donde hacía un par de años atrás había visto una osera en unas piedras cerca de un río.
El sabía muy bien que si hay algo que no debe hacerse es jugárselas con la madriguera de un oso. Si por mala suerte había oseznos en la cueva podría vérselas negras. Pero no iba por los osos, sino por el río. Donde hay osos, hay salmones y se imagino que aunque no era temporada quizás podía hacérselas con un par de peces.
Al llegar a la orilla del río inspeccionó por peces pero no vio nada. Saco la red que llevaba en su morral y camino corriente abajo siguiendo el ruido que hacía una cascada. No muy lejos, en un cruce tras una matorrales la encontró. Tres osos, uno adulto y dos pequeños pateaban salmones que trataban de saltar un escalón en el río. Rob se escondió detrás de los arbustos. Los osos no son animales nocturnos, así que si esperaba lo suficiente quizás tendría el chance de acercarse y agarrar unos peces el mismo. Guardó la red en el tope del morral y empezó a ver hacia la copa de los árboles. Buscó uno que sirviera para colgar una hamaca para dormir alejado de cualquier animal curioso.
Encontró uno a sus espaldas, a unos cien metros de los osos. Era perfecto. Un gigantesco pino azul seco con el monte Mckinney al fondo. Tiró su morral al suelo y sacó de el unos pinchos para ponerle a los zapatos. Paso la correa alrededor del tronco y empezó a escalar con la hamaca entre los dientes amarrada alrededor del cuello.
Al llegar a las primeras ramas empezó a golpearlas con los pies para saber si eran lo suficientemente fuertes para sostener su peso. Al patear una de ellas un puñado de nieve le cayó en la cara desde una de las ramas superiores y lo cegó. Con los ojos cerrados oyó crujir la rama que había pateado y un segundo más tarde la oyó caer al suelo 6 metros más abajo. Cuando logro recuperar la visión vio su morral aplastado por la rama, y al subir la mirada vio a un gigantesco oso corriendo hacia donde estaba él. Se le heló la sangre.
Empezó a bajar, pero este proceso siempre es lento. Sabía que estaba en peligro y bajar era quizás una locura. Un oso herido de muerte puede vivir lo suficiente como para matarlo y empezar a comérselo. Pero los osos también trepan árboles. Tendría que hacer algo asombroso como volarle la tapa de los sesos, a un blanco en movimiento mientras este aún se encontraba lo suficientemente alejado para salvar su vida. Cuando estaba a tres metros del piso saltó al suelo.
El oso estaba a unos 50 metros. Trato de levantar la rama. Era demasiado pesada. 40 metros. Empezó a halar el morral manteniendo la calma. Imposible. Estaba atascado. 30 metros. Tomó el cuchillo que tenía en el tobillo y cortó el fondo del morral y halló el rifle, lo haló con toda su fuerza. 20 metros. Sabía que tendría que hacer más que disparar. Tendría que disparar un par de veces al menos. Sin fallar. Y después montarse en el árbol tan rápido y alto como pudiera.
15 metros. Se arrodillo. Apuntó al pecho del oso y apretó el gatillo. El disparo detuvo al oso en su carrera. Se paró en dos patas como sorprendido de lo que fuese que estaba sintiendo, y empezó a correr gruñendo como si el disparo sólo lo hubiera molestado más. Rob volvió a disparar y vio la bala estrellarse contra un árbol detrás del oso. Había fallado.
Tiro el rifle al suelo pasó la correa alrededor del árbol y empezó a subir tan rápido como podía. No había subido dos metros cuando sintió al oso golpear el tronco. Bum! Todo el árbol crujió como un trueno. Siguió subiendo ignorando al animal. Volvió a sentir los ataques del oso. Bum Bum Bum. Vio al oso echarse hacia atrás y correr hacia adelante como un toro y golpear el árbol con las dos patas de adelante. La nieve estaba llena de sangre.
Repentinamente sintió como si le hubieran dado un cachazo en la cabeza. Vio estrellas de todos los colores, y perdió la coordinación. Clavó los pies a la madera y se abrazó al árbol. Al toser vio su propia sangre en la corteza seca. Con cada golpe que daba el oso caían más ramas desde las alturas. Y estas lo golpeaban sin piedad. Pensó que iba a caer pero de pronto todo se detuvo.
Estaba temblando y podía sentir su propia sangre correrle garganta adentro. Trago saliva y sintió algo duro bajándole al estomago. Tocándose con la punta de la lengua se dio cuenta de que había perdido un incisivo superior.
Vio hacia abajo. El oso estaba escalando el árbol apenas medio metro debajo de él. Se olvidó del dolor y empezó a escalar él también. Le dolía todo. El oso lanzó un zarpazo y le despegó un pie del tronco. Se encogió hacia arriba como una oruga. El oso volvió a golpearle y esta vez quedó colgando de las manos. Su correa aguantada por una deformidad del tronco. Hasta aquí llegué, pensó, y volteó hacia abajo sólo para ver al oso golpearlo en la cintura con una garra y mandarlo como si fuera de goma, volando hacia el suelo.
Lo último que recuerda haber visto fue el árbol desde el suelo y al oso volteándose sobre la rama y cayendo sobre él. Se despertó algunas horas más tarde. Ya era de noche y el oso muerto yacía sobre su pierna derecha. No podía moverse, le dolía demasiado. Lo único que pensó fue en el helicóptero. Si no llegaba al punto de encuentro en tres días lo dejarían allí hasta que un grupo de rescate lo consiguiera quien sabe cuantos días después. Ignoro el dolor y se haló el mismo de debajo del oso como pudo. Mientras hacía esto se desmayó de dolor. Volvió a despertarse en medio de una leve nevada y pensó que no había remedio, iba a morir ahí, lejos de todo, por un estupido error. Pero estaba tan cansado y adolorido que le pareció bien. Si cerraba los ojos y ya no sentía más el mordisco que le estaban dando en la rodilla sería feliz.
Volvió a despertarse a media mañana, completamente cubierto de nieve. Al abrir los ojos abrió uno solo. Más nunca pudo abrir el otro. El dolor había retrocedido y como pudo salió de debajo del oso. Se arrastro hasta el morral y vio hacia donde los osos habían estado pescando horas antes. El río estaba desierto.
Saco una lata de Spam del morral, la abrió y se la trago casi sin morderla y como no le quitó el hambre hizo lo mismo con las otras latas. Al terminar las enterró en la nieve, tan profundo como pudo para no atraer el olfato de ningún otro animal. Sacó el cuchillo grande que tenía en el morral, se arrastró hasta el oso y se lo clavó donde la pierna se convierte en cintura. En la nieve alrededor del oso montones de pulgas y garrapatas yacían congeladas. Una vez que la sangre había dejado de fluir se lanzaban del barco como ratas. Nunca había visto tal cosa y se preguntó por que hacían eso. Se rascó el brazo y se sintió una protuberancia que no había tenido antes. Volteó el brazo y vio una inmensa garrapata llena de sangre como una morcilla. Arrancó el cuchillo del oso y aplastó la garrapata con la hoja. Con todo lo que había pasado y lo que iba a pasar una garrapata era una tontería y deseó estar cubierto de ellas en vez de estar en la situación en que estaba.
James salió de la cabina. ¿Qué está pasando? preguntó. Rob me cuenta la historia del accidente, le dije. Me volteé hacia Rob y le dije que terminara. Resumió diciéndome que había cortado la pierna del oso y se había arrastrado con ella hasta donde el helicóptero lo recogería.
Gran historia, dijo James. ¿Le contaste lo de los lobos que se acercaron en la noche atraídos por el olor del oso? Rob no respondió y caminó hacia la cabina. Esa la dejo para el próximo viaje de pesca sino me quedo sin historias, dijo sin voltearse y se dejó caer en un sofá que había en la cocina. Me debes Rob, le grite viendo hacia el horizonte. 5 minutos más tarde, mientras practicaba con James lo oímos roncar como un borracho. Gran tipo me dijo James, un poco loco, pero definitivamente uno de mis héroes personales. Desde ese momento ha sido uno de mis héroes también.
Un atardecer en alta mar es una de las cosas más impresionantes que pueden experimentarse. El cielo cambia de azul, a púrpura, rojo, verde, amarillo naranja y cuanto color exista que nunca hemos visto. No había luna esa noche perolas estrellas brillaban tan fuerte que se reflejaban en el agua tranquila del mar. Curiosamente, a pesar de la lejanía de la tierra había aves volando por todas partes. Algunas gaviotas, pero sobre todo unos pajarillos grises y pequeños que volaban en parábolas subiendo un metro y cayendo en el agua. Se comían unos insectos como unas libélulas mínimas que volaban por todas partes como una plaga.
James me dijo que guardara la caña y me pidió que lo ayudara a cortar la carnada. Sacamos un balde de una de las neveras llenas de sardinas congeladas. Chum. Y la empezamos a cortar sobre una tabla de plástico que pusimos sobre el borde del espejo. Sacábamos las sardinas y las cortábamos en pedazos pequeños que tirábamos al agua y veíamos hundirse por al menos 5 minutos antes de desaparecer donde la luz del yate ya no llegaba. En la lejanía risas, radios y conversaciones inentendibles llenaban el aire. James puso un disco compacto y apenas empezó a tocar la música. Le dije que viera al cielo. Como una cortina, una aurora boreal se movía de derecha a izquierda con gran majestuosidad. Las había visto en fotos pero ninguna le hacía justicia. El espectáculo era increíble. Una de ellas fue como la explosión de un fuego artificial y se extendía por el cielo encima de nosotros y cuando desapareció dejo al descubierto la vía Láctea entera que iba desde el horizonte en popa hasta el otro lado del mundo en proa.
James me dijo que nunca visto tal cosa. Ni en libros. Le dije que apagara las luces y allí nos quedamos un rato viendo al cielo explotar en silencio. Deseé que todas las personas que conocía estuviesen conmigo allí en ese momento. Era algo que no iba a poder contar sin quedar como un mentiroso. Pensé en mi novia y la extrañe profundamente.
De pronto se prendieron las luces y salio el papá de James con los ojos rojos. Había estado durmiendo. ¿Qué es esto? preguntó. ¿Me van a salir románticos este viaje? ¿Ya empezaron a tirar carnada? Yo levante el cuchillo para que lo viera. El gruño y se metió de nuevo en la cabina.
—No dejen una pulgada de este océano azul, a los tiburones les gusta rojo. Y tiburones es de lo que queremos llenar las cavas.
—Es verdad, respondió James.
—Yes sir, respondí yo. Y tiramos carnada en el agua hasta que habíamos vaciado dos baldes. El mar estaba completamente rojo y ya no se veía mucho hacia abajo. Sacamos dos baldes más y seguimos hasta que el CD se repitió cinco veces. No podía esperar esperar a ver un maldito tiburón.
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